1. No hay turismo sin patrimonio
–
Y, ¿qué es lo que más le gustó del Perú? –pregunto con curiosidad
a una turista que me hace saber que conoce mi país.
– Los tejados de sus pueblos andinos.
– ¿Así? –me admiro yo– ¿Y por qué esa predilección?
– Porque representa muy bien lo mejor de su cultura actual: el afecto.
Los techos parecen alas de palomas que acurrucan a sus polluelos. Es muy
bello ver los viejos tejados ¡tan protectores! de las casas de la
serranía.
– Pero también hay techos parecidos en la zona rural de Europa.
– Los del Perú son especiales por la geografía ondulante del valle que
le da una perspectiva de un mar agitado o embravecido y arriba las montañas
ciclópeas. Y porque combina muy bien el rojo de la arcilla con el verde
de los cerros y al fondo las moles inhiestas de piedra azulada de
la cordillera.
– ¡Esa apreciación no la había escuchado!
– Pero también porque la imagen de los techos coincide con lo cariñosa
que es la gente sobreponiéndose a las adversidades. Y en esos elementos
juntos tienen un capital inmenso para el turismo en el cual se aprende
incluso moral de puebejemplo como son ustedes.
2. Los tejados se están destruyendo: ¡Defendámoslos!
Sin
embargo, todo aquello que me expresó la bella señora lo estamos
destruyendo de manera implacable.
Estamos reemplazando los techos de teja por otros de calamina. Y las
casas acogedoras por tabiques hechos de cemento, lata, plástico y
fierro.
¡Consideremos que uno de los valores más altos de nuestra cultura,
junto a la virtud de su gente, es la fisonomía y el alma de sus
pueblos. En lo que toca al mundo andino, único en el planeta, esa
alma está sintetizadas en sus tejados; con los cuales venimos siendo
inmisericordes al destruirlos.
Y si aboimos el alma estaremos desapareciendo
definitivamente y para siempre el mundo andino. Y con ello su
asombrosa cultura viva. ¡Todo eso representa en estos momentos
defender sus tejados!
¡Debemos hacer una movilización general!
Perderlos
es esfumar lo mejor de aquella emoción primigenia que produce el
ande, que se quedaría sin espíritu y hasta sin cuerpo.
¿No
lo hemos experimentado acaso cada vez que viajamos y vemos una casa
con sus tejas a la vera del camino?
Por eso, defendamos ahora que aún no todo está destruído. ¡Tarma
que era bella ahora es una barriada!
Para ello evitemos entonces que se destruyan las casas y menos que en
su reemplazo se alcen otras diferentes que no guarden correspondencia
con la índole y raigambre primigenia de nuestros pueblos.
3.
¿Cambiar la teja para poner calamina?
Estando en Barcelona, en julio y agosto del 2008, conocí el
documento que hicieron llegar hasta allá mis paisanos, a la
comunidad de residentes de Santiago de Chuco en esa ciudad,
solicitando apoyo en las reformas del techado de la iglesia, para lo
cual se pide fondos entre otros rubros para el cambio de la teja a
fin de poner calamina.
¿Por
qué no tejas? Porque los cohetes de las celebraciones las rompen y
hay goteras en las paredes.
¿Cabe aceptar la iglesia cambiada y techada como un campamento
minero.
La iglesia es el símbolo más destacado de la identidad de un
pueblo y consecuentemente su imagen debe conservar todo aquello que
es inherente a su personalidad y carácter genuino.
Debe servir incluso de ejemplo para que los edificios como el
Municipio, que ya es de calamina, y de las casonas de Santiago
de Chuco, algunas de las cuales han sucumbido a aquella tesis
funcionalista, decidan valorar las características que los
definen como un pueblo con identidad. ¡Y volver a ser de tejas!
Los tejados son el alma de los pueblos!
No
matemos esa alma. ¡Aquella proyectada conversión debe arrancar la
protesta de los hijos de Santiago de Chuco esparcidos por todas las
latitudes del mundo!
