Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra

Año nuevo 2009 
Nuevos y viejos son los caminos 
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com   

1. Como acechos hacia lo que es eterno


¡Ah recordar los caminos después de tantos años! Pero están en mí, indelebles.


Quizá los haya trastocado en mi mente el laberinto que han dado mis pasos y, sobre todo, el capricho de mi fantasía, pero creo acordarme hasta de sus piedras y recodos.


Y si volviera me haría sollozar que coincidiera la realidad con la memoria que guardo de ellos.


¡Más me valiera –por eso– que los hubiera olvidado! Pero no, están en mí imborrables, extasiados e imperecederos.


Todos los caminos son eternos pero éstos aún más.


La gente pasa pero ellos permanecen inmutables.


De noche están ahí quietos, en vela; no dormidos ni inconscientes sino que lucubrando, pudiendo verlos –impávidos– al amanecer, como puertas que se han quedado abiertas o como acechos hacia lo que es eterno.

2. Los caminos no terminan nunca, siempre siguen


La pobre vida se agosta y ellos la contemplan ir y venir.


¡Eso hace que nos duelan tanto! ¡Como una fatalidad cernida en nuestras espaldas o tatuada en nuestro pecho! O en nuestros pies.


Como una marca en la frente o una cruz en el alma.


La muerte es piadosa y propicia porque nos alivia para siempre de la fatiga de recordarlos.


Es la muerte la paz de los caminos.


Porque nos deja inmóviles y quietos al filo de una esquina de la vida a fin de contemplarlos para siempre en un descanso inacabable.


Los caminos no terminan nunca, siempre siguen. Nadie podrá decir "Aquí es su fin".


 Hay siempre un atajo por donde continúan.


Eso sí, varían. Unas veces se vuelven llanos, amenos, cantarinos. Y otras son graves, incomprensibles, crueles.


A veces son calmados, tranquilos, pródigos. Y otras: ariscos, abruptos, desalmados.

 

3. Como venas abiertas. Y abrazos


Hay tantos caminos como destinos.


Caminos amarillos, mañaneros, albos. Otros ceñudos, oscuros, en encrucijada.


En unos siempre es de noche y en otros siempre es de día. Hay unos que te apuran y otros que se hacen tarde.


Unos para subir un puente y otros para arrojarse de él.


¡Ah, caminos infinitos!


Y –para mí– inhallables, aunque estén allí.


¡Ah!, caminos cómplices de la noche que los estruja, humilla y sumerge.


Y es que mi pueblo extiende sus caminos como extremidades. Como venas abiertas. Y abrazos.


Como adioses hacia todos los horizontes, cual una rosa de los vientos.

 

4. Y tres piedras eternas


Así el camino que baja por Las Guitarras y luego entra a la carretera, del que no hablaré porque basta que un trecho sea carretera para que deje de ser camino.


Como no es techo uno cubierto de calaminas.


Hay otro en esa misma dirección, que tiene un sitio donde la lluvia anega, se empoza el agua y, entonces, por entre las pencas se busca un atajo.


O el paso se salpica de piedras para poner allí los pies y saltar por ellas, reflejándose en el agua barrosa la alforja que llevamos.


Y al voltear ¡oh prodigio ver tu pollera!, prima mía. Porque te has hundido hasta las pantorrillas y ríes al resbalarte en el agua tibia de la madrugada.


Por el cerco de flores amarillas se avanza hasta llegar al río rumoroso con su puente de palos de eucalipto tendidos.


Y de tierra rellena encima; que deja unos huecos por donde se mira hacia abajo el agua espumosa.
Y tres piedras eternas.

 

5. Clavada en mí como un cuchillo


Desde la altura de aquel puente se arrojó una muchacha desengañada. Y cuyo cuerpo sus padres recogieron destrozado, enredado en unos breñales cerca de El Perolito.


¿Qué fue?


Los mayores lo resumen con una palabra que se ha quedado clavada en mi alma como un cuchillo: ¡Engañada!


