Mi amigo E. – cenando en casa hace un par de semanas – me preguntó con toda seriedad si quería entradas para asistir a la misa que celebraría el Papa en Jerusalén: resulta que él está en contacto con la empresa que ganó la licitación del sistema de altavoces, y que como le ofrecieron algunas entradas en la sección VIP, le pareció una buena idea pasarme un par a mí. Le agradecí, pero no le acepté, explicándole que me aterran las multitudes y prefiero ver la visita del Papa a Tierra Santa desde mi cómodo sillón y por la televisión.
Unos días atrás, hablando de televisión, me encontré con S., ex compañero de trabajo. Le comenté el ofrecimiento por si le interesaba, y me lo agradeció: dado que su hijo es productor en el noticiero de la noche del canal 1, él tiene ya entradas, que con gusto pone él a mi disposición. Explicando que tenia un compromiso previo, decliné agradecido.
El sábado pasado, que aquí no se trabaja, lo aproveché para ir a comprar algunas plantitas en el vivero de mi pueblo. El dueño, un hombretón siempre malhumorado, me preguntó con inusual bonhomía dónde iba a estar durante la visita del Papa, porque – casualmente – él podía darme un par de entradas para la recepción en casa del Presidente, que obtuvo por haber ganado la licitación para suministrar las flores para el evento. Me escabullí de modo elegante.
Ayer, el electricista me terminó de instalar la lámpara de la entrada. Cuando se estaba yendo, sacó de la billetera un par de billetes: “Mira, te dejo un par de entradas para la Misa en Nazaret; me las dieron recién por ser el jefe de electricistas de la empresa contratista del sonido”. Le expliqué que Nazaret queda muy lejos, y que no podría asistir, haciéndole un desaire al Papa y a la empresa del sonido.
No fueron los únicos: la vecina del quinto piso me ofreció entradas, porque es traductora del Comité de recepción; mi primo Amos me propuso acompañarlo al coctel en la Municipalidad de Belén; mi compañero de petanca les ofreció a los del equipo un palco especial en el concierto de gala. Yo me hice el distraído.
Por cierto, acaba de llamar por teléfono la esposa de E. que ya tiene todo arreglado. El martes un automóvil nos llevará a ambos hasta la entrada VIP del Jardín del Getsemaní, en donde tenemos sendos asientos para ver la misa desde la primera fila: cortesía del concesionario de los almohadones para los asientos.
No pude decirle que no. |