El Nobel a Borges y la caída de Allende. La causal externa del terror y Altamirano en su enigmática interpelación al drama de América Latina.* por Eduardo R. Saguier Museo Roca-CONICET-Argentina
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En franco desmoronamiento de los ideales liberales y reformistas, y en plena Guerra Fría, para la época en que Borges dedicaba un poema al compositor alemán Johannes Brahms (1970), el autor del Requiem y adversario de Wagner, en Chile triunfaba electoralmente el 4 de septiembre de ese año un radical programa político conocido como la vía chilena al socialismo (una consigna de transición pacífica pero que de tan repetida se volvió un slogan), que incluía la doctrina constitucionalista del General René Schneider y un eventual punto de inflexión cuando se operaría el pasaje a una economía mixta, antesala del socialismo.[1]
Paralelamente, en Argentina se había producido como réplica del Golpe en Brasil de 1964 (su presidente derrocado Joao Goulart se asiló en Uruguay), y ambos como prevención frente a la amenaza Castrista. El Golpe de Ongania al precario régimen democrático que destituyó al presidente Radical Arturo Illia (1966) no fue resistido por nadie (ni siquiera por el estudiantado Reformista ni por la militancia de los demás partidos políticos), ni combatido por Perón pues aconsejaba “desensillar hasta que aclare”, y fue apoyado por la burocracia sindical. Al mes siguiente del Golpe se había puesto fin a la autonomía universitaria en la “Noche de los Bastones Largos”;[2] y se había culminado con el asesinato en junio de 1970 del ex presidente argentino Pedro Eugenio Aramburu, por un comando paramilitar sospechado de connivencia con la dictadura de Ongania.[3] Pero ya cuatro años antes del Golpe contra Illia había sido destituido con violencia el presidente Arturo Frondizi, pese a haber resistido al eje La Habana-Rio de Janeiro-Buenos Aires propuesto por Fidel Castro en 1960.
En su afán por entender el asesinato de Aramburu, quien como al prócer argentino Francisco N. Laprida también le había llegado el “destino sudamericano”, Borges buscó conocer la lógica del nuevo magnicida para poder retratarlo en un cuento.[4] El perfil del magnicida imaginario elegido por Borges debía tener semejanza con el Montonero que vengativamente ejecutó a Aramburu, supuestamente ligado a las fuerzas de choque del nacionalismo católico y al lonardista Ministro del Interior Gral. Francisco A. Imaz.[5] Esta idea fija y obsesiva guiaba la búsqueda de Borges desde que estudió los casos del alcohólico Fraile Aldao (asesino de Laprida), del genocida Dietrich ejecutado en Nüremberg, y del dirigente Juan Ramón Queraltó, Jefe de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), que ordenó ultimar al dirigente estudiantil Salmún Feijóo en Buenos Aires (4-X-1945), y que ficticiamente se retrató en la obra conjunta con Bioy Casares conocida como La Fiesta del Monstruo (1947).
Pese a las profundas diferencias con el crimen de Aramburu, el personaje magnicida del nuevo cuento recayó en el estudiante de derecho de filiación política colorada Avelino Arredondo (con ese mismo nombre y apellido se titula el cuento), y la víctima propiciatoria en el adinerado terrateniente y Presidente colorado del Uruguay decimonónico Juan Idiarte Borda.[6] Arredondo asesinó a Idiarte Borda en 1897 por considerar que traicionaba los ideales del coloradismo (liberalismo uruguayo, fogueado en la “Troya de América” que fue Montevideo, donde peleó su abuelo Francisco Borges), pero la guerra de los blancos contra los colorados continuó siete años más hasta culminar en 1904 en la batalla de Masoller con la muerte del gauchesco líder blanco Aparicio Saravia, y la consagración en el partido coloradodel liderazgo reformista de José Batlle y Ordóñez.[7]
En medio de un creciente proceso insurreccional de guerra irregular urbana y rural (Tucumán), habiendo tenido lugar el 20 de junio de 1973 el retorno de Perón (tras diecisiete años de exilio), y en medio de la Masacre de Ezeiza, en Chile --donde regía una vía pacífica al socialismo-- ocurrió apenas tres meses después la violenta caída del primer gobierno socialista de Sudamérica, tocándole esta vez a Salvador Allende el cruel “Destino Sudamericano”. A partir de entonces, Borges fue jubilado de oficio, y se inauguró una etapa donde la renaciente democracia argentina se subordinó a un inédito terrorismo de estado de naturaleza oculta, clandestina, y secreta.[8] En efecto, la democracia representativa, la autonomía universitaria, y la justicia independiente se supeditaron primero en el gobierno de Cámpora a la lógica de un doble poder entre la organización Montoneros, conocida en la jerga peronista como “formaciones especiales”, y la burocracia sindical; y luego en los gobiernos de Perón y de Isabel Martínez de Perón a la lógica de la violencia ilegitima, y su monopolio por fuerzas irregulares al servicio del estado, un escuadrón de la muerte u organización paramilitar, llamado entonces “Triple-A” (Alianza Anticomunista Argentina), que superó en materia de terror y criminalidad a las antiguas fuerzas de choque (ALN). En cuanto al aparato represivo para-militar de la Triple-A estuvo al frente del poder real, con su bautismo de fuego en Ezeiza (VI-1973), y sus responsables penales aún impunes.[9] Ese clima represivo se extendió a los países vecinos de Uruguay y de Bolivia, y ni hablar del Paraguay de Stroessner. En Uruguay, Juan María Bordaberry, acosado por la oposición violenta del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), dio un golpe de estado el 27 de junio de 1973 que disolvió el Parlamento y prohibió los partidos políticos. Y en Bolivia, el General Hugo Banzer, que sustituyó al carismático y políglota General René Barrientos, fallecido en un misterioso atentado aéreo, hizo para esa fecha un giro criminal en su gobierno de mano de hierro.[10]
Para escarmiento de una población crecientemente anonadada y amedrentada, las fuerzas para-militares en Argentina cometieron más de un millar de asesinatos, entre otros el de los intelectuales Rodolfo Ortega Peña, Carlos Mujica y Silvio Frondizi, este último arrastrado de los pelos desde un quinto piso y asesinado a mansalva en plena calle. Borges recordó entonces su experiencia con el desalmado Fraile Aldao, con el oficial nazi Otto Dietrich, y con Queraltó y la ALN que asesinó al estudiante Feijóo, torturó a Ernesto Bravo (1951), y martirizó hasta la muerte al rosarino Juan Ingalinella, un médico que atendía a estudiantes torturados (VI-1955). Aunque Borges vivía alarmado, amenazado de muerte y espiado por los servicios de inteligencia, y cuidando de su centenaria madre que falleció al año siguiente de 1975, no escatimó esfuerzos para esclarecer en su conciencia la sospechosa venganza argüida para justificar el crimen de Aramburu (fusilamientos de 1956), y también para ilustrar la característica diferenciadora de la monstruosidad política. Esta última tenía sus grados de intensidad, que iban desde la antropofagia en el mundo pre-colombino, al ginocentrismo homicida en el mundo colonial (La Quintrala en Chile), pasando por las fuerzas de choque en la primera mitad del siglo XX, y hasta la alarmante presencia de innovadoras organizaciones paramilitares y terroríficos escuadrones de la muerte como la Triple-A, en la década del 70.[11]
Tampoco Borges escatimó desvelos para remontar la indagación literaria del crimen de Aramburu al drama oriental (Uruguay) de fines del siglo XIX, inspirado en el alegato que en su defensa había escrito su propio tío uruguayo el fallecido Luis Melián Lafinur. Tras consultar a su amigo el ensayista Ernesto Palacio, quien había publicado en 1946 la obra Catilina, Borges se habría puesto en contacto con un nieto argentino de la víctima oriental, el afamado ex agente pro-nazi, director de la revista Sol y Luna y un culto germanófilo, Juan Carlos “Bebe” Goyeneche, alias el virrey,[12] al que lo unía una tragedia común, pues ambos no pudieron conocer a sus abuelos Liberales por haber sido asesinados.[13] La pesquisa de Borges no bastó con la información que le pudo haber proporcionado Goyeneche, que incluyó una publicación de su propia madre, hija de Idiarte Borda. Borges buscó entonces, en agosto de 1971, un año después del asesinato de Aramburu, la colaboración del oriental Emir Rodríguez Monegal con quien consultó en la Biblioteca Nacional numerosos textos, entre ellos los Anales históricos del Uruguay de Eduardo Acevedo, que Monegal mismo le leía a guisa de moderno lazarillo, para finalmente, cuatro años más tarde, publicar el cuento en El Libro de Arena (1975).[14] Y apenas dos meses después de producido el golpe militar de 1976, Borges conjuntamente con Ernesto Sábato y con Leonardo Castellani S.J. intercedieron ante el Gral. Videla por la vida de los escritores Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto.
