Instituto del Libro y la Lectura del Perú |
Agosto el mes de las cometas
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COMETAS Agosto
con sus manos amarillas
–Chapita, ¿y cómo sabes acompasar las cometas sin saber volarlas? Le pregunto y lo hago viéndole mover ligeras las manos morenas, midiendo el cuadrante y corriendo los nudos el día en que pedí permiso a mi madre para ir a buscarlo. –¡Yo
sí las vuelo! –me dice. Le miro a los ojos y no dejo de mirar tampoco
el cajón de madera con ruedas en que anda metido porque las piernas las
tiene paralizadas–. Es cierto, las vuelo pero en sueños. –No.
Las vuelo de a verdad cuando las acompaso, cuando tiemplo los hilos,
ajusto los zumbadores o amoldo los carrizos y pulso la cola que es cuando
ya estoy volándola y vivo, siento, tengo en mis manos la sensación clara
de la cometa que se eleva. El Chapita vive metido en un cajón de madera de cuatro ruedas. Es de mi edad y sus ojos negros en su piel morena son inmensos y lentos. Y tiene unos mechones que le salen por la nuca delgada. 2. Los culparon porque eran pobres Él es un niño que no puede caminar. Ni tampoco jugar. Pero nadie como él para acompasar cometas, para ponerles el tamaño y el peso exacto de la cola. Nadie como él para afinar los trompos que no pueden bailar haciéndoles danzarines con sólo darles un golpe preciso; nadie como él para suavizar las tejas que tiramos en la rayuela haciéndolas que al caer, después de un salto, queden parejas y perfectas; o para torcer los mejores alambres con que hacemos rodar los aros por las piedras haciéndoles saltarines y hasta de brincos graciosos. Casi todo el día se queda en su habitación que es un corredor clausurado en donde se arruman trastos viejos, mientras su mamá ayuda en algunas casas lavando ropa, pelando mote o moliendo bateas de maíz en el batán. No tiene papá, pero sí un hermano mayor a quien una mañana dos policías han llevado preso porque el rastro de harina robada desde un almacén llegaba hasta la puerta de su casa. Ahí se detenía el rastro y ya no pasaba más allá en donde está el camino de pencas hacia los caseríos altos. Por eso los culparon. No indagaron más sino que apresaron a su hermano. De esto hace algún tiempo y todo porque son pobres. Cuando lo capturaron mi padre se acercó hasta el juzgado y le dijo al juez que quería dejar constancia la palabra de un maestro de escuela: que él aseguraba que el joven era inocente, y lo sabía porque había sido su alumno y conocía bien lo que es capaz de hacer cada persona bajo su cuidado. Que estaba convencido que él nunca robaría nada a nadie. Y mi madre algo me encargó que llevara a su casa. 3. Un tesoro te das cuenta cuando lo has perdido –Esta
cometa puede ser de cielo –expresa ensimismado. –Nadie sabe. El valor de lo que tienes lo conoces cuando lo pierdes. Tú no aprecias lo importante que es caminar, correr, tener equilibrio. Si te falta, como a mí, entonces recién te darías cuenta lo valioso que es. –¿Si
es de cielo y se va? –¡Mucho!
