1.
Construcción y desconstrucción de un mundo cultural
Es
construcción pero es también desconstrucción de un mundo cultural la
creación de textos literarios para niños y jóvenes.
Cuando asumimos la función de creadores de literatura infantil y
juvenil quisimos dar cumplimiento en realidad a esos dos procesos que se
cumplen en ambos sentidos, y que son:
Construir un mundo nuevo y desconstruir, en el sentido de transformar,
subvertir e innovar el mundo viejo hecho de estafa e impostura. Y de
tanta literatura nefasta.
Porque, en primer lugar, creando textos para niños se construye un
mundo cultural propio, nuevo, original, configurándolo con mejores
atributos y, a veces, totalmente opuesto o inverso al existente,
haciendo dicha construcción o desconstrucción de manera plena, gozosa
y contundente.
Y, esto último es así, puesto que se orienta directamente a la mente,
a la conciencia y al alma de la gente.
2.
Al escribir para niños
no se puede mentir
Pero también se desconstruye, que es como decir se desmonta, se
rehace y se devela un mundo mal hecho para erigir otro mejor, como
es convertir la literatura de la adultez, que se arroga la
representatividad de lo que es la literatura, por otra más natural,
directa y ligada a la vida como es o puede ser la literatura
infantil.
¿Por qué se escribe tan poca literatura infantil en el mundo de
hoy? ¿Incluso en relación a la otra literatura adulta, o como
queramos llamarla? Es porque al escribir para niños no se puede
mentir ni se puede hacer desde posturas artificiales ni ególatras
ni se puede transar con el solapamiento, el oscurantismo y la
vanidad. El niño tiene a flor de piel la vida, la imaginación y
ama la felicidad; desde allí a la impostura, a la adulteración y a
la infamia hay mucho trecho.
Por eso, no se escribe mucho para los niños y jóvenes porque el
arte dirigido a ellos nos desafía, nos prueba, nos exige a ser legítimos
y sinceros. Y esto no lo resistimos cuando tenemos el alma culposa,
dañada e infesta. Entonces huimos despavoridos de ese lugar, o lo
desechamos con actitudes de autosuficiencia, siempre dosificando
bien un tufillo de desprecio. Porque generalmente el escritor de
sociedades atrofiadas o decadentes se nutren de lo enfermizo, de lo
escatológico y morboso.
3.
En relación al mundo
y de cara a Dios
Ahora
bien, cuando se habla de la responsabilidad del escritor para con su
sociedad, no solo se trata de la responsabilidad de escribir para paliar
los males particulares que nos atenazan, el menos grave la soledad.
No es sólo para representar un mundo con honestidad, ni tan sólo para
iluminar el camino y conducir a la sociedad hacia mejores estadios o
destinos. No se limita dicha responsabilidad del escritor sólo al
compromiso que tiene con su presente y su circunstancia ni únicamente
se coteja con su verdad personal por muy legítima que ella sea.
Hay una responsabilidad del escritor con el hombre total, el hombre íntegro
y cabal. ¿Y por dónde habría que empezar para representarlo
plenamente si no es con el niño? Pero, además, si quisiéramos
encontrar un arquetipo o ideal de hombre ¿adónde tendríamos que
recurrir si no es al niño? Es el mejor ejemplo de ese hombre total e
ideal.
Y, ¿no sería hermoso luchar por una sociedad que rescate para todos
nosotros los dones de lo que es ser niños? Y, entre todos, en relación
al mundo y de cara a Dios, como nos enseñó Jesús, luchar por lo que
nos dijo, cual es: que quien no se le pareciese no entraría en el reino
de los cielos.
4.
Palabras que no podremos
prescindir de ellas jamás
De
allí que cuando nos dirigimos a ellos no es que nos agachemos o
inclinemos en un acto condescendiente, piadoso o de encomiable
generosidad; sino que, al contrario, nos empinamos. Nos elevamos mejorándonos
nosotros mismos porque el niño es un ser muy íntegro y sutil, prístino
y genial, y representarlo cabalmente puede ser el más grande desafío
para un creador literario en el mundo actual.
Es innegable que tenemos en América Latina obras literarias acabadas y
profundas, complejas y luminosas, que son dignas de compararse con los
mayores portentos de la inteligencia y de la sensibilidad humana de
todos los tiempos. Pero no hemos arreglado todavía lo simple, básico y
primigenio, hecho que es indispensable acometer para que esas obras no
floten en un ambiente enrarecido, y tengan los lectores sagaces que
deben tener.
Hacer lo contrario es como si pretendiésemos hablar un lenguaje
sofisticado sin haber pronunciado la primera palabra que balbucea y,
luego, redondea un niño, que quizá sea el vocablo: “mamá” o
“papá”, ambas voces tan grandiosas como palabras y como
significados que no podremos prescindir de ellas jamás.