En vísperas del otorgamiento del Premio Nobel, en medio de una atmósfera política crecientemente apocalíptica, y en una suerte de tensión paranoica, pero siguiendo tenazmente su estrategia tercerizadora de aproximación indirecta inspirada en Gibbon y en Liddell Hart, y coherente con su oposición a la literatura comprometida y a la vía chilena al socialismo, y pese a la discrepancia de los allegados al Comité Nobel, Borges cruzó los Andes en septiembre de 1976, para aceptar el doctorado “honoris causa” de la Universidad de Chile. Dos años después, el ex secretario de Borges, Roberto Alifano, contaba como Borges fue sagazmente manipulado por las autoridades militares que interfirieron en la invitación académica, y cómo se vio inducido a aceptar de manos de Pinochet la Orden al Mérito “Bernardo O'Higgins”: “…que no pude rechazar”.[15] Y al fotógrafo y cantante chileno exilado en Ecuador Jorge Aravena Llanca, Borges le informó que previamente al viaje había recibido un llamado telefónico desde Suecia de alguien muy cercano al jurado escandinavo (cuya identidad nunca reveló), quien le advirtió que si iba a Chile a recoger el premio que públicamente le habían propuesto las autoridades universitarias chilenas (el doctorado), el Comité sueco no le daría ese año el Nobel ni tampoco en ningún otro año.
Desde que en la década anterior, en 1964, Jean-Paul Sartre rechazó el Premio Nobel, las autoridades suecas querían curarse en salud manteniendo un esmerado contacto con sus eventuales premiados. En ese sentido, y fiel a su conducta opuesta a la literatura comprometida, Borges le reveló a María Kodama su presunción acerca de la extraña forma de actuar del Comité Nobel.[16] Y más tarde, Kodama le corroboró al periodista Carlos Cañete dicho llamado telefónico, y recordó en esa entrevista que Borges le había contestado al confidente sueco: “Señor, después de lo que usted me ha dicho, aunque hubiera pensado en no ir a Santiago para recibir el Doctorado honoris causa de la Universidad de Chile, mi deber es ir, porque hay dos cosas que un hombre no debe permitir: sobornar o ser sobornado”.[17] Una vez escuchada esa honrosa respuesta a la atrevida advertencia sueca, Kodama confesó que “quiso a Borges más que nunca”.
Con posterioridad al discurso que ofreció en el edificio Diego Portales para agradecer la Orden al Mérito, luego de haber recibido el doctorado, Borges admitió que había dicho “…cosas que quizá no debí decir y de las cuales ahora me arrepiento”.[18] Borges había dado a entender tácitamente, con el metafórico elogio a Chile por su “larga geografía entre la cordillera y el mar en forma de espada”, que en la gestión golpista no existieron fuerzas de choque, ni organizaciones paramilitares, ni actuaron disfrazados de para-policiales.[19] En efecto, la represión en Chile fue ejercida directamente por las Fuerzas Armadas en uniforme de combate, en forma centralizada, jerárquica y fulminante, como si fuera una blitzkrieg germana, bombardeando la Casa de Moneda, y practicando ejecuciones sumarias y extrajudiciales (mediante consejos de guerra), pero lo habrían hecho premeditadamente en forma pensada y planificada (asesorados por el Brasil de Garrastazu Médici, que fue el primero en darle reconocimiento diplomático y proveerlo de especialistas en tormentos). De esa forma pudieron paralizar intempestivamente y mediante el terror a una sociedad muy politizada y movilizada pero totalmente inerme, por cuanto había aceptado ingenuamente una vía pacífica al socialismo, donde se privilegiaba la conquista de las mentes y los corazones por sobre el poder militar, que la privó de prepararse para una defensa y una resistencia armada. La Unidad Popular fue derrocada sufriendo una derrota militar, y el golpe de septiembre de 1973 transformó a Chile en un gran campo de concentración, pero sus integrantes habían salvado su dignidad e integridad política.
Por el contrario, Argentina (Triple A y cinco regiones militares autónomas), Colombia (AUC), o El Salvador (ARENA), se habían transformado en verdaderos cotos de caza de insurgentes prófugos, que venían de ser militar y políticamente derrotados. En Argentina, Perón los hizo medir fuerzas numéricas con la burocracia obrera, haciéndolos desfilar primero frente a la CGT de la calle Azopardo, donde todos y cada uno fueron filmados; y semanas más tarde, en otra convocatoria masiva el propio Perón los expulsó de la Plaza de Mayo. Desde entonces, devinieron en “desaparecidos forzados”, a quienes se les secuestraban los hijos recién nacidos, y se asesinaba a las madres después del parto. Las FF.AA. en Argentina habían apelado a una estrategia de terror más siniestra que la que se implementó en Brasil, Uruguay y Chile, pues para evitar el repudio internacional que cosechó el bombardeo de la Casa de Moneda, adoptaron una estrategia de sigilo, mudez e invisibilidad absolutas.
