Un testimonio de vida: la escuela naval que me formó (1927-1932)
Trabajo monográfico y difusión:
Esperanza Navarro Pantac
|
Contralmirante
Federico Salmón de la Jara Lima, febrero del 2005 |
[Reproducido
del artículo preparado para el Libro Homenaje del Dr. José Antonio del
Busto, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2005]
"Un
testimonio de vida: La Escuela Naval que me formó", trabajo de
investigación histórica del contralmirante Federico Salmón de la Jara.
Esta
historia es la mía, pero es también
la
historia de cientos
de oficiales de la Marina de Guerra del Perú egresados de la Escuela
Naval del Perú. Corría el año 1927, el Presidente Augusto B. Leguía
gobernaba el país desde 1919, y por
Ley No. 4003 del 13 de Octubre del mismo año se había
constituido el Ministerio de Marina, separándolo del anterior Ministerio
de Guerra y Marina, antigua organización que indudablemente situaba a
nuestra Armada en condiciones de dependencia del Ejército, pues era
mayormente a los generales a quienes se nombraba para
este Ministerio.
Sin
embargo, el propio Presidente Leguía designó en varias
ocasiones a políticos civiles de su partido, para el despacho de
esta cartera, a fin de mantener el principio de sujeción de
las fuerzas armadas al poder civil.
[1]
Uno
de los actos más importantes del Presidente Leguía fue la contratación
de la Misión Naval Americana. E
l
Congreso, por ley Nº 4435, promulgada el 5 de junio de 1920, aprobó un
acuerdo firmado entre Estados Unidos y el Perú para el establecimiento de
una Misión Naval.
No se
redactó un contrato formal que estipulara las pautas para la
Misión misma, pero sí se efectuaron
contratos individuales con cada uno de los miembros de la Misión,
la cual estuvo
constituida
por Jefes y Oficiales superiores de la Marina de Guerra de los Estados
Unidos de Norteamérica, quienes asumieron los más altos puestos tanto en
tierra como a bordo, y aun la Comandancia General de la Escuadra.
Esta disposición bien pudo haber suscitado el descontento
entre el personal naval superior, como había sucedido años atrás,
cuando John Tucker,
oficial
superior de la Marina americana, fue incorporado a la Armada Peruana
con
el rango de contralmirante para ejercer el mando como jefe de la
Escuadra
peruana. Pero la oficialidad naval comprendió la conveniencia de tal
decisión, por el retraso en que se encontraba nuestra Marina en relación
con las otras marinas del
La
Escuela que me recibió el año1927,
como institución académica, estaba organizada en departamentos
ejecutivos y académicos, que
tenían
a su cargo la preparación de los
planes
de trabajo para el año académico. Los reglamentos eran similares a los
de la Academia
Naval de
Annapolis, E.U., así como el programa
curricular, que comprendía, en general,
los mismos
temas y
aspectos profesionales que en aquella.
Por iniciativa del director Davy, los libros de texto y bibliografía
profesional más actualizada, fueron traducidos al español y reproducidos
a mimeógrafo e imprenta; de tal manera que, nuestros guardiamarinas
contaban con la rica y moderna información que se publicaba para la
Academia americana. Se consideraba que
la Escuela Naval del Perú era la única en su género en el mundo
hispano hablante que contaba con una colección semejante de textos
profesionales, académicos
y
especializados.
[2]
La
carrera
duraba
seis años y estaba concebida en
los mismos términos que la Academia Naval de Annapolis, E.U., lo
que significaba que seguían
los
métodos y
currículum de aquella. Se brindaba
una
estricta formación profesional y
además
se
Sobre el sistema de enseñanza,
don Jorge Basadre señalaba que, con la metodología académica de
la Misión Naval Americana se infundió a la Escuela una tendencia
práctica, en contraste con la teórica de la Misión Naval Francesa
[4]
.
Juan Manuel Castro Hart, compañero de promoción y entrañable
amigo, dio de este hecho: “... en el segundo año, se empezaba a instituir profesionalmente el sistema de instrucción; en la Escuela era el llamado sistema inteligente... [antes] los franceses le daban mucho vuelo imaginativo al intelecto, su sistema de enseñanza era un sistema intelectual, mientras que la misión naval americana... el sistema inteligente hacía reposar todo esfuerzo en el alumno y ubicaba al instructor como un guía [dejando en libertad la iniciativa personal]”. [5] La Escuela vivía tiempos de modernidad. En 1928 se había instalado el servicio de time-ball para todos los buques surtos en el puerto del Callao, y más adelante, se extendió a toda la república. La señal horaria se recibía directamente desde Annapolis, E.U. [6]
Charles Gordon
Davy, educador y forjador de hombres
La
Escuela Naval del Perú, bajo la dirección de ese extraordinario líder,
el Capitán de Navío (USN) Charles Gordon Davy, se transformó y modernizó
durante el corto período de 1921 a 1930, no sólo porque se instauraron
las técnicas y sistemas de la Academia Naval de Annapolis, sino por el
influjo de la mística que supo inspirar en los cadetes.
Se creó el Cuerpo único de Oficiales, reemplazando el sistema
antiguo de oficiales de cubierta y de ingeniería, pues estos últimos,
hasta entonces,
se habían
formado profesionalmente
en
diferentes centros de instrucción en Inglaterra y Estados Unidos de
Norteamérica.
El
capitán Davy,
graduado en
Annapolis en 1906,
había
servido a bordo de diversos acorazados de la Armada U.S.A., hasta su
nombramiento como Secretario de Estado del Estado Mayor del
Comandante en Jefe de la Flota del Pacífico; más adelante,
participó en la Campaña Nicaragüense. Posteriormente, sirvió en
el acorazado
New York
, en la Escuadra de Asia, como Oficial de Estado Mayor.
Después de este embarque, integró
staff
de Personal y Navegación del Departamento de Marina.
Durante la I Guerra Mundial, perteneció al Estado Mayor del
Almirante Sims, en aguas europeas, y más adelante, tuvo el comando de los
destroyers
Kimberly
y
Broomy
,
integrando las fuerzas antisubmarinas del Almirante Sir Lewis Bayly.
