Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra

10 de julio de 1883
Batalla de Huamachuco


Historia de Montoneros
Danilo Sánchez Lihón

 

Fibra de héroes

Aquella madrugada del 7 de julio de 1883, lo mejor de la juventud de Santiago de Chuco salía a unirse con el Ejército de la Resistencia comandado por el coronel Andrés Avelino Cáceres.

Dice así aquel héroe mítico en un fragmento de su Memoria preparada pos sus secretarios y presentada en 1886:

“El pueblo de Santiago de Chuco, tan entusiasta por la causa nacional, inmediatamente, como se verá después, nos mandó una columna de sus hijos, que participaron en nuestra desgracia el 10, batiéndose bizarramente contra los enemigos de la Patria.

A las 3 p.m. llegaron a nuestro campamento de los Tres Ríos como doscientos hombres de Santiago de Chuco bajo las órdenes de su jefe don Santiago Calderón, y de otras personas notables, a prestar sus servicios en el ejército. La comisión organizada en ese pueblo mandó pan, harina y aguardiente para el ejército, fiambre y un buen cognac para el general y los jefes. Así se portaba el patriota pueblo de Santiago, parte de sus hijos venían a tomar puesto en la defensa de la honra del Perú y los que no pudieron hacerlo, mandaban víveres para nuestros sufridos soldados. Esta patriótica y elevada conducta del pueblo de Santiago de Chuco, fue mirada por el jefe chileno como un gran crimen, que castigó con un cupo de diez mil soles (que se elevó después a quince mil) que debían de pagarse dentro de tres días, bajo pena de incendio y asesinato.”

Dirigían aquel contingente: 1er Jefe, Coronel Santiago Calderón; 2do Jefe, Comandante Manuel Dionisio Porturas; 3er Jefe, Mayor Manuel María Uceda; Capitán Ayudante, Manuel María Escobedo; Capitán Abanderado, Domingo Paredes Vásquez. Todos ellos  tuvieron que dejar su tranquilo oficio y ocupación para coger las armas y, con el corazón exaltado, defender su patria.

Un día antes de la batalla esta columna en Huamachuco capturó un cuartel con municiones, muestra de arrojo que le sirvió para ser los primeros en ser lanzados a la contienda e integrar el Batallón del Norte, que fue la columna de vanguardia en la batalla, siendo los primeros en morir del contingente de Santiago de Chuco: Belisario Vásquez Ciudad (Teniente), Manuel R. Vera (Subteniente), Santiago Neira (Sargento).

La historia que se narra a continuación es referida a Manuel Ramos Vásquez, enrolado como clase en el Batallón Libres de Santiago de Chuco y que en la gesta de Huamachuco adquirió el grado de teniente, quien murió a treinta metros de las trincheras del ejército invasor, habiendo ascendido, palmo a palmo, hasta coronar la cumbre del cerro Sazón donde se había atrincherado el enemigo.

¡Qué destino el de estos adolescentes que suspendieron sus sueños para asumir responsabilidades en los campos de batalla, nacidos en un pueblo que ha contribuido con contingentes de hombres a todas las guerras en donde se han defendido ideales nobles y sublimes, como lo fue también la Guerra de Independencia!

En la historia del Perú del siglo XX, en Santiago de Chuco nacieron y se criaron Carlos Miñano Mendocilla, héroe de Zarumilla y Luis de la Puente Uceda que encabezó el levantamiento guerrillero más importante del siglo pasado, movimiento en el cual muchos santiaguinos ofrendaron su sangre y su vida.