¿Por eso se mató? Sí, ¡fue por eso!


Pasando ese puente se abre la cuesta donde siempre hay gente a pie o en mulas. O arrieros que bajan o suben con sus pollinos.


Allí una cruz. Aquí mujeres hilando o tejiendo. Acá un casita desierta. Acullá un aliso para descansar bajo su sombra, implorando al sol inclemente.


Torciendo hacia la izquierda se llega a Huarán y a La Cuchilla.


De frente, subiendo a las alturas, se va a las haciendas de Uningambal, Sangual. Y a la estremecedora estancia de Los Pedernales.

 

6. Olores a leña recién cortada. Y a trinos


Otro camino es el que baja por La Piedra Bruja; anchuroso, lleno de pencas lustrosas, floreado de magueyes.


Camino éste siempre de amanecida, fresco y tintineante de esquilas.


Hay por allí unos manantiales desde donde cuando llueve, sale siempre un arco iris.


Por él se llega al bosque del Palito, donde hay un saúco y un viejo molino. Y saltando las piedras del río se pasa y se sube por un sendero con cardos y tantales de filudas espinas.


Por esa ruta se arriba a Conra, por un sendero que se angosta, se vuelve abrupto y parece a ratos que se pierde.


O bien se abre, se hace tierno. Se prodiga en olores a leña recién cortada. Y a trinos.


¡Caminos por los que penaré inconsolable el día que me muera!

 

7. Y unas mariposas amarillas que revolotean en la tarde


Para el temple, el valle o la hondonada sale la senda por El Cerrillo en dirección a Cotay, Cunguay, Querquerval, siempre soleado, de tierra apisonada y flores.


Para cruzar el río de aguas turbulentas que chocan en las piedras, hay un puente de piedra y madera, como un techo a dos aguas, con peldaños que se suben animosos y se bajan compungidos.


Luego un rellano de tierra parda y el sendero de árboles; de ramas que se quiebran, de aves que se acercan y se posan en las puntas de los penachos de las pencas.


Y unas mariposas amarillas que revolotean en la tarde.


Pasando las cuevas de Huacapongo el camino se bifurca.


Uno va a Cungüay, Pichunchuco, Ocoruro. O más lejos: a Calipuy, o a Santa Cruz de Chuna.


El otro baja a Querquerbal, Namogal y Pasabalda. Ese es camino de fiesta, de juerga, siempre florido.
 

8. Nunca nadie ha caminado por ahí


El otro –el de enfrente– es el camino a Chambuc, que bordea el cementerio. Atroz y amargo. Más si se lo mira desde la Peña del Señor Quevedo.


En ese rumbo abundan las cercas de sugán, de mostazas y el tantal con que se tapan los portillos, de largas espinas como uñas infernales.


Fue en ese camino donde ocurrió lo que ocurrió, mirando desde el altillo donde estaba la casa, alguien dijo:


–  Mira. ¡Quién estará viniendo!


–  ¿Por donde?


–  Allá, por la curva.


–  Ya lo vi. De veras. ¿Quién será? ¡Qué raro!


–  ¡Parece que es mujer y viene de negro!


– ¡Pero quién puede ser si más allá no vive ninguno! Nunca nadie ha caminado por ese sitio.

 

9. A plena luz del día hemos visto a la muerte


Eso fue a media mañana mirando la banda del frente, al lado del río, por el camino blanquecino.


Caminó con lentitud como una hora la sombra. Ya estaba por la piedra que divide la chacra de alverjas.


– ¡Es raro! ¿Quién será? ¡A ver mírenla bien!


– No se deja ver. Voltea la cara contra la peña.


Rato más tarde, cuando ya debiera estar llegando a la curva para después bajar al puente, ¡nadie! Desapareció. Para atrás nada, para adelante tampoco. Como si la tierra la hubiera tragado.


¿Quién era? La muerte, porque al rato cantó la gallina. Resopló y sacudió sus orejas el caballo. Y ahí no más bajó el Eusebio para avisar que la madre había expirado.