Es como tener un padre o una madre, si es que lo conservas; le pides algo
y se desviven por dártelo si es bueno. Háblale y entonces te habla,
conversa y te conversa. Ella te protege y cumple promesas. 4. Piensa en mí cuando la vueles En silencio mira mi cometa; y luego se agacha, los mechones de pelo se entrelazan en su nuca. Se queda un rato en silencio, como si meditara. Luego mueve sus dedos tirando el hilo, midiendo, haciéndolo girar de punta a punta. Lo afila entre sus uñas y hace unos nudos finos que luego refuerza, amarrándolos a las muescas de los carrizos que sobresalen. –Prométeme
algo. –Te
prometo. Pero, ponle la cola. –No te olvides, ¡piensa en mí! 5. Notas de esperanza sobre los abismos Las cometas en Santiago se elevan desde algunos promontorios bajo los cuales se deslizan los ríos calmos o turbulentos. En La Piedra Bruja vuelan los del barrio San Cristóbal. En el Cerrillo, frente a Huacapongo, los del barrio Santa Mónica. En Chaychugo los del barrio San José. Y en Cruzgay los del barrio Santa Rosa. Se las vuela desde lomas que quedan sobre los precipicios y las cometas se alzan sobre el vacío que hace la hondonada, con peñones donde habitan los cernícalos, las vizcachas o los zorrinos, sobre neblinas fantasmales que se elevan enredándose en los arbustos, ¡sobre turbiones de aguas heladas! Y son como luces de colores, notas de esperanza sobre los abismos. Por eso, al lado del que está volándola actúan los ayudantes de campo: dando hilo, otro desenredándolo. Uno o dos son escribanos, proveídos de papel, lápiz y goma, tensos y apurados como quienes tienen que enviar consignas a un frente de guerra o escribe cartas de amor decisivas para un encuentro o una despedida. Puesto el mensaje se corta el papel hasta el centro, se lo coloca en el hilo de la cometa y se lo vuelve a pegar en los bordes cortados. –Va
correo. ¡Va correo! –se grita. Y empieza a subir, zumbando en torno al hilo. Allí dice: "Comunicar si hay personas en peligro" "¿Quizá, alguna oveja vaga perdida por los barrancos?" "¿Viene alguna avalancha del río? ¿Alguien se despide por los caminos? 6. Manantiales de agua en el confín del cielo azulino En agosto las hondonadas, los bajíos y el cauce hondo de los ríos se cubren de neblina o sombras donde sobresalen los verdes de los eucaliptos y las chacras de alverjas. Más arriba reverbera el amarillo de los campos de trigo o cebada y los rojos y violetas de las flores de los cerros. Hacia las cumbres todos los matices se entremezclan con el azul del cielo infinito. Las cometas se elevan desde cualquier peñón sobre esos abismos. Desde allí la caída de los cerros cubiertos de breñales es empinada, por donde se arrojan los suicidas con gritos y silencios más cortantes que esas piedras filudas, sea porque la suerte del destino les jugó mal los dados, sea alucinados por alguna locura o delirio de amor. ¡Y nuestras cometas son esos faroles de luz sobre esos despeñaderos! Son manantiales de agua elevados en el confín del cielo azulino que se da a beber a quienes arrojaron sus vidas y sus almas vagan perdidas por esos infiernos. 7. Varias cometas bogan entre las nubes Esa tarde de agosto sobre el promontorio de La Piedra Bruja, el amarillo de los rastrojos, el fucsia de las flores silvestres de los campos y el añil del cielo hacen del mundo otra cometa sobre la cual nosotros viajamos de pie. En la curva varios niños entrecierran los ojos tratando de divisar hacia lo alto sus "pandorgas", "pavas cantoras", "estrellas de seis puntas", o sus "barriletes" luminosos. Sopla un viento suave pero intenso y los niños juegan cara al sol que se oculta por esos cerros. Hacia el fondo por la cuesta de tierra endurecida por los pasos, hombres y mujeres con sus pollinos cargados suben o bajan camino a Pueblo Nuevo, Huayatán, Los shulgomos. Varias cometas bogan a ratos sobre el telón de las nubes o los retazos de cielo azul. Cuando llegamos dos cometas caen, una cabeceando y la otra desfallecida y ya completamente muerta. Al final se voltean hacia tierra con la cola que culebrea lánguida mientras el hilo se enreda en los arbustos y se tiende en la hierba de los prados. Sus dueños han corrido ladera abajo saltando los cercos de las pencas y resbalando en la alfombra de esas flores violetas llamadas "Rostros de Cristo" que ensangrientan las manos y que crecen tupidas al ras de los campos junto a los tréboles y las plantas de anís, a cuyas ramas nos agachamos para arrobarnos aspirando su aroma. 