1. Tenemos que alcanzar al ejército de Cáceres en Tres Ríos

– ¡María!
– ¡Sí! ¿Quién eres?
– Soy Manuel.
– ¿Si?
– He venido a despedirme.
– ¿A despedirte? ¿Por qué?
– Me voy de voluntario a la guerra
– ¿Ahora?
– Sí. Alistado de voluntario en el Batallón Libres de Santiago de Chuco. A reunirnos con el coronel Andrés Avelino Cáceres.
– ¿A estas horas?
– Sí, María. ¿Me conoces? ¿Sabes quién soy?
– Sí. Te conozco.
– Dime, a ver, alguna característica mía.
– Vives en el barrio San Cristóbal. Has terminado la escuela. Tocas en la banda. Juegas fútbol. Y siempre pasas por aquí.
– ¿Todos los días? ¿A qué hora?
– Todos los días. A las cinco.
– ¿Me has visto siempre?
– Sí. ¿Y tú a mí?
– Siempre. Y te adoro, María.
– ¿Y, a qué hora parten?
– De aquí a una hora. A las cuatro de la mañana. Nos estamos reuniendo en la Plaza de Armas. Tenemos que alcanzar al ejército de Cáceres en Tres Ríos.
– Espérame un momento. Voy a pedir permiso para abrir la puerta. Y salir.

2. Únicamente por el coraje de gritar su valor

– María, discúlpame que haya venido a estas horas, pero no podía irme sin despedirme de ti, por lo menos gritando a través de las paredes de tu casa. Pero, gracias. Has salido. En realidad, yo marcho a la guerra por amor a ti. Para que sepas de mi valor y mi entrega. Por eso he tocado tu puerta.
– Mañana me preguntarán. Me dirán quién toco a estas horas, pero estarán de acuerdo cuando sepan el por qué.
– Nunca te hablé antes. Pero te amo, María. Ya me alisté en el batallón que parte a la guerra. Vamos a pelear por honor. Quizá no regresemos. Pero todo quiero hacerlo por ti.
– ¿Y, muchos van?
– Doscientos y salimos a las cuatro de la mañana. Ahora ya serán las tres.
– Te haré fiambre para el camino. Estaré en la plaza antes de las cuatro.
– ¿Me conoces entonces? ¿Me has visto?
– Jugaste fútbol el último domingo y anotaste un gol. Y después miraste para dónde yo estaba.
– María: Esta es nuestra tierra, tenemos que defenderla. ¿Por qué la invaden? Estas son nuestras casas, ¿por qué las incendian? Estas son nuestros hermanos, ¿por qué los matan? Rematan a heridos en los campos de batalla. Hay familias íntegras que han sacrificado las vidas de sus hijos, sus alegrías, sus ilusiones. ¡Que yo jamás olvide su memoria! Hay quienes se han lanzado a ciegas a las filas enemigas únicamente por el coraje de gritar su valor, no importándoles ser acribillados. Por ellos yo me alisto y marcho, María.

3. Que si derraman lágrimas sobre ella esas lágrimas sean de valor y de coraje

En la calle ya con atuendo de soldados hay muchachos que cantan y se despiden entonando endechas bajo un balcón con estremecedora ternura:

¿Quién al fuego ha visto helarse
y a la ceniza escarcharse?
¿Quién ha visto a dos amantes
sin motivos separarse?

Ya todos reunidos en la plaza, hay una voz de mujer que se alza y dice:

– Hijos, esposos, amados nuestros. Reciban esta bandera que hemos confeccionado. Lleva nuestros anhelos, esperanzas y ruegos: que regresen triunfantes, ¡que regresen victoriosos! Aquí les queremos y necesitamos. Les suplicamos que vuelvan, pero vuelvan vencedores, con la cabeza en alto y ojalá que con la gloria. En esta bandera hemos puesto todo el amor de madres, de amantes, de hermanas. Hemos puesto nuestra vida. La entregamos para que la lleven en alto.

Enfundado en su chalina y con voz de trueno habla don Santiago Calderón, Comandante del batallón:

– Milicianos, ¡hermanos santiaguinos! ¡Héroes! Esta bandera la han hecho nuestras madres, nuestras esposas. Nuestras amadas, nuestras hermanas. En cada costura están sus ojos, sus manos, su aliento. En cada puntada están sus latidos que nosotros llevaremos para hacernos grandes. ¡No las defraudemos! Hasta sus lágrimas de despedida están en esta bandera bendita que la han cosido todas juntas y en ella han puesto sus besos: madres, novias, hermanas, hijas. Yo les pido a todas ustedes que se acerquen y la vuelvan a besar ¡para que jamás se nos olvide! Y que si derraman lágrimas sobre ella que esas lágrimas sean de valor y de coraje. ¡Para que seamos gigantes en la contienda! ¡Para que seamos inmensos en la lucha!