5.
Gitanos y hechiceros
en este oficio
Porque
son las primeras palabras que pronunció el padre las que pronunciará
el hijo, y desde ese momento son palabras claves; son piedras angulares
de toda producción cultural.
Palabras que, a fin de encontrarlas nuevamente, es necesario
desconstruir el mundo que las ha ocultado hasta el punto de hacerlas
desaparecer.
En tal sentido, es imposible prescindir de una básica, nutrida y
generalizada literatura infantil, y si no la tenemos es una
responsabilidad edificarla en nuestro pueblo.
Por eso, poetas y músicos, narradores y dramaturgos, ilustradores y
editores tenemos la obligación moral de concretar obras, primero, para
los niños.
Porque no podemos seguir consintiendo el hecho inmoral que ellos canten
o reciten, narren o representen, se recreen o se pongan tristes con
textos o libros que no son suyos ni nuestros. Es como si comieran el pan
de otra mesa que no es el pan de la mesa de la casa de sus padres.
Ahora bien, quisiéramos dar un modesto aporte acerca de cómo encarar
el problema de escribir para niños, tratando de ser útiles,
conscientes de que para decir algo a este respecto hemos de simplificar
e inmovilizar la vida. Y con frecuencia tirando las cartas para adivinar
la suerte entre quienes son gitanos y hechiceros en este oficio.
6.
Algo en quien creer
y alguien a quien amar
Un
hecho que debemos tener en cuenta desde el inicio es el carácter dialéctico,
antagónico y hasta disímil que asume el acto de escribir; a tal punto
que a veces nos hará parecer como parcializados, simplistas y, hasta,
equivocados porque son múltiples, variados y frecuentemente, opuestos
los puntos de partida, como cabe y corresponde a un acto creador por
excelencia como es la escritura literaria.
La escritura es espejo adonde debemos ir cada vez que queramos mirarnos
recónditamente, cada vez que queramos que algo nazca, se inaugure o se
funde; cada vez que queramos, incluso, entrar en el corazón de las demás
personas y hasta en el interior de las casas.
Sentémonos a escribir no sólo cuando tengamos una idea, sino cuando
queramos y cuando sintamos que ellas nos hacen mucha falta, cuando es
importante encontrarlas y tener una noción de algo o de todo; una compañía,
algo en quien creer y alguien a quien amar.
7.
Variar, buscar
lo distinto y disímil
La
escritura obra un prodigio, cual es que ella misma genera creación, que
no sólo es un instrumento para canalizar o trasmitir la creación que
borbotea en nuestro pecho, sino que la misma escritura nos guía, nos
conduce, nos eleva a la creación que inunda nuestro corazón.
Ella busca la luz, el aire, el encantamiento; es una nave o ave de cuyas
alas hay que asirnos fuertemente, sin cálculo ni plan ni propósitos
previos.
A veces, a su libre albedrío, como un espejo que jugase a reflejarnos
de mil formas. Jugará a deformando el rostro, desfigurando nuestros
rasgos, poniéndonos una nariz de otro.
Presentándonos a veces el retrato de personajes que no somos, que son
los que conozco a diario y que mis amigos saludan por la calle.
Que somos algo o tenemos algo completamente distinto, casi desconocido
para mí aunque lo reconozca que estaba allí adentro habitándome hace
mucho tiempo.
No temerle tampoco a eso. Hace mucha falta en nuestras vidas variar,
buscar lo distinto y disímil. Vivimos atrapados únicamente creyendo
que todo lo debemos gobernar con la razón y eso nos hace objetos,
cosas, piezas de un sistema.
8.
El espejo de la página en blanco
para que se refleje otro espejo
Abramos
las alas y dejemos que la fantasía nos lleve libremente por mundos
nuevos o desconocidos, ora amables, ora caprichosos; ora mágicos, ora
cruelmente reales. No caeremos, no nos desbarrancaremos, confiemos que
somos naves maravillosas –porque en verdad eso somos– y estando
sentados frente a la ventana de nuestra casa y mirando con los ojos
perdidos el alero de las casas de nuestra vecindad, lancémonos como
desde un trampolín a recorrer espacios distantes e infinitos.
Frecuentar entonces –para escribir con más asiduidad y constancia–
más a menudo el espejo de la página en blanco para que se refleje otro
espejo: el del texto escrito.
Allí recuperemos la vida más auténticamente nuestra; o ésta que la
padecemos a diario, filtrémosla al punto de hacerla esencial, vibrante
y plena.