Pero esta estrategia contrainsurgente fantasma, si bien estuvo dirigida a una sociedad mucho menos politizada y movilizada que la Chilena, el efecto de ese terror demencial fue mucho más nocivo, porque al cabo de un tiempo se descubrió la existencia de miles de “desaparecidos” y centenares de bebés traficados, y porque ese terror circuló subterráneamente y dejó marcas y traumas mucho más imperecederas e indelebles.[20] Esta tenebrosa realidad llevó a esos países --según lo explicaron los politólogos colombianos Valencia y Zúñiga (2015), fundados en la teoría del partisano de Carl Schmitt--a una monstruosa “degradación del conflicto”, a una “descomposición del elemento político en la conciencia [y la vocación] de los grupos insurgentes, y a la ilegitimidad de incorporar métodos ilegales para combatir una confrontación irregular”, que devino posteriormente en la puerta de entrada del crimen organizado, y del narcotráfico, y que recién ahora, décadas más tarde, luego de intensas negociaciones, se está pudiendo llegar a acuerdos de paz y desarme, pero donde una nueva guerra ha asomado, la de la Guerra Anti-drogas.[21]
De esa forma terriblemente drástica, cruel y sorpresiva, el Estado Mayor del Ejército chileno habría logrado abortar una sangrienta y prolongada guerra civil. En la historia de la humanidad, las guerras civiles eran guerras de movimientos, como ocurrió en la antigüedad greco-romana y también en la modernidad, pero muy difícil de comparar entre sí por cuanto guardaban diferencias insalvables. En la antigüedad Griega, las guerras eran entre ciudades-estado; y en la antigüedad Romana, las legiones localizadas en provincias de Oriente y Occidente dirimían sus conflictos guerreros (Mario vs. Sila, y César vs. Pompeyo), dando lugar así al ocaso de la república y al nacimiento del imperio. Y en la modernidad se dieron también múltiples guerras civiles, tanto en América Latina, como en EE.UU, Rusia, España y China. En los EE.UU, la guerra civil se dio cuando los estados sureños se sublevaron separándose inconsultamente de la Unión Americana en lo que se conoció como Guerra de Secesión (1862-65).[22] En Rusia la guerra se dio luego de la derrota del Ejército Zarista en la Primera Guerra Mundial y del triunfo de la Revolución bolchevique (1917), donde la guerra civil (1919-1924) consistió en un enfrentamiento entre ejércitos que se disputaban los nudos ferroviarios y las fuentes mineras de carbón, y donde el Ejército Rojo al mando de Trotsky impidió que los dos ejércitos Blancos se unieran, el de Petrogrado al norte (Denikin) y el de Omsk al sur (Yudenich).[23] Y en la Guerra Civil española (1936-1939),[24] el conflicto se inició cuando el Ejército de África acantonado en Melilla (Marruecos) se sublevó al mando de Francisco Franco, que la República replicó armando en Madrid un improvisado ejército para su defensa, cuya histórica consigna fue “No pasarán”, pero que al tratarse de un conflicto interno de un estado que no era una potencia mundial se le restó solidaridad internacional.[25]
Esa hipotética especulación, con respecto a una eventual guerra civil en Chile, se dio en un contexto histórico muy distinto al de Europa, pues no existió un racismo anti-semita ni una guerra convencional o regular, cuyo único objetivo militar lícito es el “combatiente armado en acción bélica”. El cuadro de situación que Borges manejaba de tanto escuchar comentarios radiofónicos y lecturas de diarios a lo largo de tres críticos años (1973-1976) se había reducido a una radiografía diferenciadora entre las realidades dictatoriales de Brasil y del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay). A fines de 1975, luego de la derrota de los EE.UU en Vietnam, y de la amenaza frustrada del Perú de Velazco Alvarado, los regímenes militares de Sudamérica se coaligaron en un contubernio criminal, conocido con el nombre de “Plan Cóndor” (1975-83), con interrupciones provocadas por rivalidades y amenazas de enfrentamiento mutuo (1978).[26] Este Plan fue un siniestro programa de intercambio de prisioneros secuestrados en la diáspora guerrillera (para luego interrogarlos, trasladarlos, asesinarlos y sepultarlos en fosas clandestinas), entre los regímenes militares de toda América, elaborado a instancias de la Doctrina de la Seguridad Nacional dictada en Washington, y cuyas huellas incriminatorias fueron halladas en un archivo perdido del Paraguay una década más tarde, en 1992.[27] Pero esa terrible calamidad habría sido mucho mayor si se hubiera desatado una guerra civil, pues en ésta, el mal habría ido in crescendo, como en la Divina Comedia, donde Virgilio guía al Dante por un infierno que poseía nueve círculos, en una espiral de menor a mayor, pasando primero por los círculos de la corrupción (la lujuria, la gula), alcanzando luego los círculos del odio (la ira, la herejía), hasta llegar al octavo círculo, el de la violencia, y finalmente al noveno, donde prevalecía la perversidad de la traición (que fue el caso de Pinochet).
Si bien en el seno de una espiral satánica, el terror en Brasil, Argentina y Uruguay se convirtió en una verdadera Guerra Sucia o terrorismo de estado paramilitar (fundado en la teoría de "los dos demonios" o igualación de las víctimas civiles con los victimarios militares), pero de mucho menor escándalo y monstruosidad que el que padeció Europa con el genocidio Nazi y con los campos de exterminio.[28] En Europa se había dado una verdadera escalada criminal, que se inició con el triunfo electoral del antisemitismo (Hitler) en 1933; se continuó con el inmediato arresto de numerosos opositores políticos; siguió con la formación de fuerzas especiales que competían entre sí (SA y SS), de cuya emulación criminal se llegó a la Noche de los Cuchillos Largos (1934), y con el reclutamiento de kapos en los campos de concentración como auxiliares internos del terror;[29] y prosiguió con las Leyes de Nüremberg (1935) y con la noche de los cristales rotos (1938). Finalmente, en virtud de la declaración de Guerra Mundial (entre superpotencias), se precipitó la denominada Solución Final, con la eutanasia de los reclusos inválidos, esqueléticos y gangrenados;[30] los experimentos médicos e infecciones deliberadas (conejillo de Indias);[31] y los campos de exterminio y sus cámaras de gas, que dio en llamarse Holocausto (1942-1945),[32] recientemente revisado por la obra de David Irving, un negacionista que ha sido refutado por un numeroso grupo de académicos entre los cuales se ha destacado Everhard Jäckel.
