1.
Se despierta cacareando
y llama uno a uno a sus pollitos
–
¡Esta es la gallina!, –dice Leoncio tumbándose sobre la piedra más
grande y enlazándola con sus brazos de niño.
– ¡Y éstos son los pollitos!, –se encoge Amelia acariciando unas
piedras pequeñas esparcidas alrededor y estirando los labios como si
las acurrucara.
– En las noches oscuras se despierta croando y va llamando uno a uno
a sus pollitos que dejan de ser piedras para empezar a corretear por
estas laderas.
– Son seres encantados
– ¡Son tesoros!
Esa tarde habíamos estado jugando en el corredor de la casa cuando
salió mi tía y dijo a Leoncio y Amelia:
2.
Prometo ser bueno
para siempre
–
Hijos, tienen que ir a Urupamba a decirle al Pedro que traiga mañana
los burros y que no se olvide que hoy nos toca el turno del agua.
– ¿Tiene que ser ahora mismo, mamá?
– ¡Sí! Y le indican que hoy día riegue la chacra hasta tarde. Que
vigile que el agua no se pierda. Traen además cebollas, hierbabuena,
toronjil y orégano. ¡Y no se demoren!
Leoncio y Amelia voltean a decirnos a mí y a mi hermana Rosita:
– ¿Vamos?
Dejo todo y me levanto como un rayo.
–¬ ¡Voy a pedirle permiso a mi mamá!, –digo.
Cruzo el patio y entro por la puerta como una tromba y le juro a mi
madre ser bueno para siempre, prometo que voy a cuidar a mi hermana
toda la vida, cargarla en la cuesta cuando se canse.
Que cuando vuelva voy a estudiar en el mosaico de la abuela, comer las
cebollas de la sopa y no tirarme de rodillas a jugar bolitas. Ni
tampoco voy a romper los pantalones deslizándome por los barrancos
sobre hojas de pencas cortadas.
3.
Despierte de su encanto
Para cacarear por esta cuesta
–
¡Ya, bueno! –consiente–. Pero regresen temprano.
Desde la loma de las tierras amarillas miramos hacia abajo el pueblo
de Santiago, abrazados a la piedra, intentando moverla, poniendo
nuestros oídos para escuchar si late o si respira.
Trato de adivinar el trasmundo en que habita, llenándome de asombro y
de lástima que viva en esa cumbre y que sólo en algunas noches del año
despierte de su encanto para cacarear por esta cuesta en donde corre
el viento helado.
– Voy a llamarla, –digo.
– Te puede oír, –reclama Leoncio parándose asustado.
– No hagas bromas, –me advierte muy seria– mira que es piedra
encantada, –añade Amelia.
4.
Batía sus alas la gallina
Y salían sus pollitos
–
Yo quiero este pollito, –suplica Rosita acariciando la piedra más
chiquita y casi enterrada bajo suelo.
– ¡Haber, despierta gallina!, –le grito a la roca.
– ¡No hables así! A mí me da miedo, –se inclina sobre su pecho
y hace su puchero Amelia.
– Pero, ¿quiénes la ven cuando sale de su encierro? –indago
– Sólo aquellos a quienes quiere presentársele el tesoro.
– ¡Pero quién la ha visto alguna vez!, –argumento.
– El papá de nuestro alpartidario. Por eso rápido se le fue
acabando la vida, y ahora ha muerto.
– Yo escuché cuando le contó a mi mamá que una noche venía de
Urupamba y al voltear el cerro vio cómo la gallina batía sus alas y
salían sus pollitos.
– Cacareó por todo este contorno y sus crías correteaban detrás
de ella.
5.
Son seres del otro mundo
Que miran y saben cómo es este
– ¿Y cómo es entonces?
– Es grande. Y brilla, como un arco iris encendido; es una gallina
toda de luz, linda y transparente. Por eso todo el que la ve y no la
atrapa muere hechizado.
– En realidad se deja morir. Se va secando, pero contento de su
final porque ha visto algo que ya no se borra ni en sus ojos, ni de su
mente, ni de sus sueños.
– ¿Y los pollitos?
– ¡Ahí, son bellos, más lindos que la madre.
– ¡Qué tal si los esperamos escondidos!