8. Zumba como una mariposa que sale de su capullo Mi cometa es un "cambucho" de dos pisos, forrada de papel rojo, amarillo, azul y verde intensos, intercalados con resonadores arriba y hacia los costados, templado el papel con gotitas de agua de lluvia que he esparcido con una rama de alfalfa y he puesto a orear bajo el sol. Sus colores encendidos concuerdan con el violeta y los añiles del paisaje, con las nieblas que se elevan del río y el naranja y rosa del contorno que hace el cielo en el perfil de los cerros. Cuando pienso en lo alto que estará en relación con la hondonada del río que desde ahí se divisa, me estremezco. Es una tarde de agosto en que el sol está frente a nosotros haciéndonos lagrimear los ojos y dando brillo a los alfalfares como a los jacintos y margaritas de los prados; dorando los caminos y desflecando entre los árboles las neblinas de la quebrada "Las Guitarras". Es tan bello el mundo y quizá lo siente mi cometa que tengo que sujetarla con las dos manos porque se agita queriendo escapárseme. Apenas mis ayudantes –quienes son mis hermanos pequeños y primos– anudan el primer carrete de hilo, cuando ya está en el aire, briosa, lozana, llena de hermosura. La dejo más suelta y se balancea con ímpetu y gallardía. Pienso en el Chapita, como me lo ha pedido. Zumba como una mariposa que sale de su capullo, tensa y ligera. Y ya está lejos con el viento y sobre lo profundo. Le doy más hilo y ya está recortándose arriba sobre el perfil de los cerros mientras el carrete gira loco en el suelo. Pronto ya está danzando de un lado a otro, como una muchacha que juega, como un ave o un pensamiento que se esfuma, pero entre las nubes. 9. Latiguea el hilo que veo culebrear en el aire Pide más hilo. Atan mis hermanos dos, tres carretes más y la cometa ya está muy lejos, haciéndonos señas como un ser querido que cumple cabalmente su destino, pero desde una dimensión distante. Otra vez pienso en el Chapita y lo veo en su cajón con ruedas. Entre tanta maravilla se me fija el cartílago tenso de su nuca, sus dedos enfermos, sus piernas entumecidas y sin vida. Ha cortado mis manos el hilo con una fuerza que no puedo ya sujetar. Tira y tira. Corro casi al borde de la peña. –¡Dale
más hilo! –escucho que me gritan los muchachos que están pendientes.
Mis hermanos se desesperan al verme al borde de la tierra. –¡Ya
no tengo más hilo! ¡Se va a romper! –grito. Dicho y hecho, latiguea el hilo y veo culebrear su delgado filamento en el aire, como una hebra de sol e ilusión que se corta. Vuelvo los ojos hacia arriba, la cometa hace dos esguinces en el aire y en vez de bajar sube como si le dieran el hilo que pedía. –¡Se
arrancó el hilo! –gritan. Es cierto, cada vez se eleva más y más en el cielo con un vuelo parejo. Ya apenas la vemos más allá de las nubes. –¡Miren! ¡Se ha roto el hilo y esa cometa no cae! –exclaman los muchachos. Ahora
es apenas un puntito de sangre o de luz en el firmamento. –Era de cielo –me digo a mí mismo– ¡Y la he perdido! 10. Me mira con sus ojos llenos de lágrimas Caminando de regreso quiero ir a decirle al Chapita que la cometa era de cielo, pero cerca de las primeras casas escucho que alguien me llama desde lejos: –¡Fredy! ¡Fredyto! Es el Chapita que impulsándose con un movimiento de su cuerpo que hace desde dentro del cajón, hace correr todo lo que puede el carrito de madera que se precipita por la pendiente. Así, avanza emocionado. –¡Tu
cometa es de cielo! ¡Es de cielo! –me grita aún desde lejos. Ya cerca le digo: –Y,
¿cómo lo sabías? –¡Mi
hermano ha salido libre! ¡Ya no está preso! ¡Ya llegó a mi casa! –Y,
¿dónde está? |
Danilo
Sánchez Lihón
Instituto del Libro y la Lectura del Perú
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