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Instituto del Libro y la Lectura, INLEC del Perú

y Capulí, Vallejo y su Tierra

31 de octubre
Día de la Canción Criolla
Serenata, flor herida
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

1. Fondas y chozas  donde se canta

Bendito el pueblo donde los seres nacen para querer, amar, adorar. 

También para condolerse del hermano y del mundo. ¡Y ese es mi pueblo!

Por eso, en él se canta amores presentes, otros idos y otros quizá solo posibles, que se adivinan bajo los aleros y bajo el cielo estrellado.

En la penumbra de las fondas las guitarras bordonean quejidos. Hacen evidentes el temblor de los sentimientos, el vibrar de las pasiones, la agonía de las ausencias y separaciones.

Se cantan amores que son, que han sido y otros que tal vez serán algún día.

Eso aluden, con exclamaciones graves, agudas y lentas; voces dichas como susurro o alarido, gozosas o desconsoladas; todas hondas, transidas y sublimes.

Se dedican endechas y en ellas el último aliento y latido de la vida a los amores imposibles y que es lo que más nos conmueve en esta banal existencia.

Lo que no fue, lo que no se produjo ni existió. Ni jamás será.

Y para conjurarlos se cantan yaravíes, tristes y serranitas, sin vergüenza ni recato, dejando el alma expuesta al más leve soplo, indemnes a rodar por el vacío y hacia la muerte. 


2. Fuego profundo

Por sentir y amar tanto y de ese modo no hay reserva ni pudor alguno. Al contrario ¡qué viva, la expiación, el tormento y clamo su compasión! Y levantando la copa del dolor brindo por ti eternamente, ¡Y qué viva mi sufrir!

Se dicen y se entonan letras afligidas, que confiesan pesadumbre, desilusión y la congoja que causa un amor no cumplido.

Se deja al descubierto y sin sonrojo un corazón atribulado que rezuma lamentos desde una entraña lastimada:
Corazón
hasta cuando estás sufriendo
hasta cuando estás llorando
hasta cuando corazón.
Yo confío 
que esta ha sido una prueba corazón
una de las tantas pruebas 
que nos suele mandar Dios...
Corazón,
ya bastante hemos sufrido
ya la vida nos ha dado
muchos golpes corazón...
Yo confío que algún día
ya no habrá más fatalidad
y ese día
gozaremos corazón.
Las canciones dejan sentir corazones abrasados en el fuego de una emoción profunda de arrobamiento, devoción y cariño.


3. El imposible  que quiero

Y ello se canta. Se canta hasta en la penumbra de una choza con voces altas, rijosas y dolientes.

Se canta con el alma que pende de un hilo: valses y marineras, huaynos y pasillos, pasacalles y tonderos.

Las canciones son cofres, urnas y baúles donde el amor transido, tembloroso y desgarrado se desgrana, escancia y acrisola.

Son los cantares aquellos con los que se bebe hasta embriagarse en las posadas alzadas al borde de los caminos que son a la vez abismos.

Quizá para que los fantasmas y las esencias de los amores que se convocan, ya sean verdaderos y equivocados, se levanten de sus rincones y se estén aquí quedos.

Aunque con ojos lagrimeantes esta vez quieran dejar de padecer tanto y traten de arrojarse hacia las sombras insondables de los barrancos. 

Se sufre, ¡cómo no! Se sufre por el infinito que ha flechado nuestros corazones. 

Y por las quimeras, utopías y mundos inalcanzables:
Un imposible me mata
por ese imposible muero,
imposible que consiga
el imposible que quiero.
Unos ojos me miraron
por unos ojos yo muero
esos ojos han de ser
de mis males el remedio.
Ayayay, blanca palomita
tú me has robado el alma,
todita y toditita.
4. Clavelinas  y arrayanes

Santiago de Chuco es un pueblo que se ha torcido en sus calles por las serenatas. Se ha ensimismado en su dolor, en el lamento y en la queja que de ellas se desprenden y desborda. 

Y se desmoronan poco a poco sus casas y sus calles de solo recordarlas. 

Se ha echado ese trago amargo de licor que mata y que es el sentimiento inabarcable de que allí algo murió para siempre.

Se ha dejado invadir por ese hálito que le llega del fondo del alma para sumergirse quizá hasta hoy en el olvido confidente.

Al fondo, detrás, hacia lo alto de las paredes y muros derruidos todavía se las escucha.

Por las piedras regadas en el suelo de los pueblos derruidos, yacen vivas las serenatas y haciendo que todo lo de afuera se sumerja en su urdimbre caritativa. 

Ellas, aunque no se las oigan completamente adoquinan sus calles, esclarecen sus linderos, abren y ocultan sus horizontes. 

Son esas notas que fueron lanzadas a lo alto las que han teñido para siempre su cielo azulino.

