Instituto del Libro y la Lectura Inlec del Perú

27 de septiembre
Día Mundial del Turismo


Alas y alma de los pueblos:
¡Los Tejados!

Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com

INTRODUCCIÓN


1. No hay turismo sin patrimonio

 

– Y, ¿qué es lo que más le gustó del Perú? –pregunto con curiosidad a una turista que me hace saber que conoce mi país.


– Los tejados de sus pueblos andinos.


– ¿Así? –me admiro yo– ¿Y por qué esa predilección?


– Porque representa muy bien lo mejor de su cultura actual: el afecto. Los techos parecen alas de palomas que acurrucan a sus polluelos. Es muy bello ver los viejos tejados ¡tan protectores! de las casas de la serranía.


– Pero también hay techos parecidos en la zona rural de Europa.


– Los del Perú son especiales por la geografía ondulante del valle que le da una perspectiva de un mar agitado o embravecido y arriba las montañas ciclópeas. Y porque combina muy bien el rojo de la arcilla con el verde de los cerros y al fondo las moles inhiestas de piedra azulada de la cordillera.


– ¡Esa apreciación no la había escuchado!


– Pero también porque la imagen de los techos coincide con lo cariñosa que es la gente sobreponiéndose a las adversidades. Y en esos elementos juntos tienen un capital inmenso para el turismo en el cual se aprende incluso moral de puebejemplo como son ustedes.

 

2. Los tejados se están destruyendo: ¡Defendámoslos!

 

Sin embargo, todo aquello que me expresó la bella señora lo estamos destruyendo de manera implacable.


Estamos reemplazando los techos de teja por otros de calamina. Y las casas acogedoras por tabiques hechos de cemento, lata, plástico y fierro.


¡Consideremos que uno de los valores más altos de nuestra cultura, junto a la virtud de su gente, es la fisonomía y el alma de sus pueblos. En lo que toca al mundo andino, único en el planeta, esa alma está sintetizadas en sus tejados; con los cuales venimos siendo inmisericordes al destruirlos.


Y si aboimos el alma estaremos desapareciendo definitivamente y para siempre el mundo andino. Y con ello su asombrosa cultura viva. ¡Todo eso representa en estos momentos defender sus tejados!


¡Debemos hacer una movilización general!

 

Perderlos es esfumar lo mejor de aquella emoción primigenia que produce el ande, que se quedaría sin espíritu y hasta sin cuerpo.

 

¿No lo hemos experimentado acaso cada vez que viajamos y vemos una casa con sus tejas a la vera del camino?


Por eso, defendamos ahora que aún no todo está destruído. ¡Tarma que era bella ahora es una barriada! 


Para ello evitemos entonces que se destruyan las casas y menos que en su reemplazo se alcen otras diferentes que no guarden correspondencia con la índole y raigambre primigenia de nuestros pueblos.
 

 

3. ¿Cambiar la teja para poner calamina?


Estando en Barcelona, en julio y agosto del 2008,  conocí el documento que hicieron llegar hasta allá mis paisanos, a la comunidad de residentes de Santiago de Chuco en esa ciudad, solicitando apoyo en las reformas del techado de la iglesia, para lo cual se pide fondos entre otros rubros para el cambio de la teja a fin de poner calamina.

 

¿Por qué no tejas? Porque los cohetes de las celebraciones las rompen y hay goteras en las paredes.


¿Cabe aceptar la iglesia cambiada y techada como un campamento minero.


La iglesia es el símbolo más destacado de la identidad de un pueblo y consecuentemente su imagen debe conservar todo aquello que es inherente a su personalidad  y carácter genuino.


Debe servir incluso de ejemplo para que los edificios como el Municipio, que ya es de calamina, y de las casonas de Santiago de Chuco, algunas de las cuales han sucumbido a aquella tesis funcionalista, decidan valorar las características que los definen como un pueblo con identidad. ¡Y volver a ser de tejas!


Los tejados son el alma de los pueblos!

 

No matemos esa alma. ¡Aquella proyectada conversión debe arrancar la protesta de los hijos de Santiago de Chuco esparcidos por todas las latitudes del mundo!

