–
¡María!
– ¡Sí! ¿Quién eres?
– Soy Manuel.
– ¿Si?
– He venido a despedirme.
– ¿A despedirte? ¿Por qué?
– Me voy de voluntario a la guerra
– ¿Ahora mismo?
– Sí. Me he alistado de voluntario en el Batallón Libres de Santiago
de Chuco. Vamos a darle alcance al coronel Andrés Avelino Cáceres en
el paraje de Tres Ríos.
– ¿A estas horas ya parten?
– Sí, María. ¿Me conoces? ¿Sabes quién soy?
– Sí. Te conozco.
– Dime, a ver, alguna característica mía.
– Vives en el barrio San Cristóbal. Has terminado la escuela. Tocas
en la banda. Juegas fútbol. Y siempre pasas por aquí.
– ¿Todos los días?
– Sí, todos los días.
– ¿A qué hora?
– A las cinco.
2.
He llamado
a tu puerta
–
¿Me has visto siempre?
– Sí.
– ¿Y tú a mí?
– ¡Sí! ¡Siempre!
– Y, ¿por qué?
– Porque te adoro, María.
– ¿Y, a qué hora parten?
– De aquí a una hora. A las cuatro de la mañana.
– Y ¿dónde están?
– Nos estamos reuniendo en la Plaza de Armas. Tenemos que alcanzar al
ejército de Cáceres en Tres Ríos.
– Espérame. Voy a pedir permiso para abrir la puerta. Y salir.
– Ya les ha parecido raro y hasta se han asustado. Pero mi hermana sabía
que se alistaban voluntarios para ir a la guerra y me ha dejado venir.
– Gracias María, y discúlpame que haya venido a estas horas, pero no
podía irme sin despedirme de ti, por lo menos gritando a través de las
paredes de tu casa.
– ¿Has gritado?
– Si. En realidad, yo marcho a la guerra por amor a ti, María. Para
que sepas de mi valor y de mi entrega. Por eso he venido y he llamado a
tu puerta.
3.
El coraje
que da el amor
–
Mañana me preguntarán más. Me dirán quién tocó a estas horas, pero
estarán de acuerdo cuando sepan el por qué.
– Nunca te hablé antes. Pero te amo, María. Ya me alisté en el
batallón que parte a la guerra. Vamos a pelear por honor. Quizá no
regresemos. Pero todo quiero hacerlo por ti.
– ¿Y, muchos van?
– Doscientos y salimos a las cuatro de la mañana.
– Y ahorita ¿qué hora es?
– Ya son las tres.
– Te haré fiambre para el camino. Estaré en la plaza antes de las
cuatro.
– ¿Me conoces entonces? ¿Me has visto?
– ¡Sí! Jugaste fútbol el último domingo y anotaste un gol. Y después
miraste para dónde yo estaba.
– María: Esta es nuestra tierra, tenemos que defenderla. ¿Por qué
la invaden? Estas son nuestras casas, ¿por qué las incendian? Estos
son nuestros hermanos, ¿por qué los matan? Ultiman a heridos en los
campos de batalla. Hay familias íntegras que han sacrificado las vidas
de sus hijos, sus alegrías, sus ilusiones. ¡Que yo jamás olvide su
memoria, María! Hay quienes se han lanzado a ciegas a las filas
enemigas únicamente por el coraje de gritar su valor, no importándoles
ser acribillados. Por ellos yo me alisto y marcho. Y por ti, María.
En
la calle ya con atuendo de soldados hay muchachos que cantan y se
despiden entonando endechas bajo un balcón con estremecedora ternura:
¿Quién al fuego ha visto helarse
y a la ceniza escarcharse?
¿Quién ha visto a dos amantes
sin motivos separarse?
Ya
todos reunidos en la plaza, hay una voz de mujer que se alza y dice:
– ¡Hijos, esposos, amados nuestros! Reciban esta bandera que hemos
cosido con nuestras manos. Lleva nuestros anhelos, esperanzas y ruegos:
que regresen triunfantes, ¡que regresen victoriosos!