Cuando estuvo al mando del
Kimberly
,
fue recomendado ante la superioridad
por acción distinguida. Al término de la guerra, fue destinado al
Departamento de Marina, y es en ese momento que se le selecciona para
venir al Perú integrando la Primera Misión Naval Americana, en agosto de
1920.
El 9 de febrero de
1921, aún con el grado de capitán de fragata,
asume la Dirección de la Escuela Naval, cargo que ocuparía por
once fructíferos años. Tenía además a su cargo la Dirección de
Comunicaciones
Navales,
cuya
oficina
estaba
también
ubicada
en
la
Escuela;
allí quedaba la principal estación de radio de la Marina. El año 1930, los cambios políticos que sacaron del gobierno al presidente Leguía motivaron su retorno a los Estados Unidos. Falleció el año 1957. En el homenaje póstumo que se le rindiera en la Escuela Naval, el contralmirante Emilio Barrón, Ministro de Marina, manifestaba: “Davy fue el signo de una vasta labor constructiva; mantuvo en alto las normas de la ética profesional, de la disciplina, del honor y del trabajo. ... Davy al servicio del Perú fue leal a sus compromisos de hombre y de profesional.” [7]
El
Capitán de Navío Charles Gordon Davy fue nuestro director inolvidable
hasta
nuestro
4to. Año, en 1930, en que se produjo la revolución del Comandante
Luis M. Sánchez Cerro.
Vino entonces un período negativo tanto para
la Marina como para los otros institutos armados. En la Escuela
Naval , la consecuencia inmediata fue la partida
de Davy.
Mi
paso por la Escuela está marcado por la carismática personalidad
de Davy. Viene a mi memoria su nítida y menuda figura,
de esmerado porte militar, recorriendo la escuela seguido por su
ordenanza. Llegaba a su oficina a las 7.50 de la mañana, para el
izamiento del Pabellón.
A
las 10, recorría íntegramente el área de la Escuela, en una revista que
cubría todos los departamentos, alojamientos, comedores de cadetes, cámara
de oficiales, cuadras de marineros, gimnasio, enfermería, campo de
deportes, etc., observando su funcionamiento en cada uno de sus detalles;
sumamente escrupuloso con el orden y el aseo, solía de vez en cuando
hacer su “show personal”: con mucho disimulo dejaba caer un
papelillo para luego con gran aparato recogerlo personalmente a la vista
de todos.
[8]
Se
dirigía a nosotros en perfecto español,
cortésmente, cordialmente, aunque, como compensando su estatura,
con decidida y enérgica voz, evidenciando
su condición de líder nato. Pero era sobre todo su
interés humano lo que lo hacía un conductor de hombres. Le
gustaba hacer gala de que conocía a cada uno de los cadetes, y siempre
nos llamaba por nuestro nombre,
sin equivocarse jamás.
Se mantenía al tanto de los progresos de cada uno, y tenía la
meticulosidad de ver las notas los noventa cadetes y poner su visto bueno
en cada libreta que se enviaba
a
los padres.
El
comandante Davy y su esposa
Mary
vivían en el hermoso chalet especialmente construido para vivienda
del Director,
ubicado dentro
de la misma área de la Escuela, por lo que realmente se podía decir que
compartía su vida con el alumnado.
Desde
que llegó a Recuerdo el último día de su estancia en la Escuela, en 1930, cuando finalmente tuvo que abandonar su cargo. Era un medio día de la primera semana de setiembre cuando por última vez el comandante Davy y su esposa, sentados a la puerta de su casa, contemplaban el paso de la compañía de cadetes desfilando desde las aulas al edificio de los alojamientos; al verlo, los cadetes no pudieron conservar la compostura, y rompieron filas se acercaron en tropel a ellos. Fue un momento de profunda emotividad que ha quedado por siempre en nuestra memoria. Y, más tarde, cuando el auto que los llevaba se alejaba de la Escuela, los cadetes, desde el segundo piso, con las sábanas a modo de pañuelo les dábamos el último adiós desde las ventanas del edificio Nº 2. [9] Nunca regresó. Aunque sé que solía decir que jamás lo abandonó la nostalgia de los años pasados en el Perú. Yo tuve la suerte de verlo ya en el otoño de su vida. Primero, en el año 1939, durante una travesía que realizamos a bordo del Grau hasta el puerto de San Francisco, cuando él visitó nuestro buque. Nuevamente, ya en 1956, lo vi por última vez cuando acompañé al ministro de Marina, almirante Emilio Barrón Sánchez a los Estados Unidos. Acudimos a su residencia en Los Ángeles, California, donde vivía desde su regreso del Perú, con el grato encargo de imponerle la condecoración de la Cruz Peruana al Mérito Naval en el grado de Comendador. Fue un acto muy significativo, pues el almirante Barrón había integrado la primera promoción formada por Davy. [10]
Un
año después, en 1957, Charles Gordon Davy falleció.
.....
Ya
desde su primer gobierno, el presidente Leguía había dispuesto la
construcción de un local para la
Escuela Naval en La Punta, en reemplazo del
que había funcionado en Bellavista.
Se
había destinado un predio estatal de 14,000 metros cuadrados y
se nombró una comisión encargada del proyecto, la
que estuvo constituida
de
la siguiente manera:
Presidente:
Ingeniero Enrique Oyanguren
Miembros:
Capitán de navío Eulogio S. Saldías
Capitán de navío José Theron
(miembro de la Misión Naval Francesa)
Arquitecto Ricardo Malachowski
La
ejecución del proyecto se encargó a la firma “José Pardo e hijo” y
los trabajos se iniciaron el 16 de febrero de 1912; el 15 de
setiembre del mismo año, el presidente Leguía declaraba inaugurado el
edificio
[11]
. Esa
primera
obra es la
que
nosotros conocimos después como el “Edificio Grau”, concebido
para albergar a doscientos alumnos.
Estaba diseñado en forma de una letra “C”,
cuyos brazos ese abrían
en
un ángulo de noventa grados.
