Uno
– ¡Ayyyyyyy!
Fue un grito desgarrador estremeció la plaza Huakaipata del Cuzco y sus confines.
Un grito que laceró la tierra. Eran las 10.15 de la mañana del 18 de mayo de 1781 y hasta ese entonces ninguna queja ni súplica ni lágrima en aquella mujer, salvo la mirada perdida, llena de tristeza infinita, cuando escuchó su sentencia:
“...pena ordinaria de muerte, con algunas calidades y circunstancias que causen terror y espanto al público”. –Reza el texto, cuando se lo leyeron.
Soportó estoicamente cuando a Hipólito Túpac Amaru Bastidas, su hijo de 20 años, que no dejó de mirarla hasta el último momento de su vida, le cortaron la lengua y el borbotón de sangre manchó la camisa celeste que llevaba puesta.
Pero cuando subido al patíbulo le anudaron la soga al cuello y súbitamente templaron hacia arriba, estremeciéndose en al aire su cuerpo, con las manos atadas hacia la espalda, solo allí se escuchó aquel grito desgarrador que conmovió hasta las mismas montañas y el sol pareció oscurecerse.
Solo a partir de entonces lo que era un circo, una feria y un carnaval de horror e infamia, se tornó en un silencio sepulcral en las diez mil almas que contemplaban los suplicios que se estaban infligiendo a la familia y colaboradores de la gesta tupamarista.
Dos
Desde el amanecer se habían ejecutado a los grandes capitanes del movimiento insurreccional. Y antes del martirio del linaje del cacique de Surinama y Tungasuca se ejecutaron a José
Berdejo, Andrés Castelú, Antonio Oblitas y Antonio Bastidas. Luego a Francisco Túpac Amaru y a Tomasa Titu Contemayta.
El público colmado en la plaza, exclamaba gritos de furor y palabras soeces, apoyando la ejecución de cada uno de los reos. Hacia los cerros una masa hierática de indios permanecía silenciosa e inescrutable.
– ¡Escarmienta criminal! ¡Delincuente! ¡Asesino! –Gritaba la turba enardecida, ante cada muerte.
Había sido demoledor el terror que habían sentido semanas y meses antes, ante el asedio e inminencia de la captura del Cuzco por parte de los rebeldes.
Por eso ahora los que habían sentido que peligraban sus posesiones y canonjías se desahogaban, escarneciendo a los vencidos.
El grito de Micaela, inconsciente y desvalido, traicionándola a ella misma, emergió desde sus entrañas de madre y recién el llanto se le agolpó en sus ojos y bañó sus mejillas al ver a su hijo colgado.
Ningún momento antes se quebró, suplicó, imploró ni depuso su actitud digna y señera.
Después de ejecutado Hipólito ella sería la inmolada. Los sayones vinieron, ataron una soga al cuello y la arrastraron por la plaza.
Tres
Micaela Bastidas la esposa de Túpac Amaru II, era cabeza indiscutible de la rebelión más trascendental del siglo XVIII en contra del poder más implacable y omnímodo del continente americano y del planeta Tierra.
No lo hace por ideología, ni por doctrina, ni porque aduce tener cultura política. Lo hace por dos razones sencillas: la primera: porque le duele el dolor y el oprobio de la gente.
Y, por otra razón más conmovedora y admirable todavía: porque ama y cree en su marido, a quien invoca en todas sus proclamas y en todas sus cartas.
Y siendo así su lucha, su himno y su canto son desde la inmensa y hermosa condición de lo que es ser mujer. ¡Porque sabe ser mujer! Y esta es una sabiduría que, en quien la tiene, no caben equívocos.
De allí que no se retractó nunca de su participación en esta rebelión que tuvo una grandeza y una trascendencia totales, culminación de un largo proceso de rebeliones frecuentes y continuas. Negarlo hubiera sido negar a su familia. Más que ideología en esta lucha hubo familia.
Ella acompañó a Juan Gabriel en toda su gesta. Fue su confidente, el muro en donde él se sostenía al ver tanta injusticia e iniquidad para su raza.