– ¡Que viva!
– Aquí les queremos y necesitamos. Les suplicamos que vuelvan, pero
vuelvan vencedores, con la cabeza en alto y ojalá que con la gloria.
– ¡Viva el Perú!
– ¡Viva!
– En esta bandera hemos puesto todo el amor de madres, de amantes, de
hermanas. Hemos puesto nuestra vida. La entregamos para que la lleven en
alto.
Enfundado
en su chalina y con voz de trueno habla don Santiago Calderón,
Comandante del batallón:
– Milicianos, ¡hermanos santiaguinos! ¡Héroes! Esta bandera la han
hecho nuestras madres, nuestras esposas, nuestras hermanas, nuestras
amadas,. En cada costura están sus ojos, sus manos, su aliento. En cada
puntada están sus latidos que nosotros llevaremos para hacernos
grandes. ¡No las defraudemos!
– ¡Eso es, don Santiago!
– Hasta sus lágrimas de despedida están en esta bandera bendita que
la han cosido todas juntas y en ella han puesto sus besos: madres,
novias, hermanas, hijas.
– ¡Qué viva Santiago de Chuco!
– Yo les pido a todas ustedes que se acerquen y la vuelvan a besar ¡para
que jamás se nos olvide! Y que si derraman lágrimas sobre ella que
esas sean de valor y de coraje. ¡Para que seamos gigantes en la
contienda! ¡Para que seamos inmensos en la lucha!
6. Si nunca supiéramos
lo que les ha ocurrido
El
comandante a las cuatro en punto de la mañana, con el brazo en alto y
la voz enérgica, da la última orden:
Y desfilan hasta las afueras del pueblo.
En la sombra de las calles las bastas de los pantalones de bayeta blanca
se agitan con ritmo acompasado dejando caer un golpe seco y parejo de
pasos marciales en el empedrado.
– ¡Dios mío, protégelos!, ¬–se oye decir a una madre.
La bandera roja y blanca desaparece en la sombra al final de la calle.
Quienes los siguen apenas tuvieron minutos para abrazarse antes que
iniciaran la bajada por la cuesta de "Salesipuedes",
desapareciendo en la hondonada del camino.
– No puedo volver sola a mi casa. El corazón se me estruja.
– ¿Y, por qué no vamos tras ellos?
–
¡Sí! ¿Por qué no los seguimos?
– Yo también voy, si ustedes se animan. Pero preparémonos rápido.
Llevemos ropa, ollas para cocinar, víveres, abrigo. Vayamos tras ellos.
Nos van a necesitar. De repente caen heridos y mueren porque no hay
nadie que los auxilie.
– ¡Vamos!, porque sino nunca iremos a saber qué les ha ocurrido. Y
eso sería lo peor.
– Entonces, a las ocho nos vemos aquí.
– Yo tengo una mula.
– Yo tengo un pollino.
– Tráiganlos. Llevémoslo. Que nos ayuden a cargar las cosas.
– Entonces ahorita volvemos. ¡Vamos!, ¡vamos!
8.
Caminos como en la noche
en que ellos se fueron
María
dejó todo esa noche. Y se fue con su rebozo junto a las mujeres que no
quisieron desprenderse de sus esposos, hijos, hermanos o novios.
– Tú, ¿cómo es que has venido? ¡Si apenas eres una niña!
– Tú, no vayas. ¡Dios sabe qué te puede pasar!
– Yo quiero ir.
– ¿Has pedido permiso a tus padres?
– A mi hermana le he pedido.
– Tú, ¿no eres María? ¿La hermana de la señora Yolanda?
– ¡Sí!, –dice ella con su rostro hermoso, con sus ojos lentos y
profundos.
– Pero ¿quién va de ti en el batallón? Tu hermano. ¿Quién?