La
fachada mostraba en la parte central, entre los dos pisos, una escultura
que representaba la proa de un buque.
Empero, la escuela inició sus funciones efectivas recién el 4 de
febrero de 1915, bajo la dirección del capitán de navío Manuel Ugarte
[12]
. Ese fue el local que mi promoción encontró a su ingreso a la
Escuela Naval en 1927. Para ese entonces,
antes de su conclusión definitiva, se vio que iba a resultar muy
reducido para sus fines.
En 1917, se le habían anexado construcciones de madera a sus
costados para aliviar en algo la estrechez.
En estos pabellones se encontraban los talleres de máquinas, mecánica,
física y electricidad.
La
Municipalidad hizo donación de un predio colindante, lo que permitió
disponer del terreno para la construcción de un chalet para alojamiento
del
director, lo que permitió
que aquel pudiera ejercer sus funciones de control y supervisión dentro
de las mismas instalaciones de la escuela, al mismo tiempo que mantener la
cercanía que permitió la fluida relación cordial, amical y casi
patriarcal con el alumnado.
En
la década siguiente, el solitario edificio
inicial resultó insuficiente para atender las crecientes
necesidades de la compañía de cadetes, por lo que se construyeron nuevos
edificios y diversas instalaciones que se fueron modernizando con el paso
de los años. Así, en mi primer año
de cadete, en 1927, se construyó el edificio “San Martín”,
que pasó a ser el “Edificio número 2”, destinado para alojamiento de
oficiales y cadetes, el cual pudo ser inaugurado antes de la fecha
prevista,
señalada para
el 1º de marzo de 1928. En el discurso memoria del comandante Davy
el 30 de diciembre de 1927, en ocasión de la inspección anual de la
Escuela que realizaba el Presidente de la República,
manifestaba que se habían construido ocho pabellones adicionales y
se había modificado o reformado todo el plantel original.
Se había requerido la expropiación de varios terrenos anegadizos
que tuvieron que ser rellenados,
marcando
la expansión de la Escuela en terreno ganado al mar;
señalaba que el campo de ejercicios había sido una laguna que se
tuvo que rellenar, como se había hecho también con las calles que
rodeaban el terreno original
[13]
.
En
el viejo e inolvidable Patio de Honor, las seis aulas ocupaban la parte
baja del edificio, y en el centro la Dirección, Subdirección, Biblioteca
y la Prevención.
En los
altos, segundo piso, los dormitorios, Babor y Estribor, con camas en cada
banda, el comedor de oficiales al centro. El comedor de cadetes funcionaba
en un edificio lateral de un solo piso, con el techo de tijerales y mesas
para ocho cadetes en cada una, integrada por alumnos de diferentes años,
presididas por un cadete de los últimos años. El Oficial de Guardia
almorzaba y cenaba en una mesa del fondo y lo acompañaban los Cadetes
Jefes de la Compañía.
El
gimnasio estaba en la parte derecha del primer piso; y las duchas, unas
treinta en cada banda, quedaban al costado del mismo gimnasio.
Existían además, otras instalaciones que surgieron periféricas al
edificio principal, dentro de la misma área de la Escuela:
la enfermería, que estaba instalada en un chalet prefabricado de
madera; la lavandería
y el
taller de herrería, que habían sido edificados por el personal de la
Escuela durante 1925;
y el
pequeño muelle de madera que había sido alargado para
soportar el tránsito continuo de los cadetes
[14]
, cuando desfilábamos
muy de mañana para tomar nuestro habitual chapuzón en el mar, así como
para las prácticas de remo y
vela, deportes
que
se hacían cada vez más populares entre los cadetes navales, en franca
competencia con los clubes Regatas Unión y Cannotieri .
Mi nueva vida en la Escuela Naval
Tuve
el privilegio de vivir esa etapa constructiva de la Escuela. Como todos
los años, en el mes de marzo de 1927, se llevó a cabo
el concurso de admisión
de
cadetes para la Escuela Naval. Según la convocatoria, el curso de
estudios comprendía un período de seis años, a la conclusión del cual
los graduados estaban aptos para desempeñar
el
servicio,
bien
de comando, o de ingeniería
[15]
.
Para
ese año se declararon veinticinco vacantes, número superior a los de años
anteriores. Nos presentamos trescientos cuarenta y un
postulantes, en su mayoría procedentes de los Colegios
Recoleta e Inmaculada, así como del viejo y prestigioso Colegio Nacional
de Guadalupe.
No había
entonces más colegios importantes.
A
ellos se sumaron algunos aspirantes de provincias.
Los requisitos
estipulaban
contar entre 15 años y seis meses y 18 años y seis meses de edad; no se
exigía haber terminado un año específico de instrucción, sino
simplemente aprobar los exámenes de selección, que eran bastante
rigurosos; de tal manera que, se presentaban muchachos de segundo hasta
quinto de media, y el año en que yo me presenté ingresaron inclusive
postulantes que venían de la Escuela de Ingenieros.
Las materias en las que se examinaba a los postulantes eran:
aritmética, álgebra elemental, geometría plana, elementos de
historia general, Historia del Perú, elementos de geografía general,
Geografía del Perú y gramática castellana
[16]
.
Otro
de los requisitos era, además de buena conducta,
ser hijo legítimo, condición que no se contemplaba para el
ingreso al Ejército o la Policía –aún no existía la Fuerza Aérea-.
Esto indicaba ya
que
la Marina ha sido siempre muy conservadora y, en cierta forma aspiraba a
constituir una élite
[17]
. La rigurosa selección obedecía al definido
propósito de colocar a la Marina peruana entre las mejores de su clase.
Se ponía mucho énfasis
en que la Escuela estaba dirigida bajo los mismos patrones generales de
eficiencia
de la Academia
Naval Americana, de la cual
seguía
el modelo
[18]
.
Se convirtió
en la mejor institución académica del Perú
y se estimaba que ninguna de su género del mundo hispano parlante
se le equiparaba. La instrucción era gratuita en la Escuela Naval, los
cadetes solamente pagábamos una pequeña cantidad de dinero para los útiles
de escritorio.