– ¡De qué te vale! Ellos saben que estás escondido. No olvides
que son seres del otro mundo que miran y saben cómo es este lado del
universo.
– ¿Y si los cogemos?
– Nos hacemos ricos, los más ricos de todos los ricos. Porque
ese oro se vende por gramitos.
–
Leoncio: yo quisiera que nunca le cojan un pollito a la gallina. –Se
apena Rosita.
– ¡Pero, yo sí quisiera verlos!, –replico.
– No puedes ni siquiera mirarlos. Son seres del interior de la tierra.
Y si los ves, entonces obligatorio tienes que pelear y cogerlos.
– Si lo logras ellos se vuelven de oro. Pero si no los vences pasas a
ser de la otra vida. Y por eso mueres.
– ¿Si? Y ¿a quién le ha ocurrido eso? ¿Ah?
– ¡A don Abelardo, por ejemplo. Si quieres pregunta qué le está
pasando a don Abelardo. Se está muriendo picado porque vio el encanto y
se quedó inmóvil. El hechizo entonces le sopló su aire malo. Y ahora
todo su cuerpo se desmorona como si le entrara la polilla.
– ¿Pero son de oro los pollitos?
– De oro puro y de piedras preciosas. De toda la riqueza que hay en el
subsuelo
– ¿Y si los miro desde lejos?
7.
Si no lo haces entonces
–
Si los ves, estés donde estés, tienes que elegir a uno, correr y
cogerlo como sea. Si lo logras tienes que taparlo con tu poncho, tu
rebozo o tu saco. O lo que tengas en la mano, pero soplándole además
tu aliento.
– Y si no lo hago.
– Si no lo haces entonces te pica el encanto y cuando vas a ver sólo
hay una piedra que por más que caves nunca la podrás sacar.
– ¿Y si eso me ocurre?
–Si eso te pasa ya te picó la mala suerte y te irás muriendo poco a
poco, por dentro, sin que haya nadie quien te salve. Después, a los dos
o tres meses tu cuerpo se va cayendo y te entierran.
– ¿Y si cojo a uno y soplo mi aliento?
– Te haces rica Rosita, porque es oro, diamantes y esmeraldas.
8.
Yo empedraría de azulejos
El campanario y las calles
–
Y tú, ¿qué harías con esa fortuna?
– Yo compraría la hacienda de Llaray con sus ríos, sus bosques y sus
puentes.
– Yo construiría una casa con muchos corredores, patios y huertos.
– Yo traería a las mejores bandas de músicos para la fiesta del Apóstol.
– Yo reventaría todos los cohetes y encendería todos los castillos.
– Yo iluminaría las noches con globos que estarían en el cielo como
mecheros.
– Yo empedraría de azulejos el campanario y las calles.
– Yo haría aterrizar un avión en las pampas de Chaichugo.
– Yo tendría un barco en Salaverry
– Yo tendría una agencia de camiones que viajen hasta Trujillo.
9.
Si intentas atraparla,
una de dos…
–
¿Como don Mardonio?
– Sí, como él, que es rico porque cogió la cría de un venadito de
oro en sus chacras de Pichunchuco. Por eso tiene tanta plata. Pero hasta
ahora solo ha gastado una parte del cuerno de su venadito para comprar
todo lo que tiene.
– ¿Y tú, qué harías?–, me preguntan.
– Yo nada más que quisiera ver a la gallina y sus pollitos, –digo.
– Si la miras sin intentar cogerla te morirás de encanto. Si intentas
atraparla, una de dos: será para que mueras o para ser un hombre rico.
– ¡Pollitos, pollitos! ¡Salgan por aquí!, tu, tu, tu, tu.
– ¡No los llames así!, –grita Rosita tapándome la boca! –¡Le
voy a decir a mi mamá que eres malo!
– Ya es tarde.
– Mejor vayámonos, –indica casi enojado Leoncio
10.
Y nos arrojamos sobre los perros
Que baten sus colas de contentos
–
A ver, ¡quién llega primero a Urupamba!
Ganamos el lomo del cerro y a toda carrera después bajamos, cayéndonos
y levantándonos por el camino hasta entrar por la cerca donde hay un saúco.
Chapoteamos el agua que se desborda de la poza a la vera del huerto de
manzanos y limoneros; atrapamos al vuelo mariposas que revolotean entre
las madreselvas que invaden el sendero. Y nos arrojamos sobre los perros
que han salido a nuestro encuentro y que baten la cola de contentos.
