Compromiso con los hombres del mañana
Muevo
un botón y una luz se enciende.
Es la energía que muchos han puesto su empeño para producirla y llegue
desde muy lejos hasta el rincón de mi casa donde pergeño estas líneas.
¡Cuántas vidas humanas ha costado el esfuerzo heroico de conducirla
hasta donde yo me beneficio y me sirvo de ella?
Pero antes, aquellos que la decantaron probando cada elemento para hacer
posible que encienda.
Y, después, construir la hidroeléctrica de donde viene y que se
enclava en roquedales abruptos y temibles.
El hombre que diseñó aquella obra tuvo que caminar, extenuarse, sufrir
hambre y sed, creer mucho en su idea; no dormir por páramos y abismos
en los cuales arriesgó siempre la vida.
Los cables de alta tensión para llegar hasta aquí suben y bajan
cumbres y hondonadas.
¿Cuántos sacos de arena y cemento han sido cargados a las espaldas y
hombros de humildes trabajadores por punas ariscas para hacer los
soportes de las torres?
Para construir cada estación muchos han ofrendado su vida. Sin embargo,
yo sin ensuciarme las manos aprieto un botón y la luz fluye sin
parpadear límpida, tersa y brillante.
2.
¿Puedo yo desperdiciarla?
Giro
una llave y el agua salta clara y a borbotones en el caño de mi
habitación.
Brota transparente, ufana de servir y ser útil; pura y núbil como
una doncella.
Para conducirla hasta el lugar donde me refresca ha debido prodigarse
talento, altruismo; renuncias y sudor de muchos seres humanos
entusiastas.
La represa que capta el líquido y la conduce por acequias y tuberías
¿cuántos impuestos de gente sencilla ha irrogado construirla? Pan
que se sacaron de la boca de niños famélicos.
Muchos en su transcurso vigilan los cauces. Y el reservorio de agua día
y noche es custodiado por rondas sucesivas. Y es tratada la masa de
agua a fin de garantizar que sea salubre.
¿Puedo yo desperdiciarla evitando así que llegue a tantas personas
que la necesitan en pueblos que se extienden al borde de los arenales
o suben por las cumbres de los cerros?
Timbra
el teléfono y luego escucho tu voz que me dice:
– ¿Cómo amaneciste? ¿Qué estás haciendo? ¿A qué hora vamos a
vernos?
Esta maravilla de comunicación me basta para gozarla con solo alzar el
brazo, hacer que avance la mano hacia el velador y levantar el
auricular.
¿Qué he hecho yo hasta ahora para merecerla? Ni un grumo de esfuerzo
para detentar este bien. Y, sin embargo, sin él ¿cómo hallarte a
estas horas? ¿Cómo pedirte perdón y decirte que te quiero y que recién
contigo mi vida tiene sentido?
Hay hombres que han consagrado días y noches de desvelo hasta el
desprendimiento de su propia felicidad a fin de esclarecer su
funcionamiento y ponerlo a disposición del prójimo.
¿Por
qué creer que lo merezco?
4.
A quienes vendrán mañana
¿Qué
hacer para recompensar tantos dones que se me ofrecen y llegan hasta mí
a manos llenas?
Todo ello a mí no me ha costado nada.
Yo que me sirvo de estos privilegios y tantos otros más: ¿como
compensar lo mucho que se me ha facilitado?
Debo buscar recompensar este inmenso y enorme servicio puesto para bien
de nuestras vidas.
Para hacerme digno beneficiario de estas obras debo yo legar otras que
igual hagan el bien.
Por eso tan lejos de ti, hoy día de tu cumpleaños. Por reconocer el
sencillo beneficio de lo que hacemos a los hombres que vendrán mañana.
¡Esto que hoy día me aleja de ti es mi pequeño o gran compromiso!
-Yo he hecho mi fortuna con mi propio esfuerzo. A nadie tengo que
agradecer en la vida.
¡Ah, hombre insensato y desagradecido!
¿A nadie tendrías, en primer lugar, que agradecerle las palabras que
pronuncias y que tan bien te definen?
Acaso ¿no te han sido prestadas y es la trama acumulada en siglos y
siglos por millares de hombres, con sabiduría que lamentablemente tú
estropeas y traicionas?
Las manos y la cabeza que tienes, y que tan mal usas para expresarte, ¿acaso
es obra tuya? ¿No la has recibido como un milagro?
2.
Merecería que le agradezcas
–
Pago con mi plata. Y no le debo a nadie.
A todos debes. El pan que has comido esta mañana, no vale lo que has
pagado por él.
A muchos tendrías que agradecerle.
Desde el que diseñó la manera de amasarlo y cocerlo.
Aquel campesino que abrió el manantial para llevar el agua por la
acequia a fin de que el grano puesto en tierra fructifique.
El que diseñó el molino a fin de moler el grano, ¿No donó su
ingenio, su tesón y nos dio una dádiva?
Hasta el carretillero que tuvo que madrugar para que ahora tú te lo
sirvieses, merecería que le agradezcas por ello.
