2.
Parecían pertenecer a otra esfera y eso nos dolía e inquietaba
Culminaba
así la hazaña y proeza abrigada y acunada generación tras generación
por muchos santiaguinos, soñada y anhelada por todos los senderos y
atajos, en todos los poyos y fogones; porque los hijos antes se
desgajaban del seno materno para ir a estudiar a Trujillo volviendo
meses después añorantes y desvelados.
De allí que fue un día memorable cuando el 1 de abril de aquel año
el colegio, inicialmente llamado Santiago el Mayor, abría sus puertas
con 57 alumnos, 45 de los cuales eran varones y 12 eran mujeres, y se
echaba a funcionar en la casa de la familia Santa María Calderón al
pie del campanario. Inaugurar la Educación Secundaria en Santiago de
Chuco, significó una transformación total de la vida de la
provincia.
Porque antes, por ejemplo, cuando yo estudiaba Tercer Año de la
Educación Primaria en la escuela 271, sentíamos admiración por
aquellos que ya cursaban el Cuarto y Quinto de ese mismo nivel
educativo, a quienes veíamos diferentes, desconocidos, transformados.
Eran completamente distintos los que hasta hace poco fueron
chiquillos, quienes de un momento a otro cambiaban hasta en la manera
de hablar, de estar de pie, de sentarse; hasta de jugar. Había en
ellos un signo que hasta nos excluía. Otros temas y asuntos los
embargaban. Parecían pertenecer a otra esfera y eso nos inquietaba
para rápidamente llegar a esos grados en que ellos ya se desenvolvían.
3.
Seres de otra categoría, de fábula y leyenda
De
allí que cuando nos tocó cursar cuarto año de estudios del nivel
primario sentíamos cómo los niños de menor edad y grado nos miraban,
con enorme admiración y respeto, chiquilines que seguramente nos veían
tal cual nosotros habíamos sentido antes, ver a los que nos precedían
como futuros candidatos a ir a estudiar en un colegio de la costa, a
orillas del mar, en la capital del departamento.
Porque las alternativas que se abrían al terminar la educación
primaria eran: viajar a Trujillo a seguir estudiando para los que podían.
Para quienes les era inaccesible pero eran aguerridos, la opción era
irse a trabajar a Chimbote en la pesca.
La tercera disyuntiva era quedarse, que correspondía a los más
humildes, pero ya en un rol y oficio de hombres hechos y derechos,
aspecto que también otorgaba autoridad a quienes las exigencias de la
vida les imponía asumir esos retos inaplazables.
Por eso, cuando en el mes de abril del año 1954 se dio apertura al
Colegio Particular Mixto de Educación Secundaria Santiago el Mayor,
nosotros pasamos a ser ojos y oídos extasiados.
¿De qué? De lo que acontecía entre esos muchachos mayores, apenas
unos años más que nosotros, que modestamente seguíamos en la Educación
Primaria y que por un golpe de encanto pasaban ellos a ser como seres de
otra categoría, es más: de fábula y ficción.
4.
Trazos de tiza que la lluvia compasiva no borraba
Así
por ejemplo, de un momento a otro nos quedábamos con la boca abierta
cuando en las piedras y hasta en los muros de las paredes aparecían
trazadas unas curvas y ángulos salpicados de números. Dentro y fuera
de dichas figuras, de círculos y líneas que los atravesaban, fórmulas
y ecuaciones cuyos nombres aprendíamos y repetíamos como talismanes o
como dijes en nuestros sueños.
A veces sus artífices se inclinaban caritativos hasta el nivel precario
en que permanecíamos nosotros para decirnos que tales fórmulas mágicas
se denominaban: raíces cuadradas, teoremas, hipotenusas.
Y, si estábamos mirándolos, mientras estudiaban esos muchachos bajo
los faroles de la luz eléctrica, nos alelaba la manera tan fluida de cómo
comprobaban entusiastamente la exactitud de una ley física o la fórmula
cabalística de una composición química, dejándonos hechizados en una
especie de sortilegio.
Fórmulas que se quedaban para siempre trazadas en la superficie seca de
una piedra de la calle, que día a día nos acercábamos a mirarla como
si de allí brotase una luz nueva.
Trazos de tiza que ni la lluvia, compasiva de nuestra ignorancia,
borraba para calmar así la fiebre de nuestra pobre y zarandeada cabeza
que no podía comprender la razón o sinrazón, el sentimiento o la
ausencia de pasión de aquellos enigmas.
5.