– Así es. A plena luz del día hemos visto a la muerte. Porque ella siempre vaga de noche. Pero esta vez es la única vez que la hemos visto de día por estos rumbos.


¡Y qué estremecedor es verla casi alada, caminando sobre el suelo! ¡Y de cómo escondía su cara!

 

10. ¡Camino sin sentido aparente!


¡No es camino sino punto de partida o de llegada el camino al cementerio!, que va por la cumbre de una colina, con árboles añosos, llorones, inmensos como el sentido misino del vivir. Y del morir.


Ese es un camino oscuro y transparente, al mismo tiempo. Lento e inapelable.


Por donde a un costado está la hondonada del río y hacía el otro –como si fuera el confín del mundo– el horizonte abierto del valle.


Yo regresaré algún día y entonces caminaré en silencio a su vera.


Por el pie de esa colina, bordeando casi los muros del camposanto, se recuesta el camino a Ñuñuma, Añaco y a Cabracay; por donde nunca pasa nadie.


¡Hondo camino de ánimas por donde gangosean los muertos!


¡Camino sin sentido aparente! Porque, si nadie lo transita ¿para qué entonces se abriría?


¿Con qué malsano propósito de asustar a la gente?

 

11. Caminos sirvientes del horror que los abarca


Ah, este camino por donde nunca pasa nadie. Entonces, ¿por qué ha de ser camino? Pero ahí está.


Nunca oiremos en él una conversación. Ni alegría ni pena pasarán por sus atajos. Ni una serenata. Si es así, ¡yo mismo sé que no es camino! Pero ahí está.


Es un camino vacío. Y qué atroz es decirlo. Qué grave es señalarlo. Camino como un tajo en la cara, como una herida abierta que no cierra ni se cura.


¡En el cual nunca encontraremos una alma! Sólo oiremos el chasquido de los árboles, el reventar leve de una corteza. O el gemido de las ramas altas que con el viento parecen violines desafinados por la guadaña implacable de la tarde.


Siempre en tinieblas, aunque esté abrasado por el sol del mediodía.


Y pese a que se ve –¡y mucho!– repta debajo de la tierra hacia un centro que se enciende y apaga.


¡Eso todos lo sienten y lo saben!


Caminos sirvientes del horror que los abarca. Burlándose con una mueca del destino y de nosotros que los miramos absortos y acongojados.

 

12. Reflejándose en el suelo y proyectándose en el muro


Pero hay un camino absoluto, definitivo, total; porque es sólo camino y nada más. Es el que va a Chaguín, Muycán, Cachulla. ¿Quien –digo yo– de seguir su huella no anhelaría ser enterrado a su vera y para siempre?


Camino largo, inacabable, solitario. Donde el caballo galopa por el centro de su propio hechizo que nace de sus ojos fantasmales.


Por ese camino se deslizan cercas de pencas y magueyes –nunca de pirca– y montes florecidos.


Y luego una recta de árboles sobre una tierra recién mojada. A ratos inundada por la lluvia liviana y los trinos de las aves, antiguos y nuevos.


Hay en la extensión de ese camino al fondo de una estancia, una morada a la cual lleva un largo corredor empedrado que bordea una fuente.


Allí habita una niña que se ha quedado intocada en mi recuerdo y que me mira con sus ojos cristalinos y asombrados.


Ese camino fue hecho para los siglos de los siglos, únicamente para repetir el nombre intocado de aquella niña y evocar eternamente su sombra delgada reflejándose en el suelo y proyectándose en el muro.
 

13. Sea según se va, o sea según se venga


Otro es el camino a Cachicadán.


Hay en él –o había, ¡pues pasé por allí de niño, y no volví jamás!– una vivienda de techo hendido, situada justo en la curva antes de bajar de la carretera. Con el humo saliendo por entre sus tejas y por la cumbrera torcida.