El texto escrito es la fuente de agua quieta en donde podemos configurar
nuestro rostro verdadero, recortado contra el cielo azul que nos ilumina
y nos cobija y que podemos hacer y deshacer, si lo queremos, con un
golpe leve o con líneas curvas en la superficie del papel.
Si no estamos conformes o de acuerdo con es imagen pasar a configurar
otra, a tal punto de irla delineando pausadamente hasta estar plenamente
satisfechos con lo que somos y con las vidas que queramos compartir en
esta circunstancia maravillosa del vivir.
9.
Éste es
el lado diáfano
Imaginar,
dar rienda suelta a la ilusión, a la fantasía.
Ni tenerle miedo ni a la letra que cabrillea ni al fantasma que desde el
fondo la anima.
La escritura es un avión cuyos motores están gobernados por impulsos
que nuestros instintos, nuestro subconsciente lo saben conducir por
regiones muy altas, extrañas, recónditas.
Pero no hay temor de caer; regresaremos seguros, pacíficos, armoniosos,
con un brillo en los ojos como si volviéramos de un país encantado.
El mundo que se va a representar, o lo que se tiene que contar o decir,
es, pues, mucho más que tener ideas, historias o razones.
En la escritura pasamos a ser procesos de embarazamientos,
desesperaciones de parto, angustias de alumbramientos, en donde, como
una madre para dar a luz a un niño, hay que amar, apasionarse,
entregarse a ciegas a un tema, a un asunto, o a una historia.
Aquí los presupuestos son muchas veces imprecisos, los propósitos no nítidos,
los mensajes apenas son esbozados.
Frecuentemente aparecen sólo como imágenes mentales en el alma de la
persona que escribe. Éste es el lado diáfano, pero ahora veamos
igualmente el lado oscuro del abismo.
10.
Llenarse de luz
y de mundo
Muchas
de las trabas en la plasmación de textos literarios para niños se debe
a que no tenemos claro lo que vamos a ofrecer, recurriendo entonces a
retruécanos que no haces si no escamotear el problema, quedando todo
muy mal u oscuro, y es porque no hemos madurado suficientemente el
material que nos apresuramos a dar por concluido.
Pero eso no es quizá lo grave, como lo es cuando considerando que es
para niños no lo asumimos como mayormente importante y significativo.
Se trata, entonces, de ser capaces de mirar, de enfocar, de concentrar
la mayor cantidad de luz posible sobre un ser, un hecho o un fenómenos:
por ejemplo, si este lápiz lo pusiese bajo un cono de luz que baja
desde el techo y si apagase las luces de la habitación de tal modo que
sólo mirase el lápiz, pero bajo el haz luminoso del potente reflector,
que viene de arriba, se convertiría el lápiz en un personaje poderoso
lleno de significados, de atributos, de una historia, de un destino,
solo en un juego con otros personajes de una escena que yo armo.
11. Esbozar los sucesos
de un día postrero
Para
escribir y ser acogido por los niños hay que vivir mucho y de manera
muy intensa, hay que tener “carga”, vida y pasión: hay que agotar
la experiencia humana y llenarse de mundo, tanto real como imaginario y,
al final, todo ello decantarlo en un alambique de oro y de piedras
preciosas que cada uno tiene que construir, atesorando lo mejor de su
vida.
Es decir, que debe haber tanta calle recorrida como sueños y visiones
en la retina de nuestros ojos y fábulas y mundos legendarios en el
fondo de nuestro corazón. Debe haber tanto lodo sacudido de las bastas
de nuestros pantalones, como intuiciones, delirios y profecías
inacabadas, llevando a su grado máximo la experiencia de vivir y del soñar
mundos reales y posibles.
Ahora bien, para que las ideas se precisen o evidencien hay que tener
una capacidad enorme de dedicación y una suerte de llave maestra para
la revelación, para que aquellas se definan y perfilen. Es como ver a
contraluz en el alba y maravillarse ante una película que empieza a
esbozar los sucesos de un día postrero.
Tenemos que preparar primero las condiciones y, luego, tener los
instrumentos para que las imágenes borrosas de lo que es aún un mundo
por inaugurar, se aclaren suficientemente, tanto así como para que el
lenguaje y las palabras con su poder de convocatoria puedan aprehender
para siempre dicha realidad sin que dejen de volar libremente y sacarla
a luz cada vez que se quiera, que es como contener y a la vez dejar
libre a la libertad.
12.
Aspectos propios
de la expresión verbal
¿No
nos parecerá justo tipificar a todo ello como un acto mágico, como un
milagro? Y eso es precisamente el acto de escribir: un simple milagro,
sobre todo cuando es algo nuevo, distinto y original.
Pero un aspecto complementario a todo lo anterior y más operacional es
el de la expresión, el de las palabras mismas, el de los recursos lingüísticos
que se tienen a la mano o a disposición para poder decir o expresar
aquello que se piensa, se siente o se imagina. ¡Y en lo que se cree!