– Déjenla ir. Estamos en guerra. ¿Por qué la van a prohibir? ¿Acaso,
está aquí segura si se queda? Entonces, si quiere ir con nosotras, que
venga.
Los
caminos ya no eran oscuros, como en la noche en que ellos se fueron,
pero tampoco están luminosos, hay en ellos una sombra de dolor. Y en el
alma.
Ya caminando juntas, doña Josefa le dice:
– ¿A quién sigues? ¿A un hermano? ¿A un enamorado?
– A un valiente.
– Cuando avisaste a tu hermana, ¿qué le dijiste?
– Le dije: un contingente va a la guerra. Quiero ir tras ellos, junto
a otras señoras. Me miró con cariño, me abrazó temblando y me dijo:
¡Está bien! ¡Lucha por tu patria! Y luego: ¿qué necesitas llevar? Y
ella misma me arregló este atado
– Yo conocí a tu papá y a tu mamá, que lamentablemente murieron.
Pero tu hermana felizmente se casó con don Julio, un buen hombre que
los ha protegido a todos ustedes.
– ¡Sí!
– Y tu hermana es una buena mujer.
– Que admira mucho al comandante Andrés Avelino Cáceres.
–
Y ese tu valiente ¿quién es?
– Se llama Manuel.
– ¿Es tu novio? ¿Tu enamorado?
– Nunca hemos hablado, sino recién anoche en que vino a despedirse a
mi casa. Va adelante.
– ¿Te despertó?
– ¡Sí! Lo oí entre sueños. Y nadie más en mi casa lo escucharon.
Ni mi hermana, ni su esposo, ni mis sobrinos.
–Entonces ¿qué eres con tu Manuel? ¿Enamorados?
– Ilusión.
– ¿Nada más?
– Ahora también admiración y orgullo
– ¿Nada más?
– Creo que mucho más. Ahora él va a la guerra, a luchar. Y yo voy a
la guerra, por él.
– ¿Sólo por él?
– Y por el abuso que no hay que permitir.
El grupo de mujeres pasa por la hacienda Porcón, sin detenerse. En
Hijadero hicieron un fogón y asaron papas.
11.
La luna boga brillante
En
Tres Ríos pensaron alcanzar al batallón Libres de Santiago de Chuco,
pero ellos ya habían partido.
Es de noche y el camino es arisco. Acurrucadas alrededor de la candela
se sirven un mate de tilo.
Son 32 mujeres. La mayoría esposas que han dejado sus hijos pequeños y
madres que han dejado a sus esposos por seguir al hijo que va a la
guerra. El camino tiene un adelante y un atrás. ¿Cómo será el día
de mañana?
La vida ahora es tan incierta. Más aún en la víspera de una batalla.
Intentan dormir, envueltas en sus rebozos, tratando de recordar, de
olvidar y también escudriñando qué será del futuro.
La luna boga brillante en lo alto del cielo.
– Tenemos que disimularte, niña.
– No puede estar a la vista del mundo una muchacha tan linda.
– Es muy bonita en estos tiempos de guerra.
– Tiznémosla. Rapémosla el cabello. Vistámosle de hombre.
– Dejen a la niña tranquila. Duérmanse. Será mejor.
En
la orilla de Tres Ríos donde pernoctan, bajo el rumor insondable de las
aguas implacables del río que atruena. La mujer vieja, acunándola, le
dice en confidencia:
– Tú, mi hijita, auque vieja morirás doncella. Ese es tu signo. Eso
he visto en tus manos y en tus ojos.
– Mamá Josefa, córtame el cabello. Rápame como soldado.
– Ay mi niña. ¡Qué días sombríos son estos.
– Pero también pueden ser de luz, mamá Josefa. Y hasta de gloria.
– Ay, cómo hablas.
– Anoche lo he soñado, mamá. Y al amanecer he sentido un sentimiento
muy hondo hacia él. Sé que lo amo con toda mi alma. Y sabiendo que está
en peligro me espanta perderlo.