A diferencia de Alemania, que había devenido en un estado racial y genocida, donde el terror siguió a un triunfo electoral de un partido de ideología nazi-fascista, en Chile el terror pudo ser instaurado por obra de un golpe de estado en el que las FF.AA no se dividieron, como en Argentina, entre Azules y Colorados (1962-63); y donde para garantizar el éxito del golpe tomaron el riesgo de desguarnecer su frontera norte con Perú. El general Schneider había sido asesinado con anterioridad al golpe y la sublevación conocida como el “Tanquetazo” (23-VI-1973) fue exitosamente sofocada durante el gobierno de Allende por el general Prats, pero su comandancia en el ejército fue reemplazada tras un incidente premeditadamente provocado. El único general que desde la Comandancia simulaba lealtad terminó siendo el jefe del golpe. Y como la dictadura se consolidó (aunque no se sabía cuánto tiempo iba a durar) y en sus filas no se toleraban fuerzas de choque irregular, es que Borges –-que conocía al dedillo el régimen nazi, pero ignoraba mucha información sobre Chile-- habría optado por aceptar la invitación del país trasandino, y así conocer en primera persona el contraste con la realidad Argentina, y poder asimismo enviarle elípticamente un mensaje a Videla. Supuestamente, Videla no se dio por aludido con las palabras pronunciadas en Chile por Borges cuando fue condecorado por Pinochet (donde puso en evidencia la diferencia entre ambos ejércitos), ya sea por ignorancia o más bien por impotencia de mando, irónica circunstancia que en su intensidad –-salvando las múltiples diferencias personales—fue muy análoga a la situación que había padecido Heidegger, en su notoria incapacidad para influir en Hitler, durante su efímero rectorado en la Universidad de Friburgo.[33]
Sin embargo, en la dinámica tripartita de una crisis política liminar con repercusión mundial, como la que ocurrió en Chile, se debe insistir que la Unidad Popular y el Golpe militar estuvieron instigados por terceros actores de origen externo como Castro en Cuba que alentó la victoria popular; o como Kissinger en EE.UU que legitimó el accionar golpista, tal cual si se tratase de un mero “daño colateral” (uno más en las numerosas intervenciones de EE.UU en la periferia mundial), todo ello sobrellevado en el seno de una guerra de mucha mayor dimensión y alcance conocida como Guerra Fría, pero que estaba en ese entonces agazapada y en los entretelones de un equilibrio nuclear entre las grandes superpotencias (EEUU y URSS). El triunfo de la Unidad Popular y la vía chilena al socialismo estaban en insalvable colisión con los postulados de esa Guerra Fría, que para el tercer actor norteamericano fue de una prioridad muy superior para el logro de una sociedad civil a escala global, que se estaba dirimiendo en la periferia mundial (EEUU libraba en ese entonces una desgastante y prolongada guerra asimétrica de baja intensidad en el Sudeste asiático),[34] que culminó en aplastante derrota y presurosa retirada dos años más tarde, en 1975.
Para mayor desazón de los que en Chile querían evitar un desenlace funesto, al no dirimir en el seno de la Unidad Popular su “discordancia estratégica” (Moulián), es decir las diferencias internas entre una izquierda institucionalista y otra izquierda rupturista (Casals Araya), se hizo imposible abrir una negociación política con la oposición Demócrata-cristiana, para reformular el programa político con reivindicaciones reformistas que la sustrajeran del antagonismo terminal de la Guerra Fría, y la diferenciaran del marxismo y del castro-comunismo (que agonizaba en Europa oriental) y de la tesis totalitaria y sectaria “dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada”, pronunciada por Fidel en el Discurso a los Intelectuales en 1961.[35] Por el contrario, la Social-Democracia europea se había batido contra el pensamiento único y en defensa del debate crítico, pero fue denostada entonces con el epíteto de “reformista”.[36]
En ese sentido, para las diversas escuelas teóricas vigentes en las disciplinas de las relaciones internacionales, la ciencia política y la sociología política, la capacidad de disuasión de los potencias centrales para controlar y/o alinear a sus países clientes, estribaba según el politólogo Christopher Darnton (2013), en cuatro (4) factores íntimamente vinculadas entre sí: a) la intensidad de la rivalidad mutua (chauvinismo o patrioterismo) entre estados clientes; b) las amenazas externas como causales de aproximación o colaboración entre estados (escuela realista); c) el grado de correspondencia entre los valores o ideologías compartidas entre los estados (escuela constructivista); y d) la gravedad de los intereses o preferencias políticas de las agencias estatales (FF.AA., Cancillerías).[37]
Para el caso de las rivalidades históricas entre Argentina y Chile, primero se requiere analizar el componente ideológico de las facciones en pugna, uno de los factores del que habla Darnton (2014), sin perjuicio de analizar los otros tres elementos. A diferencia de Argentina, si bien la Unidad Popular --que triunfó electoralmente en Chile sobre la Democracia Cristiana-- carecía de organizaciones juveniles de filiación nacionalista-católica que significaran una amenaza, contaba en sus confines con numerosas organizaciones proclives a desencadenar la lucha armada (el MIR entre ellas). Cabe aclarar que en la década del 30, la numerosa juventud del Partido Nacional Socialista chileno (de orientación nazi, y no confundir con la Falange Nacional que fue uno de los orígenes de la Democracia Cristiana) había sido diezmada por los Carabineros en lo que se conoció como la Masacre del Seguro Obrero (1938), denominado así por el edificio donde el crimen había sido cometido durante el gobierno de coalición de Arturo Alessandri Palma, “El León de Tarapacá” (demócratas, liberales, radicales y social-republicanos). Merced al desgaste que significó ese acto vandálico, en 1938 tomó cuerpo el Frente Popular que le dio el triunfo al líder Radical Pedro Aguirre Cerda,[38] y a cuya muerte le sucedió Gabriel González Videla, el “cerdo entre los cerdos”, por haber instaurado la “Ley de Defensa de la Democracia”, que era una legislación represiva.[39]
Superadas las aventuras militaristas del Che Guevara en el Congo Belga (1965-66) y en Bolivia (1967), quien sostenía la tesis que había que abrir “uno, dos y tres Vietnam” en África y América Latina, para el tercer actor del drama, el Secretario de Estado de la principal potencia mundial, el triunfo electoral de la Unidad Popular en 1973 ponía en riesgo la estrategia política occidental de confrontación con la Unión Soviética y los países socialistas (incluido Cuba), que culminó por implosión recién quince años más tarde, con la caída del Muro de Berlín en 1989. Dicha estrategia estaba en el núcleo central de las preocupaciones del Comando Sur Norteamericano, con sede en Panamá, donde residía la Escuela de las Américas (fundada en 1949), y también de las Conferencias de Ejércitos Americanos, que se celebraban desde 1960 en diferentes ciudades del continente; pues la Unidad Popular amenazaba con desencadenar un nuevo frente militar, una nueva Cuba.[40] Tres años más tarde, acelerada la crisis económica y social de inflación, desabastecimiento, y des-aprovisionamiento de insumos importados básicos (parcialmente financiada por la ITT), se fraguó un golpe para instaurar un “estado de excepción”, de naturaleza preventiva, que el mundo académico y político lo viene atribuyendo al accionar del tercer actor (Kissinger y los Estados Unidos) pero con la connotación de chivo expiatorio, y con más sabor a cliché que a una elaboración científicamente demostrada.[41]