La
protesta debe hacerse hasta que se corrija el desatino. Y debe
servir al mismo tiempo para asumir una defensa convencida, militante
y concientizadora de todo lo que es nuestro patrimonio cultural.
4. Pero, ¿qué son los tejados?
Los
tejados son alas de nuestro espíritu tendidas y suspendidas en el aire
hacia lo eterno.
Arcilla y viento que contienen agua y fuego para siempre.
Toda la curvatura de la teja está templada a fuego intenso y
afinada para entonar endechas al firmamento.
En ellos se sobreponen teja macho y hembra, por eso son cantarinos y
melodiosos. Una teja se tiende y la otra fragua tempestades. Son barro
que vuela y quieto lucero ensimismado.
Los tejados son nuestra alma, gracia y entraña. Nuestra ilusión
como nuestra pena. En ellos se nos encuentra y en ellos jamás seremos
olvidados.
En ellos estamos, radiantes o ateridos. Y cuando no estemos se nos
mirará en la hondura de su centro o su costado.
Velan, escuchan, aguardan. Son quienes nos amparan y protegen de
tanto cosmos. Se enorgullecen si triunfamos y se apenan si sufrimos.
Ellos escuchan las voces de adentro y las de afuera que pasan por la
acera. Aquellas que provienen del fondo del alma y de las otras que
vienen desde lejos cribando nuestro destino.
5.
Unen la tierra con el cielo
Antes
yo creía que eran inclinados por el agua que tenía que correr por su
pendiente. Pero después supe que no era por eso.
Ese gesto es por un motivo diferente. Porque es otra savia la que
recorre sus venas: el sentimiento, ¡y los sueños inatajables!
Porque ¡cuántas veces no hemos jugado al verlos y preguntado: ¿cómo
sería resbalar o subir por ellos si fueran más empinados o ligeramente
más tendidos?
Entonces son para jugar con las ilusiones sean abiertas o sean
sepultas.
Como otro tiempo son para llorar, cuando no las tenemos y cuando nos
despedimos.
Pero es por algo más que son inclinados: es por un gesto piadoso y
caritativo, por aquel querer tender hacia abajo los brazos. Es por sus lágrimas
compasivas. Por identificarse con la gente más sencilla.
Por ser tan humanos es que se cimbran o se quiebran, por el dolor
que les causa el sufrimiento del prójimo. Es por la ternura que los
embarga. Por ser buenos, cariñosos y estupefactos.
Unen la tierra con el cielo, cual si fueran senos o regazos
maternales.
En
los tejados se escuchan las voces y los llantos de las almas que han
pasado. Y de aquellas que añoran su lar nativo.
En ellos los espíritus se posan.
Por ubicarse en ellos es que tienen una mirada hacia abajo sensitiva
y otra hacia arriba llena de reproches.
En los tejados es donde los ángeles se guarecen. Y velan las hadas
extasiadas. También los duendes aquí tienen sus escondrijos.
Solo la parca con su traje de telaraña y sus ojos que no ven pero
señalan no se atrevió nunca a pisar en ellos.
Con su guadaña, el shuyec y la pacapaca en los hombros se esconde
entre los árboles y desde allí lanza su soplo o su flecha para que la
gente muera.
Las tejas son hadas, ¿espantarlas para siempre? ¿Desterrarlas de
nuestras vidas?
Es la arcilla ofrendada al viento y a lo eterno.
Los tejados son el plumaje de las divinidades que se arrebujan bajo
el cielo anubarrado.
En la suma de tejas de cada ringlera hay códigos ocultos y mosaicos
cifrados.
7.
Sus medida es el infinito
En
el tejado queda la memoria de los días, ellos guardan el registro de lo
que nos ha acontecido.
Son tierra vieja. ¡Tierra madre! ¡Tierra milenaria!
Tierra puesta hacia arriba a que nos protejan mientras dormimos o
morimos debajo.
Los tejados se han compadecido de muestras vidas asombradas por
haber nacido donde han nacido.
El crepúsculo sombrío que en los cerros altos se hizo viejo se
hace claro y leve en los techos de las casas esparcidas en la honda cañada.