Para ello hay que agotar también la preparación, el ejercicio y el
oficio de escritor que podamos tener, manejando adecuadamente nuestros
recursos o instrumentos de trabajo.
En este sentido, el leer, investigar y experimentar formas y expresiones
en uno y otro orden de cosas, el conocer a profundidad lo que hay
escrito en el campo que abarcamos, es muy importante. Así como también
lo que hay en áreas afines, será importante e imprescindible; puesto
que el arte actual se ha imbricado con otros lenguajes y formas que se
alían para lograr una expresión total.
13.
No hay ni debe haber en este campo
recetas incuestionables
Ambos
campos, cauces o factores son, en realidad, una unidad indivisible: la
vida y su ensoñación; pero polarizados; existen e interactúan
estrechamente.
Por un lado, debe haber vida y, por otro, inauguración. Así como
expresión y silencio. Así como experiencia y auscultación, ha de
haber misterio, pasión y técnica, calle y espacio de reflexión,
cultivando en nuestro ser el alma del niño eterno.
Hay dos niveles más de probables problemas en el nivel de la expresión
verbal.
No hay ni debe haber en este campo recetas incuestionables. Por eso hay,
y felizmente, ejemplos notables para contradecir lo que a continuación
se indica. Pero tratando de dar alcances que permitan avanzar por el
camino más seguro diremos lo siguiente:
Las
palabras a usar en obras para niños deben reunir por lo menos las
características que a continuación preciso:
a) Ser muy personales y confidenciales, habituando al niño en el
tratamiento con yo y tú.
b) Tener referentes precisos y nítidos, así se trate de seres
imaginarios.
c) Ser vivaces, para lo cual deben conectar alta dosis de dinamismo,
imaginación y hasta travesura.
d) Ser variadas y oportunas para cada situación que se presente. Está
demostrado, por ejemplo, que los sustantivos y verbos, entre los niños,
se retienen con mayor intensidad que los adjetivos y adverbios.
e) Tener mucha carga de sensorialidad: auditiva, plástica, visual, olorífera,
pues el niño, por el hecho de estar muy pegado a la vida, se orienta
por las sensaciones que produce esto y aquello.
Así, las palabras de fuerte grado de visualización se retienen y
comprenden más que aquellas con débil grado de lo mismo. Las que
tienen alta dosis de sonoridad, y hasta eufonía, se “pegan” con
mayor poder; así como las muy tactiles dan un grado de subyugación difícil
de alcanzar por aquellas que se deslizan más en la vaguedad y en la
abstracción.
En
este nivel, y recordando que estas no son plantillas inamovibles, sino
apenas apuntes referenciales, lo primero que debemos anotar es que de
manera frecuente en la literatura que los adultos dedicamos a los niños
no se usa la sintaxis que ellos utilizan, pues escribimos en el
metalenguaje de los textos llenos de subterfugios, de sinuosidades y de
escamoteos.
Por ejemplo, mis padres recuerdan algunas frases que yo decía de niño,
como ésta: “Góndola, pátano, vídoyo”, y era cuando veía llegar
a mi pueblo (y pasar delante del balcón de nuestra calle) a esos ómnibus
antiguos hechos de madera y cargados de jabas de plátanos, fruta que a
mí de niño me gustaba y que reclamaba con esa letanía que la repetía
tanto que lloraba. Ahora bien, si se analiza la construcción de la
frase encontraremos muchas sorpresas respecto al orden, prioridad y
secuencia de las palabras.
Sin embargo, lo más serio de este asunto no queda allí, pues
generalmente escribimos con un lenguaje que no existe en la realidad,
sino únicamente en la capilla o en la convención literaria a la cual
nos adscribimos; con el artificio de la expresión edulcorada, atildada
y convenida como aquella que tiene prestigio, según lo dicte una moda,
una escuela o postura propia del mundo del arte o, lo peor, camuflándose
para atender o corresponder a determinado interés espurio.
16.
Que ejerza siempre
inquietud y fascinación
Y
todos, sin embargo, estaremos de acuerdo en algo muy simple: que para
comunicarnos bien entre personas humanas el primer requisito es usar el
mismo código.
Y que el lenguaje tenga el mínimo de zonas confusas u oscuras posibles,
hecho que no hacemos ni atinamos a pensar en ello cuando escribimos para
niños.
A esta condición básica la podríamos denominar como el prerrequisito
de la legibilidad lingüística.
Ello en lo que se refiere a lenguaje, vehículo y código de comunicación.
No en lo que se refiere a contenidos, en donde la obra literaria, igual
para adultos que para niños, tiene que ser abierta, inacabada,
sugerente.
