Trascendencia y trivialidad del surrealismo |
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Planteado
desde un comienzo como un movimiento revolucionario, es natural que llegue
el momento en que el surrealismo intente de alguna manera su vinculación
con el comunismo. Y sin embargo, este acercamiento es en muchos sentidos
un absurdo. El surrealismo es mucho menos pero también mucho más que una
mera actitud político-social; significa una revuelta general contra el
espíritu de la sociedad occidental. Esta sociedad burguesa es una
sociedad en crisis, pero el comunismo soviético "es su reverso
exacto y ha de caer con la misma sociedad que le ha dado origen. Tanto el
comunismo como el capitalismo se basan en los mismos mitos del Progreso,
la Razón, la Máquina, mitos que el surrealismo, instintivamente repudió
como enemigos del hombre. Como
genuino movimiento romántico, es una defensa del hombre concreto y vital
y, por lo tanto, radicalmente contrario a toda concepción racionalizadora
y abstracta del mundo, concepción que caracteriza no sólo a la sociedad
burguesa sino a la sociedad soviética. Es por eso esencialmente
equivocado vincular el surrealismo a movimientos como el futurismo, el
vorticismo, el simultaneísmo y hasta el cubismo. Aparte del hecho
fundamental de que el surrealismo es un movimiento colocado más allá del
arte, una actitud general del hombre frente a la realidad, esos
movimientos puramente artísticos son la expresión última de una
sociedad dominada por el cálculo, la máquina y la abstracción. |
En
cuanto al marxismo, que también es una concepción total del mundo y del
hombre, nada tiene que hacer con el surrealismo, pues es la culminación
del ultrarracionalismo de Hegel. Marx llamó científico a su socialismo,
en contraposición del socialismo "utópico" de los románticos. Una
actitud espiritual que reivindique, tal como hacen los surrealistas, el
instinto contra la razón, la naturaleza contra la máquina, el sueño
contra la vigilia, la rebelión contra el orden, será tachada enérgicamente
por los marxistas como reaccionaria y antihistórica. Hay
que atribuir a la ingenuidad teórica de Bretón y a las contingencias
históricas, esa extraña fusión de Nerval y de Marx a que se asiste en
sus manifiestos y a esa singular mescolanza de materialismo dialéctico y
Lautréamont, de cuarta dimensión y videncia, de manicomio y
proletariado. Todo esto es una locura y en el mejor de los casos deberíamos
tomar los manifiestos de Bretón como un documento automático y poético
más, como la expresión cabal del subconsciente de un hombre de nuestro
tiempo que se rebela contra la razón y la ciencia pero que,
inconscientemente, les rinde tributo a cada instante. Desde este punto de
vista, nada tendría que decir contra Bretón. Lo malo es que la intención
de este poeta es realmente lograr un documentos teórico, un fundamento
serio para el surrealismo, no una expresión más de su temperamento poético.
Bretón se levantaría indignado contra cualquier intento de tomar sus
escritos como algo menos que una fundamentación teórica. Pero
todo esto es un contrasentido. En cierto modo, la única actitud
consecuente de los surrealistas desde el punto de vista teórico eran los
espectáculos a base de alaridos y tambores. Y, para mí, lo más valioso
que han producido: su estilo de vida. No
obstante, históricamente, era inevitable que los surrealistas terminaran
apoyando la Revolución Rusa y su filosofía dialéctica. En muchos
sentidos esta revolución significaba la revuelta contra ese mundo burgués
que tanto detestaban los surrealistas; era también la barbarie asiática
que muchos de ellos habían invocado contra el Occidente putrefacto; era
el alzamiento de los negados, los desposeídos; era la liquidación de la
patria, el nacionalismo, la riqueza, el acomodo burgués, la beatería. ¡Cómo
no vamos a entender este acercamiento de los surrealistas a Rusia si fue
el mismo impulso que nos empujó a tantos estudiantes en 1930 hacia el
comunismo! A Bretón y a sus amigos les pasó lo que nos pasó a nosotros:
que confundimos el aliento romántico de toda gran revolución con la
esencia filosófica del marxismo. Creíamos que estábamos descubriendo el
secreto del mundo con la dialéctica y la plusvalía y lo que estábamos
descubriendo era nuestra ansiedad por echar abajo esta sociedad hipócrita
y podrida. Pero
—¡ay'— del internacionalismo se pasó muy pronto al nacionalismo más
desaforado y así como en Rusia se multiplicaron las loas al Glorioso Ejército
de la Patria, en Francia el señor Aragón, publicaba en el cuarenta y
tantos un poema al pabellón tricolor. Uno de los timbres de honor de André
Bretón es el de haber repudiado esta traición de sus ex-compañeros y el
de haberse mantenido fiel a los postulados primeros del surrealismo. Los
románticos habían ya opuesto la Poesía a la Razón, como se opone la
Noche al Día y el Sueño a la Vigilia. Los surrealistas, últimos vástagos
del romanticismo, llevan esta actitud hasta sus últimos extremos. Para
Bretón, la imagen vale tanto más cuanto más absurda; de ahí la
invocación al automatismo, a la imaginación liberada de todas las trabas
racionales, su desdén por las normas y los clásicos, por la belleza en
el sentido tradicional y las bibliotecas. El surrealismo se había puesto
fuera de la estética y del arte; era más bien una actitud general ante