– ¿Y él qué siente?
– Nunca nos hemos hablado nosotros, pero ahora sé que nos hemos
tenido presentes. Y ahora sé más: que lo seguiré hasta el fin del
mundo.
– Y lo estás siguiendo hija.
13. Cortar tan tiernas trenzas
Es tiempo de siembra y no hay siembra. Es tiempo de aporque y no hay
aporque. Es tiempo de deshierbe y no hay deshierbe.
El labriego, el sembrador, el artesano han empuñado las armas y
defienden su tierra.
El sastre, el carpintero, el tallador, recuerdan la perspectiva de las
calles que han dejado, en donde nacieron y edificaron su hogar.
Desde el balcón recuerdan los rojos tejados que se extienden en
lontananza. Las flores silvestres del muro, la lluvia buena de la casa
en calma.
Sobran recuerdos en los caminos irremediables.
Sobran suposiciones, sobran anhelos de encontrar el rastro de los hijos
en los recodos del camino, o en los rastrojos de las parvas, o en las
grietas del mundo.
El rastro de los esposos en la llanura serpenteante.
Ya no hay casas, ni chozas, solo campos llenos de ichu y agua fría que
corre a chorrillos por la tierra negra.
Una garza desprevenida se eleva desde el suelo.
¡Morir por la patria, qué honda esencia!
Allá, al atardecer se divisa Yamobamba.
Se
pernocta en las márgenes del río Alto Coñachugo, a campo traviesa. La
gente tiene miedo.
En la noche los ladridos angustiados de los perros. Y las casas
esparcidas en la sombra tambalean. Se estremece también nuestro pulso
en las venas. Y nuestro aliento.
Todos se acurrucan contra el frío, se arrellanan uno con otro en la
oscuridad juntando sueño con sueño, alma con alma, latido con latido.
El fuego aún restalla. Y en torno a las brasas, abultadas en la negrura
de la noche dos sombras conversan.
– Córtame las trenzas ahora, mamá Josefa. Y me haré soldado.
– Mañana te cortaré las trenzas a la luz del alba.
– Ya, madre.
Amanece.
– ¡Ay, niña! ¡Qué destino deplorable este que corta tan tiernas
trenzas! ¡Y arrebata de la tierra tan suaves espigas!
Y vistió de varón. Y cuando lo hizo se lo veía apuesto y enterizo. Y
adoptó por nombre José.
Ingresan
ya a Huamachuco, ciudad vieja, honda, resonante. ¿Ciudad guitarra, de
casas vetustas, de puertas altas de madera! Ciudad clarín.
– Los chilenos anoche han desocupado el pueblo y han corrido al cerro
Sazón. Ahí se han parapetado.
– ¡Hasta ahí subiremos!
– Y ustedes mujeres, ¿por qué han venido? ¡Es peligroso!
– Porque no podemos permitir que ataquen nuestra casa y no la
defendamos, que incendien nuestra tierra y no luchemos por ella, nos
roben y nos quedemos impávidas.
– No podemos permitir que nuestros hombres luchen solos.
– Porque luchar en esta guerra es protestar contra las guerras, señora.
– Pasen, pasen, aunque nos maten.
– Nuestros hombres ya están en sus trincheras. Combatirán sin
habernos visto, ni saber que estamos casi al lado de ellos, aquí en
Huamachuco.
– Pero María les llevarás noticias de nosotras.
– Sí, madre. Pero no me diga María sino José. Y ya debo irme.
– Se te ve un mozo lindo y fuerte.
– Déjame que por última vez te abrace y te bese, hija mía. Dios te
proteja. Ya amanece. Anda con cuidado, paloma. ¡Pétalo de mi alma! Yo
estaré esperando tu regreso. Adiós. ¡Soldado José!
16.