Y en la postura de estar orientada al ámbito misterioso de las cosas,
en el nivel del sortilegio o en el reino del enigma.
De tal modo que ejerza siempre inquietud y fascinación.
Y atraiga su fondo evanescente, cóncavo e inhallable, que luego
trataremos de llenar con nuestros gritos.
17.
Han de ser tanto en imágenes
como en emociones
El
escritor para niños no sabe –no debe saber– dónde empieza ni acaba
un cuento o un poema, jamás.
Su comienzo y su final deben de ser infinitos... “Había una vez...”
o bien “... y fueron felices”.
Su convicción es ciega. Él no trabaja desentrañando el porqué de las
cosas, sino que se aferra y da la vida por un sublime capricho.
Obstinación y manía que para él mismo es un misterio. Su opción no
es “el porqué”, sino “el porque sí”; o el: “¿Por qué
no?”
No es pues un ingeniero que traza un plano, calcula sus estructuras,
administra juiciosamente sus recursos, sino más bien su trabajo es la
incertidumbre, la duda y el riesgo más absolutos y supremos.
Las palabras en la literatura para niños tienen que ser por sí mismas
seres fabulosos, fantásticos y míticos.
Han de ser tanto en imágenes como en emociones, y en esa dimensión,
prodigios, hipocampos, hadas misteriosas, arlequines. Las mismas
palabras tienen que adquirir esta raigambre y potencialidad. Ser: alegorías,
símiles, oximorones.
18.
Claridad, concisión,
sencillez y naturalidad
Para
los niños hay que escribir en frases cortas, de estructura simple, con
referentes muy directos y concretos. Una frase de niños es de no más
de diez palabras.
Se recuerda que Napoleón para alcanzar un grado eficaz de comunicación
en sus proclamas no utilizaba frases más allá de quince palabras para
un ejército de personas que sabían mucho de la realidad y la vida,
como son también los niños.
Los temas más difíciles hay que escribirlos con el lenguaje más
sencillo, transparente y hasta familiar posible: recurriendo a la anécdota,
a la gracia y a la imaginación.
La prueba de fuego de un escritor es hablar claro y directo, yendo
concretamente al hecho. Pero hay que también enriquecer el lenguaje;
pero sin trampas verbales, sin formas que traten de ocultar el vacío
que nos cerca o nos aqueja, o la mala conciencia que nos atormenta. O
“la mala entraña” que nos acobarda.
Combinar previsión con improvisación, impulso con técnica. Garra a
fondo y abismo, con cualidades primordiales del buen estilo, cuales son:
claridad, concisión, sencillez y naturalidad.
Tener en cuenta también que las frases compuestas de palabras cortas se
memorizan más que las compuestas de palabras largas.
19.
Volverlo a rescatar,
sacarlo a flote
Hay
quienes proponen también que en obras para niños cada línea o renglón
sea una oración y nada más. También debe haber claridad y orden en la
exposición. Para ello secuenciar situaciones, precisar párrafos y acápites
para cada asunto. Dividir, organizar, limitar punto por punto.
Ser amable al escribir significa saber dar armonía a la expresión,
cuidando de no caer en el abigarramiento, en el amontonamiento
desafinado.
Porque así como construir una casa no es apilar ladrillos y cemento sin
un plan o un diseño arquitectónico, tampoco redactar es aglomerar
palabras, ideas o acontecimientos.
Supone una organización e interacción sistémica entre una idea
central y otras que la sirvan y la apoyen.
Sin embargo, lo principal al escribir literatura infantil es hacerlo
para el niño y el joven que soy y que nunca lo debo dejar morir dentro
de mí, sino al contrario revivirlo, hacerlo más animoso, cada vez más
imaginativo.
La clave es volverlo a rescatar, sacarlo a flote, sublimarlo; no
esconderlo ni apagarlo ni sepultarlo bajo la suela de nuestros zapatos o
bajo el piso de la ciudad donde habitamos o sobrevivimos.
Démosle lugar en nuestra mesa, abrámosle un espacio en nuestras
conversaciones, en la vereda y la calle donde caminamos. Estar más con
él, contarle y hacer que él nos cuente sus cosas.
20.
El lenguaje coloquial,
llano y directo
Sin
embargo, la dificultad mayor de escribir para niños reside en el hecho
que los autores de los textos que se proponen llegar a dicho público
vienen de las canteras de las universidades, de las academias o de los
institutos de altos estudios.
Provienen de canteras no acostumbrados a dirigirse a un público como
son los niños, sin ninguna práctica en el ejercicio de esas fórmulas
que sólo los niños dominan, público este que más bien tiene un
acercamiento al lenguaje coloquial; y a la versión oral del lenguaje
que sin duda el escritor convencional no conoce ni domina.
