Dice la tradición judía que es en estos días que Dios creó el mundo, por ello se celebra el Año Nuevo por estas fechas. También se dice que como creó el mundo en una semana, algunas cosas le salieron mal, y es obligación de los seres humanos repararlas.
Mis amigos del pueblito donde vivo y yo no pretendemos remediar todo en este mundo, pero en estos días hicimos algunas cosas al respecto.
Primero, lo primero: el día del inicio de las clases nos presentamos voluntarios para ayudar a dirigir el endiablado tránsito frente a las escuelas – que normalmente es encauzado por los propios alumnos vestidos con chalecos reflectivos de color amarillo y munidos de carteles de stop. Hay que reconocer que durante el año escolar los chicos se las arreglan muy bien, pero el primer día de clases es un verdadero caos de autos, padres y niños corriendo enloquecidos para llegar a tiempo a la escuela.
Para los transeúntes fue un espectáculo risueño: ver a los ancianitos de mi generación tratando de imponer orden a los padres urgidos por dejar a sus hijos en el colegio y salir volando al trabajo; ¡parece que por fin hallaron qué hacer con los ancianos!: vestirlos de amarillo que jueguen a dirigir el galimatías de coches.
Los que más la gozaron fueron los alumnos guardianes de tránsito ese día: la histeria paterna fue absorbida por la paciencia de los abuelos…
Segundo, se nos ocurrió la idea de que los servicios de bienestar de la municipalidad proveen de cuadernos y libros a los niños necesitados, pero éstos no tienen posibilidad de elegir qué cuadernos o lápices van a recibir, así que gestionamos con una de las grandes librerías que les entregaríamos “tarjetas de regalo” en vez de cuadernos – que ellos mismos fueran a la tienda y eligieran lo que quisieran. Juntamos dinero entre los amigos y los amigos de los amigos, y compramos más de 100 tarjetitas de regalo por valor de 100 shekel (unos 25 dólares) cada una y las entregamos al Servicio de Bienestar de la Municipalidad para que los reparta entre los que objetivamente las necesitaban.
Tercero, quedaban las mamás necesitadas, que para las fiestas también merecen un halago: hablamos con varios de los peluqueros del pueblo que accedieron a hacerles peinados festivos sin cobrarles – cada uno firmó tarjetas de compromiso, que entregamos a la Municipalidad para repartir… y todos tan contentos. Hasta le saqué una foto a mi peluquero, con un diplomita recordatorio, que él ya se ocupó de subir a su facebook.
En realidad no hemos arreglado todo este mundo tan lleno de defectos, pero hemos corregido una parte… aunque muy pequeña: hemos hecho felices a algunos niños, algunas madres, algunos peluqueros y hasta al gerente de la tienda de artículos de escritorio… y a nosotros, “modestamente”, como haría dicho Vittorio Gassmann.