Al pie de esa bandera
siempre encontrarás hermanos
Recibe
el golpe frío del viento en la calle.
El pueblo yace sumido en un silencio de muerte.
En las últimas casas, a las afueras del pueblo encuentra un
destacamento peruano.
– ¡Alto! ¡Quién vive!
– ¡Soy peruano y vengo a luchar por mi patria!
– ¿De dónde eres?
– De Santiago de Chuco. He venido detrás del contingente que comanda
el Coronel Santiago Calderón.
– ¡Qué trayecto has seguido!
– La hacienda de Porcón, Hijares, Tres Ríos y Yamobamba.
– ¡Viva el Perú!
– ¡Viva!
–
El contingente Libres de Santiago de Chuco se ha incorporado al Batallón
del Norte. Su posición está allá, en el cerro Purrubamba. ¿Ve la
bandera? Apúrese. Se va a iniciar la batalla.
– ¿Sabe disparar?
– Nunca antes he tenido un fusil en mis manos.
– Lo recogerás de alguien que caiga delante de ti.
– Enséñeme a usarlo.
– Mira, primero revisas la carga: Abres el fusil, jalas esta palanca,
abres la cabina. Introduces y encasquetas aquí las balas. Cierras y
luego apuntas, por esta mirilla...
– ¡Adiós!
La bandera peruana flamea en lontananza sobre el campo verde. Roja y
blanca.
Colores totales, de fragor, de catarata, de chorro de luz, de belleza
insigne.
Y al pie de la bandera hombres que son hermanos.
¡Que
ella nos una siempre!
– ¡Peruanos!, –arenga el comandante Recavarren– ¡Luchemos por
alcanzar la victoria! Si hay que morir, ¡es una decisión hermosa y
plena de valor morir este día! ¡Viva el Perú!
18.
Las campanas del pueblo
tocan a victoria
Se
arroja a la contienda el Batallón del Norte.
Del cerro Sazón, donde están apostados, bajan oleadas de chilenos
disparando sus armas. La lucha es estruendosa por las descargas de
artillería.
A cada columna enemiga la detenemos y la hacemos retroceder.
Pero la reemplaza otra que baja corriendo. Son feroces. Su oficio es la
guerra. Han caído varios pero ninguno es Manuel. ¿Dónde está? Debe
ser alguno que va adelante.
– ¿Conoce al soldado Manuel Ramos Vásquez?
–
¿Soldado? ¡Teniente, dirá! Es el que va adelante. Ayer ganó su rango
al capturar un cuartel.
–
¿Lo conoce?
– Lucha como león.
– Y, ¿por qué?
– Por la patria. O quizá sea por un gran amor o por una gran decepción.
Es ese que va allá. Nosotros lo seguimos.
– Y tú, de dónde eres?
– De Santiago de Chuco.
El
combate se inició a las seis de la mañana. Ya son las doce del día y
estamos escalando el cerro.
Las campanas del pueblo desde aquí ya se escuchan tocar a victoria.
Les hemos dado duro. Los hemos vencido. Solo resta rematar la jornada.
Tengo heridas, pera cada una de ellas es para que despierte y no
desfallezca. Estamos a treinta metros de las ruinas incaicas. Han
empezado a huir.
La sangre me ciega. Siento que he caído hacia adelante.
El corazón me oprime el pecho. Siento que alguien me llama.
Me palpo con las manos que se empapan en sangre.
Tengo destrozado el pecho. Alguien se acerca. Y me habla.
– ¡Manuel!, querido.
– Si. ¿Quién eres?
– ¡Soy María!
– ¿María?
–
Sí, María. ¿De Santiago de Chuco?
– Estoy herido de muerte, María.
– Manuel. ¡Te he seguido!
– ¿María? ¡Ah, María! María Sánchez Miñano.
– ¡Sí!
– María. Nunca te hablé. Nunca estuve a tu lado. ¿Cómo has venido?
– Por ti. ¡Por ti, amor mío!
