Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

10 de noviembre 
Día de la Biblioteca y del libro 

Horizontes del trabajo bibliotecario 
Danilo Sánchez Lihón

Empuña el libro hambriento:
es un arma;
estás llamado a ser un dirigente.


“Loa al estudio
Bertold Brecht

1. Una profesión de fe

La bibliotecología más que una profesión es un arte, una manera de ser frente al mundo, un estado de alma y una militancia en el campo de la cultura. Es, en todo caso, una profesión de fe. Una creencia, una confianza y una apuesta a favor del destino del hombre. Es una mística de la existencia y una actitud frente a la vida, una vigilancia permanente en los sueños convertidos en utopías que deambulan hace milenios por la mente de los hombres. Es una torre de vigía estremecida que contempla y anima la gran marcha de la civilización.

Si la bibliotecología fuera una profesión práctica quizá el su función sería optimizar el acceso al libro y la extensión de éste en la sociedad. Si fuera una profesión administrativa su mejor realización podría ser gestionar y poner a punto servicios de lectura a disposición de la comunidad, como son aquellos que se ofrecen en estos establecimientos, integrando redes y sistemas de información. Si su propósito fuera obtener productos poniendo en marcha unos determinados procesos, como ocurre en las ingenierías, sus horizontes acabarían cuantificando determinados resultados.

Sin embargo, el trabajo bibliotecario es todo eso pero mucho más. Es una de las actividades más sobresalientes, cimeras y hasta sagradas de la humanidad, porque son los bibliotecarios los guardianes del templo, en quienes se ha confiado las llaves que abren y cierran el tabernáculo del saber y los postigos de las grandes catedrales de las artes y las ciencias.

El nombre de la profesión deriva del vocablo libro y éste de “liber” que significa libertad, como también “espiga”. Rescata todo lo que hay de contenidos de superación y de orientaciones para cultivar estos ideales en el hombre y en la sociedad. Por eso, en la esencia del ser bibliotecario late y palpita el anhelo más hondo de altruismo, verdad y poesía.

De manera directa y central se encarga de desarrollar un “saber ser”, un “saber estar”, un “saber hacer” y un “saber conocer”, dimensiones del ser integral de las personas y los seres humanos.

2. Lo primero es una esperanza

Las bibliotecas están integradas o compuestas de colecciones de libros, de publicaciones periódicas y de diversidad de materiales de otra índole. Cuentan con recursos de mobiliario y equipamiento. Se las identifica con sus edificios, su ubicación y su calle, con sus letreros, el nombre emblemático que llevan, con sus bienes muebles e inmuebles. Cuenta con organigramas y un manual de funciones en donde se precisan sus fines, objetivos y principales actividades.

Cuentan con un público usuario de rutina, al cual se deben y en razón de quienes se desvelan abriendo cada día sus puertas y ofreciendo servicios típicos y otros no convencionales. Tienen un presupuesto –casi siempre escaso y que no alcanza– pero tienen usos, costumbres y querencias que las caracterizan formalmente y que hace que su personal permanezca envejecido tras los estantes.

Todo aquello poseen, con eso cuentan y hasta pareciera que es aquello que las define y sustenta. ¡Pero, no! Reflexionemos: ¿qué es lo primero que las funda? ¿Qué alienta de bendito y venerable en su base? ¿Qué anima su espíritu? ¿Cuál es su piedra angular y clave? ¿Cuál su cimiento, su ara o su altar? La respuesta es: ¡una esperanza!

Lo que habita en el fondo de la cepa de una biblioteca o en el alma de un bibliotecario es una esperanza, esbozada en un anhelo de cultura, en un afán de sabiduría y traducida en una aspiración de progreso, de cambio y transformación que a veces se sumerge tanto bajo la rutina que desaparece y se creyera lo inverso: que es el lugar en donde nada acontece.

Lo que hace a una biblioteca es su intencionalidad implícita y secreta de cambiar el mundo para construir otro mejor.

Lógicamente todo esto es aquello que está más allá de lo inmediato y en una dimensión invisible en el mismo organigrama que se ostenta en el salón de entrada. Está en el escondite de su apariencia humilde, en lo recóndito de sus cuatro paredes de adobe, ladrillo o quincha que ahora nos conmueven. Es el enigma detrás de la frente y el arcano que luce cifrado en el umbral se la puerta. Es el mundo ideal que late al fondo de la realidad deplorable. Es el anagrama en la visión dorada y espléndida de su silencio arrobado, es la entelequia aleteando al fondo del cuerpo y del alma de un niño que lee pese a tener hambre.

Esta idea fundacional de la biblioteca, esta suerte de sueño en la raíz o el cimiento, de anhelo oculto que alienta y palpita en su centro y en su piedra talar, es por ejemplo consolidar la libertad para toda la América del sur en la idea fundacional de la Biblioteca Nacional del Perú, instituida por el libertador José de San Martín en base a los libros con que soñara la independencia americana, robustecida luego por el trabajo paciente y tesonero del clérigo y prócer arequipeño  Mariano José de Arce, biblioteca mítica como nuestra libertad, ave fénix destruida y vuelta a construir varias veces, saqueada, expoliada y convertida en caballeriza, muladar y botín de guerra por la milicia chilena convertida en horda y ave de rapiña en la guerra de agresión del año 1879.

3. Mejorar al hombre

El asunto fundamental en la concepción y el trabajo de una biblioteca es de dónde hemos de partir. Antes que de aquello que los libros son materialmente, de lo que no alcanzaron a ser y son más allá de sus páginas en el aire impalpable de la tarde.

¿Está la deontología de esta actividad y misión quizá en los libros en cuanto a esencia y contenido? ¿O, en lo que ellos representan como sueños insepultos?

El deber ser habita más allá en el horizonte ideal y en la utopía que queremos construir a partir de la bibliotecología.

Es mejor buscar su visión, objetivos y fines a partir de los problemas de la gente, pero mirados con el bagaje de elementos que un área profesional como la bibliotecología nos prodiga.

Esto significa una toma de posición y absolver la pregunta básica del: ¿Y, todo esto, para qué? ¿Esto nos salva y redime como humanidad?

Es desde estas cuestiones básicas desde dónde podremos construir cuáles son los ejes de nuestra acción, de aquella que nos justifique ante la vida y ante la historia.

Así estaremos partiendo entonces de la lectura de la realidad, de los hechos y del compromiso social para encontrar nuestro deber ser ante una situación desafiante como es el mundo actual, acosado por la alienación, los intereses espurios, en donde lo trivial se ha vuelto trascendente y lo trascendente trivial.

Hay que pensar entonces el accionar de una biblioteca: antes que desde los estantes con los libros augustos, o desde los recursos disponibles o desde los procesos informáticos que siempre entusiasman, antes que incluso desde el local ubicado en alguna calle dulce o bravía, partir digo del problema de la gente, de su hambre, de su miedo, de su desolación y de sus grandes preguntas y esperanzas.

Es entonces cuando aparece con meridiana claridad la exigencia y condición de ubicarse un bibliotecario no solo como un agente cultural sino como un líder social. Y del llamado a agregar al anhelo de sabiduría, al ideal de mejorar al hombre individual y colectivamente y al desvelo por enaltecer la vida, el compromiso perentorio a ser un dirigente.

Danilo Sánchez Lihón

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