Para desmitificar al tercer actor acusado (EE.UU), es preciso entonces hacer un minucioso análisis de la historiografía publicada al respecto, que adolece de un alto grado de chauvinismo. Así como Borges recomendaba no hacer literaturas nacionales como literatura peruana, boliviana, paraguaya, argentina, etc., también vale por analogía no recomendar la práctica de historias nacionales, como las historias chilena, argentina, brasilera, colombiana, etc. Mientras para la inmensa mayoría de la literatura, el golpe en Chile tuvo una causal de orden puramente interno (social, política, y económica), para una minoría tuvo una causal externa, casi exclusivamente asociada a Cuba y los EE.UU, pero no a sus países vecinos.[42] Y en un inesperado documento postrero, el entonces más radicalizado dirigente de la Unidad Popular, Carlos Altamirano Orrego, presidente del Partido Socialista de Chile durante el gobierno de Allende--uno de los pocos dirigentes chilenos que hizo una autocrítica de su actuación anterior al golpe-- inauguró hace un par de décadas una nueva pero enigmática hipótesis nunca hasta hoy investigada.[43] Altamirano sostuvo en un Simposio celebrado en 1998 en la Universidad de Princeton “…que él no creía que los Estados Unidos fueran la causa primera del golpe en Chile”. Y la historiadora de la London School Tanya Harmer levantó la apuesta pues ha sugerido hace cuatro años, en enero de 2013, a propósito del parco enigma interpelado y nunca totalmente elaborado por Altamirano, que para esclarecer la historia de las alianzas internacionales durante la Guerra Fría se requieren más y mejores investigaciones, pero desde una óptica que no se centre en el rol del tercer actor, los Estados Unidos, sino en la de sus aliados, y entre ellos en la de sus países clientes.[44]
Ahora bien, al no detallar Altamirano cuál fue esa causa primera, ni si esa otra causa era externa o interna, y siguiendo las recomendaciones de Harmer (2013) es lícito preguntarse cuál habría sido ella. ¿Si el tercer actor (los Estados Unidos) no lo fue, cuál habría sido entonces la razón primera? No puede caber entonces duda alguna. Más que una causa interna, como la amenaza de un asedio al poder por parte del MIR, entre las preocupaciones del Departamento de Estado norteamericano referidas a las alianzas necesarias para afrontar con éxito la Guerra Fría, no se puede descartar el rol colaborador de los países clientes. Y para el caso chileno, donde estaba --después de Cuba-- el foco principal de la crisis social y política de toda Latinoamérica, si se quería disuadir con éxito el alza revolucionaria, la alianza de Estados Unidos debía ser practicada con un país vecino a Chile, aunque su ocasional régimen político fuere de una orientación política populista. Por razones de intensa rivalidad mutua y de trágica historia bélica –otro de los factores del que habla Darnton (2014)-- ese país no podía ser Perú ni tampoco Bolivia, pues ambos perseguían sólo objetivos irredentistas de recuperación territorial. Si bien la dictadura nacionalista peruana de Juan Velasco Alvarado (1968-75) fue reforzada militarmente por la Unión Soviética, y en 1975 el armamento soviético se lo instaló en la frontera y se movilizaron todas las tropas peruanas hasta Tacna, la amenaza no pasó a mayores por cuanto Velazco fue destituido por Morales Bermúdez ese mismo año, que fue llamativamente el año cuando tuvo su inicio el Plan Cóndor.
Necesariamente, ese país aliado, al que EE.UU debía tomar en cuenta, tenía que ser Argentina, pues pese a mantener con Chile cuestiones limítrofes no saldadas (Laguna del Desierto, Beagle), la salida populista de su simultánea crisis política representaba una opción radicalmente antagónica a la de Chile, que era de filiación ideológica marxista, y simpatizante de Cuba pero no alineada al bloque soviético. De ahí la urgencia del tercer actor por inducir la aceleración del retorno del único liderazgo político que entre sus aliados clientes podía disuadir exitosamente en Chile la amenaza de una insurgencia armada con ese signo ideológico. Por ese motivo, entre las preocupaciones del estado mayor chileno debe haber estado entonces presente prevenir la verdadera causa externa, el conflicto político que por contagio podría suscitar la crisis de su principal país limítrofe, que era y es Argentina, sospecha que podría ser corroborada si se pudieran consultar las actas de los estados mayores chilenos.
Un año antes del triunfo de la Unidad Popular (donde estuvo presente Fidel como invitado especial en la asunción del mando), con la profundización de la crisis social expresada en el Cordobazo (1969), la masa estudiantil activa en Argentina pasó a la clandestinidad, abandonando la lucha de masas y consiguientemente el debate político e ideológico. La salida electoral improvisada por la dictadura de Lanusse fue restringida a una presencia física de los candidatos en el país en un plazo perentorio. La opción restrictiva elegida por el Jefe de la Junta Militar fue para retirarse lo más honrosamente posible de la trampa política a la que lo había llevado la dictadura militar de 1966, que había arribado al poder con la bendición de la cúpula eclesiástica y con el apoyo de la burocracia obrera, y especulando con la muerte de Perón. Pero una vez producida la convocatoria electoral, elegida una fórmula de “fantasía” (Cámpora-Solano Lima) para arrastrar el alza de las “formaciones especiales”, y cumplir con la limitación dictatorial, el triunfo de Cámpora del 26 de marzo de 1973 consagró la aventura militarista de las fuerzas insurgentes que lo acompañaban (FAR-Montoneros), que era una alianza contra-natura entre marxistas y nacionalistas-católicos (de pasado fascista), algunos de cuyos dirigentes entrenados en Cuba, habían logrado llegar a Chile tras la trágica evasión del Penal de Rawson en la provincia de Chubut (conocida como la fuga de Trelew, del 22 de agosto de 1972).
Sin embargo, estas fuerzas insurgentes, a diferencia de los militantes pacifistas chilenos de la Unidad Popular, “no nadaban como el pez en el agua” y para peor, la contrainsurgencia les estaba ensuciando el agua. Muchos de sus jóvenes integrantes no habían militado en partidos políticos reformistas, no conocían la lucha política de masas, ni siquiera conocían una comisaría por dentro. Por otro lado, la presencia de Allende en la asunción presidencial de Cámpora el 25 de mayo de 1973, significó para el Estado Mayor del ejército de Chile una doble amenaza. Ese peligro era de una verosimilitud nada ajena a esa realidad diagnosticada por la intelectualidad de izquierda como de carácter pre-revolucionario: 1) la certeza que las fuerzas insurgentes argentinas y uruguayas (Tupamaros) estaban alentadas y movilizadas no sólo por Cuba sino también por el triunfo electoral y por la prédica izquierdista de la Unidad Popular; y 2) la recíproca propagación en Chile del conflicto ideológico interno no resuelto entonces en Argentina entre la burocracia obrera populista y la vanguardia de izquierda marxista pro-cubana, y sus inevitables derivaciones de guerra civil.[45]
Más aún, si a la formación de “La Hora del Pueblo” (1970-72), a la convocatoria del Gran Acuerdo Nacional (GAN) en 1971, y al triunfo electoral del populismo Peronista en marzo de 1973, le sumamos nuevos acontecimientos que sucedieron con posterioridad, aunque previos a la caída de Allende (IX-1973), tales como el retorno de Perón en el mes de junio de 1973; la Masacre de Ezeiza (20-VI-1973), donde se habían enfrentado organizaciones armadas de signos antagónicos (coronel Osinde y sus fuerzas versus Montoneros); el golpe de Bordaberry en Uruguay alentado por el dictador de Brasil Emilio Garrastazú Medici (27-VI-1973), el renunciamiento o destitución del presidente Cámpora el 13 de julio; el interregno presidencial del yerno de López Rega; y el llamado en el mes de agosto a nuevas elecciones presidenciales que habrían de consagrar la fórmula Perón-Perón (que desplazó la frustrada fórmula Perón-Balbín por la intriga de López Rega y Montoneros), la precipitación del Golpe en Chile era algo prácticamente imposible de detener. En efecto, si Perón iba a triunfar holgadamente, e iba a significar una carta de apoyo a la Unidad Popular y al intervencionismo argentino en la política interna chilena (como lo había intentado Perón en la década del 50 bajo Ibáñez del Campo), y no un freno al peligro de insurgencia armada como pensaba el Departamento de Estado, la decisión del Golpe por parte del Estado Mayor chileno se habría vuelto inexorable.