El alma de los pueblos andinos son los tejados. Nunca están hacia
afuera sino hacia adentro y retan lo que está arriba.
No desafían a la calle sino a las estrellas y luceros. Afuera está
la fachada y la vereda. Los tejados son íntimos, confidentes, secretos.
Son de agua y recuerdan al mar, por eso ondulan. No tienen límites.
Cada techo desconoce su medida porque ella es el infinito.
Ya
viejos tienen una flor en la frente; o la lucen en el pecho. Es de color
blanco verdoso con un tinte anaranjado. “Flor de la piedra” se dice.
Cuando a una teja le brota su flor en todas también aparece. Flor
que semeja unas gotas de agua de un tinte muy leve.
Ella crece completamente inocente y pegada a la superficie, tanto
que pareciera una transparencia de contornos festonados que ligeramente
se levantan. Ese reborde nos dice que son pétalos, aunque no tengan al
centro ni corolas ni pistilos.
Como si una mano las abriera y ellas se cogieran de unos brazos en
el aire para no caer al vacío.
En el tejado ocurre la epifanía de lo inmenso y pequeño cuando al
amanecer en él se juntan el humo de la cocina envolviéndose con el
manto glorioso del alba.
9. Matriz
y útero materno
Debajo
de las cumbreras de los techos, o hacia adentro, o al revés que da al
firmamento, están los terrados. ¿Quién de nosotros en ellos no ha
llorado?
¿Quién no ha corrido hasta allí, sin que nadie lo vea y no ha
desahogado en sollozos su pena?
¿Quién, pegada la cabeza al adobe desnudo, cuerpo a cuerpo y cara
a cara, de hermano a hermano con el seco barro no se ha consolado, después
de confesarse con el alma en la mano de por qué nos duele tanto el
alma?
Y ya escarchadas las lágrimas: ¿qué mundos no se han imaginado
mirando los haces de luz que penetran por entre los huecos que
entretejen magueyes y carrizos?
Allí has sosegado tu espíritu y has encontrado una razón para
seguir viviendo.
¡Quizá hasta para luchar con más ahínco, convicción y denuedo!
Cerca o al pie de los tejados, después de sentirnos solos, perdidos
y atribulados, ¿no hemos encontrado nuestro destino?
¿No es allí donde hemos vuelto a nacer? Y es que ellos son entraña,
matriz y útero materno. Senos piadosos y almas compasivas.
10.
Son nuestra razón de ser
¡Sitios
encantados, alas, lugares donde se posan los ángeles! ¡Maravillas
que están amenazadas! Y lo triste es que por nadie ajeno, sino por
nosotros mismos.
¡Defensamos
nuestro patrimonio cultural que es un tesoro!
Así:
las paredes de adobe, los antepechos que sobresalen a la calle, las
calzadas empedradas. También las puertas y balcones hechos de
madera lugareña. Los portones señoriales pintados de colores
frescos como el azul y el verde. De sus muros que rematan en malvas,
mostazas y azucenas.
Así como de los pozos de los patios que son de laja o piedra; como
también de los corredores de primer y segundo piso, con balaustres y
pilares que sostienen vigas en las cuales se apoyan los techos de
maguey, carrizo y teja que aletea.
Todo ello basados en que la mejor manera de atraer a propios y extraños
en un plan turístico es conservando la identidad de los pueblos al
mismo tiempo que edificando su desarrollo.
En los tejados está contenido todo aquello que es la razón de ser y el
alma andina, no debiendo permitir entonces que aquellos techos cambien
por otros de un material que desdice, que no es propio del lugar y
excluye la poesía que es el soplo divino del cual estamos hechos todos
los hombres.
11. Raigambre, estirpe y linaje
Escucho
decir a una personas a quien el funcionario del Instituto Nacional de
Cultura le reclama que construya su casa respetando la identidad del
lugar. Su respuesta es:
– Yo hago mi casa como quiero. Y como a mí me da la gana. ¿Qué
dispositivo me lo prohibe?
– A mí nadie puede decirme nada, porque yo hago mi casa con mi plata.