Un reino que los dotaba de una nobleza y poder inusitados
Los
nombres de las materias y disciplinas eran otras tantas provocaciones a
nuestra fantasía; algo peor que los nombres de los países extranjeros;
o de los lugares exóticos de que hablan los mitos, o de realidades
lindantes con lo divino de que nos habla lo místico.
Eran presencias casi mágicas y, sin duda, llena de vericuetos, de
sitios intrincados pero también otros llanos y pródigos como son los
pueblos, las ciudades y los planetas insólitos. Así, nótese en esta nómina
de materias de las cuales jamás habíamos escuchado hablar antes y,
sobre todo, imagínense la situación en que nos ponían al invadir
abruptamente nuestra vida cotidiana: ¡álgebra, química, geometría,
trigonometría!
Así pues eran asuntos, temas y contenidos a los cuales nosotros no estábamos
acostumbrados. Aquello era lo que embargaba a esos jóvenes que no eran
sino nuestros primos y hasta hermanos; pero que para nosotros de un
momento a otro se habían hecho gente instalada en la estratósfera, ¡de
un reino envidiable que los dotaba de una nobleza y un poder inusitados!
6.
La fascinación de que ese podía ser también el curso de nuestro
destino
Reinaba
un nuevo espíritu y hasta las rutinas cambiaron.
La insignia del colegio era la cruz roja de cuatro aspas iluminada sobre
un fondo amarillo de finos y severos bordes negros. Lucía no solo en el
declive de sus hombros sino que fulguraba hasta en el telón interior de
nuestros sueños.
La escolta del plantel secundario cuando marchaba portando sus
estandartes era estupenda. Los partidos de fútbol que disputaba el
Colegio era impresionantes, tanto el orden de las damas y los varones
que alentaban a su equipo desde las tribunas con lemas dichos a coro,
cuanto por los goles que se anotaban.
Todo enfervorizaba no solo por la belleza de las señoritas, o por el
entusiasmo que ponían, o por la compostura dentro de sus uniformes de
blusa blanca y falda azul marino, sino porque nos presentaba la
fascinación de que ése podía ser también el curso que podía seguir
nuestro destino.
Y, pese a que no éramos estudiantes secundarios todos nos convertimos
en adherentes y fanáticos acérrimos admiradores de “nuestro”
colegio, el primero en fundarse en el ámbito de toda la provincia. Nos
invadía un orgullo profundo y hasta un sentimiento sublime al
contemplarlos.
7. El anhelo de forjar una realidad mejor,
no soñándola ilusamente
Todo
en ellos era noble y exacto. En la calle una emoción profunda nos
embargaba al ver pasar a aquel alumnado en formación hacia cualquier
actividad. En las mujeres la manera compuesta en que lucían el
uniforme, el guardapolvo que llevaban en el brazo. En los varones la
corbata que llevaban puesta. La boina o cristina doblada al cinto. Los
brazaletes en torno al brazo de quienes eran brigadieres.
Y es que el colegio sabía lo que representaba en cuanto a las
aspiraciones más hondas y conscientes de todo un pueblo.
De allí que verlo verlos avanzar con paso marcial en cualquier parada
militar era excelso. En primer lugar, nunca pensábamos que se pudiera
desfilar en columnas y líneas tan parejas y perfectas y, en segundo
lugar, poder hacerlo con tanto denuedo, convicción y virtud en el alma.
Otra faceta la presentaban los profesores, pertenecientes a una generación
brillante de maestros, a un estilo de ser de hombres que anteponían a
todo sus ideales, su anhelo de forjar una realidad mejor, no soñándola
ilusamente sino haciéndola con sus manos y concretando con su esfuerzo
obras de cultura que a la luz del tiempo y del recuerdo resultan
memorables.
8.
Todo el genio y la raza de esos cerros, ríos y lagunas
Pronto
el colegio “Santiago el Mayor” se convirtió en un ejemplo en
muchos órdenes de cosas. Y, pese a que era un proyecto particular y una
sociedad anónima, para fundar la cual hubo necesariamente que contar
con el aporte de capital que hiciera efectiva su instalación, sin
embargo y desde el principio primó una concepción magistral visionaria
de parte de sus tres fundadores.
La concibieron como una obra cultural, por un lado. Jamás como un
proyecto lucrativo, tanto que cuando se nacionalizó el año 1958 en una
actitud generosa y desprendida donaron todo el patrimonio al flamante
colegio nacional.
Pero no solo eso sino que lo idearon como un proyecto inserto en el
contexto social, imbricado a la realidad local y regional, diseñando un
colegio representativo de las aspiraciones más auténticas y valiosas
de toda la región.
Aquel era el primer colegio secundario de todo el ámbito provincial, al
cual pronto vendrían a estudiar jóvenes desde Angasmarca, Mollepata,
Mollebamba, Cachicadán, Citabamba, Quiruvilca y de todos los pueblos
aledaños del ámbito de la provincia.