Pero, eso sí,
al egresar como
oficiales no
se les daba a los alfereces ni uniforme ni equipo, todo debía ser pagado
por la familia del oficial que, indudablemente en muchos casos tuvo que
endeudarse por un buen tiempo, teniendo en cuenta que en esa época se
exigían más uniformes de los actualmente
se usan.
Éramos
cinco aspirantes que proveníamos del colegio La Recoleta, entre ellos el
inefable “Coloradito” Enrique León de la Fuente, pacasmayino de vieja
estirpe, marinero cien por ciento y audaz submarinista. Nos conocíamos
desde los diez años de edad, estudiantes del mismo colegio, y juntos
vivimos después inolvidables días a bordo de los viejos “R”,
viajando a la zona del Canal y a Filadelfia E.U. para el primer cambio de
baterías que se les hizo a los submarinos.
Dejo para otra ocasión el escribir algo acerca de los muchos capítulos
de nuestra historia vividos en común a bordo del “R-3”.
Con mi promoción ingresaron tres provincianos, todos de Arequipa.
En abril del año 1927, veinticinco jóvenes entusiastas
[19]
habíamos
emprendido una nueva vida al transponer el umbral de la Escuela Naval; una
nueva vida en la que tuvo un trascendente rol el capitán de navío
Charles Gordon Davy, formador de hombres, excepcional director de la
Escuela Naval.
Se sumaron
cinco cadetes que repetían el primer año, constituyendo así el grupo más
grande para la época, lo que obligó a realizar una
El 1º de abril de ese año, tuvo lugar, a las 11 a.m., el
juramento de los alumnos que ingresábamos.
A la ceremonia asistieron
el
ministro de Marina, Dr. Arturo Rubio, el
Jefe
de Estado Mayor de Marina, capitán de navío Alfredo Graham Howe, toda la
plana mayor de la escuela y las familias de los nuevos cadetes.
Charles Gordon Davy nos dio la bienvenida con un discurso en el que
nos trazó, a grandes rasgos, lo que se esperaba de nosotros
y lo que sería nuestra vida en adelante:
“Dentro
de breves instantes ustedes darán el paso más importante que jamás
hayan dado hasta el presente momento.
Ustedes cesarán de formar parte de los paisanos, para entregarse a
la Armada Peruana, como una parte integrante de la institución naval del
país –la primera línea de la defensa nacional.
“Ustedes
dejarán de pertenecer a sus familias y desde hoy en adelante nos
pertenecerán.
Hasta el más
pequeño detalle de vuestra vida será regulado por nosotros.
Trataremos directamente con ustedes y no con sus familias.
Desde ahora ustedes serán hijos de la Nación, destinados a ser
educados y entrenados para llegar a
ser Oficiales de la Armada Peruana, destinados a una vida de trabajo duro,
disciplina férrea, sacrificio voluntario
y absoluta veracidad.”
[20]
Reseñó
en breves y sabias palabras lo que él entendía que debía ser la misión
de la Escuela Naval, cuyo destino dependía en aquellos
momentos de su entera responsabilidad:
“Hacer
del personal que se recibe, caballeros instruidos, perfectamente
adoctrinados
sobre el honor,
la rectitud y la verdad, con espíritu más bien práctico que académico,
con lealtad inalterable hacia su Patria, con cimientos formados con
principios de instrucción sobre los que,
la experiencia adquirida en la mar podrá edificar al Oficial de
Marina completo; sin perder de vista, sin embargo, el hecho de que mentes
sanas en cuerpos sanos son necesidades indispensables para el cumplimiento
de las misiones individuales de los graduados, y que la mayor eficiencia
de estas misiones se logrará únicamente si, mediante una disciplina humana,
firme
y justa, aquellos
entran al servicio llevando en sus corazones profundo y arraigado cariño,
respeto y admiración por ésta su Escuela y hogar, y eterna convicción
de la responsabilidad que es suya ante el sagrado lema:
Mihi
Cura Futuri
– “Yo cuido el porvenir”-.
[21]
Encontramos
una Escuela ordenada y pulcra, que de ahí en adelante se convirtió en
nuestro nuevo hogar, pues aun en
días
de salida era obligatorio regresar a dormir.
El tranvía que iba a La Punta fue testigo de nuestros ires y
venires, muchas veces corriéndonos el albur de no alcanzar el último vagón
del día.
Además
del director,
captain
Davy, con
rango de capitán de navío para los efectos de su servicio en la Marina
peruana, se encontraba el comandante Sub-Director –para el año 1927
ejercía el cargo el capitán de fragata Tomás M. Pizarro-, y dieciocho
oficiales asistentes, sin contar al cuerpo médico.
La
Compañía de Cadetes estaba constituida por tres secciones al mando del
Cadete del 6to. Año, Juan Francisco Torres Matos, prestigioso almirante,
después Comandante General de la Marina, Ministro y co-Presidente de la
República. Su personalidad, carisma y don de mando, hicieron de él un
ejemplo para quienes iniciábamos nuestra carrera naval. En el mes de
Abril de 1927, al ingreso de nuestra promoción, éramos los únicos
cadetes en la Escuela,
pues
los integrantes de los otros años se encontraban de vacaciones después
que el Crucero de Verano de ese año se extendiera hasta Centroamérica,
arribando a los distintos puertos de esos países.
El teniente primero Víctor M. Ontaneda Menacho fue el Oficial
encargado de nuestra formación militar en esos treinta días. Con gran
porte militar, de estatura más bien baja, fuerte contextura y recio carácter,
cumplió a cabalidad
la tarea de transformarnos de “jóvenes civiles” en
Cadetes Navales.
Supo
imprimir el rigor La vida cotidiana en la Escuela
La
Escuela Naval funcionaba en el local de La Punta, el cual, como ya hemos
comentado antes,
había sido
modernizado para este efecto.
Era
bastante cómodo
para el número de cadetes que albergaba, que en verdad era bastante pequeño;
yo recuerdo que cuando estábamos en primer año, el total de alumnos en
la Escuela no llegaba a noventa.