– ¡Al bosque! ¡Vamos al bosque!
Pedro, el alpartidario, aparece con su lampa detrás de la casa.
Leoncio desde lejos le grita:
– Mi mamá Carmen dice que... –atropelladamente le da los encargos,
mientras nosotros ya estamos llegando al puente de la acequia.
– Dice que…
Le desafiamos:
– ¡Quién gana corriendo hasta las pampas de Samada!
11.
Vemos que desaparece
por un sembrío de alfalfa
–
Dice que juntes verduras y llenes las alforjas!, –le grita ya desde la
otra banda tratando de alcanzarnos.
Como no puede cogernos de ladera a ladera nos reta:
– ¡Quién llega primero a la toma de agua!, –y se lanza en esa
dirección.
– ¡Va hacia la toma de agua! ¡Corramos por la quebrada! Tenemos que
alcanzarlo.
Desde lejos vemos que desaparece por un sembrío de alfalfa.
Amelia y Rosita trepan veloces por un declive, con las mejillas
encendidas.
– Cortemos camino por las chacras de don Pancho, –aconseja,
excitada, Amelia.
12.
Quién gana hasta
las piedras encantadas
Casi
de noche estamos cargando las alforjas llenas de cebollas, lechuga,
toronjil, hierbabuena y haciendo el camino de regreso a Santiago.
– ¡Hoy sí que nos pegan!
– ¡Ni San Agorán bendito hoy día nos salva!
Es noche oscura y caminamos lentamente. Yo cogido de la mano de Rosita,
diciéndole:
– ¡Si lloras nunca más te traigo!
Ya en la loma, desde donde se divisan las luces de Santiago, nos
animamos.
Tenemos que correr.
– ¡Quién gana hasta las piedras encantadas!
13.
Abriendo los brazos
Y tanteando la tierra
Sin
soltarnos de la mano nos lanzamos cuesta abajo, hasta llegar cansados.
– ¡Dónde están! ¿Dónde están?
Nos preguntamos entre risas. Ríe Amelia abriendo los brazos y tanteando
las piedras en la noche.
– ¡Por aquí tienen que estar! –Rastreamos con Leoncio.
Yo trato de ubicarme en relación a la subida y a la bajada de la loma.
Y escudriño. No están.
– ¡No las encuentro!, –grito–. ¡Qué raro! ¡No hay nada!
– ¡Tampoco están las piedras chiquitas!, –se queja Rosita
14.
Volteando la mirada
y explorando por el cerro
–
¡Sigamos buscando!
Pero al rato sentimos a nuestro alrededor un silencio extraño. Y
empezamos a tener miedo.
– Mejor vayámonos.
– Sí, vayámonos.
En eso escuchamos el cacareo nítido de una gallina. Y el piar
cristalino en las tinieblas de unos pollitos.
– ¿Oyeron?
– ¡Si!, –digo, volteando la mirada y explorando por el cerro.
– ¡No mires!– me gritan fuera de sí.
– ¡Encójanse y hundan la cabeza sin levantar los ojos!
– ¡Están subiendo por la cuesta de atrás! ¡Tápense los oídos y
caminen!
– Mejor corramos.
15.
Hay luz de candiles
y sale el humo de leña
–
¡Cuidado con caerse!
– ¡Cuidado con los perros!
Cubiertos por el rebozo de Amelia que nos hemos echado encima como si
fuera un toldo caminamos lentamente, con un frío helado en los huesos,
escuchando nítidamente el cacareo diáfano de la gallina y el piar níveo
de los pollitos
– No lloren, –trato de consolarlas, a Amelia y a Rosita que con un
llanto delgado como la noche sin luceros ni luciérnagas van abrazadas a
nosotros por el camino pedregoso.
Y así avanzamos, escondidas las miradas debajo del pañolón de mi
prima, hasta las primeras casas donde hay luz de candiles y sale el humo
de leña de una cocina.
Y en donde los perros apagan el ruido del cacareo de la gallina y el
piar de los pollitos encantados, que no quisimos ver ni arriesgarnos a
coger y por lo cual ninguno de nosotros somos ricos, aunque estemos
vivos, todavía.
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