Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC 

28 de julio

  Aniversario patrio del Perú

  Desfile de fiestas patrias

  Danilo Sánchez Lihón

www.danilosanchezlihon. blogspot.com

1. Primera vez

 

– ¡Compañías! ¡Paso de desfile! ¡Marchen!


Era la voz de mando del Instructor Oficial de IPM en el ensayo de los alumnos del Colegio Santiago el Mayor para el desfile de Fiestas Patrias.


Las dos columnas, una de mujeres y otra de varones dejaban caer sus pasos que resonaban en golpes parejos haciendo temblar el suelo del patio de la vieja casona donde empezó a funcionar el recién fundado Colegio del pueblo de Santiago de Chuco, el primero en crearse en todo el ámbito de la provincia.


Era principios de julio y yo había acompañado a mi padre a una visita a la añosa casona detrás del campanario donde tenía cita con su amigo, el profesor Romeo Solís Rosas Anaya, músico, pedagogo, gestor y ahora flamante director del nuevo y pujante plantel estudiantil.


Llegamos en el momento en que alrededor del patio el alumnado que había ingresado aquel año hacía un ensayo para el desfile escolar de las Fiestas Patrias, donde por primera vez desfilaría una institución educativa de educación secundaria.

 

 

2. Imbuida de ideales

 

Dos agrupamientos de tres columnas cada uno marchaban con la frente levantada hacia lo alto, sin un gesto vano o fallido en el rostro, sin una mirada distraída, los semblantes serenos, candorosos, casi iluminados.


Adelante, en cada vuelta que daban alrededor del patio, iba la sección de mujeres en líneas de a tres, en marcha acompasada, con sus uniformes de falda azul y blusa blanca.


Eran unas muchachas altas, límpidas y hermosas que me admi¬ró verlas como brotes inusitados de nuestros manantiales, ríos y bosques encantados.


Delante de todas ellas, con su bastón de mando blanco, la mirada indoblegable, todo el talante imbuido de ideales, iba la Brigadier General de aquel agrupamiento.


Era ella quien trazaba el sendero con sus pasos marciales, indicando con un gesto dónde hacer los giros, volteando de vez en cuando para indicar algo con la mirada, señalar un movimiento, o vigilar una conducta.


Todo parecía depender de aquella joven delgada, etérea y a la vez exacta.

 

 

3. El perfil de las montañas

 

Eran más o menos entre sesenta muchachas y muchachos a quienes yo contemplaba subyuga¬do por su distinción y compostura. Un haz de espigas entresacadas de nuestros campos de suyo floridos.


Impresionaba la seriedad de esos rostros, el aplomo de los gestos, la altivez de su talante.


Envueltos en sus uniformes impecables giraban en el patio de tierra apisonada delante de las paredes blancas de adobe que coronaban en lo alto racimos de mostazas y malvas florecidas después de las lluvias de mayo y de junio, más arriba las techumbres rojizas y más arriba el cielo azulado.


En el balaustre del segundo piso mi padre conversaba con don Romeo Solís que concentraba todo el horizonte, el perfil de las montañas y las nubes bogando en el firmamento en sus lentes bajo el techo cimbrado de la casa antigua.

 

 

4. Columnas de argonautas

 

No había visto aún la banda de guerra que estrenarían en el desfile de Fiestas Patrias del 28 de julio de aquel año de 1954.


De allí que en la mañana del 28 de julio, pasamos con mi escuela primaria esforzándonos por mantener la fila rectilínea y acompasando el fluir de la columna, golpeando fuerte el piso para que resonaran nuestros pasos lo más que podíamos  delante de la tribuna.


Y tan pronto nuestras tarolas de madera pintadas de azul de nuestra banda de guerra dieron el redoble final, y se escuchó la orden de "¡Rompan filas!", corrimos en estampida a ganar el mejor sitio para ver pasar en su marcha inaugural al Colegio Santiago el Mayor que cerraba el glorioso transcurrir de los batallones que desfilaron aquel año.


El anhelo de ver este acontecimiento al parecer fue del alumnado de todos los planteles de Educación Primaria, porque ya disueltos invadimos en avalancha la plaza y reven¬tamos los emplazamientos de la calle frente al Municipio.


Pero no solo los niños sino que toda la población estaba pendiente de ver pasar a esas columnas de argonautas como eran para nosotros los alumnos y alumnas del Colegio Santiago el Mayor.

 

 

5. Soldado raso

 

Por eso, cuando fue anunciado el ingreso del Cole¬gio por la bocacalle de la plaza, en línea recta con la tribu¬na oficial, el griterío de la gente estalló y el cordón humano, que a duras penas sosteníamos los que estábamos adelante, se rompió en varios puntos.