Los
cadetes llevábamos una vida muy sana; nos levantábamos a un cuarto para
las seis de la mañana con el toque de corneta, y era la hora para a los
ejercicios, y después al mar obligatoriamente, tanto en
verano como en invierno; después pasábamos a la ducha.
La rutina de los cadetes durante los cinco días laborables de la
semana, estaba regida por el siguiente horario:
5.45
Levantarse
6.00
Ejercicios y baño de mar
6.50
Formación e inspección
7.10
Desayuno
8.00
Izado del pabellón con la compañía de Cadetes formada para los
honores
8.
10
Clases
11.45
Fajina
13.00
Almuerzo
14.00
Clases
15.30
Fajina
(deportes)
18.15
Formación e inspecciones
18.30
Comida
22.00
Silencio
El
día sábado por la mañana, el Comandante Director realizaba la revista
de inspección, después de lo cual terminaban las labores de la semana.
La salida era a las cuatro de la tarde, para regresar el mismo día
sábado a las diez y media de la noche. Los domingos se salía después de
la misa, a las diez de la mañana,
y
se debía regresar a las seis de la tarde, de tal manera que los cadetes
no dormían jamás en sus casas, excepto una vez al año, en Navidad.
Las clases terminaban después de los exámenes de diciembre, y el
1º de enero o el 2, se iniciaba el crucero de verano que comprendía
tres meses, de enero a marzo.
El mes de abril nos daban
vacaciones,
con excepción de los desaprobados, que debían quedarse en la Escuela
para prepararse y dar exámenes de aplazados.
No se podía repetir más de una año: si uno repetía el primero o
el
segundo año, ya estaba en
peligro de ser expulsado; y hubo casos de cadetes que estando a punto de
culminar la carrera, y que ya tenían en
su haber un año repitente, fracasaron en el quinto año.
Para
los
alumnos de
quinto
y sexto
año, el día sábado
había un embarque a bordo del B.A.P.
Teniente Rodríguez
para
realizar prácticas marineras; salíamos por cinco o seis horas,
generalmente desde las ocho de la mañana hasta las dos o tres de la
tarde.
Era
una jornada muy dura, porque se trataba de un
buque de bajo desplazamiento, que se movía muchísimo
y tenía muy poca estabilidad.
Era un buque francés; en la versión de la época, era un
cazatorpedero,
buque rápido
para los de entonces. Era,
además,
una nave emblemática, pues había sido el primer buque de guerra que
pasó el Canal de Panamá
el
año 1914, en su viaje de Francia a Perú, cuando venía para incorporarse
a la escuadra peruana. Había arribado a la boca del río
Amazonas (Belem do Pará), y de allí se dirigió a Panamá para
pasar a la costa del Pacífico.
Las
autoridades del Canal le adjudicaron como premio la liberación del pago
del derecho de tránsito todas las veces que tuviera que pasar por el
Canal. Y es el único caso que se conoce a este respecto.
Bueno, el
Rodríguez
era un pequeño buque (500 toneladas de desplazamiento y
cerca de 30 nudos de velocidad) a
carbón,
de manera que la faena a bordo era realmente muy pesada, pues los cadetes
teníamos que alimentar las calderas,
trabajo muy duro, fuerte, que,
a no dudarlo,
contribuyó
a formarnos el carácter.
Hacíamos
honor al lema
Mens sana in corpore sano
con
una intensa
práctica de los
deportes y el atletismo; prácticamente se nos obligaba a
hacer deportes todo el año, y estos variaban de acuerdo a un
programa muy bien diseñado.
Se
había hecho tradición la competencia deportiva con la Escuela Militar de
Chorrillos, con la cual había una rivalidad
muy marcada, sobre todo porque de alguna manera los chorrillanos se
resentían porque a los cadetes navales se les consideraba
una élite.
Los
torneos de fútbol eran el pretexto para que las barras de uno y otro lado
daban rienda suelta a su ingenio en contrapunto, así
como
también para
soltar toda la bilis guardada.
Con gran entusiasmo se practicaban los deportes acuáticos, la boga
en falúa y en bote; la vela; asimismo, la natación, el
waterpolo
y saltos ornamentales. Asimismo, el fútbol, el béisbol y el básquet
daban
muchos lauros a la
Escuela.
Y, en atletismo, la
YMCA, la Universidad de San Marcos y la Asociación Social de la Juventud
(ASJ),
nos disputaban
los premios
en los
campeonatos de Fiestas Patrias
[22]
.
Cuando yo ingresé, el cadete Pedro Gálvez, de la promoción de
1923, defendía sin rivales cercanos, el pabellón de la Escuela Naval en
las pruebas de atletismo.
En
el Campeonato Sudamericano de Atletismo en Lima, en
1929, estableció el récord sudamericano en la prueba de 400
metros con vallas, al poner un tiempo de 55 segundos 1/5, marca que
ha permanecido imbatible desde aquel año para los atletas de la Escuela
Naval
[23]
.
Me
viene a la memoria el “Chato” Raygada.
El cadete de sexto año, Julio Abel Raygada de la Carrera, padre
del
connotado
almirante
y
buen
amigo,
Julio
Abel
Raygada
García, era
verdaderamente “chato”, hombre de brillante
personalidad, que derrochaba simpatía, gracia y buen humor.
Yo diría que fue el innegable creador del “fulbito”: una vez
que entraba al gimnasio, inmediatamente procedía a separar los dos
equipos, cinco por lado. Indefectiblemente yo era uno de sus
seleccionados. Y ahí empezaba lo bueno, porque nos trenzábamos en
tremendo juego, en el que llovían
golpes y patadas que él, en su condición de Capitán, nos
propinaba a su gusto, gritando a todo pulmón para animar a su equipo.