Allí las gallinas se recogían más temprano que en otros sitios en sus corrales profundos. Y yo pasaba embebido en no sé qué insalvables pensamientos.


De noche allí ladran los perros. Y las sombras de los árboles que se mecen anuncian otras sombras más lacerantes en la hondonada.


Hacia el fondo, entrando o bien saliendo la cuesta de Salsipuedes –sea según se va, o sea según se venga–, hay una casa con pilares labrados en piedra. Y afuera unas bancas de piedra entre matas de shiraques, mostazas y yerbabuena.


Al frente corre una acequia donde hay siempre dos mujeres que conversan ensimismadas. Siempre están ahí.
 

14. El cuerpo resbalaba y colgaba con la cabellera tumefacta


De día esa casa es una tienda de comercio con un piso de tierra mojada por unos baldes de agua, que se arrojaron hace mucho tiempo y hasta ahora no se secan.


Vemos un estante tosco de eucalipto donde se muestran dos o tres botellas con etiquetas irreconocibles.

 
Cajas de fósforos enfiladas y ya humedecidas por el infinito que ha pasado sobre ellas.


Jabones de pepa arrugados por el frío, pero más por el olvido.


Y atrás una canasta de panes envueltos en un mantel blanquísimo que los viandantes miran ojerosos y afligidos.


Por esa trocha trajiste, papá, a medianoche el cadáver de tu hermano, mi tío Bayardo, casi adolescente, abaleado en Angasmarca en la plenitud de su vida.


Y pese a que venía amarrado a las angarillas y pese a que los cargadores de adelante bajaban los palos hasta el suelo, y pese a que los hombres de atrás –entre los cuales ibas– levantaban los brazos y con él el cadáver sangrante sobre sus cabezas, el cuerpo resbalaba y colgaba casi medio cuerpo hacia afuera, con el rostro tumefacto. Y no era por lo empinando de la cuesta.

 

15. Allá, ¿también hay caminos?


Pero tú sostenías en lo alto esa cabeza fraterna sabiendo que se trataba de otra cosa, entretejiendo tus dedos en el pelo abigarrado. Y todo para que dejes constancia a tus hijos de lo grave que es la vida. Y lo indescifrable que es la muerte.


– ¡Deja de pesar tanto! –Le dijiste con susurro pero también con reclamo, nos contaste. Y él te oyó. ¡Sí, te oyó! Porque a partir de entonces se hizo liviano, como un tallo seco, una pluma o un suspiro.


Ya con nosotros elucubras: al muerto que se hace pesado hay que decirle que allá no habrá quién le cargue.


– ¿Allá también hay caminos? –te pregunto asustado–. ¿No es quizá que sólo nos divide un muro, o una tela muy delgada y que está aquí a nuestro lado.


Y sin que te oigamos nada más te quedaste escuchando el comentario de tu hermano Bayardo sobre los caminos que tú escuchas abstraído.

 

16. Con silbidos de pájaros en los árboles


Del pueblo hacía arriba hay otros caminos, como el de Urupamba, subiendo por La Poza y doblando por el Agua del Oro, donde hay un chorrillo al cual se acercan en la oscuridad los caballos, guiados sólo por el ruido del líquido que cae.


Y beben iluminando con sus sorbidos la noche repentina que se llena de estrellas y luceros.


Al frente de aquel chorro sonoro hay unas casitas donde siempre se raja leña y hay humo en la cocina. Con unos niños que corretean alegres y felices. En el suelo hay piedras para cogerlas y amenazar a los perros si después de ladrar se atreven a intentar mordernos.


Hay un camino que se mira desde el techo de mi casa, sube por el cerro San Cristóbal y va a Guamanchal, La Soledad y Las Azulas.


Límpido, siempre con rocío en sus piedras volcánicas, con silbidos de pájaros en los árboles de molle y taya, con una acequia rumorosa y pequeños puentecillos para saltarla.