– María. Te amo hasta el infinito. Pero no viviremos juntos. No
comeremos del mismo bocado. No tendremos los hijos que debimos haber
tenido.
– Pero estaremos en todos los niños del mundo.
– ¡María
– ¡Mira amor, cómo es la guerra! Es pasajera, en cambio nuestro amor
es eterno... y sublime.
– He luchado por ti, María. ¿Lo sabes?
– Sí, lo sé, mi amor.
– ¿Qué pasa? ¿No hay disparos de los nuestros?
– No hay municiones.
– ¿Y no ganamos ya?
– Manuel, te he seguido. Y mira este altar donde tú y yo estamos,
donde me caso para siempre contigo. Consagrados el uno al otro. Ahora
con tus manos en mis manos. Y tu cabeza en mi regazo. Mío para
siempre...
Traquetean las balas y hay tropeles de caballos que se acercan.
DOCUMENTACIÓN HISTÓRICA DE ESTE
RELATO
El
ejército de Cáceres fue un ejército de hombres de trabajo, muchos de
ellos campesinos.
Ejército de arcilla, de humus, de gleba. De entraña de la tierra
que se alzó contra el crimen.
Fue un ejército de dignidad, de hombría, de energía que da el
valor de estar hechos de honor y nobleza.
Porque al final así se pierda una batalla o una guerra se gana con
victoria suprema, simplemente por el motivo por el cual se lucha.
2. El testimonio de
Andrés Avelino Cáceres
Aquella madrugada del 7 de julio de 1883, lo mejor de la juventud de
Santiago de Chuco salía a unirse con el Ejército de la Resistencia
comandado por el coronel Andrés Avelino Cáceres.
Aquel héroe mítico en un fragmento de su Memoria, presentada en
1886, dice así:
“El pueblo de Santiago de Chuco, tan entusiasta por la causa
nacional, inmediatamente, como se verá después, nos mandó una columna
de sus hijos, que participaron en nuestra desgracia el 10, batiéndose
bizarramente contra los enemigos de la Patria.
“A las 3 pm. llegaron a nuestro campamento de los Tres Ríos como
doscientos hombres de Santiago de Chuco bajo las órdenes de su jefe don
Santiago Calderón, y de otras personas notables, a prestar sus
servicios en el ejército.
“La comisión organizada en ese pueblo mandó pan, harina y
aguardiente para el ejército, fiambre y un buen coñac para el general
y los jefes.
“Así se portaba el patriota pueblo de Santiago, parte de sus
hijos venían a tomar puesto en la defensa de la honra del Perú y los
que no pudieron hacerlo, mandaban víveres para nuestros sufridos
soldados.
“Esta patriótica y elevada conducta del pueblo de Santiago de
Chuco, fue mirada por el jefe chileno como un gran crimen, que castigó
con un cupo de diez mil soles (que se elevó después a quince mil) que
debían de pagarse dentro de tres días, bajo pena de incendio y
asesinato.”
3.
Vanguardia en la batalla
Dirigían
aquel contingente: 1er Jefe, Coronel Santiago Calderón; 2do Jefe,
Comandante Manuel Dionisio Porturas; 3er Jefe, Mayor Manuel María
Uceda; Capitán Ayudante, Manuel María Escobedo; Capitán Abanderado,
Domingo Paredes Vásquez. Todos ellos tuvieron que dejar su
tranquilo oficio y ocupación para coger las armas y, con el corazón
exaltado, defender su patria.
Un día antes de la batalla esta columna en Huamachuco capturó un
cuartel con municiones, muestra de arrojo que le sirvió para ser los
primeros en ser lanzados a la contienda e integrar el Batallón del
Norte, que fue la columna de vanguardia en la batalla, siendo los
primeros en morir del contingente de Santiago de Chuco: Belisario Vásquez
Ciudad (Teniente), Manuel R. Vera (Subteniente), Santiago Neira
(Sargento).