Fue mágica la presencia de los jóvenes en las actuaciones, en las efemérides,
en los desfiles. Muchachas y muchachos que traían todo el genio y la
raza –delicada e inabarcable– de esos cerros, ríos y lagunas.
9.
La luna se oculta y vuelve a aparecer por el horizonte
Eso
fue así. De tal modo que el mundo entero se sentía identificado con el
colegio, hecho que se alcanzaba a lograr por esa capacidad de
transparencia, sinceridad y sabia ponderación para recoger y hacer que
aflore lo mejor de cada cual, actitud que era política institucional de
parte de sus promotores.
Esa misma visión se puso de manifiesto en la conformación de la plana
docente del flamante centro educativo, para lo cual no se dejó a nadie
que lo mereciese fuera de una convocatoria amplia y generosa.
Tanto es así que el cura como el juez, el policía como el ingeniero,
el militar como el economista, el agrónomo como el médico que
trabajaban en las diversas dependencias, así como los profesionales y
maestros más destacados en ésta o la otra especialidad, pasaron a
conformar la plana docente del Colegio Particular Mixto Santiago el
Mayor.
Aquello constituye un ejemplo que es importante tenerlo en cuenta a fin
de corregir toda situación en la cual se vician los proyectos. Hay que
hacer que de ellos participen no solo un círculo de allegados,
empobreciendo toda gestión y deteriorando los diversos campos de
actividad, sino toda persona .
Las estaciones se suceden, la tierra da vueltas, la luna se oculta y
vuelve a salir por el horizonte una y otra vez, tantas que uno no se da
cuenta de cómo el tiempo avanza. Así pronto estuve yo matriculado y
asistiendo al Colegio Santiago el Mayor, como estudiante del primer año
de la Educación Secundaria.
10.
Traer piedras grandes, así como árboles recién derribados
Cuando
ingresé, dos años después de fundado el Colegio, ya se habían
acondicionado las habitaciones haciéndolas salones, construido carpetas
y sillas, aún no habían mesas o pupitres para los profesores pero sí
pizarras y una nutrida biblioteca.
Correspondió a la etapa en que yo ingresé hacer algo que no tenía: ¡el
patio! En dicho objetivo tuvimos que levantar un terraplén interior,
trazar una acequia y nivelar el terreno frente al amplio corredor del
primer y segundo piso.
Para conseguirlo teníamos que traer piedras desde algunos sitios donde
las había, y también plantar postes para el alumbrado. Con ese fin
varias veces descendimos hasta la hondonada del río, por el Estadio
Municipal para abajo, para traer piedras grandes, así como árboles
recién derribados.
Trabajábamos por secciones o aulas, siendo entonces una competencia de
fuerza y valor, cuando después de tomar un lonche apresurado en
nuestras casas salíamos a encontrarnos en una esquina de la plaza,
sitio de agrupamiento que habíamos fijado con el profesor encargado de
guiarnos.
11.
Y arropados con nuestras voces llenas de entusiasmo
Bajábamos
al atardecer, casi a oscuras, hacia el lado profundo del río Patarata,
al pie del estadio de fútbol, en donde se habían adquirido, o donde
alguien había donado, árboles cuyas ramas teníamos que podar primero
y luego, entre treinta o cuarenta muchachos, subirlos por la cuesta
obstinada.
El cargar en nuestros hombros a esos dioses, resbalarnos en la tierra
humedecida o en las hierbas, envueltos en los ruidos de los grillos y de
los sapos que croaban a esas horas, a la luna y a las estrellas
titubeantes me da la sensación y la idea y la visión de lo que para mí
es un Colegio.
Y arropados con nuestras voces llenas de entusiasmo, de identificación
entre nosotros mismos por las aventuras que corríamos, por las bromas y
chistes que nos hacíamos entre compañeros.
Y así ganar casi rampando la cuesta, con el árbol creciendo hacia el
cielo enternecido a partir de nuestros hombros ilusionados, me da la
dimensión de lo que para nosotros era nuestro Colegio.
12.
Grabado de modo indeleble en el alma
De
noche entrábamos por las calles del pueblo cantando y haciendo hurras,
paseando ese árbol todavía lagrimeante de savia de la tierra y aún
con el rumor del viento y de los trinos de los pájaros en su corteza y
en su tronco.
Llegábamos hasta nuestro local ya entrada la madrugada.
Nos abría el portón Quiterio Valencia, doctor en ingeniería pesquera
graduado en Rusia, con quien habíamos estudiado en la escuela primaria
y que ahora hacía de portero envuelto en un sacón impenitente y
enrollado en una bufanda milenaria.