Dentro
del
plan de reorganización
de la Escuela,
desempeñaban
un rol principalísimo los deportes y
el atletismo. Don Jorge Basadre en su
Historia
de la República del Perú
, le reconoce al comandante Davy
el haber contribuido “en forma descollante a la divulgación de
los deportes”
[24]
Los
Cruceros de Verano, se realizaban de enero a abril. Se
recibía a bordo de las diferentes unidades de superficie y de
submarinos a grupos de cadetes bajo la dirección de un instructor de la
planta orgánica
de la
Escuela Naval. Se efectuaban
a
lo largo del litoral y muchas veces llegaba hasta Panamá,
aun a los demás países de Centroamérica. La última etapa
del Crucero de 1930, en el mes de marzo, comprendió la visita de las
divisiones de cruceros y submarinos al puerto de Valparaíso, Chile, hecho
que revistió una gran significación en nuestra tradición naval y en la
vida de los dos vecinos países, pues se trataba del
primer acercamiento entre ambos después de finalizada la Guerra
del Pacífico. Si bien no se contaba entonces ni tampoco ahora con un Buque Escuela, la práctica en los buques era intensiva y nos ayudaba a formarnos como “hombres de mar”. Eran en total, durante los seis años de vida académica, cinco cruceros intensivos en la Escuadra. Durante el transcurso de ellos, se efectuaban cambios de cadetes entre cruceros y submarinos. Allí nos hicimos “marineros”, pues practicábamos junto al personal subalterno en todas las actividades de cubierta, manejo marinero, artillería, máquinas de propulsión y compartimentos de calderas; asimismo, maniobras tácticas, ejercicios en la mar, ejercicios de inmersión y ejercicios de tiro y torpedos.
Sobre el Motín de los marineros
La Escuela Naval había tenido durante el período de gobierno del
presidente Leguía,
un nivel
de excelencia que, desgraciadamente, se vio
menoscabado después del golpe de estado de 1930. A partir de
entonces, y en un corto lapso, se
sucedieron
varios directores en el cargo, en esa
etapa
difícil
del gobierno
de Sánchez
Cerro, con
la presencia del
Apra en el escenario político. Como es tradición en la Marina, la
Escuela se había mantenido apartada de la política, pero no pudo escapar
a los funestos acontecimientos que
vivía
el país, agravados por las consecuencias económicas del
crac
de 1929. Respecto del Motín de los marineros del 18 de abril de 1932, me
permito hacer un recuento de los antecedentes, tal como pude percibirlos
entonces. El año anterior se había inaugurado la Escuela de Aprendices
Navales -que era lo que hoy conocemos como la Escuela Técnica, CITEN- y
cuando se hizo el llamamiento para
ocupar
las plazas, se pidió jóvenes con instrucción avanzada; fue así que
ingresaron muchachos
de muy
buen nivel, muchos de los cuales
habían
postulado antes con nosotros a la Escuela Naval.
Como aprendices navales, llevaban una vida muy cercana a nosotros
los cadetes, pues al ser la
Escuela
bastante reducida, teníamos que compartir los mismos espacios, tanto en
la rutina diaria como en los deportes, y otro tanto en las prácticas
marineras;
eran muchachos
decentes que, además, en muchos casos, eran también amigos nuestros. Yo
diría que uno de los factores que favoreció la revolución fue que en el
cuerpo de aprendices se encontró
un
grupo fácil de influenciar,
quizá
porque en el fondo estos muchachos
se
sentían un poco defraudados,
relegados
a otro nivel, y esta susceptibilidad
fue muy bien explotada
políticamente
por los apristas.
Cuando a
finales de ese año, el crucero
Bolognesi
navegó con el crucero de verano a Panamá, y el buque tuvo
que quedarse
más de dos
meses para efectuar reparaciones, un gran número
de dirigentes apristas que casualmente se encontraba ahí, tuvo la
oportunidad de establecer
contacto
con los aprendices navales y adoctrinarlos muy bien, atizando
resentimientos. Cuando se produjo el motín, los cabecillas resultaron
ser,
en su
gran mayoría, alumnos de la Escuela de Aprendices. Nos afectó
muchísimo, pues se trataba de muchachos muy allegados a nosotros. El
comandante Gálvez, a la sazón Director de la Escuela,
hizo referencia a los sucesos en su memoria anual:
“Es de lamentar que a principios del año académico,
sufriera esta Escuela perturbaciones en su funcionamiento, como
consecuencia de la propaganda antipatriótica –se refería a propaganda
aprista- que con tanta actividad trató de infiltrarse, para sobornar
algunos elementos del personal subalterno, razón por la que el Ministerio
de Marina se vio en el caso de intervenir en forma radical”.
Sin embargo, aún quedaban rezagos de la indisciplina, pues, en
setiembre,
cuando asumió la
Dirección de la Escuela, si bien
encontró
normalizada su marcha, todavía
había marineros soliviantados
que fueron dados de baja y entregados a la autoridad policial.
[26]
La graduación
Al
terminar los
estudios en la
Escuela Naval, los cadetes se graduaban de
alfereces de fragata en una ceremonia muy lucida, como es tradición
hasta la fecha. Los 16 cadetes que nos graduábamos en diciembre de 1932,
recibimos de manos
del
Presidente de la República, general Luis M. Sánchez Cerro, el diploma
que acreditaba y
confirmaba
nuestra aptitud para obtener los despachos de alfereces.
En
nuestra promoción habíamos ingresado veinticinco, número que se
incrementó a treinta,
porque
encontramos a cinco que estaban repitiendo el año.
Durante los seis años algunos se fueron quedando o fueron
eliminados.
Con mi promoción
pasó una cosa bien especial;
cuando
estábamos en el tercer año de alfereces de fragata, se produjo un
llamado para entrar a la Escuela de Aviación, mejor dicho para conformar
la Fuerza Aérea.
Siete se
pasaron
a la Aviación, y fueron ellos los que constituyeron la base
de la futura Fuerza Aérea,
que
se inició al año siguiente en la Escuela de Oficiales Jorge Chávez.
Ellos ocuparon los primeros puestos en la Aviación y alcanzaron
prontamente los cargos
Como
todos los oficiales
que egresaban de la Escuela, fuimos designados a los
cruceros, repartidos entre el
Grau
y el
Bolognesi.
Se
consideraba necesario que los
alfereces
fueran a los cruceros, porque allí era donde se hacía una vida militar
de
manera
más dura; la idea era formarlos desde muy jóvenes en la disciplina
naval; y
era precisamente en
los cruceros donde se ejercía
un
control mucho más estricto
y
se daba,
además, la
oportunidad de enriquecer desde muy temprano la experiencia marinera.