4. Notas acerca de la bandera del Batallón Libres de Santiago de Chuco

La siguiente fue la carta que le dirige Andrés Avelino Cáceres al Presidente de la República Augusto B. Leguía:

Miraflores, 24 de Marzo de 1928

Señor Augusto B. Leguía, Presidente de la República
Lima
Muy distinguido amigo:

El doctor don Gerardo F. Calderón se ha servido obsequiarme dos prendas de indiscutible significación patriótica vinculadas a la batalla de Huamachuco, que a órdenes del infraescrito dio al invasor, el 10 de julio de 1883, el antiguo y glorioso ejército del Perú; en la cual las más altas virtudes cívicas y militares, sometidas a penalidades y privaciones inauditas, llevaron la defensa del suelo patrio a los mayores extremos de la abnegación y del heroico sacrificio.

Una de esas prendas es la bandera con que los hijos del viril pueblo de Santiago de Chuco, combatieron allí, organizados y dirigidos  por su jefe el denodado Coronel Don Santiago Calderón, padre del donante. La otra prenda es la espada con que el expresado jefe dirigió a sus milicianos en el combate.

Habiéndose creado el “Museo de la Breña”, muy justo deber cumplo al poner a disposición de Ud. esas históricas prendas...

Con sentimientos de alto aprecio y sincera adhesión, soy de Ud. atto amigo y S. S.

Andrés A. Cáceres

5. Respuesta del Presidente Augusto B. Leguía a la carta de Andrés Avelino Cáceres

La respuesta fue:

Lima, 27 de marzo de 1928

Sr. Mariscal Andrés Avelino Cáceres
Miraflores.
Muy distinguido amigo:

En respuesta a su atta. carta de 24 del presente, debo manifestarle la gratitud del Estado por el valioso obsequio que se ha dignado Ud. hacerle de dos trofeos militares de inestimable significación: la bandera del batallón formado por voluntarios de Santiago de Chuco, y que tuvo tan eficaz participación en el memorable encuentro de Huamachuco, y la espada del señor Coronel don Santiago Calderón, jefe de ese cuerpo.

Las expresadas reliquias históricas serán exhibidas, conforme a sus deseos, en el Museo Histórico, mientras son trasladados al Museo de la Breña en que la Nación ansía depositar, cuanto antes, todos los trofeos relativos a las épicas jornadas que realizó Ud. durante la Guerra con Chile y que le han ganado en la conciencia del país gloriosa inmortalidad.

Soy de Ud. atto. amigo y S.S.

Augusto B. Leguía

6. Vamos, porque sino nunca iremos a saber qué les ha ocurrido. Y eso será lo peor.

El comandante a las cuatro en punto de la mañana, con el brazo en alto y la voz enérgica, da la última orden:

– ¡Marchen!

Y desfilan hasta las afueras del pueblo.

En la sombra de las calles las bastas de los pantalones de bayeta blanca se agitan con ritmo acompasado dejando caer un golpe seco y parejo de pasos marciales en el empedrado.

– ¡Dios mío, protégelos!, –se oye decir a una madre.

La bandera roja y blanca desaparece en la sombra al final de la calle.

Quienes los siguen apenas tuvieron minutos para abrazarse antes que iniciaran la bajada por la cuesta de Salesipuedes, desapareciendo en la hondonada del camino.

– No puedo volver sola a mi casa. El corazón se me estruja.
– ¿Y, por qué no vamos tras ellos?
– ¡Sí! ¿Por qué no los seguimos?
– Yo también voy, si ustedes se animan. Pero preparémonos rápido. Llevemos ollas para cocinar, víveres, abrigo. Vayamos tras ellos. Nos van a necesitar. De repente caen heridos y mueren porque no hay nadie que los auxilie.
– ¡Vamos!, porque sino nunca iremos a saber qué les ha ocurrido. Y eso será lo peor.
– Entonces, a las ocho nos vemos aquí.
– Yo tengo una mula.
– Yo un pollino.
– Tráiganlos. Llevémoslo. Que nos ayuden a cargar las cosas.
– Entonces ahorita volvemos. ¡Vamos!, ¡vamos!