Un grupo de muchachas de nuestra sección, con algunas mamás, arropadas
hasta el punto de no saber nosotros quiénes eran, nos esperaban con
chocolate caliente, ¡yo no sé cómo hasta esa hora! y con panes y
bizcochos desvelados.
Así, el privilegio de hacer uno mismo su propia morada educativa queda
grabado de modo indeleble en el alma.
13.
Hombro a hombro y pulso a pulso con mis compañeros
Nosotros
hicimos nuestro propio colegio a pulso, a corazón pleno, con nuestros
brazos y con nuestros sueños.
Era apasionante, por ejemplo, apisonar la tierra, coger el pico y la
lampa; el lugar disparejo hacerlo llano, y encima de él erguirse para
cantar el himno y saludar a la bandera.
Y como fue desde sus inicios un colegio mixto, es decir de chicos y
chicas, ellas llenaban ese otro universo: el de la mujer, con sus
secretos, sus labores singulares, sus miradas misteriosas, algunas que
hasta ahora no descifro, sus rubores, sus candores, sus ingenuos y puros
amores, marcando profundamente nuestras vivencias de adolescentes.
Así pues yo tuve la suerte infinita de estudiar haciendo mi propio
colegio, con mis propias manos y con mis propios ideales. Mejor aún:
hombro a hombro y pulso a pulso con mis compañeros, nuestros maestros
y, aún mejor, con la gente esperanzada de mi pueblo.
14.
Cumbres gélidas, punas extasiadas y valles ubérrimos
No
nos habíamos dado cuenta pero había una tensión subyacente en el
cuerpo directivo, cual era que el Colegio no tenía autorización para
el funcionamiento de los grados superiores, de Cuarto y Quinto año.
Para solucionar esta situación el presidente de la Asociación de
Padres de Familia, don Enrique Bocanegra, conjuntamente con el fundador
y director del plantel, profesor Romeo Solís y Secundino Malca,
viajaron a Lima para gestionar esa ampliación.
Producto del empeño de esa comitiva fue obtener la Resolución
Ministerial de extensión al segundo ciclo y algo verdaderamente
trascendental: la nacionalización del colegio con el nombre de César
A. Vallejo, hecho que se efectivizó el año 1958.
De ese modo se constituía la primera institución educativa estatal de
nivel secundario de toda la provincia, jurisdicción que abarcaba 3,337
kilómetros cuadrados, apenas diez veces menos pequeña que un país
como Suiza de enorme gravitación histórica, social y económica no
solo en Europa sino en el mundo.
El ámbito de nuestra provincia abarcaba quebradas de encanto, haciendas
prósperas, legendarios asientos mineros, ríos ásperos y turbulentos,
cumbres gélidas, punas extasiadas y valles ubérrimos.
15.
Como el trigo de las lomas y el valle tupido de rosas y margaritas
El
año 1958 significó una afluencia entusiasta y fascinada de estudiantes
de los diversos distritos, caseríos, anexos y poblados, hecho que
transformó la ciudad donde se veían ahora familias íntegras
ingresando en sus cabalgaduras, con sus atuendos y vestimentas, con sus
acémilas, monturas y aperos.
Bien los matriculados eran mozos de las minas de Quiruvilca, muchachos
de las haciendas de Uningambal, Angasmarca o Calipuy, jovencitas de
Citabamba a orillas del río Marañón, selva lejana y ya recóndita. De
todos los lugares vinieron atraídas por la luz del saber.
En las casas, sea de la abuela sea de algunas tías, se empezaron a
recibir a esos jóvenes pensionistas, quienes traían sus costumbres,
sus historias, sus relatos, sus mitos, sus visiones del mundo como también
sus acaeceres. Sus gozos como sus penas. También sus encomiendas con
provisión de comidas que compartían con nosotros. Pero sobre todo su
limpidez de altura, su candor, su ternura y su amor ferviente.
Niñas como flores fragantes de los campos; luz de abril, frescas como
el trigo de las lomas y el valle tupido de rosas y margaritas.
El sueño de la gente de muchos lugares era pensar en Santiago de Chuco,
en donde permanecían sus hijos. Y estando allí sentíamos que esas
ilusiones nos atravesaban, nos encumbraban, haciéndonos nítidos y
transparentes.
16.
Ellos arrojaban sus gorras, sus bufandas, y hasta sus chompas
Hubieron
delegaciones memorables en el tiempo en que yo cursé los cinco años de
la educación secundaria. Tales fueron la del Colegio San Nicolás de
Huamachuco y el San Juan de Trujillo. Pero entre todas ellas fue
inolvidable la visita del Colegio Andrés Avelino Rázuri de San Pedro
de Lloc, en septiembre del año 1956.