Ella no le dijo ocúpate de algo útil y conveniente y sé realista. Forjemos riqueza. De sus manos salieron los permisos para franquear caminos, para asignar responsabilidades, para comprometer contingentes en la lucha.
De sus labios salieron arengas, proclamas y consignas. “Moriría donde muriera mi marido”. Fue su promesa, su juramento y su consigna. Y así se cumplió. Porque allí murió a su lado.
Cuatro
Nació en Tamburco, distrito de la provincia de Abancay, a cuatro kilómetros al norte de de esta capital, el año 1745.
Era de una belleza sin par, rara e insólita. Hija de padre de ascendencia africana y de madre mestiza.
De allí que tenía el porte esbelto y clara tez del color del pan, aunque le decían “zamba”, pero era porque además era alta y delgada de cuello, que en la serranía era poco frecuente tener cuello de garza, de parihuana o de vicuña como ella lo tenía.
Fue mujer notable por su hermosura. “Bellísima”, dijo de él un contemporáneo. Pero, a la vez, tierna, fiel y trabajadora. Mujer humus, lluvia y fogón.
Se casó en Surinama, el 25 de mayo del año 1760, a la edad de 15 años.
Aprendió a leer y a escribir enseñada por José Gabriel, su esposo.
Sus hijos fueron Hipólito, quien nació en 1761. Mariano, en 1762 y Fernando en 1768.
Él era arriero, dueño de piaras de mulas, pero era indio instruido, culto, que leía y estudiaba. Él la formó pacientemente y compartió con ella todas sus inquietudes, ideas y esperanzas.
Ambos se sublevaron por indignación sacrosanta, por el dolor, el abuso, el sufrimiento y la muerte que se blandía sobre la gente. Es la desmesura sobrehumana de este levantamiento.
Cinco
Conversaban mucho, alentaban sueños para sus hijos y desvelos por el pueblo. Es la esposa dulce y abnegada que sabe oír y comprender. Es la madre amorosa que cuida, protege y se desvela.
Él le confesó cuánto le dolía el dolor y el padecimiento de su gente. Ella le escuchó y estuvieron de acuerdo en reclamar primero, gestionar después y poco a poco la única alternativa fue sublevarse ante la ignominia de una explotación que causaba expiación y muerte.
Micaela siempre le dio a él la prerrogativa de las decisiones, amándolo con amor tierno, reverente y consumado.
Él le encomendó en la lucha la difícil tarea de organizar la retaguardia del ejército, conseguir y administrar la economía, las comunicaciones, los abastecimientos, las armas, el espionaje.
En todas sus apelaciones siempre lo hace invocando en nombre de su “marido”. Y qué bien y que honda suena en sus labios o cuando escribe con su mano esa frase. Lucha bajo una égida, lucha como mujer.
En sus cartas ya en plena campaña guerrera ella lo llamaba: “Chepe mío”, “Cariño”, “Hijo Peche”, “Hijo pepe”, “Hijo de mi mayor aprecio”, Hijo Peche”. Y en sus despedidas: “Tu Mica”, “Es tu Mica”, “Tu Micaco”, “De Vuesa Merced, su amante compañera”, “De Vuesa Merced su amantísima esposa”.
Seis
Sin embargo, al final esta relación tiene todos los visos de haber sido no solo apasionada sino dramática, no solo por el contenido de las cartas en donde a veces le dice palabras de desengaño sino por una carta de despedida donde le dice adiós.
Como aquella, todas las evidencias apuntan a que el motivo de las desavenencias se refieren, por el contexto en que lo dice, a que él no cumple con la captura del Cuzco antes de que fuera reforzado con 16 mil soldados:
“Chepe mío: tú me has de acabar de pesadumbres, pues andas muy despacio paseándote en los pueblos...”
“Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto, pues yo misma soy capaz de entregarme a los enemigos para que me quiten la vida...”
“Tú me ofreciste cumplir tu palabra, pero desde ahora no he de dar crédito a tus ofrecimientos, pues me has faltado...”
