Su
ejército era de indígenas, indios de harapos y hojotas: ¡La heroica
mancha india!
No es que no sabían castellano, sino que no sabían ni siquiera los
esquemas de la cultura occidental.
Tanto es así que Cáceres les enseñaba a marchar poniendo a la izquierda
queso y a la derecha cancha.
"¡Queso!", gritaba y tenían que girar a la derecha. "¡Cancha!"
y tenían que girar a la izquierda.
Fue ese el contingente de runas de asombro, de estupor y pasmo. No eran
soldados entrenados. Eran gente del campo, casi indigentes por siglos de
opresión y miseria a cargo de hacendados y gamonales.
Solo albergando un sueño podían dejar sus surcos y el ondular de sus
espigas: defender lo que era moral. Porque había que defender lo herido,
aquello que la vida nos exige y nos impone defender; también a tu heredad
y a tu gente. Esa moral daba fuerzas para pasar días sin probar bocado y
soportar el frío gélido.
Cáceres conocía y confiaba que el honor y el empuje guerrero radica en
la clase humilde. En eso nunca se equivocó.
8.
"¡Taita, he cumplido!"
Era
para su tropa "El taita". Esto es: el padre. Bajo él sentían
que podían morir.
Un soldado a sus pies, atravesado de balas en el campo de batalla en
Huamachuco alcanzó a decirle: "¡Taita, he cumplido!". Y expiró.
Era un deber sagrado luchar. Estaba justificado por ello abandonarlo todo.
Dejar huérfanos, madre anciana y mujer joven. Estaba justificado el más
absoluto sacrificio. Esta era una guerra santa. Se defendía una razón
moral, de especie humana.
Estaba justificado abolir todo cálculo, hacerse a los abismos. Hacerse a
la muerte y penetrar a lo más intrincado de las sombras.
Y en esto Cáceres es un personaje que inspira, que se erige como un
baluarte, una figura inhiesta, imponente y encarnando todas las virtudes
de un guerrero. Un caudillo a quien la gente sigue confiando en él
ciegamente.
Es como los nevados incólumes, loa apus tutelares que protegen a los
pueblos, los picachos nevados que se erigen sobre una cadena de montañas,
con campos sembrados, plenos de espigas como de fragosidades de miedo.
9.
¡Honor para Cáceres! ¡Orgullo
que así fuera!
Siempre
tomó la iniciativa en el combate.
Siempre sus ataques tuvieron el factor sorpresa.
De allí el apelativo que le dieron los chilenos: "El brujo de los
andes".
Pero fue ese arrebato lo que nos venció en Huamachuco, según el parte de
guerra de Alejandro Gorostiaga, comandante del ejército chileno.
Fue la fogosidad, el arrebato y el atolondramiento de ganar a como de
lugar una batalla, fue aquello que nos venció según lo dejó escrito
quien sabía de estos menesteres.
¡Honor para Cáceres! ¡Orgullo incluso que así fuera!
Eso no quita que fuera un gran estratega. Triunfó en todas las batallas
que dirigió antes de Huamachuco, que también la teníamos vencida.
Si fue así, la pregunta que surge es: ¿entonces por qué perdimos toda
la contienda?
Por la impresionante maquinaria de guerra enemiga. Porque la potencia
combativa de Cáceres frente a los ejércitos chilenos, a los cuales
enfrentaba, era de veinte a uno. Y este fue el factor decisivo en la
batalla de Huamachuco.
10.
Cruzaron descalzos y con vestidos hechos jirones
Este
ejército sin provisiones, vestuario ni armas es sin embargo por su
temple, su arrojo y su bravura el ejército de la dignidad para cualquier
pueblo del mundo que se preciara de tenerlo, de valentía sin par, de
ideales y utopías sin límites.
¡Y eso mismo debemos ser todos nosotros ahora y siempre!
Realizaron proezas de fábula. Vencieron caminos abruptos y empinados,
gargantas estrechas cubiertas de nieve, con precipicios de vértigo. Con
frecuencia tuvieron que trepar inmensas escaleras de hielo.
Cruzaron descalzos y con vestidos hechos jirones la Cordillera Blanca
subiendo por las lagunas de Llanganuco.
El camino es de piedras filudas, rojizas y escarchadas de cellisca.
Debían avanzar cerrando el camino para obstaculizar el paso de algún
batallón enemigo que rondaba la zona y podía sorprenderlos.
11.