En crítico ajuste con la enigmática interpelación de Altamirano, la condecoración que Borges recibió entonces de manos de Pinochet, tres años después del Golpe (21-IX-1976), cuando la Junta Militar y su “dictadura nacional-globalista” estaba siendo consolidada como un estado de excepción (pero lejos de la posterior institucionalidad pinochetista), debe ser evaluada de una forma distinta. Entre muchas otras opiniones, fue evaluada primero por el dirigente comunista Volodia Teitelboim (1996), y luego por Vargas Llosa cuando ya hacía tiempo que había roto con el castro-comunismo (1999). Ambos críticos concluyeron que la actitud de Borges padecía de una “contradicción” con su pasado de lucha democrática.[46] No obstante, en las motivaciones políticas de Borges deben haber primado preocupaciones que excedían su propio pasado y sus propios prejuicios, y muy estrechamente vinculadas con una constelación de circunstancias históricas mucho más traumáticas y crueles que las que había sufrido y soñado en las décadas del cuarenta y cincuenta, que deben incluir: a) la interna militar a escala continental (que no se sabía cuánto iba a durar y como se saldría de ella); b) las estrategias de terror en el contexto de la Guerra Fría aún en curso, aunque parcialmente atenuada por la visita de Nixon a China en 1972; y c) la eterna inclinación del populismo o bonapartismo por las “formaciones especiales” (armadas) y por los reiterados conatos expansionistas sobre los países vecinos. El expansionismo del populismo nacionalista argentino había transcurrido en 1943 en Bolivia (golpe de Villarroel a Peñaranda) y en1947 en Paraguay (colaboración militar de Perón a Morínigo en la represión a una alianza de liberales, febreristas y comunistas),[47] y en 1973 en Brasil, donde Perón le había garantizado al ex presidente Joao Goulart, refugiado en Uruguay, un asilo más seguro en Argentina, y apoyo para su intento de retorno al poder.
Estas inclinaciones y expansionismos de la Argentina populista eran tan o más peligrosas para el conspirador Ejército Chileno que la insurgencia armada que le preocupaba al tercer actor del drama, el Comando Sur Norteamericano. Una peligrosidad eminentemente política que abrumaba al estado mayor y a la Junta Militar chilena, cuyos integrantes fueron los que decidieron por unanimidad el golpe cuando aún no existía el Plan Cóndor, coordinado por el Comando Sur Norteamericano (1976). Y la necesidad que Borges sintió, en septiembre de 1976, de conocer el modelo Chileno, obedecía a que no creía en la “literatura comprometida” tan afín al Comité del Nobel (que lo había prevenido de ir a Chile), y tampoco tenía confianza política alguna en la Junta Militar argentina, a la que había acudido inútilmente para rescatar del secuestro a los escritores Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto, el 19 de mayo de 1976. A diferencia de Conti, el cuentista mendocino Di Benedetto (autor de Zama) logró zafar un año después de apresado. Su racconto del cautiverio donde sufrió cuatro simulacros de fusilamiento, debe haberle erizado a Borges la piel, quien a los 77 años de edad y ciego terminal no estaba en condiciones de exilarse, pero sí lo estuvo de viajar por América Latina, para escapar aunque fuere transitoriamente del espanto en que se había convertido la tierra de los argentinos.[48]
Para salir del tenebroso clima argentino, Borges encaró en 1978, conjuntamente con Maria Kodama, una larga gira por cuatro países latinoamericanos. Estuvo primero en México, patria de su entrañable amigo Alfonso Reyes; y luego en Colombia, la de La Violencia, donde al ser interpelado por la identidad colombiana alegó cándidamente que consistía en “un acto de fe”. La gira la continuó en Ecuador, donde regía un triunvirato militar, integrado al Plan Cóndor, pero donde pudo mantener un intercambio muy rico con opositores al triunvirato. Finalmente, la gira la clausuró en Perú, visitando Lima y Cuzco, y donde fue obsequiado con la obra de Prescott y con un viaje a Machu Pichu, donde había estado en dos oportunidades previas (en 1963 y 1965). En toda esta extensa gira dictó conferencias y recibió premios y doctorados honoris causa, e infaltablemente en todos los reportajes no faltaron preguntas capciosas por su estancia y condecoración en Chile, a las que respondió siempre con ingenio y humor, pero sin entrar en disquisiciones teóricas acerca de las diferencias profundas entre los modelos represivos chileno y argentino, que a fines de 1978, los llevaron a disolver el Plan Cóndor, pues se llegó a un cuasi-enfrentamiento armado fronterizo (Laguna del Desierto en la Patagonia), que milagrosamente lo evitó la sabia intermediación del Cardenal Antonio Samoré, enviado por el Papa Juan Pablo II,[49] y mucho menos en entrar en comparaciones históricas con la represión y la guerra civil en Rusia y China con posterioridad a sus respectivas Revoluciones, o con el genocidio en la Alemania nazi, durante la Segunda Guerra Mundial.[50]
A pesar de estas acusaciones de haber incurrido en contradicciones, que ponían en tela de juicio su auténtico compromiso democrático (algo cínicas por cuanto en su momento sus acusadores no habían defendido al perseguido poeta cubano Heberto Padilla), en mayo de 1980, dos años después del Laudo de Samoré, cuando la opinión pública argentina pudo salir del clima de terror, y pudo conocer las atrocidades del régimen militar, Borges recibió a las Madres de Plaza de Mayo y firmó una solicitada en defensa de los desaparecidos; y otros dos años más tarde condenó la invasión de Malvinas, que aceleró el retorno a la democracia; y al año siguiente, reinaugurada la misma, en 1983, no se lamentó de su visita a Chile pero sí de su visita a Pinochet, la “que no pudo evitar”, y se arrepintió de algunas cosas que había dicho en la ocasión.[51] Pero a Borges, el exitismo de un triunfo electoral no debe haberle llamado mucho la atención, pues gran parte de su vida y su tradición literaria estuvo siempre apremiada por el espectro de la derrota y por “la sombra de haber sido un desdichado”.[52]