El lenguaje coloquial, llano y directo, es difícil de alcanzar, pues su
dominio supone haber vencido todos los hitos que se impone vencer un
escritor y que son aquellas exigencias formales para ser un intelectual
aceptado y celebrado por el sistema, vencidos los cuales recién queda
libre para tratar de encontrar fórmulas propias de comunicación como
tiene la gente sencilla, razón por la cual textos con niveles de
oralidad bien logrados nos revelan una alta calidad del escritor que los
produce.
Ahora bien, un hecho curioso, raro y especial es que quienes dominan el
lenguaje oral como hablantes casi generalmente son lentos y hasta torpes
para escribir. Y casi siempre evitan enfrentarse al reto de la
escritura, escabulléndose para no practicarla, pues les espanta hacerla
pese a que cuando los escuchamos fascinados nos parecería fantástico
que eso mismo lo pudieran decir por escrito.
21.
Mayor consideración
a lo oral
Otra
constatación curiosa es que casi nunca escribimos como hablamos, como
sería lo lógico y natural; porque la escritura debería ser un reflejo
y hasta una reproducción de cómo decimos y nombramos las cosas.
Sin embargo, no es así. Al escribir no utilizamos ni el vocabulario que
hablamos diariamente, ni la sintaxis que construimos de manera
cotidiana.
Ni mucho menos asumiremos el temperamento y el carácter que gastamos al
hablar.
Utilizamos lamentablemente estructuras tiesas, o bien retorcimientos
vanos y subterfugios ominosos que hace que quienes nos lean tengan que
ser iniciados o cofrades de un culto oscuro y abigarrado.
¡Y nada más alejado para comulgar con eso que los niños!
Nada más impropio para dirigirnos a ellos que situarnos en otra órbita,
en otra sintonía o en otro curso; como en falsete, impostando una voz
en registro de coloratura.
Si otorgásemos mayor consideración a lo oral, como debiera hacerse,
nuestra búsqueda sería de la mayor simplicidad y enseñaríamos antes
que a leer ¡a oír! Y antes que a escribir ¡a hablar! Y a contarnos
historias.
22.
Resultado de una rica
experiencia vital
Ahora
bien, respecto a la temática y enfoques característicos de la
literatura infantil, hay diversas conceptualizaciones y posturas. Pero
si quisiéramos sintetizar en unas cuantas palabras nuestra propuesta
diríamos que la verdad debería ser el tema insoslayable, encarado bajo
todas las formas, buscándola en todos los descansos y trajines.
Y esto es mucho más que hacer literatura, porque la verdad entraña,
además de un sentido de belleza, propio de la literatura, un sentido ético
que siempre debe alumbrar el trabajo del creador de literatura infantil.
Pero la verdad del autor de libros para niños debe ser integral, porque
hay verdades a medias, buenas intenciones, mentiras piadosas, flores y
mariposas que no son la verdad que el niño necesita.
La verdad del hacedor de literatura infantil tiene que ser resultado de
una rica experiencia vital, producto de haber observado e investigado
rigurosamente la realidad social, cultural y económica.
La verdad del escritor de literatura infantil es consecuencia de haber
reflexionado sobre el pasado, presente y futuro de la sociedad que le ha
tocado vivir, resultado también de una correcta ubicación política.
23.
No ocultar una verdad
por dura que ella sea
Todo
eso quiere decir que no sólo debemos aceptar la literatura infantil que
solo escoge el lado bueno de las cosas cuando impera lo perverso.
Porque nada seguro lograremos preservando al niño de su confrontación
con la realidad.
Si la literatura infantil les encara con un problema esencial e histórico
hay mayor posibilidad para que el niño sea ahora y después un factor
coadyuvante para solucionarlo.
No encandilarse, entonces, con mundos artificiales, con el propósito de
ocultar una verdad por dura que ella sea.
Tampoco escribir obligatoriamente como alguien a quien le turba la mala
conciencia de ser una mala madre, o padre; una mala hija o hijo, o esposa,
y quisiera paliar eso, reparar sus deudas o sus culpas escribiendo para
niños.
Y mucho peor si se trata de aquel o aquella a quien no le alcanzó el
dinero para pagar sus deudas y piensa que hacer un libro para niños le
puede servir para nivelarse económicamente y, sobre todo, para pagar a
sus acreedores.
Peor aún, si es escritor de adultos y le ha sobrado tela e hilo y cree
entonces que puede hacer algo para chiquillos.
No escribir pues literatura infantil como un subproducto, como un acto
de caridad o negocio; o como una excrescencia.
24.