7. Los caminos ya no eran tan oscuros, como en la noche en que ellos se fueron

María dejó todo esa noche. Y se fue con su rebozo junto a las mujeres que no quisieron desprenderse de sus esposos, hijos, hermanos o novios.

– Tú, ¿cómo es que has venido? ¡Si apenas eres una jovencita!
– Tú, no vayas. ¡Dios sabe qué te puede pasar! ¿Has pedido permiso a tus padres?
– ¿No eres María? ¿La hermana de la señora Yolanda?
– ¡Sí!, –dice ella con su rostro hermoso, sus ojos lentos y profundos.

– ¿Quién va de ti en el batallón? Tu hermano. ¿Quién?
– Déjenla. Estamos en guerra. ¿Por qué la van a prohibir? ¿Acaso, está aquí segura si se queda? Entonces, si quiere ir con nosotras, que venga.

Los caminos ya no eran oscuros, como en la noche en que ellos se fueron, pero tampoco están luminosos, hay en ellos una sombra de dolor. Y en el alma.

Ya caminando juntas, doña Josefa le dice:

– ¿A quién sigues? ¿A un hermano? ¿A un enamorado?
– A un valiente.
– ¿Pero le avisaste a tu hermana? ¿Y, qué dijo?
– Solo le dije: un contingente va a la guerra. Quiero ir tras ellos, junto a otras mujeres. Me miró con cariño y me dijo. ¡Lucha por tu patria! ¿Qué necesitas llevar? Y ella misma me arregló este atado
– Yo conocí a tu papá y a tu mamá. Pero tu hermana felizmente se casó bien. Y los ha protegido a todos ustedes. Es una buena mujer.

– Y admira mucho a Cáceres.

8. Qué destino aciago este que corta tan tiernas trenzas

– Y ese tu valiente ¿quién es?
– Se llama Manuel. Nunca hemos hablado, sólo anoche en que vino a despedirse. Va adelante. Lo oí entre sueños. Y nadie más en mi casa lo escucharon. Ni mi hermana, ni su esposo, ni mis sobrinos.
–Entonces ¿qué eres con tu Manuel? ¿Enamorados?
– Ilusión. Y ahora admiración. Él va a la guerra, a luchar. Yo voy a la guerra, por él. Y por el abuso que no hay que permitir.

El grupo de mujeres pasa por la hacienda Porcón, sin detenerse. En Hijadero hicieron un fogón y asaron papas.

En Tres Ríos pensaron alcanzar al batallón. Pero ellos ya han partido.

Es de noche y el camino es arisco. Acurrucadas alrededor de la candela se sirven un mate de tilo.

Son 32 mujeres. La mayoría esposas que han dejado sus hijos pequeños y madres que han dejado a sus esposos por seguir al hijo que va a la guerra. El camino tiene un adelante y un atrás. ¿Cómo será el día de mañana?

La vida ahora es tan incierta. Más aún en la víspera de una batalla.

Intentan dormir, envueltas en sus rebozos, tratando de recordar, de olvidar y también escudriñando qué será del futuro.

La luna boga brillante en lo alto del cielo.

9. Será pasado mañana en el alba

– No puede estar a la vista del mundo una muchacha tan linda.
– Es muy bonita en estos tiempos de guerra.
– Tiznémosla. Rapémosla el cabello.
– Dejen a la niña tranquila. Duérmanse. Será mejor.