Y pasados otros dos años más, cuando el tremendo arsenal acumulado para la Guerra con Chile se volcó contra Gran Bretaña, y con posterioridad a la Guerra de Malvinas, en 1982, cuando ya Borges había consumado su última evocación simbólica sobre el lenguaje de los victimarios (crímenes de Salmún Feijóo, de Aramburu, y de Idiarte Borda), y había conocido en persona al dictador Pinochet, viajó con Maria Kodama a la Selva Negra (Alemania) para visitar al centenario Ernst Jünger, el autor de Der Arbeiter (El Trabajador, cuya lectura había motivado la conversión de Heidegger al nazismo).[53] El objetivo de la entrevista era proseguir su estudio de su cuento Deutsches Requiem (1946) y de paso profundizar su indagación sobre el crimen de Aramburu y sobre el “eterno retorno” del populismo vernáculo (Peronismo), mediante la estrategia retórica de la aproximación indirecta consistente en trabajar con textos ajenos (y no con la realidad) y en tercerizar el conflicto, es decir implementar un caso del pasado, incluso de otro país, para referirse a un fenómeno presente y local cuyo trágico acontecer lo agobiaba.[54]¿Si lo había entrevistado al germanófilo Goyeneche, y al propio Pinochet, y había escrito sobre genocidas, demagogos y vengadores, porqué Borges no lo iba a hacer con Jünger? Enterado de la entrevista, el escritor chileno exilado en Alemania, Víctor Farías, le pidió a Jünger que le envíe sus impresiones de su reunión con Borges, de lo que resultó un Dossier, que Farías publicó en la revista Araucaria de Chile (1984), dirigida desde el ostracismo por Volodia Teitelboim, quien otra década más tarde y ya desplazado Pinochet, publicó su magistral y controvertida obra Los Dos Borges, que aquí sin embargo cuestionamos.[55]
Finalmente, al Comité Nobel le cabe la responsabilidad moral de esclarecer los entretelones de la actitud adoptada en el pasado con la persona de Jorge Luis Borges, y también le cabe al veterano político chileno Carlos Altamirano decir la última palabra acerca del enigma por él interpelado, para poder así corroborar o desestimar, si estamos o no en lo cierto, acerca de la íntima retroalimentación que tuvieron los catastróficos hechos políticos acontecidos en ambos suelos vecinos, y que tan extrañamente hemos venido ignorando en desmedro de una unidad que sigue siendo remota a pesar del Unasur y del Mercosur, y de la amenaza mortal que significa el avance del narcotráfico. Y también si estamos en lo cierto acerca de los mitos políticos prevalecientes entonces, el de la singularidad de Chile por su larga estabilidad institucional, y el del hegemonizante poder del tercer actor en este drama, los EE.UU. Estos antecedentes deben haber contribuido en Brasil y el Cono Sur a la reinvención de la demo cracia republicana, aunque lamentablemente no aún en el Caribe insular (Cuba), ni en el Caribe costero (Venezuela).
Referencias Notas: |
[1]Ya en la década del 30 Chile había tenido un efímero presidente socialista que se llamó Marmaduke Grove. [2]Seis años antes de la “Noche de los Bastones Largos”, en 1959, el gobierno de Arturo Frondizi había cedido a la presión de la burocracia eclesiástica dando lugar a la erección de las universidades privadas, que en ese entonces eran universidades confesionales de credo católico. Con ello el estado nacional abdicó de la secularización del conocimiento en beneficio de un sectarismo religioso pre-conciliar, que buscaba asimismo absorber la gran masa de docentes que habían sido desplazados por la Revolución Libertadora debido a sus claudicaciones frente al Peronismo. [3]En oportunidad del golpe de estado de 1966, tanto Borges como Director de la Biblioteca Nacional como Bernardo Houssay como Presidente del CONICET permanecieron en sus cargos. Cuenta HalperínDonghi que cuando renunció a la cátedra con motivo de la “Noche de los Bastones Largos”, él y otros numerosos colegas perdieron su “lugar de trabajo” en el CONICET. Por ello fueron a verlo a Houssay, quien se lamentó alegando que no podía hacer nada.Cabe aclarar sin embargo que la autonomía universitaria y la libertad de cátedra, que se habían consagrado con la Reforma Universitaria de Córdoba de 1918, lamentablemente por obra del cogobierno y el tripartito, desnaturalizaron aquél episodio histórico pues incurrieron en el populismo académico, padre de todas las desgracias de la inteligencia argentina y la de los demás países de América Latina que imitaron este mecanismo, como el APRA en el Perú [4]Los hechos violentos como las guerras, el terrorismo de estado y los atentados terroristas poseen una lógica propia. En el caso de la guerra, su lógica fue magistralmente estudiada por Clausewitz, y también lo fue en el estudio particular de los ejércitos en épocas de guerra civil, como fue el caso del Ejército Modelo de Cromwell donde se había prohibido el saqueo hasta después de cumplirse en las batallas la cuarta carga de caballería. [5]Para el lonardismo y la Revolución libertadora de 1955 que derrocó a Perón, ver Sáenz Quesada, 2011; y Potash, 1980. Para la complicidad de la Iglesia Católica en los golpes de estado en Argentina, ver Zanatta, 1996. [6]ver Rocca, 2005, 215; y Rodríguez-Luis, 1980, 189, nota 35. [7] Para las diversas ficcionalizaciones del magnicidio de Idiarte Borda, ver Bolón, 2005. [8] Ver Scocco, 2010, 157. [9] Para el Camporismo en la Universidad y para las denominadas Cátedras Nacionales, ver Moguillansky, 2008, 170-171. Moguillansky (2008) oculta --en su sesgada descripción de la Universidad Camporista-- que la universidad fue tomada como una caja de recursos, donde se establecía una discriminación salarial del cuerpo docente en dos listas: la Lista A integrada por simpatizantes de la JP que cobraba, y la Lista B integrada por opositores al oficialismo universitario (socialistas, conservadores, radicales, comunistas o apolíticos) que era honoraria y por ende no cobraba. En la CONADEP formada en el gobierno de Alfonsín no se comprendieron los crímenes de la Triple A. [10] Para las estrategias represivas en las dictaduras militares de los años setenta en el Cono Sur, ver Scocco, 2010. [11] Para los fusilamientos de 1956, ver Sáenz Quesada, 2011.Para los monstruos de la biopolíticaysuderiva la tánato-política como el racismo y el antisemitismo, ver Balza, 2013. [12] alusión irónica al último virrey español que reprimió a los ejércitos patriotas y con el cual no tenía parentesco alguno [13] Goyeneche integró la comitiva oficial que visitó Alemania en tiempos del Presidente Castillo y del Canciller Enrique Ruiz Guiñazú (un católico