Se programaron actividades culturales, sociales, artísticas, deportivas
y recreacionales. La presencia del Rázuri cambió el prejuicio que teníamos
acerca de los jóvenes de la costa. ¡Qué distinción en el trato de
aquellos muchachos, su don de gentes, su facilidad de palabra, el
respeto y la cordura. ¿Se podía ser así siendo aún jóvenes! Estábamos
deslumbrados.
Su preparación en los deportes era arrolladora, bajo la dirección de
su profesor Carlos Maradiegue Aste. Tanto que nuestros equipos de básquetbol
y fútbol, imbatibles en la provincia, solo atinaban a defenderse y tenían
que hacer esfuerzos sobrehumanos y dejar el alma en tierra a fin
de contenerlos.
Los despedimos una noche de guitarras en que había una multitud en la
esquina del Hotel Santa María en donde doblan los ómnibus. Todo
nuestro colegio voceaba sus nombres, uno por uno. Y ellos desde el ómnibus
saludaban con las manos y los brazos.
Pero luego arrojaban sus gorras, sus bufandas, sus chompas que en el
entusiasmo nuestras compañeras se desesperaban por cogerlas como
tesoros invalorables. Cuando el ómnibus se alejó muchas lágrimas habían
en las pupilas y me figuro que esos muchachos igual lloraban encogidos
dentro de aquel ómnibus.
17.
El ídolo era César Vallejo y el eje el compromiso social
Me
tocó en suerte en aquellos años ver a una juventud seria, noble y enérgica,
imbuida de ideales. Con aficiones por las ciencias y la literatura. En
mi sección no había prueba en donde varios, casi niños, no disputaran
la calificación de 20, en todas la materias.
Se cultivaba el ejercicio del pensamiento, del razonamiento, la lógica
y oratoria. Los líderes eran jóvenes que destacaban como brillantes
polemistas, disertadores y poetas.
A la hora del recreo en el patio se hacían círculos en donde se debatía
sobre temas de actualidad y filosofía. Siempre la palabra lo tenían
los estudiantes de los grados superiores. Nuestro ídolo en todo era César
Vallejo y el eje de todo razonamiento el compromiso social. Y en lo que
tocaba a nuestros propios destinos solo avizorábamos nuestra realización
en el campo del espíritu.
Mucho de aquella actitud era el resultado del magisterio de jóvenes
profesores santiaguinos que habían egresado de la Universidad Nacional
de Trujillo, quienes inculcaban amor por el arte, la vida heroica y la
identidad con nuestro pueblo.
Con Luis Santa María, hoy abogado, juez e importante erudito, director
además de una importante revista de tema santiaguino, fundamos un periódico
que se llamó El Parroquiano, donde me cupo escribir los editoriales
siendo el primero un enjuiciamiento a la apertura del cinema municipal,
su eficiencia, puntualidad y programación.
18.
Piso una roca muy firme bajo mis pies. Esa roca es mi colegio
Me
correspondió ser presidente de mi promoción el año 1959. Hicimos
múltiples actividades para donar una biblioteca a nuestro plantel, propósito
que lo logramos.
Después de la fiesta de de fin de año me despedí para venir
a postular a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos. Hacerlo parecía un atrevimiento como egresado de un
colegio de provincia recién fundado.
Cuando mi hermano pasó por la Casona del Parque Universitario para ver
los resultados, saliendo de la Facultad de Medicina de San Fernando
donde estudiaba, caminó luego hasta el correo central y puso un
telegrama dándole a mis padres la buena nueva de que ocupaba el primer
puesto en la lista de ingresantes en aquella vitrina.
Eran cerca de las siete de la noche y ya cerraban la oficina de correos
en Santiago de Chuco. La noticia antes de llegar a mi casa se esparció
por el pueblo. Cuenta mi madre que al recibir el telegrama mi padre ya
se estaba acostando. Se levantó, se puso su mejor camisa blanca, su
corbata y bajó a la plaza. ¡Él que no celebraba nada, ni siquiera su
cumpleaños!
Encontró allí reunidos ya a mis profesores en torno de la pileta y su
chorro de agua, quienes ya habían comprado una docena de avellanas que
se elevaban con sus luces chispeantes haciendo luego retumbar el cielo
con el estallido de la bombarda. En mi vida he tenido que afrontar
muchas pruebas. Siempre he sentido que pisaba una roca muy firme bajo
mis pies. ¡Esa roca es mi colegio!
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