Pero empujamos hacia atrás con todo el peso de nuestro cuerpo, en los hombros y en la espalda, deteniendo la arremetida. A ratos cedíamos con riesgo de ser maltratados por los policías, quienes pasaban golpeando con sus varas a los se habían atrevido a ceder siquiera un paso hacia delante, ante el empuje incontenible que venía de atrás.


Fue cuando desde lejos resonó el estallido de cornetas que nunca antes habíamos escuchado:


– ¡Es la banda de guerra del colegio!


– ¡Viene la banda de guerra del colegio!


Los instrumentos habían sido donados por el General de División Carlos Miñano Mendocilla, héroe de la Batalla de Zarumilla, nacido en las pampas de Samada en la parte rural de Santiago de Chuco, y quien había ascendido desde soldado raso hasta cubrirse de gloria cuando tenía el grado de coronel en el conflicto bélico del año 1941.

 

 

6. Los reflejos del sol

 

Ya cerca los redoblantes atronaron el aire y avanzaron por entre la calle abierta por el gentío, con el aplauso y los vítores de quienes se apostaban en la vereda y en los muros aledaños.


Y asomaron ante nuestras miradas deslumbradas y atónitas las circunferencias plateadas, de cueros traslúcidos y atornillados con rojas mariposas, con banderines que casi se arrastraban por el suelo, las nuevas tarolas de la banda de guerra del colegio, nunca antes vistas por nuestros ojos.


¡Con cuerdas que atravesaban su circunferencia y le daban aquel sonido áspero, dulce y a la vez altivo a sus compases!, ¡tal y como debe ser el fragor de una batalla!


Los muchachos que las tocaban parecían tener otro talante, como si no los conociéramos. Se alinearon bajo los ventanales del viejo Municipio, alzando las rodillas como si marcharan en su propio sitio. Y nosotros subyugados de ver una luz nueva del sol en los reflejos que desprendían y en los acordes que se elevaban desde esos prodigios.

 

 

7. El pecho henchido

 

Pronto el corneta mayor, cuan alto era y con ceño fruncido, hizo girar su clarín en el aire, a lo que siguió un revuelo de banderines de que estaban adornadas las cornetas. Las embocaron en sus labios y luego, a una señal, soplaron endureciendo los carrillos.


Y emergió nueva “Marcha de banderas” que resonó en nuestros corazones con sonido absoluto, sideral e infinito. Levantaba del fondo de los abismos todo lo sufrido, lo amado y también la más prístina esperanza que nos cabe albergar hacia el futuro más prominente.


En eso, apareció a lo lejos y hacia el fondo, sereno e enhiesto, el pabellón nacional rojo y blanco, emergiendo del tumulto que hacían las cabezas y los cuerpos arracimados de la gente sencilla, portado por la escolta de mujeres que vestían uniforme de gala de paño azul con cuello de blanco, llevando un brazalete amarillo con bordes rojos y negros y la escarapela del Perú en el pecho henchido.

 

 

8. Cuerpo y espíritu

 

Detrás de la escolta un manojo impresionante de muchachas y mu¬chachos, a quienes les temblaban las mejillas, con la mira¬da fulgurante y el ceño endurecido de guerreros que portan en el alma y el ser algo sagrado.


Y así no pasó sino que se quedó para siempre en nuestras almas el colegio de mi pueblo, marchando como nunca habíamos visto ni imaginado antes; con otra fuerza, con una convicción, con un mundo nuevo a sus pies.


Aquella realidad no estaba solo en la marcialidad de sus pasos, ni solo en la templanza de sus cuerpos, ni solo en la seriedad de sus semblantes, ni solo en los vítores de la gente, ni solo en las lágrimas de los ojos de hombres, mujeres y niños, sino en mucho más.


Una emoción profunda invadió al gentío que aplau¬día y en los ojos de todos nosotros se escarchaba el coraje, la ilusión y la esperanza hecha cuerpo y espíritu.


Lo vimos avanzar en formación perfecta, la mirada puesta en un mundo sublime entre el atronar de las cornetas, los vítores y los aplausos de la gente.

 

 

9. Dones de la tierra

 

Era una marcha triunfal frente a las tribunas oficiales en la ceremonia de gala de aquel día memorable y en aquel colegio con temblor de fábula y leyenda.


¡Era nuestro pueblo puesto de pie, con toda la esperanza depositada en el horizonte lejano y límpido, pleno de amatistas y diamantes en esa mañana radiante del mes de julio!


– ¡Ya puedo morir tranquilo! –dijo un viejo restregándose los ojos con un pañuelo.
– Es el Dios de los cielos y el Apóstol bendito quienes premian así a nuestro pueblo.
– Es la bondad de la gente la que hace posible ver estos dones de la tierra.
– Son los buenos profesores los que preparan así a nuestros muchachos y a quienes debemos estar agradecidos.
– ¡Vivan los profesores! –gritó alguien.
– ¡Viva Santiago de Chuco! –gritó otro.

Danilo Sánchez Lihón

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