la vida y el mundo, una indagación del hombre profundo, por debajo de las
convenciones sociales. De ahí su fervor por Freud y por Sade, por los
primitivos y los salvajes. Pero,
paradójicamente, se convirtió así en un instrumento para la obtención
de un nuevo género de belleza, una especie de belleza al estado salvaje,
convulsiva y violenta. Así como de una nueva moral, una moral básica, la
que queda cuando se arrancan
todas las caretas impuestas por una sociedad temerosa de los instintos
profundos del ser humano: una moral de los instintos y del sueño. Surgieron
así una estética y una ética surrealistas. Pero
al cristalizarse en manifiestos y recetas, comienza la decadencia del
movimiento. Y ya se sabe que no hay peor conservatismo que el de los
revolucionarios triunfantes. De la búsqueda de la sinceridad, de la
autenticidad, se desembocó en un nuevo academismo, cuyo paradigma es
Salvador Dalí, ese farsante que después de todo también pertenece al
surrealismo y que está mostrando, en forma ejemplar, sus peores
atributos. Cuando
se ataca al surrealismo en figuras como Dalí, los mejores herederos del
movimiento se sublevan. Y sin embargo, aunque Dalí no pertenezca
oficialmente más a la iglesia surrealista, sigue siendo un pinto
surrealista para el mundo entero: para los profanos, para los periodistas,
para los críticos de arte. Por otra parte gozó del beneplácito de Bretón
durante mucho tiempo, con características exactamente iguales a las que
presenta hoy. No
parecería lícito juzgar el movimiento surrealista —como lo hacen
algunos— exclusivamente por representante como Salvador Dalí. Pero
tampoco creo lícita la pretensión de ciertos surrealistas que pretenden
ser juzgados con la exclusión de Salvador Dalí. Como no podríamos
juzgar cabalmente al cristianismo por la sola presencia de seres como San
Francisco o San Agustín.
No
es por azar que un hombre como Dalí sea surrealista. Como bien dice
Larrea, en vez de sumirse en los antros infernales, en vez de buscar
aquella región en que se unen el cielo y el infierno de que hablaba el
romántico Nerval, los surrealistas se han preocupado más a menudo de
parecer que de ser, más del teatro que de la realidad. Y a pesar de su
pretensión de constituir una brigada de desesperados, herederos de los
poetas malditos, casi nunca enviaron sus huestes al manicomio o al
cementerio, sino en casos excepcionales como el del gran
Artaud. Tampoco es casual la
grandilocuencia que demasiado frecuentemente caracteriza a los
surrealistas; es que la falsificación de fondo viene siempre acompañada
de ampulosidad de forma. Esa falsa retórica que fue uno de los peores
atributos del movimiento romántico reapareció en el surrealismo para
espantar a los buenos burgueses con sus grandes palabras. Tampoco puede ser
admitido como una desgraciada coincidencia el hecho de que el surrealismo
—como otros movimientos modernos— haya sido el refugio de los más
groseros impostores, de poetas fraudulentos, de simuladores descarados. Y,
entre ellos, de Salvador Dalí, no Príncipe de la Inteligencia Catalana
como solía poner en sus tarjetas de visita, sino Príncipe de la
Impostura y del Fraude. Hace unos años escribí
contra el surrealismo. Ahora comprendo que fui injusto y excesivo; pero
nunca pretendí ser justo en los problemas que tocan de cerca mi vida. Y
el surrealismo fue para mí una violenta experiencia, una fuerte liberación
de mi espíritu, una ansiosa búsqueda de mí mismo. ¿Qué puede tener de
extraño mi repulsa posterior ante sus fraudes? Aparte de que nadie se
levanta violentamente contra nada que de algún modo no siga constituyendo
su amor. No he renegado ni reniego de lo que en lo más hondo de mi yo
pueda haber de surrealista o de marxista. Estoy muy lejos ya de creer que
los hombres, y menos el corazón de los hombres, puedan ser catalogados
como minerales o fósiles. El corazón del hombre es vivo y contradictorio
como la vida misma, de la que es su esencia. Indudablemente, hay
algo vivo, algo que sigue teniendo validez en el movimiento surrealista y
que, en cierto modo, se prolonga y se ahonda en todo el movimiento
existencialista; la profunda convicción de que ha terminado el dominio de
la literatura y del arte, de que ha llegado el momento en que el hombre se
coloque más allá de las meras preocupaciones estéticas para entrar con
áspera decisión a la región en que se debaten los problemas del destino
del hombre. Seguimos creyendo que la vasta empresa de liberación iniciada
por el surrealismo contra una sociedad falsa y terminada, es la condición
previa de cualquier replanteo del problema humano. Era necesario el
terrorismo surrealista para emprender luego cualquier empresa de
reconstrucción; era necesario minar, echar abajo las posiciones de la
burguesía y de su arte caduco, para examinar las raíces mismas de
nuestro destino. Había que acabar de una vez con El
error del surrealismo consistió en creer que basta con la revuelta y la
destrucción, que basta con la libertad total. No, no basta con la
libertad. Porque una vez la libertad en nuestras manos tenemos que saber
qué hacemos con nuestra libertad. Mientras
sólo haya que destruir, todo marcha muy bien y hasta experimentamos una
cierta alegría; siempre recuerdo la euforia que sentíamos en París
cuando insultábamos a un burgués o hacíamos algo para minar su
tranquilidad, su digestión tranquila, la firmeza de sus convicciones.