Como
oficiales de Marina, emprendíamos esta nueva travesía
premunidos de los más altos ideales de servicio a la Marina y a la
Nación, fortalecidos con la moral y el espíritu de cuerpo, y un profundo
sentido de dignidad inspirados en la figura paradigmática de Grau y de
los marinos que nos antecedieron en la historia.
La
Marina de Guerra que renació de sus cenizas a inicios del siglo XX,
representó una presencia señera en el escenario nacional, esencial para
el renacimiento del sentido de dignidad nacional, apabullado y anémico
después de la infausta guerra del Pacífico.
Creo que no se le ha hecho aún cabal
justicia a la labor
de
don Augusto B. Leguía;
el
tipo de régimen de su segundo gobierno, el Oncenio
dictatorial,
opacó
los actos trascendentes de su gestión para modernizar el país,
como fueron las importantes disposiciones que dio para colocar a nuestra
Marina en el más alto nivel, pues tenía la convicción de que los
pueblos que carecen de poder naval están condenados a una vida de
inseguridad, expuestos a sufrir
cualquier
tipo de agresión o agravio.
Desde
su primer gobierno, en 1912, trazó una definida política naval
en la que era parte fundamental
el programa de
adquisiciones
navales; se compraron el caza-torpedero
Rodríguez
y los submarinos
Ferré
y
Palacios
,
y contrató en 1912 con la empresa norteamericana
Electric Boat Company la construcción de ocho sumergibles más,
cuya compra no llegó a concretarse pues el presidente
Billinghurst, durante su gobierno
canceló
la operación.
Como
señala don Jorge Basadre en su
Historia
de la República del Perú
, Leguía se anticipó a su tiempo al
vislumbrar la importancia de los submarinos como arma decisiva en la
guerra naval
[28]
. Siguiendo el plan de adquisiciones, había hecho también
los arreglos para la compra del crucero-acorazado
Dupuy
de Lohme
, que debía haber llevado el nombre de
Comandante
Aguirre
en la escuadra peruana.
Este
buque nunca llegó al Callao; una serie de impedimentos, y posteriormente
la I Guerra mundial, así lo determinaron.
Pero
fue en su segundo gobierno cuando Leguía pudo desarrollar su ambicioso
programa de política naval.
Eran entonces otras las condiciones; la bonanza que siguió a
la I Guerra Mundial alcanzó a nuestro país en forma de inversión
extranjera, como lo manifestaba Leguía al inaugurar la Base Naval de San
Lorenzo el año 1926, “Hoy, por fortuna,
la situación económica es tan distinta que permite ajustar,
aunque con modestia,
Creó el
Ministerio de Marina y contrató la Misión Naval Americana,
cuyo
propósito fue mejorar la eficiencia de la institución naval en general.
Se contrataron originalmente cuatro oficiales americanos para cubrir el
comando, al que se agregó después otro oficial para ejercer como
Inspector General de Aeronáutica.
El
jefe de la Misión era el capitán F. B. Freyer, quien fue designado Jefe
del Estado Mayor General.
La
evaluación que la Misión hizo del estado de la Marina, le permitió
concluir que el aspecto formativo era de primordial importancia para la
reorganización, considerando que el fundamento institucional reposa en
los hombres.
Debido a ello,
la Escuela Naval fue el aspecto de
mayor relevancia para la
Misión.
Se le encomendó
la
dirección de ella al comandante Charles Gordon Davy, quien resultó ser
el hombre providencial,
pues
supo infundir una mística en el espíritu de los alumnos; los encaminó
por una sacrificada senda de disciplina y trabajo que robusteció
moralmente a la institución naval y que, a la postre resultaría paradigmática
para las demás instituciones de la sociedad peruana. Con la perspectiva
que nos da el tiempo, podemos asegurar que Charles Gordon Davy fue el
gestor de la nueva Escuela Naval; el éxito que la Misión Naval logró se
debió en gran parte
Esta
es la Escuela Naval que Davy nos legó, la escuela cuya imagen guardo en
mi memoria y en mi corazón, en la que me formara durante seis largos años,
entre los dieciséis y veintidós años de edad. Mi historia es la misma
de nuestros Oficiales de hoy, que cumplen con su compromiso con la Marina
y el país, brindando su esfuerzo, calidad profesional, honestidad, y
todas aquellas virtudes que debe exigirse al Oficial de Marina del Perú.
Creo,
sinceramente, que la Escuela Naval del Perú,
entonces como ahora, es una verdadera escuela de formación de
caballeros dignos, de profesionales aptos para desempeñarse en cualquier
puesto a bordo de un buque, de ciudadanos responsables ante
su patria. Su presencia ha sido el faro que alumbró la ruta de la
juventud peruana que con paso firme avanzó en el decurso del siglo XX.
No creo equivocarme al decir que la Escuela Naval del Perú es unánimemente
reconocida
como una institución
ejemplar en el escenario nacional.
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1920-1934.
Entrevistas
Castro
Hart, Juan Manuel.
Lima,
8 de octubre de 1983.
En
:
Archivo Oral del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú.
Biografía
del autor Federico Salmón de la Jara nació el 17 de febrero de 1911. A los 15 años de edad se presentó a la Escuela Naval y dio comienzo a su carrera de oficial de Marina, en la que cumpliría una brillante trayectoria de 45 años en el servicio activo y, ya en el retiro, continúa aún sirviendo al país desde el Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú. En 1963, estuvo entre los gestores de la creación de la Comisión para Escribir la Historia Marítima del Perú, junto con un selecto grupo de científicos, historiadores y marinos. A la fecha se han publicado 24 volúmenes de la Historia Marítima del Perú. En 1973 la Comisión dio paso a lo que ahora es el Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú, del cual es su presidente honorario y vitalicio.
