Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra |
10 de julio de 1883 |
1. Tenemos que alcanzar al ejército de Cáceres en Tres Ríos – ¡María! 2. Únicamente por el coraje de gritar su valor – María, discúlpame
que haya venido a estas horas, pero no podía irme sin despedirme de ti,
por lo menos gritando a través de las paredes de tu casa. Pero,
gracias. Has salido. En realidad, yo marcho a la guerra por amor a ti.
Para que sepas de mi valor y mi entrega. Por eso he tocado tu puerta. 3. Que si derraman lágrimas sobre ella esas lágrimas sean de valor y de coraje En la calle ya con atuendo de soldados hay muchachos que cantan y se despiden entonando endechas bajo un balcón con estremecedora ternura:
Ya todos reunidos en la plaza, hay una voz de mujer que se alza y dice: – Hijos, esposos, amados nuestros. Reciban esta bandera que hemos confeccionado. Lleva nuestros anhelos, esperanzas y ruegos: que regresen triunfantes, ¡que regresen victoriosos! Aquí les queremos y necesitamos. Les suplicamos que vuelvan, pero vuelvan vencedores, con la cabeza en alto y ojalá que con la gloria. En esta bandera hemos puesto todo el amor de madres, de amantes, de hermanas. Hemos puesto nuestra vida. La entregamos para que la lleven en alto. Enfundado en su chalina y con voz de trueno habla don Santiago Calderón, Comandante del batallón: – Milicianos, ¡hermanos santiaguinos! ¡Héroes! Esta bandera la han hecho nuestras madres, nuestras esposas. Nuestras amadas, nuestras hermanas. En cada costura están sus ojos, sus manos, su aliento. En cada puntada están sus latidos que nosotros llevaremos para hacernos grandes. ¡No las defraudemos! Hasta sus lágrimas de despedida están en esta bandera bendita que la han cosido todas juntas y en ella han puesto sus besos: madres, novias, hermanas, hijas. Yo les pido a todas ustedes que se acerquen y la vuelvan a besar ¡para que jamás se nos olvide! Y que si derraman lágrimas sobre ella que esas lágrimas sean de valor y de coraje. ¡Para que seamos gigantes en la contienda! ¡Para que seamos inmensos en la lucha! 4. Notas acerca de la bandera del Batallón Libres de Santiago de Chuco La siguiente fue la carta que le dirige Andrés Avelino Cáceres al Presidente de la República Augusto B. Leguía: Miraflores, 24 de Marzo de 1928
Señor Augusto B. Leguía,
Presidente de la República El doctor don Gerardo F. Calderón se ha servido obsequiarme dos prendas de indiscutible significación patriótica vinculadas a la batalla de Huamachuco, que a órdenes del infraescrito dio al invasor, el 10 de julio de 1883, el antiguo y glorioso ejército del Perú; en la cual las más altas virtudes cívicas y militares, sometidas a penalidades y privaciones inauditas, llevaron la defensa del suelo patrio a los mayores extremos de la abnegación y del heroico sacrificio. Una de esas prendas es la bandera con que los hijos del viril pueblo de Santiago de Chuco, combatieron allí, organizados y dirigidos por su jefe el denodado Coronel Don Santiago Calderón, padre del donante. La otra prenda es la espada con que el expresado jefe dirigió a sus milicianos en el combate. Habiéndose creado el “Museo de la Breña”, muy justo deber cumplo al poner a disposición de Ud. esas históricas prendas... Con sentimientos de alto aprecio y sincera adhesión, soy de Ud. atto amigo y S. S. Andrés A. Cáceres 5. Respuesta del Presidente Augusto B. Leguía a la carta de Andrés Avelino Cáceres La respuesta fue: Lima, 27 de marzo de 1928
Sr. Mariscal Andrés
Avelino Cáceres En respuesta a su atta. carta de 24 del presente, debo manifestarle la gratitud del Estado por el valioso obsequio que se ha dignado Ud. hacerle de dos trofeos militares de inestimable significación: la bandera del batallón formado por voluntarios de Santiago de Chuco, y que tuvo tan eficaz participación en el memorable encuentro de Huamachuco, y la espada del señor Coronel don Santiago Calderón, jefe de ese cuerpo. Las expresadas reliquias históricas serán exhibidas, conforme a sus deseos, en el Museo Histórico, mientras son trasladados al Museo de la Breña en que la Nación ansía depositar, cuanto antes, todos los trofeos relativos a las épicas jornadas que realizó Ud. durante la Guerra con Chile y que le han ganado en la conciencia del país gloriosa inmortalidad. Soy de Ud. atto. amigo y S.S. Augusto B. Leguía 6. Vamos, porque sino nunca iremos a saber qué les ha ocurrido. Y eso será lo peor. El comandante a las cuatro en punto de la mañana, con el brazo en alto y la voz enérgica, da la última orden: – ¡Marchen! Y desfilan hasta las afueras del pueblo. En la sombra de las calles las bastas de los pantalones de bayeta blanca se agitan con ritmo acompasado dejando caer un golpe seco y parejo de pasos marciales en el empedrado. – ¡Dios mío, protégelos!, –se oye decir a una madre. La bandera roja y blanca desaparece en la sombra al final de la calle. Quienes los siguen apenas tuvieron minutos para abrazarse antes que iniciaran la bajada por la cuesta de Salesipuedes, desapareciendo en la hondonada del camino.
– No puedo volver sola
a mi casa. El corazón se me estruja. 7. Los caminos ya no eran tan oscuros, como en la noche en que ellos se fueron María dejó todo esa noche. Y se fue con su rebozo junto a las mujeres que no quisieron desprenderse de sus esposos, hijos, hermanos o novios.