 

La protesta debe hacerse hasta que se corrija el desatino. Y debe servir al mismo tiempo para asumir una defensa convencida, militante y concientizadora de todo lo que es nuestro patrimonio cultural.

 

EVOCACIÓN


4. Pero, ¿qué son los tejados?

 

Los tejados son alas de nuestro espíritu tendidas y suspendidas en el aire hacia lo eterno.


Arcilla y viento que contienen agua y fuego para siempre.


Toda la curvatura de la teja está templada a fuego intenso y afinada para entonar endechas al firmamento.


En ellos se sobreponen teja macho y hembra, por eso son cantarinos y melodiosos. Una teja se tiende y la otra fragua tempestades. Son barro que vuela y quieto lucero ensimismado.


Los tejados son nuestra alma, gracia y entraña. Nuestra ilusión como nuestra pena. En ellos se nos encuentra y en ellos jamás seremos olvidados.


En ellos estamos, radiantes o ateridos. Y cuando no estemos se nos mirará en la hondura de su centro o su costado.


Velan, escuchan, aguardan. Son quienes nos amparan y protegen de tanto cosmos. Se enorgullecen si triunfamos y se apenan si sufrimos.


Ellos escuchan las voces de adentro y las de afuera que pasan por la acera. Aquellas que provienen del fondo del alma y de las otras que vienen desde lejos cribando nuestro destino.

5. Unen la tierra con el cielo

 

Antes yo creía que eran inclinados por el agua que tenía que correr por su pendiente. Pero después supe que no era por eso.


Ese gesto es por un motivo diferente. Porque es otra savia la que recorre sus venas: el sentimiento, ¡y los sueños inatajables!


Porque ¡cuántas veces no hemos jugado al verlos y preguntado: ¿cómo sería resbalar o subir por ellos si fueran más empinados o ligeramente más tendidos?


Entonces son para jugar con las ilusiones sean abiertas o sean sepultas.


Como otro tiempo son para llorar, cuando no las tenemos y cuando nos despedimos.


Pero es por algo más que son inclinados: es por un gesto piadoso y caritativo, por aquel querer tender hacia abajo los brazos. Es por sus lágrimas compasivas. Por identificarse con la gente más sencilla.


Por ser tan humanos es que se cimbran o se quiebran, por el dolor que les causa el sufrimiento del prójimo. Es por la ternura que los embarga. Por ser buenos, cariñosos y estupefactos. 


Unen la tierra con el cielo, cual si fueran senos o regazos maternales.

 

6. Las tejas son hadas

 

En los tejados se escuchan las voces y los llantos de las almas que han pasado. Y de aquellas que añoran su lar nativo.

 
En ellos los espíritus se posan.


Por ubicarse en ellos es que tienen una mirada hacia abajo sensitiva y otra hacia arriba llena de reproches.


En los tejados es donde los ángeles se guarecen. Y velan las hadas extasiadas. También los duendes aquí tienen sus escondrijos.


Solo la parca con su traje de telaraña y sus ojos que no ven pero señalan no se atrevió nunca a pisar en ellos.


Con su guadaña, el shuyec y la pacapaca en los hombros se esconde entre los árboles y desde allí lanza su soplo o su flecha para que la gente muera.


Las tejas son hadas, ¿espantarlas para siempre? ¿Desterrarlas de nuestras vidas?


Es la arcilla ofrendada al viento y a lo eterno.


Los tejados son el plumaje de las divinidades que se arrebujan bajo el cielo anubarrado.


En la suma de tejas de cada ringlera hay códigos ocultos y mosaicos cifrados.

 

7. Sus medida es el infinito

 

En el tejado queda la memoria de los días, ellos guardan el registro de lo que nos ha acontecido.


Son tierra vieja. ¡Tierra madre! ¡Tierra milenaria!


Tierra puesta hacia arriba a que nos protejan mientras dormimos o morimos debajo.


Los tejados se han compadecido de muestras vidas asombradas por haber nacido donde han nacido.


El crepúsculo sombrío que en los cerros altos se hizo viejo se hace claro y leve en los techos de las casas esparcidas en la honda cañada.