Sin rabia, sin rencor, tranquilos
Se
tuvo que escalar pendientes con agua helada a más de cinco mil quinientos
metros de altura, en noches inclementes para arribar lo más pronto que se
pudiera al callejón de Conchucos. En este trance murieron 600 hombres
enfebrecidos buscando a la tropa de Gorostiaga a quien lo encontraron en
Huamachuco.
Este es un paso de desfiladeros de vértigo, de ríos encajonados, de
barrancos pavorosos.
Todo fue adverso: la epidemia , los huaycos y las inundaciones. El 18 de
febrero de 1882 en el cerro de Julcamarca una tempestad sepultó a 412
hombres de su tropa, reduciendo a menos de la mitad a los integrantes de
un batallón.
Subir la cordillera blanca sobre las aguas de la laguna de Llanganuco costó
600 vidas, caminando sobre hielo o piedra cortante y helada e ir tapando
el camino.
Pero todo eso nos hace ahora seguros de los que somos: sin rabia, sin
rencor, tranquilos.
Sin
complejos de inferioridad, sin sentimiento de culpa, convencidos de que
moralmente ganamos esta guerra. Y porque si quieren robarnos es gracias a
que tenemos.
12.
Somos Cáceres
Todos
ahora somos Cáceres, integrantes de un ejército de gloria.
Podemos afrontar las fatalidades, dar ejemplos de valor, de sacrificio y
heroísmo. ¡Ese es el legado que tenemos!
Esa es nuestra sangre, todo ello ya está en nuestros genes.
Está probado que eso somos. Y esta es la conclusión genuina:
Está en nuestra corriente sanguínea esta proeza. Somos eso: Pensar
diferente es confundirnos. Cáceres ha de surgir de nosotros mismos cuando
queramos.
Está en nuestras venas aquel ser aguerrido, visionario, inquebrantable.
Que somos dignidad pura: ¡ése es el resultado lógico de esta historia!
Que somos puro corazón. Es nuestro el heroísmo sin límites.
Que somos pura ternura, unidos con el desposeído.
Y no es que fuimos grandes, ¡somos!
Reivindiquemos el valor, el coraje, la indignación y la rabia de los
ofendidos.
13.
Esta tierra es sagrada y se la respeta
Somos
también amor fino, amor de mandolina, el bordoneo de una guitarra con la
desolación en el alma.
Con él y por él tenemos el ejemplo sublime de cómo se defiende la
heredad y el patrimonio.
Con él y por él sumamos entonces a la inmolación de los peruanos de
Antofagasta, de Arica, de la Defensa de Lima, ¡la gesta de la Campaña de
la Breña!
Para que desde entonces se haga más evidente que el ser peruano es sinónimo
de honor, de ejemplo titánico, de gloria imperecedera.
La "Campaña de la breña" de Cáceres nos demostró para
siempre a nosotros mismos, ¡qué es lo que verdaderamente somos, tenemos
y valemos! Que somos nobles, sublimes e indoblegables.
Que estamos dispuestos a defender la sagrada heredad con nuestra vida y
con nuestra muerte.
14.
Lo que importa es la estela que nos dejaron
Esta
tierra es sagrada y se la respeta. ¡Podrás vivir en ella, pero no
mancillarla! Es sagrada porque miles y miles dieron la vida en defenderla.
Y eso ya jamás se olvida. ¡Y menos se negocia!
Cáceres y sus valientes son seres que valen para siempre, eternamente.
Pudieron perder una batalla pero su valor es perdurable.
No ganaron militarmente pero lo que importa es la estela que nos dejaron.
Pudieron tener errores, pero lo cierto es que nos sirven como referencias
imperecederas.
Pudieron sucumbir ante leves tentaciones, lo cierto es que sobresalen sus
virtudes, sus sacrificios, sus grandes desvelos y consagraciones.
¡Y qué cerca estuvo el triunfo! Eso lo sabemos.
15.
A él loor eterno
Cáceres
es guerrero insigne.
No le arredran los abismos, los barrancos, las soledades. ¡Ni lo incierto
ni las sombras!
Todo lo supera con pundonor y coraje. También las noches del alma.
Cáceres no desfallece. Hace de tripas corazón.
Asume lo aciago y lo adverso. Sostiene lo desgraciado y hace de ello un
canto heroico e himno de victoria, no por los resultados sino por todo lo
que en la brega alcanza a ponerse en juego.
De él es la emoción, la tragedia, la victoria; pero sobresale la pasión
y el amor entrañable a la tierra que lo vio nacer.
De él es el amor y es el quebranto. De él el canto puro del huayno, de
la teja y de la ojota.
A él ¡loor eterno!