El 15 de marzo de 2007 se
presentó
el libro homenaje
“Federico
Salmón de la Jara, marino y caballero ejemplar” que el Instituto de
Estudios Histórico Marítimos del Perú publicó
en honor
de su
fundador. El día 13, don Federico había sido condecorado con la Orden El
Sol del Perú en el Grado de Gran Cruz, por su trayectoria profesional
dedicada a la defensa del patrimonio e intereses nacionales en el ámbito
marítimo, fluvial y lacustre. El Canciller de la República manifestó
que Don Federico representa los mejores valores de su institución y del
Perú entero.
Enviado
por:
Esperanza
Navarro Pantac Encargada de publicaciones del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú, del cual el almirante Salmón es presidente fundador y honorario vitalicio. Notas:
[1]
El capitán de navío D. Juan Manuel Ontaneda fue nombrado
ministro
de Marina.
[2]
U.S.
Naval Mission to Peru.
Historical record of U.S. naval mission to Peru
.
“Nota
sobre personal.
Capacitación
– Oficiales.
Informe de
Inteligencia”.
Serie Nº
26-26, file Nº 903-400.
Misión
Naval Americana.
Lima, Perú,
24 dic. 1925.
[3]
Ibídem
[4]
Basadre, Jorge.
Historia
de la República del Perú
.
Lima,
Ed. Universitaria, 1968-1970.
t. XIII, p. 283.
[5]
Entrevista a Juan Manuel Castro Hart.
Lima, 8 de octubre de 1983,
Archivo
Oral del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú.
[6]
U.S. Naval Mission to
Peru.
Historical
record
…
“T
res oficiales
graduados de la
Escuela
Naval”.
Peru.
G-2 Informe
2944,
29 de dic.
De
1924
[7]
“Homenaje póstumo al capitán de navío
U.S.N. Charles Gordon
Davy”.
Revista
de Marina
.
Callao, julio
–ago. 1957, p. 626-634.
[8]
Casaretto
Alvarado, Fernando.
Alma
Mater: Historia y evolución de la Escuela Naval del Perú
.
Lima, Imp. de la Marina de Guerra, 1999, p. 127.
[9]
Mis compañeros de promoción, Juanito Castro Hart y José Carlos Cosio
Zamalloa, también dieron testimonio del episodio. Véase: Casaretto,
Alma
Mater
, p. 109-110.
[10]
“Homenaje póstumo”, p. 631-634.
[11]
Ortiz Sotelo, Jorge.
Escuela Naval del Perú: Historia ilustrada
.
La Punta, Callao, 1981.
p.
76.
[12]
Ibídem, p. 78.
[13]
“Inspección del Sr. Presidente de la República a la Escuela
Naval del Perú”,
Revista de Marina
, Nº 6 (nov.-dic. , 1927), p. 823.
[14]
Ortiz,
Escuela Naval del Perú ...”
, p. 108
[15]
U.S. Naval Mission,
Op.
cit.
“Nota
sobre personal – Capacitación – Oficiales”, file Nº 903-400, 24
dic.
1925.
[16]
Ibídem. “Extracto del informe de Operaciones durante el mes de
marzo”, fechado 31 de marzo de 1923, del Jefe de la Misión Naval, al
Director de Inteligencia Naval.
[17]
Ibídem
[18]
Ibídem.
“Memorándum
al director de Inteligencia Naval.
Breve
sumario de las actividades de la Misión Naval de E.U., desde sus inicios
al 1º de noviembre de 1928”, documento Nº 73.
[19]
La nómina era la siguiente: Salvador Mariátegui Cisneros, José
Francisco Giraldo, Juan Fernando Lino, Jorge Landa Scalabrin, Rodolfo
Vargas Ramírez, Raúl de la Puente Hugues, Eduardo Elcorrobarrutia, Julio
Alfonso Giraldo Rincón, Carlos Serapio Moya, Enrique Ciriani Santa Rosa,
Luis Conterno Fraysinnet, Eduardo Alberto Carrillo, Enrique León de la
Fuente, Guillermo Van Oordt León, Juan Jordán Lawezari, José Gregorio
Castillo, Juan Manuel Castro Hart, Pedro Luis Mondoñedo, Federico Salmón
de la Jara, Miguel Pizarro Rubio, Manuel de las Casas Higueras, Ismael
O’Brien Galindo, Ezequiel Gómez Sánchez, Franklin Alarco Zumaeta, Luis
Mavila Cáceres. Ver:: “Ingreso de nuevos cadetes a la Escuela Naval del
Perú”,
Revista de Marina
, Nº
2 (marzo-abril, 1927), p. 252.
[20]
Ibídem, p. 253
[21]
Ibídem, p. 254
[22]
Ortiz,
Escuela Naval del Perú...
,
p. 103-106
[23]
Ibídem, p. 106
[24]
Basadre.
Historia de la República...
, t. XIII, p. 283
[25]
Parra
del Riego Endara, Jorge.
“La
misión naval americana en el Perú en la década 1920-1930”,
Revista del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú
, Nº
17 (1998), p. 103.
[26]
“Clausura del año académico de la Escuela Naval del Perú”.
Revista de Marina
, Nº 1
(ene.-feb.1933), p. 140.
[27]
Ibídem, p. 144-145. La nómina de los que terminamos ese año era la
siguiente: Fernando Lino, Enrique Ciriani, Rodolfo Vargas, Guillermo van
Oordt, Franklin Alarco, Alberto Carrillo, Raúl de la Puente, Federico
Salmón, Gregorio del Castillo, Juan Castro, Luis Conterno, Enrique
Escurra, Salvador Mariátegui, Carlos Moya, Óscar Carlín, Salvador Noya.
[28]
Basadre,
Historia de la República
..., t. XII, p. 156-157
[29]
El poder naval en el Perú:
Inauguración de la Base Naval en la Isla de San Lorenzo
.
Lima, Ed. Cahuide, 1926, p. 42-43.
[30]
En su memoria anual; véase: “Inspección del Sr. Presidente de la República
a la
Escuela Naval del Perú”.
Revista de Marina
, Nº 6
(nov.-dic., 1927), p. 823-827. |
Federico Salmón de la Jara
Trabajo monográfico y difusión:
Esperanza Navarro Pantac
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