El alma de los pueblos andinos son los tejados. Nunca están hacia afuera sino hacia adentro y retan lo que está arriba.


No desafían a la calle sino a las estrellas y luceros. Afuera está la fachada y la vereda. Los tejados son íntimos, confidentes, secretos.


Son de agua y recuerdan al mar, por eso ondulan. No tienen límites.


Cada techo desconoce su medida porque ella es el infinito.

 

8. Flor de la piedra

 

Ya viejos tienen una flor en la frente; o la lucen en el pecho. Es de color blanco verdoso con un tinte anaranjado. “Flor de la piedra” se dice.


Cuando a una teja le brota su flor en todas también aparece. Flor que semeja unas gotas de agua de un tinte muy leve.


Ella crece completamente inocente y pegada a la superficie, tanto que pareciera una transparencia de contornos festonados que ligeramente se levantan. Ese reborde nos dice que son pétalos, aunque no tengan al centro ni corolas ni pistilos.


Como si una mano las abriera y ellas se cogieran de unos brazos en el aire para no caer al vacío.


En el tejado ocurre la epifanía de lo inmenso y pequeño cuando al amanecer en él se juntan el humo de la cocina envolviéndose con el manto glorioso del alba.

 

9. Matriz y útero materno

 

Debajo de las cumbreras de los techos, o hacia adentro, o al revés que da al firmamento, están los terrados. ¿Quién de nosotros en ellos no ha llorado?


¿Quién no ha corrido hasta allí, sin que nadie lo vea y no ha desahogado en sollozos su pena?


¿Quién, pegada la cabeza al adobe desnudo, cuerpo a cuerpo y cara a cara, de hermano a hermano con el seco barro no se ha consolado, después de confesarse con el alma en la mano de por qué nos duele tanto el alma?


Y ya escarchadas las lágrimas: ¿qué mundos no se han imaginado  mirando los haces de luz que penetran por entre los huecos que entretejen magueyes y carrizos?


Allí has sosegado tu espíritu y has encontrado una razón para seguir viviendo.


¡Quizá hasta para luchar con más ahínco, convicción y denuedo!


Cerca o al pie de los tejados, después de sentirnos solos, perdidos y atribulados, ¿no hemos encontrado nuestro destino?


¿No es allí donde hemos vuelto a nacer? Y es que ellos son entraña, matriz y útero materno. Senos piadosos y almas compasivas. 

 

MANIFIESTO 

 

10. Son nuestra razón de ser 

 

¡Sitios encantados, alas, lugares donde se posan los ángeles! ¡Maravillas que están amenazadas! Y lo triste es que por nadie ajeno, sino por nosotros mismos.

 

¡Defensamos nuestro patrimonio cultural que es un tesoro!

 

Así: las paredes de adobe, los antepechos que sobresalen a la calle, las calzadas empedradas. También las puertas y balcones hechos de madera lugareña. Los portones señoriales pintados de colores frescos como el azul y el verde. De sus muros que rematan en malvas, mostazas y azucenas.


Así como de los pozos de los patios que son de laja o piedra; como también de los corredores de primer y segundo piso, con balaustres y pilares que sostienen vigas en las cuales se apoyan los techos de maguey, carrizo y teja que aletea.


Todo ello basados en que la mejor manera de atraer a propios y extraños en un plan turístico es conservando la identidad de los pueblos al mismo tiempo que edificando su desarrollo.


En los tejados está contenido todo aquello que es la razón de ser y el alma andina, no debiendo permitir entonces que aquellos techos cambien por otros de un material que desdice, que no es propio del lugar y excluye la poesía que es el soplo divino del cual estamos hechos todos los hombres.
 
11. Raigambre, estirpe y linaje

 

Escucho decir a una personas a quien el funcionario del Instituto Nacional de Cultura le reclama que construya su casa respetando la identidad del lugar. Su respuesta es:


– Yo hago mi casa como quiero. Y como a mí me da la gana. ¿Qué dispositivo me lo prohibe?


E insiste:


– A mí nadie puede decirme nada, porque yo hago mi casa con mi plata.