En otra carta le advierte:
“...y puedas despachar otro propio para Pachachaca a cortar el puente cuanto más antes... y si no lo puedes hacer avísame para que yo lo haga sin demora, ¡porque en esto está el peligro!”
Y en otra:
“Ya que te has hallado en esos lugares, caminaremos el día citado a entregarnos y morir sin remedio por lo que te digo adiós...”
Siete
Ahora son las 10.15 de la mañana y ella sube al cadalso, una tarima de color verde de 4 por 4 metros, alzada frente al atrio de la iglesia catedral del Cuzco.
Viste blusa blanca muy sencilla y una falda negra y larga. Subida ya en el estrado quieren abrirle la boca para cortarle la lengua y se niega retorciéndose. Y no pueden hacerlo por más forcejeos que hacen.
Le dan golpes de puño en la cara que sangra. Sigue doblándose sin poder introducirle el cuchillo. Finalmente desisten.
Lo recuestan al garrote y violentamente el verdugo da vueltas a la palanca que tuerce el dogal. Ajustan lo más que se puede, pero ella sigue respirando. Su cuello es muy fino y delgado y no logran asfixiarla.
Cogen entonces una soga entre varios y de ambos lados jalan y aprietan mientras otros verdugos con las culatas de sus fusiles la golpean los seños, el vientre y el sexo, hasta dejarla exánime arrojando su cuerpo de la tarima al suelo.
Por la tarde sería cortada la cabeza, descuartizada y sus miembros repartidos por diversos confines. Y otros quemados en una pira en el cerro Piccho, junto con los restos de su cónyuge.
Ocho
Y después le llegaría el holocausto a su esposo, el cacique José Gabriel Túpac
Amaru.
La macabra figura de la ejecución ha sido diseñada especialmente por el corregidor Areche quien observa desde un balcón de la plaza.
Sus miembros serán arrancados por cuatro caballos que tirarán hacia las cuatro esquinas, briosos y espoleados, los mismos que irían arrastrando los pedazos cercenados por las calles, para luego ser quemados en una pira y su cabeza puesta en una picota.
Se le cortó la lengua y amarrado de pies y manos se tienden riendas sujetas a las monturas de los caballos. Se lo jalona y su cuerpo flota y vibra en el aire, pero no pueden arrancarlo. Desisten. Le cotan la cabeza y por la tarde sus miembros son divididos.
A su hijo Fernando, de 12 años que quería agachar la cabeza y esconder la mirada para no ver morir primero a su hermano y después a sus padres los soldados españoles se la levantan para que mire y le dan de culatazos en el cuerpo obligándole a mirar.
¿Por qué los mataron así? Hay razones ineludibles: Porque era mucha la riqueza que explotaban y que se la llevaban, situación que no debía peligrar nunca. Porque eran muchas las delicias, los halagos, la soberbia de los españoles.
Y no querían que de ello se les despoje jamás. Porque era mucha su fastuosidad. Y unos miserables no iban a venir a querer arrebatárselas.
Nueve
Y les enfurecía otro hecho peor: sabían íntimamente que esos indígenas tenían razón, que eran los legítimos dueños de estas posesiones. Y eso les dolía mucho más. Estas tierras eran suyas.
La desmedida crueldad y el ensañamiento eran lógicos: querían escarmentar para que nadie osara jamás volver a pensar siquiera en ello. Para ahogar todo grito de rebelión. Porque, ¿dónde se ha visto que el público presencie el descuartizamiento por caballos desbocados? ¿En qué lugar de la tierra y en qué tiempo jamás?
Lo revela además la pena que se sentenció, que abarca no sólo a los vivos sino a los que nacieran:
“que se extinga toda su descendencia, hasta el cuarto grado”
Este suplicio fue a la altura de su codicia. El Perú valía mucho en oro, en tierras, en judicaturas. Y castigaron ferozmente este movimiento porque venía a cuestionar toda esa riqueza en base a la muerte de los indígenas.
Para dejar constancia de que nadie cuestionara estos hechos de quitarles su botín, su medio no de vida sino de ser viciosos y holgazanes.