Son esas notas dejadas caer frente a los muros las que han hecho crecer esas flores, las clavelinas y arrayanes, que sin qué ni por qué florecen al pie de las ventanas. 


5. En conjura  con lo eterno

Cada anhelo y cada ilusión que alcanzaron a sentirse le han dado contorsión a las calles ya para siempre curvas.

Son las serenatas las que han abierto los senderos ciertos e inciertos, amables y ariscos, hechos de encuentros y olvidos, de nacimientos y muertes de los caminos que parten y entran a mi pueblo.

Son las serenatas las que han empedrado, abierto y cerrado la herida de sus calles.

Este haber anochecido y madrugado por las esquinas y plazas la madeja derecha y torcida de la vida es que ha ensimismado su destino a favor del infinito y en conjura con lo eterno.
Ay penas que poco a poco
van pasando sin sentir
agobiantes ellas no matan
luego al cabo tienen fin
conmigo.
A veces quiero arrojarme
a los filos de un cuchillo
porque el cuchillo es tan limpio
para el hombre es un martirio
una ingrata.
Si yo vengo a cantarte
no creas que es por despecho,
embriagado por las penas
de tu amor que a mí me mata,
ingrata.
6. Desde que se hizo el mundo

¡Tú, serenata, eres lucero y noche insondable!

Ella duerme, arrebolada por aquella emoción y aquel sentimiento que viene desde la creación de las especies sobre la superficie de la tierra, cual es el amor del hombre que le canta.

¡Allá ella, que sienta o no sienta las melodías y acordes con que se la unge desde los pies!

Porque toda mujer nació para ser amada sobre la faz de la tierra. 

¡Allá ella que se pierda o se encuentre con estos bordoneos y estos silencios! 

¡Allá ella que sea digna o indigna de esta noche tenue o iluminada, con o sin estrellas en el cielo sereno, con o sin cordilleras que se recortan en lontananza! 

¡Allá ella que escuche o no estos compases del viento! 

¡Allá ella que esté despierta o dormida cuanto se la canta! 

¡Allá ella si sabe o no cuando se la sueña y cuando se la adora! 

Pero ella es adorable desde que se hizo el mundo. Y lo sabe. Y lo anhela.


7. Nos quitan la vida

La serenata es para decir a la mujer el infinito que somos, la eternidad que nos alberga y la flecha que nos atraviesa. 

El altar que nos eleva y el peligro que nos engrandece.

De cómo el hombre como especie evoca a la mujer bajo este cielo con o sin luna en el horizonte, con o sin infinidad de luceros.

De cómo la mujer para el hombre es el motivo que justifica la vida.

Serenata es la geografía del alma, la del hombre como urdimbre lo que importa:
Cuando va muriendo el día
y va ocultándose el sol
no has visto cómo se acrece
la sombra de una colina.
Así se ven mis amores
tras el sol de tus caricias
cuanto más de mí te alejas
han de crecer cada día.
Mañana recordarás
que me quisiste un día
entonces sabrás que hay penas 
que nos quitan la vida.
8. La tenue  luz del alba

La serenata se eleva hacia lo alto para una amada pero al final se da a pesar de ella. 

Es cierto, desde ella y para ella, pero que se expande más allá de todo. 

Quizá después no sea tan visible ni evidente esta emoción y ¡es posible que la realidad hasta atente contra ella! ¡Tal vez hasta la niegue o la deplore!

Quizá en el mundo de la superficie no quepa ni siquiera como rastro, invocación o huella.

No está en la superficie de los días. No queda rastro de ella sobre las piedras ni en el estucado de las paredes, ni en el borde difuso de los aleros.

Ha devenido como hálito que se dio en las calles.

Las personas hacen otras cosas por las madrugadas que recoger sus rastros en el suelo: 

Cargan agua, barren las aceras, portan objetos atravesando las calles e introduciéndose por las puertas.

Quizá por eso se da en las noches, a oscuras y en secreto. 

Quizá, incluso, lo disuelva la tenue luz del alba. 


9. Entre dos eternidades

Indudablemente, nada que ver, con la vida práctica que la desconoce, la distancia y arroja a la nada. 

Pero vale en este instante y vórtice en que los hombres cantan, en que el alma agoniza entre sus puñales afilados.

La serenata vale en el instante en que el sentimiento lo ilumina o es iluminado por ella.

Vale cuando hincha u oprime el pecho.

Vale cuando el corazón sangra atravesado por una lanza y mil flechas. 

La serenata vale en el instante en que se la dice, como la vida que es herida entre dos eternidades: 
Ama pues a quien te adora
olvida el triste pasado
que en mi pecho has levantado
pasión avasalladora.
Tú también amaste un día
y me da pena el decirlo
tú arrastraste las cadenas
yo arrastro melancolía.
Quiero dejar de existir
en este mundo de martirio
basta ya tanta amargura
yo bajaré a la sepultura.
10. Allí  y para siempre

Las serenatas son efímeras y fugaces. 