¿Es correcta esta manera de pensar? ¿Podemos hacer lo que se nos ocurra? ¿No hay normas y dispositivos qué respetar?


Hemos de dar valor a nuestros pueblos haciendo que ellos tengan identidad.


Hay otras personas que creen que haciendo una casa tipo extranjero mejoran su pueblo. Creen que imitando a una ciudad de la costa o del exterior están mejorando.


Para que seamos algo en el mundo no debemos afectar aquello que es esencial en cuanto a espíritu. El valor de nuestros pueblos radica en su identidad y en su fisonomía propia. En nuestro caso de pueblo andino son los tejados aquello que nos evoca la raigambre, la estirpe y el linaje que nos conforma.


La fórmula es: ofrecer lo mejor que tenemos para la mejor calidad de vida de nuestros habitantes y de las personas que nos visitan, síntesis que resume la estrategia turística de todo pueblo.

 

12. No imitar lo foráneo

 

Tampoco cabe oponerse a las nuevas tecnologías sino que hay que asimilarlas y ponerlas al servicio de nuestros propósitos.


Pugnemos y hagamos todo lo posible por mejorar cada día contando con los servicios básicos que nos hagan un pueblo digno y desarrollado.


No podemos perder la imagen original, poética y evocadora de lo que somos, porque eso nos da razón de ser frente al mundo y sobre todo porque eso es verdad.


La clave para desarrollar es no perder identidad, que es la única manera y razón por la cual vamos a tener motivos por los cuales hemos de ser apreciados. Debemos conservar para poder progresar.


Los países que han desarrollado en el campo del turismo nos muestran además en cada paso que dan que lo propio es aquello que debe ser valorado.


En este aspecto tenemos un compromiso de alma con respecto al porvenir y a la herencia que le debemos dejar a nuestros hijos.


Cultivemos también en nuestros niños y jóvenes, y en la ciudadanía en general, la adhesión por nuestro patrimonio.


¡Cuidando de no imitar lo foráneo ni convirtiendo nuestras casas y nuestro pueblo en remedos de otras ciudades!

 

13. La modernidad lo exige y reclama


Que la iglesia de Santiago de Chuco sea techada de calamina será una claudicación de consecuencias nefastas para aquello que queremos seguir representando:


Ello es un pueblo orgulloso de la poesía de César Vallejo y de la consagración que tantos otros poetas, artistas, maestros e hijos ilustres que han cantado y hecho encomio del paisaje y los tejados.


Nuestro compromiso generacional es hacer que los dones y virtudes de nuestra tierra no se pierdan y, al contrario, se exalten y consagren. ¡Y eso son los tejados!


En ello radica el poder mayor para desarrollar un turismo responsable, consistente y jubiloso que ha de activar diversos rubros económicos que nos abran las puertas del porvenir.


Que cultivando y defendiendo nuestra identidad nos comportemos al mismo tiempo como el pueblo acogedor, amable y gentil que somos y ofrezcamos un servicio de calidad en la atención al turista como la modernidad lo exige y lo reclama.

 

EPÍLOGO

 

14. Los tejados afrontan los enigmas

 

Finalizo este alegato con el texto de mi paisano Ángel Gavidia, poeta de mi tierra nacido en Mollebamba, autor del libro “Soledad y otros paisajes”, quien dice:

 

LAS TEJAS

 

¿Qué pájaro y de dónde
vino a habitar las manos viejísimas del hombre?
¿Del centro de la tierra?
¿Del corazón del fuego?
¿De algún árbol de piedra tumbado por su sombra?
No sé
pero esparció sus plumas por el valle.

 

Esas plumas recogámoslas y ostentémolas en el ojal de nuestro pecho


Afrontan los enigmas, más aún: viven cada día de frente y de cara a ellos.

 

Los tejados no solamente son bellos sino que simbolizan mucho más: ternura, maternidad, coraje.


Son la línea fronteriza entre lo terreno y lo divino. Y hasta contienen la trascendencia  de lo que hemos sido, somos y hemos de llegar a ser como victoria en el universo. 

Danilo Sánchez Lihón

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