En la orilla de Tres Ríos donde pernoctan, bajo el rumor insondable de las aguas implacables que atruenan. La mujer vieja, acunándola, le dice en confidencia:

– Tú, mi hijita, auque vieja morirás doncella. Ese es tu signo. Eso he visto en tus ojos.
– Mamá Josefa. Anoche lo he soñado. Sé que lo amo. Nunca nos hemos hablado, pero ahora sé que nos hemos tenido presentes. Y ahora sé más: que lo seguiré hasta el fin del mundo.
– Y lo estás siguiendo hija.
– Él lucha. Al luchar por su patria, por su gente, por su tierra, lucha por mí. Y yo tengo que luchar por él.
– Sí. Así es preciosa.
– Ahora, córtame las trenzas y seré soldado.
– Será cuando la luna me lo indique. Hoy no. Y tendrá que ser en el alba.

10. Se cortan tan tiernas trenzas y se arrebatan de la tierra tan tiernas espigas

Es tiempo de siembra y no hay siembra. Es tiempo de aporque y no hay aporque. Es tiempo de deshierbe y no hay deshierbe.

El labriego, el sembrador han empuñado las armas y defienden su tierra.

Recordar la perspectiva de las calles que se han dejado para siempre. Desde el balcón los rojos tejados que se extienden a la distancia. Las flores silvestres del muro, la lluvia buena, la casa apacible.

Sobran recuerdos en los caminos irremediables. Sobran suposiciones, sobran anhelos de encontrar el rastro de los hijos en los rastrojos, en las grietas del mundo. El rastro de los esposos en la llanura serpenteante.

Ya no hay casas, ni chozas, solo campos llenos de ichu y agua fría que corre a chorrillos por la tierra negra. Una garza desprevenida se eleva desde el suelo.

Allá, al atardecer se divisa Yamobamba.

Se pernocta en las márgenes del río Alto Coñachugo, a campo traviesa. La gente tiene miedo.

En la noche los ladridos angustiados de los perros. Y las casas esparcidas en la sombra oscilan.

Todos se acurrucan contra el frío, se arrellanan en la oscuridad.

El fuego aún restalla. Y en torno a las brasas, abultadas en la negrura de la noche dos sombras conversan.

– Hija mía, mañana te cortaré las trenzas a la luz del alba.
– Sí, madre.

Amanece.

– ¡Ay, niña! ¡Qué destino aciago este que corta tan tiernas trenzas! ¡Y arrebata de la tierra tan tiernas espigas!

Y vistió de varón. Y cuando lo hizo se lo veía apuesto y enterizo. Y adoptó por nombre José.

11. Paloma. Pétalo de mi alma, yo estaré esperando tu regreso

Ingresan ya a Huamachuco, ciudad vieja, honda. ¿Ciudad guitarra, de casas vetustas, de puertas altas de madera!

– Los chilenos anoche han desocupado la ciudad y han corrido al cerro Sazón. Pero la población tiene miedo.
– ¿Habrá quién nos aloje?
– No hay sitio. Pero, ¿por qué están aquí? ¿Por qué han venido?
– Porque no puedes permitir que ataquen tu casa y no la defiendas, que incendien tu tierra y no luches, te roben y te quedes impávido.
– Porque luchar en esta guerra es protestar contra las guerras, señor.
– Pasen, pasen, aunque me maten.
– María, mi niña, se te ve regia, un mozo lindo y fuerte.
– Nuestros hombres ya están en sus trincheras. Combatirán sin habernos visto.
– Pero María les llevarás noticias de nosotras. ¿Estás decidida?
– Sí, madre. Pero no me diga María sino José. Y ya debo irme.
– Déjame por última vez que te diga hija. Déjame que te abrace y te bese. Dios te proteja. Ya amanece. Anda con cuidado. Paloma, pétalo de mi alma. Yo estaré esperando tu regreso. Adiós. ¡Soldado José!

12. Al pie de esa bandera siempre encontrarás hermanos

Recibe el golpe frío del viento en la calle. El pueblo yace sumido en un silencio de muerte.

En las últimas casas, a las afueras del pueblo encuentra un destacamento peruano.