Entre lo que se ofrece
a flor de piel y lo entrañable
Sin
embargo, debemos reconocer que la literatura es fundamentalmente un
problema del lector y no del autor, ni de la obra.
Y cuando hablamos de lector se presenta en nuestra memoria y reconocemos
los ojos expectantes, llenos de ilusión y hasta de candor de los niños.
Porque un autor no escribe para sí, sino para el lector, de allí que
es él quien elige y decide sus preferencias.
Que la literatura es fundamentalmente un problema del lector lo
ejemplifica el hecho que don Miguel de Cervantes Saavedra creía que su
mejor obra era "La Galatea" y no "El Quijote",
pudiendo reconocer nosotros cuan equivocado estaba este ex¬traordinario
creador.
Suspenso, amor y humor son los ingredientes indispensables en la
literatura infantil. Brevedad, intensidad y mundo auténtico es otra fórmula
certera en el oficio de escribir para niños. Sin embargo, no deja de
ser un raro arte acertar con la sensibilidad que tiene un infante para
percibir la índole de las palabras y los temas que ellas comporten.
Es la literatura infantil un arte de una finísima y sutil combinación
entre el pensamiento convergente y el diver¬gente, entre lo común
y lo nuevo, entre lo fijo y lo variado, entre lo universal y lo
particular, entre lo que se ofrece a flor de piel y lo entrañable.
25.
La verdad del creador
de literatura para niños
Se
puede postular entonces que lo que hace que ciertas obras literarias
sean adoptadas, escogidas, queridas y hechas suyas por los niños es un
hecho sencillo: la eligen cuando ellas reflejan sus problemas, responden
a sus preguntas, llenan sus expectativas, coinciden con sus preferencias
y decantan sus vivencias.
La incorporan a su mundo si es que a través de ellas pueden ver
representados sus sentimientos, sus emociones y experiencias. Igual de
lo que ocurre entre los adultos: cuando seleccionan o eligen una
literatura lo hacen en función de sus grandes afinidades.
Ahora bien, podríamos formularnos una pregunta hasta cierto punto incómoda
o impertinente: ¿Por qué se constata que la mejor literatura Infantil
es aquella que sus autores no se propusieron escribirlas para niños,
pero que pese a ello y al ser conocida por éstos resultó
extraordinariamente exitosa y se insertó con plena comodidad en ese
mundo?
La respuesta es que esos auto¬res, al escribir dichas obras lo hicieron
con lo esencial de sí mismos y del mun¬do que vivieron, escribiendo
toda la verdad y creyendo profunda¬mente en lo que hacían y decían.
Y la verdad del creador de literatura para niños no es solo la verdad lógica,
sino también la visión mágica o no sólo es la verdad histórica,
sino aquella que no tiene tiempo; no sólo la verdad de ti y de mí,
sino de todos los seres juntos, sean sensatos o dislocados.
He allí una batalla que no la hemos emprendido todavía, que debemos
alistarnos para sostenerla y ganarla ahora y siem¬pre en América
Latina.
26.
La concreción de obras tangibles,
cabales y convincentes dirigidas a niños
En
esta época en que necesitamos muchas pepitas de oro y de valor en
nuestras vidas, y mazorcas muy auténticas de esperanza alentemos a que
los libros para niños florezcan, prosperen y fructifiquen.
Es una misión en la cual debemos comprometernos y actuar vigorosa y
solidariamente.
Editar un libro o dar a luz un texto dirigido a niños, es hacer un
magisterio supremo, es transferir, distribuir y socializar la ciencia,
el arte, el conocimiento; en suma el bien y la verdad.
Es la ofrenda del compartir los dones del universo de manera sabia y
generosa. Es idear un arma de combate para construir la paz fuera y
dentro de nosotros mismos.
Lo que el movimiento de la literatura infantil espera ahora ya no es
tanto los estudios conceptuales o los planteamientos doctrinarios y teóricos
sobre este aspecto de la cultura de los pueblos, sino más bien ansía
la concreción de obras tangibles, cabales y convincentes dirigidas a niños
y jóvenes de toda edad.
27.
Un libro es un claro de bosque
o un ojo de agua
Lograr
todo ello ya sería un avance extraordinario, pero paralelo a ello se
espera el informe y la validación de experiencias de lectura, aplicación,
recreación y creatividad de las obras que se vayan escribiendo y
publicando para los niños.
Lo que necesitamos es que haya más informaciones de situaciones reales,
que nos digan: miren señores, nosotros estamos trabajando con este o
los otros cuentos, con este o los otros poemas, y los resultados son los
que a continuación les pasamos a presentar.
Escribir y editar un libro para niños es tanto o más que fundar una
escuela o edificar un teatro o inaugurar un parque: bien sea zoológico,
botánico o antropológico, con los componentes más importantes,
significativos y valiosos que ellos puedan contener.