– Tú, ¿cómo es que
has venido? ¡Si apenas eres una jovencita! – ¿Quién va de ti en
el batallón? Tu hermano. ¿Quién? Los caminos ya no eran oscuros, como en la noche en que ellos se fueron, pero tampoco están luminosos, hay en ellos una sombra de dolor. Y en el alma. Ya caminando juntas, doña Josefa le dice:
– ¿A quién sigues?
¿A un hermano? ¿A un enamorado? – Y admira mucho a Cáceres. 8. Qué destino aciago este que corta tan tiernas trenzas – Y ese tu valiente ¿quién
es? El grupo de mujeres pasa por la hacienda Porcón, sin detenerse. En Hijadero hicieron un fogón y asaron papas. En Tres Ríos pensaron alcanzar al batallón. Pero ellos ya han partido. Es de noche y el camino es arisco. Acurrucadas alrededor de la candela se sirven un mate de tilo. Son 32 mujeres. La mayoría esposas que han dejado sus hijos pequeños y madres que han dejado a sus esposos por seguir al hijo que va a la guerra. El camino tiene un adelante y un atrás. ¿Cómo será el día de mañana? La vida ahora es tan incierta. Más aún en la víspera de una batalla. Intentan dormir, envueltas en sus rebozos, tratando de recordar, de olvidar y también escudriñando qué será del futuro. La luna boga brillante en lo alto del cielo. 9. Será pasado mañana en el alba
– No puede estar a la
vista del mundo una muchacha tan linda. En la orilla de Tres Ríos donde pernoctan, bajo el rumor insondable de las aguas implacables que atruenan. La mujer vieja, acunándola, le dice en confidencia:
– Tú, mi hijita,
auque vieja morirás doncella. Ese es tu signo. Eso he visto en tus
ojos. 10. Se cortan tan tiernas trenzas y se arrebatan de la tierra tan tiernas espigas Es tiempo de siembra y no hay siembra. Es tiempo de aporque y no hay aporque. Es tiempo de deshierbe y no hay deshierbe. El labriego, el sembrador han empuñado las armas y defienden su tierra. Recordar la perspectiva de las calles que se han dejado para siempre. Desde el balcón los rojos tejados que se extienden a la distancia. Las flores silvestres del muro, la lluvia buena, la casa apacible. Sobran recuerdos en los caminos irremediables. Sobran suposiciones, sobran anhelos de encontrar el rastro de los hijos en los rastrojos, en las grietas del mundo. El rastro de los esposos en la llanura serpenteante. Ya no hay casas, ni chozas, solo campos llenos de ichu y agua fría que corre a chorrillos por la tierra negra. Una garza desprevenida se eleva desde el suelo. Allá, al atardecer se divisa Yamobamba. Se pernocta en las márgenes del río Alto Coñachugo, a campo traviesa. La gente tiene miedo. En la noche los ladridos angustiados de los perros. Y las casas esparcidas en la sombra oscilan. Todos se acurrucan contra el frío, se arrellanan en la oscuridad. El fuego aún restalla. Y en torno a las brasas, abultadas en la negrura de la noche dos sombras conversan.
– Hija mía, mañana
te cortaré las trenzas a la luz del alba. Amanece. – ¡Ay, niña! ¡Qué destino aciago este que corta tan tiernas trenzas! ¡Y arrebata de la tierra tan tiernas espigas! Y vistió de varón. Y cuando lo hizo se lo veía apuesto y enterizo. Y adoptó por nombre José. 11. Paloma. Pétalo de mi alma, yo estaré esperando tu regreso Ingresan ya a Huamachuco, ciudad vieja, honda. ¿Ciudad guitarra, de casas vetustas, de puertas altas de madera!
– Los chilenos anoche
han desocupado la ciudad y han corrido al cerro Sazón. Pero la población
tiene miedo. 12. Al pie de esa bandera siempre encontrarás hermanos Recibe el golpe frío del viento en la calle. El pueblo yace sumido en un silencio de muerte. En las últimas casas, a las afueras del pueblo encuentra un destacamento peruano.
– ¡Alto! ¡Quién
vive! La bandera peruana flamea en lontananza sobre el campo verde. Roja y blanca. Colores totales, de fragor, catarata, chorro de luz, de belleza insigne. Y al pie de la bandera hombres que son hermanos. Que ella nos una siempre. – ¡Peruanos!, –arenga el comandante Recavarren– ¡Luchemos por alcanzar la victoria! Si hay que morir, ¡es una decisión hermosa morir este día! ¡Viva el Perú! – ¡Viva! 13. Las campanas del pueblo que desde aquí se escuchan ya tocan a victoria Se arroja a la batalla el batallón del Norte Del cerro Sazón, donde están apostados, bajan oleadas de chilenos disparando sus armas. La lucha es estruendosa por la artillería. Cada columna enemiga la detenemos y la hacemos retroceder. La reemplaza otra que baja corriendo. Son feroces. Su oficio es la guerra. Han caído varios pero ninguno es Manuel. ¿Dónde está? Debe ser alguno que va adelante.
– ¿Conoce al soldado
Manuel Ramos Vásquez? El combate se inició a las seis de la mañana. Ya son las doce del día y estamos escalando el cerro. Las campanas del pueblo desde aquí ya se escuchan tocar a victoria. Les hemos dado duro, les hemos vencido. Solo falta rematar la jornada. Tengo heridas, pera cada una de ellas es para que despierte y no desfallezca. Estamos a treinta metros de las ruinas incaicas. Han empezado a huir.
La sangre me ciega.
Alguien ha caído adelante. El corazón me oprime el pecho. 14. Ahora con tus manos en mis manos y tu cabeza en mi regazo – ¡Manuel!, querido.
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Danilo
Sánchez Lihón
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