– ¡Alto! ¡Quién vive!
– ¡Soy peruano y vengo a luchar por mi patria!
– ¿De dónde eres?
– De Santiago de Chuco. He venido detrás del contingente que comanda el Coronel Santiago Calderón.
– ¡Qué trayecto has seguido!
– La hacienda de Porcón, Hijares, Tres Ríos, Yamobamba.
– ¡Viva el Perú!
– ¡Viva!
– El contingente Libres de Santiago de Chuco se ha incorporado al Batallón del Norte. Su posición está allá, en el cerro Purrubamba. ¿Ve la bandera? Apúrese. Se va a iniciar la batalla.
– ¿Sabe disparar?
– Nunca antes lo he hecho.
– Mira, primero cargas: Abres el fusil, jalas este dispositivo, abre la cabina. Introduces y encasquetas aquí las balas. Cierras y luego apuntar, por esta mirilla...

La bandera peruana flamea en lontananza sobre el campo verde. Roja y blanca. Colores totales, de fragor, catarata, chorro de luz, de belleza insigne. Y al pie de la bandera hombres que son hermanos. Que ella nos una siempre.

– ¡Peruanos!, –arenga el comandante Recavarren– ¡Luchemos por alcanzar la victoria! Si hay que morir, ¡es una decisión hermosa morir este día! ¡Viva el Perú!

– ¡Viva!

13. Las campanas del pueblo que desde aquí se escuchan ya tocan a victoria

Se arroja a la batalla el batallón del Norte

Del cerro Sazón, donde están apostados, bajan oleadas de chilenos disparando sus armas.

La lucha es estruendosa por la artillería. Cada columna enemiga la detenemos y la hacemos retroceder.

La reemplaza otra que baja corriendo. Son feroces. Su oficio es la guerra. Han caído varios pero ninguno es Manuel. ¿Dónde está? Debe ser alguno que va adelante.

– ¿Conoce al soldado Manuel Ramos Vásquez?
– ¿Soldado? ¡Teniente, dirá! Es el que va adelante. Ayer ganó su rango al capturar un cuartel. Lucha como león. Será por un gran amor o por una gran decepción. Es mi primo. Y es ése que va allí.

El combate se inició a las seis de la mañana. Ya son las doce del día y estamos escalando el cerro. Las campanas del pueblo desde aquí ya se escuchan tocar a victoria. Les hemos dado duro, les hemos vencido. Solo falta rematar la jornada. Tengo heridas, pera cada una de ellas es para que despierte y no desfallezca. Estamos a treinta metros de las ruinas incaicas. Han empezado a huir.

La sangre me ciega. Alguien ha caído adelante. El corazón me oprime el pecho.
¡Manuel!, grito. Me acerco. Y mis manos se empapan en sangre. Tiene destrozado el pecho

14. Ahora con tus manos en mis manos y tu cabeza en mi regazo

– ¡Manuel!, querido.
– Si. Quién eres. Estoy herido de muerte.
– ¡Soy María!
– ¿María?
– Sí, María. ¿De Santiago de Chuco? ¡Te he seguido!
– ¿María? ¡Ah, María!, perdóname que nunca te hablé, que nunca estuve a tu lado. ¿Por qué has venido?
– Por ti. ¡Amor mío!
– Perdóname amor. No viviremos juntos. No comeremos del mismo bocado. No compartiremos los mismos refranes...
– ¡Mira amor, cómo es la guerra! En cambio nuestro amor es eterno y sublime.
– He luchado por ti, María.
– Sí, mi amor.
– ¿Qué pasa? ¿No hay disparos de los nuestros?
– Ya no hay municiones.
– Te he seguido, Manuel. Y mira este altar donde yo estamos, donde me caso para siempre contigo. Consagrados el uno al otro. Ahora con tus manos en mis manos. Y tu cabeza en mi regazo. Mío para siempre.


Traquetean las balas traquetean y hay tropeles de caballos que se acercan.

Colofón

El ejército de Cáceres fue un ejército de hombres de trabajo, muchos de ellos campesinos. Ejército de arcilla, de humus, de gleba. De entraña de la tierra que se alzó contra el crimen. Fue un ejército de dignidad, de hombría, de energía que da el valor de estar hechos de honor y nobleza, porque al final así se pierda una batalla o una guerra se gana con victoria suprema simplemente por el motivo por el cual se lucha.

Danilo Sánchez Lihón

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