–
¿A quién agradecer? A nadie. He trabajado desde niño. Nadie me enseñó
a hacer fortuna.
La esposa que tienes y te ayuda ¿no es hija acaso de unos señores que
la acunaron de niña, brindándole todos sus cuidados y desvelos?
A fin de que tú la recibieses tal cual es corrieron a amparar cada paso
que intentaba dar en la vida.
Y tú eres hacia quien ella caminó en el altar cuando se casaron
Tú que parece que todo lo reduces a precios: ¿Crees que ese desvelo de
los padres que cuidan a sus hijos es calculable en oro? Es impagable
incluso por los tesoros más fabulosos que se hayan reunido sobre la faz
de la tierra
Por lo menos, ¿no deberías estarle agradecido a ellos?
4.
Asombro, maravilla y misterio
Tu
hija es adorable. ¿No deberías agradecer por ello a Dios, a la savia
de la tierra y al soplo de la vida que te ofrenda sus dones?
La aldaba en la puerta que abre y cierra tus almacenes y graneros las
ideó un hombre que hace mucho tiempo consagró su vida a concebirla. Y
luego lo perfeccionaron muchos otros en el transcurso de los siglos.
Todo lo tienes que agradecer en la vida. Y si eres sensato, arrepiéntete,
cae de rodillas y agradece haberlo recibido todo.
Y devuelve en parte lo prestado, haciendo el bien a los demás y donando
todo lo que puedas, con beneplácito, con creces y dichoso de hacerlo.
La vida es un milagro ante el cual sólo podemos corresponder, en cada
uno de los instantes, con el bien, la piedad y el agradecimiento, que es
la única manera de ser fieles ante tanto asombro, maravilla y misterio.
Si aún no he
podido cambiar el mundo
– ¡Gracias!, le digo al niño que me mira incrédulo.
Este niño ha cantado en el micro y me ha regalado una hermosa evocación.
Y al agradecerle se ha dibujado sobre su rostro triste, reseco y arisco
que ya no sonreía, una conmovedora felicidad de un instante. Y todo por
cincuenta céntimos que le he dado.
Él cree por eso que soy bueno. Y me lo hace sentir así. ¿No es
inmenso? A mis hijos les doy todo y, sin embargo, no creen que por eso
yo sea un hombre bueno.
En cambio este niño por cincuenta céntimos cree que lo soy de a
verdad. ¿No es grandioso? ¿Quién en realidad obsequia? Es él. Me ha
hecho bueno.
Otro ha subido y ha recitado un poema que por más que me he inclinado a
escucharlo no lo he logrado entender. Pero eso ¿qué importa? La poesía,
después de todo, es aura. Y aura es lo que yo he sentido cuando él lo
ha dicho.
Y por otros cincuenta céntimos me ha dado bendiciones en nombre tuyo,
mi Dios. Bendiciones tuyas que es igual a obsequiarme joyas.
Un
hombre de al lado escucho que reclama:
– ¡Dando limosna esta ciudad se va a llenar de pordioseros!
– Se necesita valor para salir a mendigar, y lo hace quien lo
necesita. No cualquiera tiene el coraje para hacerlo. ¡Y eso vale
mucho!
– ¡Solo quien tiene mala conciencia da limosnas! Además, estos son
dirigidos por explotadores. Es dar de comer a sinvergüenzas.
Allí mismo suben dos hermanitas y ambas juntas, cogidas de las manos,
nos regalan canciones bellas en sus estrofas pero que lamentablemente
nadie aprecia.
Al extenderles mi mano ha puesto en ella ricos dulces de albaricoques y
frambuesas, todo por unos cuantos reales.
Al dirigirme su mirada han hecho que me sienta afortunado.
¿Qué más puedo yo pretender? ¿Quién alguna vez logró que me
sintiera rico y con algo qué ofrecer?
3.
Un ser que ellos eligen
Esta
vez un hombre ya de edad ha subido:
– Agradezcan quienes tienen trabajo, agradezcan quienes no sufren
enfermedades. –Deja dicho como algo que quizá no dependa mucho de
nosotros.
Por dos monedas de cincuenta céntimos me ha regalado unos deliciosos pañuelitos
con olor a lavanda y a jazmín, que es lo que vende. Todo por otro mísero
sol.
Un sol que me encumbra o no sé si me humilla.
¡Se que la solución no es esta, Dios, y que tendremos que luchar a
brazo partido para corregir este mundo!
Pero,
¡qué maravilla esta fuerza por vivir. Esta pugna por no dejarse
vencer.
Esa fuerza se invade las calles, que sube y que canta en los micros, que
hace que se cocine y se levante un toldo en plena calle.
¡Todo para no dejarse morir!
Pese a que en el fondo hay desgracia, hay pena y hay llanto, y no sé
cuantos sufrimientos más, gracias por darme lo que ustedes me dan.
¡La
gracia inmensa de que uno se sienta aunque ilusoriamente bueno por un
instante y por unos cuantos céntimos demás.
Si no he podido cambiar el mundo al final Dios te daré gracias por lo
que pones en mis manos, y por tus dones.
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