¿Es correcta esta manera de pensar? ¿Podemos hacer lo que se nos
ocurra? ¿No hay normas y dispositivos qué respetar?
Hemos de dar valor a nuestros pueblos haciendo que ellos tengan
identidad.
Hay otras personas que creen que haciendo una casa tipo extranjero
mejoran su pueblo. Creen que imitando a una ciudad de la costa o del
exterior están mejorando.
Para que seamos algo en el mundo no debemos afectar aquello que es
esencial en cuanto a espíritu. El valor de nuestros pueblos radica en
su identidad y en su fisonomía propia. En nuestro caso de pueblo andino
son los tejados aquello que nos evoca la raigambre, la estirpe y el
linaje que nos conforma.
La fórmula es: ofrecer lo mejor que tenemos para la mejor calidad de
vida de nuestros habitantes y de las personas que nos visitan, síntesis
que resume la estrategia turística de todo pueblo.
Tampoco
cabe oponerse a las nuevas tecnologías sino que hay que asimilarlas y
ponerlas al servicio de nuestros propósitos.
Pugnemos y hagamos todo lo posible por mejorar cada día contando con
los servicios básicos que nos hagan un pueblo digno y desarrollado.
No podemos perder la imagen original, poética y evocadora de lo que
somos, porque eso nos da razón de ser frente al mundo y sobre todo
porque eso es verdad.
La clave para desarrollar es no perder identidad, que es la única
manera y razón por la cual vamos a tener motivos por los cuales hemos
de ser apreciados. Debemos conservar para poder progresar.
Los países que han desarrollado en el campo del turismo nos muestran
además en cada paso que dan que lo propio es aquello que debe ser
valorado.
En este aspecto tenemos un compromiso de alma con respecto al porvenir y
a la herencia que le debemos dejar a nuestros hijos.
Cultivemos también en nuestros niños y jóvenes, y en la ciudadanía
en general, la adhesión por nuestro patrimonio.
¡Cuidando de no imitar lo foráneo ni convirtiendo nuestras casas y
nuestro pueblo en remedos de otras ciudades!
13. La
modernidad lo exige y reclama
Que la iglesia de Santiago de Chuco sea techada de calamina será una
claudicación de consecuencias nefastas para aquello que queremos seguir
representando:
Ello es un pueblo orgulloso de la poesía de César Vallejo y de la
consagración que tantos otros poetas, artistas, maestros e hijos
ilustres que han cantado y hecho encomio del paisaje y los tejados.
Nuestro compromiso generacional es hacer que los dones y virtudes de
nuestra tierra no se pierdan y, al contrario, se exalten y consagren. ¡Y
eso son los tejados!
En ello radica el poder mayor para desarrollar un turismo responsable,
consistente y jubiloso que ha de activar diversos rubros económicos que
nos abran las puertas del porvenir.
Que cultivando y defendiendo nuestra identidad nos comportemos al mismo
tiempo como el pueblo acogedor, amable y gentil que somos y ofrezcamos
un servicio de calidad en la atención al turista como la modernidad lo
exige y lo reclama.
14.
Los tejados afrontan los enigmas
Finalizo
este alegato con el texto de mi paisano Ángel Gavidia, poeta de mi
tierra nacido en Mollebamba, autor del libro “Soledad y otros
paisajes”, quien dice:
¿Qué
pájaro y de dónde
vino a habitar las manos viejísimas del hombre?
¿Del centro de la tierra?
¿Del corazón del fuego?
¿De algún árbol de piedra tumbado por su sombra?
No sé
pero esparció sus plumas por el valle.
Esas
plumas recogámoslas y ostentémolas en el ojal de nuestro pecho
Afrontan los enigmas, más aún: viven cada día de frente y de cara a
ellos.
Los
tejados no solamente son bellos sino que simbolizan mucho más: ternura,
maternidad, coraje.
Son la línea fronteriza entre lo terreno y lo divino. Y hasta contienen
la trascendencia de lo que hemos sido, somos y hemos de llegar a
ser como victoria en el universo.
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