1.
Al reencontrarnos en Lima con el poeta de Chile Alfred Asís y al
expresarme su fervor extraordinario por la Telúrica de Mayo de Capulí,
Vallejo y su Tierra, certamen en el cual ha participado como un
protagonista principal, yo le pregunto qué es lo que más le gustó de
esta peregrinación internacional que realizamos cada año en el mes de
mayo, y me responde:
Todo, pero si quisieras que te señale algo en particular: me quedo con
la serenata que dimos ya pasada la medianoche en los cuatro barrios de
la ciudad.
Fue después de elevar al aire los 13 globos iluminados en razón de los
13 capulíes realizados hasta la fecha.
Eso fue algo maravilloso, mágico y supremo. Es una huella inolvidable
que la llevo en el alma. La tengo como una imagen y una sensación que la
llevaré siempre y a la cual regresaré por el resto de mi vida.
Eso expresa el impulsor de la Convocatoria Mundial Mil Poemas a Vallejo,
movilización en la cual han participado 37 países superando la meta
fijada. Y Alfred agregó estas palabras, que le consulté acerca de si
podía publicarlas, a lo cual me respondió: “Me harías un honor”.
2.
Ellas fueron:
“A partir de ahora yo no faltaré nunca más a un Capulí en Santiago de
Chuco. Estaré en el XIV, XV, XVI, hasta que yo me muera”.
Ahora bien, ¿Por qué esa adhesión a la noche de serenatas? Porque
tocamos y cantamos yaravíes. O todo en cadencia y quejido de yaravíes, y
el yaraví es hondo y es dulce.
Mi padre que era maestro pero además músico, tocaba en su orquesta y
cantaba yaravíes. A él le escuché decir que el yaraví era triste, pero a
la vez gentil y afable, porque era la canción evocativa de los mitimaes
quienes eran civilizadores y maestros que fueron arrancados de su suelo
y de su tierra para cumplir con la misión de persuadir, convencer y
adoctrinar.
Pero es la expresión de un ser sensible, refinado y añorante de su
pueblo y su paisaje y de los seres queridos que había dejado en él. Su
cultor era fino de espíritu, de donde deviene ese tono que pide y el
bien de la ausente y prefiere antes que el daño del otro el mal y la
muerte para uno mismo.
Fue él quien empezó a entonar el yaraví como un lamento y una quejumbre
por el amor distante y tal vez perdido.
3.
Ahora el yaraví se da asociado también a la desilusión y al desengaño:
– ¡Salud!
– ¡Adentro hermano!
– ¡Pero, que mate!
– ¡Que mate!
– ¡Eso es! ¡Hondo en el alma!
– Porque, hermano, ¿para qué vale esta vida sino es amando?
– ¡Has dicho bien, sin amar, nada!, aunque eso nos cueste la vida.
¡Eso es el Yaraví!
Por eso se lo entona y canta al borde de los abismos, en las chozas
sobre los precipicios. Y donde la vida se suspende sobre los huecos
negros del espíritu.
Se lo concibe bajo las tempestades, cuando el turbión del río ha cargado
y se desborda arrastrando todo a su paso.
Por eso, al brindar por el yaraví, brindemos por el mundo andino,
nuestro saludo fervoroso, nuestro corazón emocionado.
4.
¡Sí, yaraví, o noche hechizada! ¡Sí, desgarrada la vida! ¡Sí, el ánima
tasajeada en mil pedazos! ¡Sí, empapados en lágrimas!
Trago sublime, con el nombre de alguna niña cuyo nombre llevamos escrito
en la sangre.
Porque en nuestra sangre llevamos su nombre. Allí lo tenemos tatuado en
esta vida y ya eternamente.
Hasta cuando seamos otra vez corpúsculos de viento, de polvo o de agua,
cuando otra vez volvamos a la naturaleza primigenia, llevaremos ese
nombre inscrito en nuestras moléculas trémulas.
Porque yaraví es su aire, sus sones y hasta sus quejas de la niña
esencial.
Y toda mujer entrañable e inmensa ha de llamarse con ese nombre: yaraví.
5.
Yaraví son los soldados que marchan al campo de batalla a entregar su
vida aparentemente por un ideal pero en el fondo es una amor de mujer lo
que les inspira la inmolación.
Es ojotas, es poncho, ¡a mucho orgullo y a mucha honra! Es bayeta
campesina que va por los senderos que yo he elegido seguir.
Variadas, gastadas y descoloridas bayetas. Yaraví es vestido pobre pero
bajo cuyas texturas late un inmenso corazón. ¡Qué más da!
Es apenas el revuelo de una falda. Es noche intrincada del alma.
Es mi aliento y es su aliento junto al aliento de todos. ¡Lo prometo y
lo juro!
Tener alma de Yaraví es desgarro, espina, licor en flor. Es tender
caminos. Es cortar puentes. Es bogar nubes.
Es tener recorridas fondas y posadas bajo los pies y algunos solitarios
luceros en la frente. Es un rasgueo de arpa o de guitarra al borde del
camino.
Son resquebrajaduras en el alma.
6.
Yo he de poder quedarme muerto escuchando las notas de un yaraví.
O ya he muerto, y estoy penando.
Quizá ya he muerto muchas veces y sigo escuchando de una tumba a otra
tumba el yaraví.
Y soy un fantasma deambulante por las cercas, por las esquinas, por los
balcones tras de cuyos balaustres una niña desvelada se hace para
siempre yaraví.