La
historia que he narrado es referida a Manuel Ramos Vásquez, enrolado
como clase en el Batallón Libres de Santiago de Chuco y que en la gesta
de Huamachuco adquirió el grado de teniente.
Murió a treinta metros de las trincheras del ejército invasor,
habiendo ascendido, palmo a palmo, hasta coronar la cumbre del cerro Sazón
donde se había atrincherado el enemigo.
La tradición oral en Santiago de Chuco guarda el nombre de María Sánchez
Miñano.
¡Qué destino el de estos adolescentes que suspendieron sus sueños
para asumir responsabilidades en los campos de batalla, nacidos en un
pueblo que ha contribuido con contingentes de hombres a todas las
guerras en donde se han defendido ideales nobles y sublimes, como lo fue
también la Guerra de Independencia y después la infausta Guerra del
Pacífico!
5.
Notas acerca de la bandera
del Batallón Libres de Santiago de Chuco
La
siguiente fue la carta que le dirige Andrés Avelino Cáceres al
Presidente de la República Augusto B. Leguía:
Miraflores, 24 de Marzo de 1928
Señor Augusto B. Leguía, Presidente de la República
Lima
Muy distinguido amigo:
El doctor don Gerardo F. Calderón se ha servido obsequiarme dos
prendas de indiscutible significación patriótica vinculadas a la
batalla de Huamachuco, que a órdenes del infraescrito dio al invasor,
el 10 de julio de 1883, el antiguo y glorioso ejército del Perú; en la
cual las más altas virtudes cívicas y militares, sometidas a
penalidades y privaciones inauditas, llevaron la defensa del suelo
patrio a los mayores extremos de la abnegación y del heroico
sacrificio.
Una de esas prendas es la bandera con que los hijos del viril pueblo
de Santiago de Chuco, combatieron allí, organizados y dirigidos
por su jefe el denodado Coronel Don Santiago Calderón, padre del
donante. La otra prenda es la espada con que el expresado jefe dirigió
a sus milicianos en el combate.
Habiéndose creado el “Museo de la Breña”, muy justo deber
cumplo al poner a disposición de Ud. esas históricas prendas...
Con sentimientos de alto aprecio y sincera adhesión, soy de Ud.
atto amigo y S. S.
6.
Respuesta del Presidente Augusto B. Leguía a la carta de Andrés
Avelino Cáceres
Lima, 27 de marzo de 1928
Sr. Mariscal Andrés Avelino Cáceres
Miraflores.
Muy distinguido amigo:
En respuesta a su atta. carta de 24 del presente, debo manifestarle
la gratitud del Estado por el valioso obsequio que se ha dignado Ud.
hacerle de dos trofeos militares de inestimable significación: la
bandera del batallón formado por voluntarios de Santiago de Chuco, y
que tuvo tan eficaz participación en el memorable encuentro de
Huamachuco, y la espada del señor Coronel don Santiago Calderón, jefe
de ese cuerpo.
Las expresadas reliquias históricas serán exhibidas, conforme a
sus deseos, en el Museo Histórico, mientras son trasladados al Museo de
la Breña en que la Nación ansía depositar, cuanto antes, todos los
trofeos relativos a las épicas jornadas que realizó Ud. durante la
Guerra con Chile y que le han ganado en la conciencia del país gloriosa
inmortalidad.
Soy de Ud. atto. amigo y S.S.
Además
de la contribución de Santiago de Chuco en la Guerra de Emancipación,
en la historia del Perú del siglo XX se erigen dos figuras cimeras
que nacieron y se criaron en Santiago de Chuco.
Ellos son:
Carlos Miñano Mendocilla, héroe de Zarumilla, y
Luis de la Puente Uceda quien encabezó el levantamiento guerrillero
más importante del siglo pasado en nuestro país, movimiento en el cual
muchos santiaguinos ofrendaron su sangre y su vida.
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