El suplicio estuvo a la medida del susto que pasaron, a la estatura de las imágenes que su subconsciente había elucubrado logrando entrever qué les sucedería en relación a sus comodidades y beneplácitos si triunfaba la revolución.
Diez
Sin embargo, queda algo por rescatar de esta gesta para nuestras vidas: El de Micaela y el de José Gabriel es uno de los grandes amores sublimes de la historia humana, por las siguientes razones:
Porque es en función de ideales y de principios.
Porque es un amor hecho de coraje y valor supremos. Que saben del horror al cual se enfrentan y lo asumen.
Porque es amor de empresa común, de proyecto mutuo y mancomunado, que en este caso era instaurar la justicia paliando los sufrimientos de la gente para después gestar la libertad de un continente.
Es entrega total, absoluta, sin cálculo, medida ni disculpas. Si es posible hasta morir en el intento, tal y como realmente ocurrió.
Porque es amor que es creer, sentir y pensar juntos, abrazando el mismo propósito.
Porque estuvieron unidos en la vida y en la muerte, guerrearon uno al lado del otro. Porque tuvieron inteligencia y valor para apoyarse.
Porque esta empresa la emprendieron ambos.
Porque ella, sutilmente femenina, supo a él darle la jefatura de todo y el poder para tomar las decisiones trascendentales.
Porque en el fondo de esto está el amor cristalino, profundo, absoluto hacia los otros.
Porque ella creía en él, porque era noble, sincero y augusto. Y jamás menoscabó esa majestad.
Once
Es un amor sublime de la historia humana:
Porque fue un amor sin regateos, ni menudencias ni menoscabos. No en función de las cosas, no en función de los intereses mezquinos.
Porque tomaron una decisión y la cumplieron, cual fue echarse a los hombros los problemas que padecía la gente.
Porque largas temporadas él se ausentaba por su oficio de arriero y ella paciente y amorosamente lo esperaba anhelante. Porque la separación física fue constante pero la unión espiritual fue grande.
Porque se confiaron mutuamente secretos de Estado, si cabe así decirlo. Cada carta que se intercambiaron sería botín para los servicios secretos enemigos, enfrentándose al imperio más poderoso de la Tierra.
Porque era imposible que en esa época una mujer podía alzarse en armas. Y él la preparó para ello.
Porque no lo abandonó, aduciendo que el sentido de ella era cuidar a los hijos y el de él hacer solo su campaña, como ocurrió en casi todos los casos de los movimientos insurreccionales.
Porque se amaron de a verdad. Y consigo, al bien y a la virtud. Y se consagraron a cultivarlos.
Porque los derechos cívicos de la mujer no es pelear contra el hombre sino junto a él contra la estructura social injusta y aberrante.
Porque la competencia entre hombre y mujer es perversa cuando el enemigo es el sistema.
Porque estuvo a su lado y sucumbió con él.
Doce
Porque en algún lugar del cosmos se han reencontrado.
Porque queriendo castigarlos el enemigo los unió al final de sus vidas y en sus muertes aparentes, porque están más vivos que nunca.
Porque al quemar juntos en una pira sus miembros cercenados, los juntaron y los hicieron fuego eterno, que salva y purifica. ¡Qué honor más grande les hicieron sin darse cuenta!
Se unieron en cenizas. ¡Allí sus bocas confidentes, sus palabras secretas están dándonos consignas!
Porque cuando construyamos el Perú del futuro digno y hermoso Micaela será la flor que se siembre en todas las plazas de nuestro país enaltecido.
Y Micaela será la flor del color más fulgurante, tierno y valeroso.
Daremos el nombre de Micaela a las nieves perpetuas de los andes, a las cascadas, a los arroyos, a los valles profundos llenos de torcazas.
Micaela se llamará el mejor maíz, la mejor papa, la mejor quinua, la fruta más dulce.
La mejor trinchera en el combate se llamará Micaela.
¡Jóvenes mujeres de mi pueblo! ¡Son herederas de Micaela Bastidas! Siendo así ¡siéntanse gigantescas, poderosas e invencibles!
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