Un libro es un claro de bosque o un ojo de agua que surge lleno de
gracia y esplendor. Aparentemente gratuito e inútil en la inmediatez,
si lo medimos con el apuro en que vivimos; pero a partir del cual todos,
luego de aplacar la sed graciosamente, organizamos nuestra vidas en razón
o en referencia a ese manantial.
Siendo así, no hay afluente, cauce o riada comparable que lo iguale,
contenga o reemplace.
28.
Una nueva gesta
plena de esperanza
Si
consideramos que en la mayoría de nuestros países hay funda¬mentalmente
población infantil y que ésta es demandante natu¬ral de textos, y
considerando además que niños y jóvenes son quienes tienen todo el
tiempo disponible para leer, entonces lo lógico es que los autores en
países como los nuestros nos dedi¬quemos de manera prioritaria a
escribir para ellos.
Hacerlo signi¬ficaría por fin sintonizar con nuestra realidad más legítima
y con su futuro más promisorio; con sus intereses más sentidos como
también con sus potencialidades más vigorosas.
Tenemos demasiada riqueza abandonada. Muestra gloria y tragedia es ser y
tener mucho: una historia y una cultura asombrosa y por otro lado sentir
tanta miseria y carencia en cada palmo de tierra y en cada paso que
damos.
¿Cómo unir o enla¬zar estas dos realidades? Hay una sola fórmula,
cual es que la riqueza nutra la carencia, eliminando la expectativa de
satisfa¬cer esa carencia con algo ajeno, diferente o exterior, sino con
lo entrañablemente nuestro.
Significa ello, en referencia a la construcción y desconstrucción de
un mundo cultural, que éste deje de ser egoísta e indolente en relación
a la realidad de nuestros pueblos, de estar sólo dirigido al
ensimismamiento, y la soberbia y dé paso a una realidad solidaria donde
niños y jóvenes, con la fuerza que da la pujanza de su edad, sean los
protagonistas de una nueva gesta plena de esperanza.
29.
Una morada permanente
y armas para defenderla
Los
grandes y mejores escritores han escrito para niños; habiendo sido
latente y viva en ellos la llama del encanto de lo primordial.
No se apagó en sus almas esa lumbre primigenia de la ronda, del
acertijo, del juego de imágenes, de la recreación mítica. Los más ríspidos
y agudos hombres de letras de nuestra lengua, aquellos que fue¬ron más
a lo hondo o a lo intrincado, a la agonía visceral, escri¬bieron para
los niños.
Y nos dejaron páginas hermosas llenas de gracia y candor. Como ejemplos
señeros, en idioma castellano, tenemos nada menos que a don Miguel de
Unamuno y al insigne César Vallejo.
"Dadme una morada permanente y armas para defenderla", decía
el poeta. Y es que los hombres, a lo largo de nuestras vidas, levantamos
muchas moradas con la intención de guarecernos en ellas para afrontar
el embate del tiempo y de la muerte, sea una profesión, un empleo, una
casa que construimos ladrillo a ladrillo, o unos hijos cuyo destino, a
veces, sobreprotegemos.
Hemos afilado nuestras armas para defender todo aquello que erigimos:
con el reclamo de un lugar en el mundo, con la riña por dejar que monte
en el viento un eslogan, o sostener una bandera en lo alto; con la
paciencia para soportar una puer¬ta cerrada o un puesto en la cola. Son
armas pequeñas e incipientes, pero son.
30.
Ya os decía que había
que agregarle una vela al sol
Para
los escritores y artistas también hay esas moradas permanentes: un género,
un estilo, una idea de algo o de todo; que defendemos a capa y espada y
hasta la muerte.
En el fondo esa proclama, ese reclamo, debe convertirse en una actitud
de lucha, en una estrategia de batalla o en un plan de guerra. Es la
opción de quienes tienen algo por qué luchar y deben desde ese fuerte,
a partir de esa trinchera, en aras de un ser y estar en el mundo,
acometer el asalto a fuerzas aparentemente omnímodas.
En ese terreno y perspectiva escribir para niños sería el oficio de
configurar realidades con personajes que gozan y sufren. Solo que en él
son indestructibles las alas y el vuelo inalcanzable hacia mundos de
utopía.
La literatura infantil y juvenil es esa morada permanente que entreveo y
avizoro en lontananza. Y en momentos como éste en que se afilan las
espadas las nuestras han de estar bañadas por ríos de esperanza.
Termino esta ponencia citando a mi paisano César Vallejo, desde que nací
en el mismo pueblo, en la misma calle y habiendo estudiado en la misma
escuela, quien expresó: “Ya os decía que había que agregarle una
vela al sol”.
|