Por los patios donde toda sombra es una ausencia que se evoca, tras la
niebla, tras los muros, los balcones y las puertas de las casas
vetustas. Tras los linderos que el yaraví traspasa y nos junta.
Es vida fugaz y es vida eterna. Siempre es estar lejos y muy cerca, tan
cerca que el yaraví está en uno mismo.
En la cárcel, pero también en los caminos abiertos. Es el amor que fue,
pero que siempre está aquí, que se quedó aquí y late estremecido para
siempre.
Yo iré a celebrarte, Yaraví, al borde de un precipicio, porque no sé qué
me pasó en la vida, qué fue lo que me hirió tanto, lo que me hizo un ser
que sangra.
7.
Yaraví es el hombre solo con su destino.
Es herida en el alma. Y que está abierta, no sabemos por qué fue, quién
la hizo, qué nos pasó.
Porque yaraví es cuchillo en el alma.
Es la mujer del ande, delicada como una flor de pureza. Y ausente hasta
enajenarnos de nostalgia y de melancolía.
Es llanto, es queja, es lamento. Pero: ¿por qué con el yaraví el alma se
consuela tanto?
El yaraví es triste, y es que es pena profunda. Y es que así somos. Así
estamos hechos. Y en eso hay grandeza.
Peor si fuéramos superfluos, peor la inconsistencia. Es mejor este
abismo y esta herida. Porque en nuestra herencia hay eternidades.
Sí, somos tristes. ¡Y qué! ¡Sí tenemos el corazón palpitante en la mano!
¡Y qué si estamos llorando! ¡Qué hay!
8.
Hay adioses en nosotros mismos que desconocemos, como encuentros y
hallazgos imprevistos.
¡Me voy! ¡Adiós! Desapareceré delante de ti. La tumba es poco. La muerte
es nada.
Es triste el yaraví, sí, y yo suspiro. Es un gemido leve en una puerta,
es llanto que no se oye, una leve sombra en una ventana.
Reivindico esa pena. Reivindico esa tristeza. Rescato acongojarse. Por
su puesto que lo asumo. ¡Pero si yo estoy así de triste!
Y yo mismo digo: sí al adiós, sí a la ausencia. Si al separarnos. Sí, si
todo tiene que ser así. Está bien.
Todo está bien.
Nada quiero sino un retazo de pared donde reclinar mi frente, y eso es
el yaraví.
Me iré, desapareceré de este mundo. Eso está claro. Y conmigo irá la
mirada de tus ojos hasta el fin del mundo. Y eso es el yaraví.
9.
¿Es triste el yaraví? Profundamente triste. Pero a la vez de una honda y
profunda alegría.
En él rescato el sentirnos mudos y callados. De saber que vadeamos las
aguas del dolor, de que nos sumergimos en su corriente y seguimos vivos.
Y esa hondura y profundidad nos fortalece.
Felicidad de tener el privilegio de estar vivos, de sentir el amor
henchido en nuestro pecho.
Y que en esto y en todo somos indios. Y sin saber a ciencia cierta qué
nos ha sucedido muy dentro del alma.
Pero eso sí, que nos erigimos sobre el dolor y el quebranto. Y lo
subsumimos, para desde allí entonar una honda alegría que es el yaraví.
El hecho de que no pudiera decir nada, ni articular palabra sino solo
mirar como disculpándome ante todo, ante el universo y la vida, eso es
yaraví.
La nostalgia infinita de que no estés conmigo, la sed de ti, la casa
abandonada y el patio a oscuras es el yaraví.
10.
Somos indios porque somos yaraví, ríos profundos, nieves eternas,
horizontes sembrados de trigo y maíz, altozanos donde crece el anís y el
toronjil. Somos pómulos y mejillas moradas.
Yaraví, en tus letras el destino también se llama suerte, fatalidad,
estigma.
Pareciera que contigo arrastramos la marca de un destino aciago que
juntos habremos de revertir.
Pareciera que contigo el destino nos hubiera impuesto con sus rejas y
cuchillos una prueba de valor.
Es la rueda del destino, de cómo gira. Es la rueda del destino que da
vueltas.
El destino que es un pozo, una cárcel, una tumba. Pero juntos contigo
yaraví, sin perder nuestras almas habremos sin dejar de ser lo que
somos.
Ahora todo parece adversidad. Hay aflicción y tristeza de nuestros
cantos. Pero en ti está también yaraví la fortaleza para afrontar la
fatalidad y hacerla canto de victoria
11.
El Perú es yaraví, todo se explica en el yaraví. Con sentimiento, con el
corazón en la mano.
El yaraví es una vena abierta, pero a la vez es una corriente profunda y
soterrada que jamás morirá.
El Perú es triste. Pues bien. Hagamos de ello un himno, una épica. No
consintamos hacernos frívolos o superficiales.
Como a otros no les avergüenza ser frívolos, a mí no me avergüenza ser
triste. Sí, soy triste, triste aunque dulce, triste aunque sincero,
triste aunque solidario. Y eso es el yaraví.
Al yaraví lo escuché de niño y me pareció que la canción, si no es
yaraví, no es canción.
Y es con el yaraví que siento que el amor es verdadero. Y sin yaraví es
amor que no tiene sentido ni asidero.
Viene desde el confín de los tiempos. No es de la Colonia ni de la
República. Ni siquiera de los Incas, sino de mucho más atrás, desde
antes de que hubieran siglos y milenios.
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