Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC |
23 de abril, Día del Idioma |
(Al final de este texto: “Derechos del niño en torno al lenguaje...”)
“Estamos hechos 1. La palabra como casa Las palabras son casas donde habitamos los hombres. Son las moradas donde nos guarecemos y con nosotros el ser del universo. Sin palabras viviríamos desamparados y a la intemperie. La palabra no sólo es casa que se acopla con otras de manera diversa, y se hacen vecindad, pueblo y colectivo humano, sino que es casa para cada uno de los seres y entelequias del universo. ¿Qué sería del caracol sin su nombre? Y de la ola, ¿qué sería si no la pudiéramos llamar: ola? Y de la flor sin que podamos saludarla en el jardín y decirla ¡hola flor! La palabra es casa ligera pero también inmarcesible. ¡Volátil y a la vez eterna! ¡Grave y a la vez graciosa! Casa que debemos construir de manera tenaz, persistente y persuasiva, conquistarla y habitar en ella, insuflarle nuestro rostro, nuestra sangre y progenie. El reino de las palabras es dominio maravilloso, pero que debemos hacer casa y heredad nuestra. Porque nos lo merecemos y porque es con el propósito de fundar con ellas un mundo nuevo y mejor. 2. La palabra ¡está bien, pero hagámosla casa verdadera! La palabra también es juguete que se abre, trompo que baila, cometa que se eleva por el cielo azul. ¡Está bien, pero hagámosla casa segura! La palabra es pelota que se pasa, ¡que se tira y que rebota! A veces se nos va de las manos, nos hace correr tras ella. ¡Está bien, pero hagámosla casa que protege! La palabra es veleta que gira en el aire, y mientras la miramos pensamos en muchas cosas, soñamos con los ojos puestos en ella. ¡Está bien, pero hagámosla casa que defiende! La palabra se dobla, se amplía, se estira, se esconde. Es una llave para abrir y cerrar un jardín antiguo. ¡Está bien, pero hagámosla casa llena de alma y coraje! Es una aguja para coser, un candil para alumbrar, una pluma para escribir. ¡Está bien, pero hagámosla casa para compartir! Donde las palabras sean palomas y vuelen por el cielo azul, y ánimas que tienen un destino y se van por los caminos, cada una con una aventura por recorrer. ¡Está bien, pero hagámosla casa de valor infinito! 3. Las palabras son seres vivos Las palabras también son abalorios, hechizos y sortilegios, sí, pero sobre todo seres vivos. Y dentro de esa especie, seres mágicos, videntes y hechiceros, seres que hacen encantamientos. Para el niño la silla oye cuando la regaño porque en ella se ha golpeado. La cuchara que le quema recibe su merecido en una reprimenda, y así las castigo para que aprendan “a no golpear ni a lastimar” a mi niña. ¡Cómo no van a vivir las palabras que son embrujos, amuletos, ídolos! ¡No sólo viven, sino que viven fabulosamente saltando en nuestras bocas, con mucha más presencia y poder que muchas otras cosas! Son seres vivos, pero además son talismanes, Con una intensidad de verbena en los festejos, de fuegos de artificio en las celebraciones, de “tíos vivos”en los parques de diversiones o de carbones ardientes en los corazones apasionados. 4. Las maravillosas músicas que cantan La palabra no es únicamente golosina o pulpa para masticar; es dilema, conflicto y peligro en el alma. Es brillo y fulgor que conturba las sienes; tiene aristas como meandros, rostros diversos como sinuosidades por donde navegar sin hallar jamás una salida. Pero también es abierta, tiene orillas por las cuales podemos caminar, oquedades que devuelven el eco de nuestros pasos y el grito de nuestras entrañas. Las palabras son planetas, mundos, firmamentos escondidos; cada una de ellas tiene una geografía estupefacta, llanuras y montañas insospechadas, lugares apacibles para meditar y abruptos para caer por ellos. Es penoso malgastarlas, ajarlas, rayarlas. O dejarlas olvidadas en el desván de las cosas inservibles. Cuando se las deja son cajas de música apagada, el arpa polvorienta sin entonar a tiempo su melodía o su canto acostumbrado, enmohecidas en el rincón oscuro sin ganas ya de soñar su destino. 5. ¡Y eso se espera de nosotros! De eso se trata. De construir esa casa, de hacernos poseedores de sus aposentos, habitantes de sus patios, ambulantes de sus corredores, jugar a escondidas en sus buhardillas. Ser constructores de esa casa por mínima o pequeña que sea. Porque en la palabra está el ser del hombre. Sumirnos en ellas es ser libres, hacernos seres humanos cabales y definitivos. Y nadie más dispuestos a hacerse dueños de esa casa que los niños. Y en eso debemos dejarnos guiar por ellos y aprender los maestros. Para así hacer casas y universos de esperanza, porque dentro está todo; ¡el sol, la luna y la bóveda celeste! Porque como decía el poeta: “Estamos hechos del aire de las palabras. Y cuando las palabras se van, no somos nada.” Derechos del niño en torno al lenguaje y la palabra Danilo Sánchez Lihón
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Sánchez Lihón
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