hispanófilo), y a instancias del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) se entrevistó con Heinrich Himmler y el canciller von Ribbentrop. Incluso visitó la División Azul de españoles alistados para luchar contra la URSS, a la que arengó. Para el terrorismo Stalinista y la auto-destrucción de los Bolcheviques, 1932-1939, ver Getty y Naumov, 1999.Para la documentación desclasificada sobre el terror estalinista, ver Fernández García, 2002. [14] Rodríguez Monegal, 1981 [15] Para el intento de sobornar a Borges con el Premio Nóbel, ver Aravena Llanca, 2014. [16] En algo muy semejante, habiéndose liberado París de los nazis, el historiador y combatiente anti-nazi Ruggiero Romano tuvo que intervenir en defensa del célebre etnólogo Jacques Soustelle, a quien se quería expulsar de su cátedra universitaria por sus posiciones políticas filo-nazis [17]ver Aravena Llanca, 2014. [18] ver Aravena Llanca, 2014. [19] Ver Klein, 2017, 109-111. [20] e.g.: Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, agrupación HIJOS, CONADEP, Informe Nunca Más, etc. [21] ver Teitelboim, 1996. Para la ilegitimidad que generó en Colombia incorporar métodos ilegales para combatir una confrontación irregular, ver Valencia López y Zúñiga Herazo, 2015. Para la Caravana de la Muerte en Chile, ver Escalante Hidalgo, 2000. Para la historia del paramilitarismo en Colombia, El Salvador y Chiapas (México), ver Velásquez Rivera, 2007; y Mazzei, 2009. Para la DINA en Chile, una dirección oficial que cometió crímenes de lesa humanidad en el interior y el exterior de Chile, ver Salazar, 2011. [22] Para una historia internacional de la Guerra Civil Americana , ver Doyle, 2015. [23] Para la guerra entre los ejércitos blanco y rojo, ver Figes, 2010, 210-242. [24] Para la historia, la memoria y el mito de la Guerra Civil Española, ver Ennis, 2006. [25] Ver Scocco, 2010, 160. [26] Para la Operación Cóndor, ver Garzón Real, 2016.Para una década de terrorismo internacional en el Cono Sur, ver Dinges, 2004 [27] Para la historia de la Doctrina de la Seguridad Nacional, ver Velásquez Rivera, 2002.Para la Operación Cóndor y la guerra encubierta en América Latina, ver McSherry, 2009. [28] Para la guerra sucia en América Latina, ver Guest, 1990; y Lewis, 2001. [29] Sobre las Lager-SS, ver Wachsmann, 2016, 118-138. [30] Sobre la eutanasia con presos, ver Wachsmann, 2016, 276-278. [31] Sobre experimentos con presos, ver Wachsmann, 2016, 300-301, y 485-486. [32] Para las conductas de los “soldados políticos”, y la de los verdugos (los kapos), y las víctimas (prisioneros de guerra polacos y rusos, minorías étnicas judías y gitanas, discapacitados físicos y mentales, homosexuales, etc.) en los campos de concentración y exterminio del Nazismo, ver Wachsmann, 2016, 143-148. [33] Ver Kimball, 1985. [34] Para la discusión sobre la factibilidad de la vía electoral o la inevitabilidad del uso de la fuerza, ver Palma Fourcade, 1998. Para una historia de la sociedad civil global, ver Kaldor, 2003. [35] Para la vía chilena al socialismo, ver Casals Araya, 2010, 10; citado en Garrido, 2013, 107. Para el itinerario de la crisis de los discursos estratégicos de la Unidad Popular, ver Moulián, 2005, 50; citado en Garrido, 2013, 117. [36] ver Harmer, 2013. Para una re-evaluación de “Palabras a los Intelectuales”, ver Kumaraswami, 2009. [37] Ver Hall, 2015, en su reseña de Darnton, 2014. [38] Para la Masacre del Seguro Obrero en Chile, ver Silva y Cabrera, 2015. Para el triunfo del Frente Popular, ver Arrate y Rojas, 2003, 96-100. [39] ver Arrate y Rojas, 2003, 130-138. [40] ver Harmer, 2013. [41] Las referencias bibliográficas acerca del golpe a Allende y la Vía chilena al socialismo alcanzan hoy en dia a casi una biblioteca entera. [42] Ver Arrate y Rojas, 2003, 183-191. [43] Para una historiografía crítica y pistas de investigación para (re)pensar la Unidad Popular, ver Gaudichaud, 2013. [44] Sigmund, 1998, 16, citado en Spooner, 2013, reseña del libro de Tanya Harmer sobre la caída de Allende. [45]Perón en Chile era un viejo conocido de sus Fuerzas Armadas, pues en 1936 estuvo destinado con el grado de Mayor como Agregado Militar en la Embajada argentina en Santiago (en las postrimerías del putsch socialista de Marmaduke Grove), con funciones de espionaje (lograr una copia del Plan de Ataque chileno a la Argentina), que al ser descubiertas por el contraespionaje chileno precipitaron su fuga a la Argentina, recayendo todo el peso de los sanciones, incluida su detención en Chile, al segundo en la embajada, que fue luego el Mayor Eduardo Lonardi (Pignatelli, 2014). Trece años más tarde, Alejandro Magnet (1953) publicó su obra crítica titulada Nuestros vecinos justicialistas, en donde se describe el pretendido expansionismo del ideario justicialista del Peronismo. [46] Vargas Llosa toma el argumento del dirigente comunista chileno VolodiaTeitelboim, ver Teitelboim,1996. [47] Para las aspiraciones expansionistas del Peronismo sobre Chile, ver Magnet, 1953. Para la intervención del GOU argentino en Bolivia, ver Figallo, 1998-99, 94-104 y 146. Para los documentos de la logia secreta del GOU, ver Potash, 1984. Para la colaboración militar de Perón a Morínigo, ver Sánchez y Roniger, 2010. [48]Para la literatura del trauma del exilioen los cuentos de Antonio Di Benedetto, ver Ciampagna, 2014. [49] Ver Aravena Llanca, 2014. Para la guerra entre Chile y Argentina que evitó el Papa, ver Passarelli, 1998. [50] Ver Figes, 2010; y Wachsmann, 2016. Para una crítica feroz al libro negacionista de David Irving sobre la guerra de Hitler, ver Jäckel, 1993. [51] Ver Vargas Llosa, 1999. El caso Padilla trae a la memoria el caso del dramaturgo IsaakBábel, quien en 1939 como resultado de las torturas e interrogatorios culminó denigrando su propia obra y auto-inculpándose (Fernández García, 2002, 312). [52] Ver Carrizo, 1982, 306. Borges, El Remordimiento. Debo el recuerdo de este poema a mi amigoJorge Enrique Marenco. [53]Como Jünger se inspira en Spengler para sugerir que el Siglo XXI marcará el advenimiento de una “era de titanes”, ver Marramao, 2006, 22. [54] ver Toro, 2004. [55]Cucagna, 2013.Para reflexiones sobre un diálogo entre Jorge Luis Borges y Ernst Junger, ver Farías, 1984. |
Eduardo R. Saguier
Museo Roca-CONICET-Argentina
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