Pero ¿y después? Por eso el surrealismo ha sido grande mientras ha
estado dedicado a la tarea nihilista o, en el mejor de los casos, a la
investigación de las regiones desconocidas del alma. Pero luego viene el
instante de la construcción, y ahí es donde el surrealismo se manifestó
incapaz de seguir adelante. Por
eso el fin lógico de un surrealista consecuente es el suicidio o el
manicomio, y en esto debemos rendir homenaje a los hombres que, como
Nerval o Artaud, fueron consecuentes hasta el fin. Pero ni la locura ni el
suicidio pueden ser una solución genuina para el hombre. Y aquí, en este
instante, es cuando debemos apartarnos del surrealismo. La
segunda guerra mundial concluyó con el movimiento, que por otra parte ya
estaba casi muerto. Cuando en 1938 estuve con los surrealistas, se vivía
ya de recuerdos y el academismo surrealista había reemplazado al impulso
anarquista de los primeros tiempos. Cuando en 1947, después de la guerra,
vi a Tzara, me pareció una prostituta vieja que se niega a reconocer su
vejez y pretende todavía conseguir amantes. La
segunda guerra era muy distinta a la primera, que había dado origen al
movimiento. Al terminar la primera había que destruir muchos mitos de la
sociedad burguesa. Pero ahora esos mitos estaban destruidos. Los hombres
de hoy han visto demasiadas catástrofes y ruinas para que sigan creyendo
en la necesidad de echar abajo. Ya hay bastante desolación como para
poder ver a través de las grietas de una sociedad devastada cuáles son
los deberes del hombre. Es natural que en países como los nuestros, que
no han sufrido directamente los efectos físicos de la guerra, todavía
pueda entusiasmar la actitud meramente nihilista del surrealismo (y tal
vez sea necesario realizarla). Pero, para bien y para mal, es Europa la
avanzada de nuestras ideas y no podemos realizar ya lo que ha sido llevado
a cabo, y a fondo, allá. No
nos basta ahora con destruir: tenemos que comprender. No basta con volver
a los fetiches del África Central: tenemos que averiguar, por entre las
grietas de una Iglesia a menudo nefasta, cuál es el misterio judeo-cristiano
que ha dominado toda la civilización de Occidente y ha impuesto una nueva
forma del espíritu humano. No basta con emitir alaridos y asustar a los
burgueses, no basta con divertirse ni aun No
basta con reivindicar lo irracional. Ni siquiera es indicio siempre
favorable, ya que también los nazis lo han hecho ¡y en qué escala! Es
necesario comprender que el hombre no es sólo irracionalidad sino también
racionalidad, que no solamente es instinto sino también espíritu. ¿O
vamos a renunciar a los más grandes atributos de la pobre raza humana
justamente en nombre de su regeneración? Vivimos el momento en que es necesaria una nueva síntesis. El que no comprenda esta necesidad no podrá comprender a fondo los problemas del hombre de nuestra época. |
Surrealismo. El eterno retorno de un Cadáver Exquisito
Publicado el 25 nov. 2013
La UNED en TVE-2 |
El surrealismo - El umbral de la libertad
Publicado el 5 oct. 2014
Documental sobre el surrealismo producido por la BBC y presentado por Robert Hughes. Hughes se refiere someramente a la historia del movimiento, así como a algunas ideas y expresiones artísticas vinculadas de manera directa o indirecta con él. Aunque en el documental se habla principalmente de artistas plásticos (Chirico, Ernst, Miró, Dalí, Magritte, Cornell), no se deja de mencionar a escritores como André Breton (el líder del movimiento en su comienzo), Lautréamont o Sade, estos dos últimos parte central del canon surrealista. También se hace referencia a algunas obras de arquitectura y a lugares apreciados por los surrealistas como los museos de cera o los mercados de pulgas. |
Curso "El surrealismo". Fernando Castro: Las filosofías del surrealismo.Publicado el 7 ene. 2014
Conferencia de Fernando Castro,
Profesor titular de Estética y Teoría de las Artes, Universidad
Autónoma de Madrid, dentro del curso monográfico "El surrealismo",
organizado de octubre a diciembre de 2013 por Museo Thyssen-Bornemisza. |
Ernesto Sabato
Número Año 2 Nº 10 - 11
Setiembre - diciembre 1950
Texto digitalizado por casi en los comienzos de Letras Uruguay. 23 de mayo del 2003
Editado por el editor de Letras Uruguay
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