En ellas la voz se eleva y el espíritu se sumerge a lo hondo de la vida y de la muerte.

Es un rapto.

Es un hechizo de un tiempo y espacio mágicos. 

Hasta el frío se enardece cuando lo roza el amor que vibra en la noche callada y helada. 

En ningún otro momento lo sublime alcanza a ser flor en nuestras manos y en nuestros pechos.

Para lo cotidiano no existen, permanecen para la eternidad inmersa en el momento en que se la canta. 

Son sus testigos la sombra, lo oculto, la brisa que pasa. 

¡Ah! ¡Y cómo las paredes y los techos se han cimbrado y torcido tanto por sus quejidos! 

Y se han resbalado las tejas y se han abierto grietas, rajaduras y goteras.

¿Cuántos no hemos padecido delante de una puerta o tenido yerta el alma atribulada en una esquina? Allí y para siempre quedará posada el alma hasta el día en que muramos. 


11. Amor que quitas la vida

¿Cuántos no hemos dedicado una queja a la amada en estas calles?

A ese ser sublime al cual por el prodigio de amarla no se puede ya ni siquiera hablar cuando camina envuelta en su rebozo de niña que enmarca su rostro pálido.

Y mucho menos aún nombrarla entre quienes nos aprecian pero que están lejos o al borde de su grito o su silencio.

¿Quién repetiría su nombre sin sentir que lo profana y comete un sacrilegio?

¡Sólo cabe llevarla para siempre y eternamente callados por los caminos de la vida y sin que ella ya jamás se de cuenta!
Amor, 
amor que quitas la vida;
ladrón,
ladrón que robas el sueño.
Que no hay amor
más constante
ayayay
que no hay más constante
cuál es él
cual es el amor primero.
La vida
se ha de acabar
la vida se ha de acabar
la vida se ha de acabar
y yo te sigo queriendo...
12. Damos la vida

El peso de lo trascendente ocurre también cuando todos regresan enmudecidos después de una serenata.

Y se siente, sin razón aparente, el vacío y el desconsuelo.

Por ser precisamente la hora muy llena y repleta de secretos.

Por ser muy basto el significado de todo lo que acontece y se presiente.

Porque ¿qué produce entonces este estado del alma? 

¿Por qué vamos como si estuviéramos derrotados o hubiéramos sucumbido en un sismo o un terremoto? 

Nunca volvemos jubilosos ni dicharacheros ni contentos?

Quizá sea porque la serenata es algo en donde no se alcanza nada, salvo el sentimiento, hecho jirones en el lamento.

Para siempre en la queja por lo que no se tiene.

Por lo menos que no se tiene en ese instante, y que sin embargo damos la vida por ello. 


13. Duele tanto

La serenata siempre pretende lo imposible, como tratar de adueñarnos de una estrella. 

Por eso se la dice bajo la eternidad del cielo ilimitado.

Duele tanto porque es amor que se ha tenido, ya se esfumó o se ha perdido.

Y se tiene pero se derrama en la nada.
Desde tu separación
la tristeza no me deja
la tristeza no me deja.
Olvidarte yo quisiera
pero el corazón se queja
pero el corazón se queja.
Siempre vivo padeciendo
preso de melancolía
preso de melancolía.
Ella llorando me decía
que nunca me olvidaría
que nunca me olvidaría.
14. Las alas  abiertas

Es la queja que se dice hacia lo alto y al fondo del firmamento.

Y, frecuentemente, al vacío. O peor aún, a la indiferencia. 

Porque, ¿quién está seguro de que la persona a quien se la dedica la está escuchando o la haya escuchado? 

Por eso, de regreso todos van callados, cabizbajos y ensombrecidos.

De allí que cuando se vuelve después de haberla consumado, con el corazón estremecido y la mano tendida hacia lo ignoto, nadie hable y nadie esté contento. 

Porque uno duerme inocente, sin sospechar que al despertarse en las noches hondas ha de escucharla.

Y al amanecer ha de sentirse flotando en la calidez de su aroma. 

Con las alas abiertas o plegadas en una caída sin retorno hacia el abismo que es el destino.


15. Flor herida

Porque serenata quizá sea decir hacia lo alto, en lo oscuro del mundo y de pie en una atalaya lo solos e incompletos que somos en el mundo.

Por eso, todos de alguna forma estamos heridos por ellas y las llevamos en el fondo del alma estremecida:
¿Quien al fuego ha visto helarse
y a la ceniza escarcharse?
¿Quien ha visto a dos amantes
sin motivos separarse?
¿Quien ha visto al ruiseñor
prisionero en su jaula
cantar su prisión alegre
cuando libertad le falta?
Serenata, flor herida entre dos eternidades.

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Danilo Sánchez Lihón

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