17. Representa para mí la tarde infinita


Este camino es como el corazón del hombre, ora expansivo, dicharachero, generoso; ora amilanado, torvo, amenazante; ora tiene una posada, un recodo sombreado de árboles, una llanura cubierta de flores; otras veces es laja, piedra afilada, pedrusco que resbala y desaparece en la cañada.


El de Yamanate, hacia el costado, representa para mí la tarde infinita. Porque iba por él saliendo de la escuela, con el bolsillo cargado de panes y con la cantimplora a la altura de la rodilla, sin hacerla chocar en las piedras como me aconsejaba papá, recordándomelo desde el balcón de la casa de donde me veía partir.


Y todo porque mi padre recelaba mucho de la leche que traían a vender al pueblo. La probaba y le encontraba sabor a algún puquio de agua en donde suponía la habían mezclado.


Por eso, hacía el contrato para que nosotros mismos la traigamos desde el lugar donde pastaba, comía y bebía la vaca. Y por poco no arregla también para que nosotros fuésemos quienes la ordeñaran, porque recelaba mucho si se lavaba o no las manos quien tocara las ubres.

 

18. Sobre mis hombros han caído todos los augurios


Hasta Yamanate me iba casi a la oración, a la hora del ángelus. Hay en aquel sendero un paraje de árboles centenarios. Y el atajo sube como por un palacio de piedras inmemoriales.


Hacia la izquierda se abre una llanura que es en realidad una laguna encantada.


Allí se ven en las noches toros. Se oyen campanas y corretean en sus orillas duendes que embelesan y capturan a quienes se demoran contemplándolos.


Por ellos me he empapado de lluvia. Y sobre mis hombros ha caído –por transitar hasta tarde por esos sitios–, todos los augurios, premoniciones y presentimientos.


Yo he pasado por allí cuando las sombras peleaban con la tenue claridad de la tarde. Lo he cruzado acesante, hasta dejar de correr en las primeras casas, recién a las afueras del pueblo.

 

19. Ya jamás se olvidan, cierran ni cicatrizan


A veces, al amanecer, fuimos contigo por ese rumbo a traer algo. ¿Recuerdas, prima mía? Entonces tu voz y tu rostro ha marcado para mí por siempre lo que es el alborear del día.


Pero atrevimiento y temeridad es hablar de los caminos en unos cuantos renglones, porque ¡son tantos y tan vastos! Y distintos son sus sentidos.


Como también es temeridad recordarlos creyendo que nada en ellos se ha movido ni cambiado.


Incluso a la gente que encontré y pasó por ellos los tengo fijos, quietos o congelados con su saludo, su sonrisa o su pena.


Pero los que más hay son los caminos inhallables, que de niño uno los encuentra reptando por el curso que hace el agua debajo de las cercas.


Y que nos llevan a huertos inconcebibles, mundos fragantes y a jardines sobrenaturales, dominios que después ya jamás se olvidan, cierran ni cicatrizan.

 

20. Son los mismos por los cuales hemos regresado cada tarde


Caminos por donde nos hemos ido alguna vez y para siempre.


Y creo que, igual, eternamente hemos regresado por ellos.


¡Donde te he querido y anhelado tanto!


Caminos que a estas horas estarán a oscuras, pero en vigilia e insomnes.


Caminos sin una sola alma, ni al centro ni a su vera.


Aunque sí, con la cruz de yo mismo, despierto y velando al borde de sus piedras pasmadas.


¡Caminos en los cuales nos hemos despedido.


Y son los mismos, aunque otros somos nosotros, por los cuales hemos regresado cada tarde!


Y reencontrado en esta vida y otras vidas. Y desaparecido hacia la muerte.


Que nos traen y nos dejan solos en un sitio que siempre es El Camino. Desde donde otra vez tendremos que seguir, partir, continuar el viaje.


Por eso los caminos son abrazos. Son libertad, ya muertos. Y mientras vivamos: prisiones y cadalsos.

Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

Ir a índice de América

Ir a índice de Sánchez Lihón, Danilo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio