La mancha

 
Marquito murió antes de cumplir diez años. Fue atropellado por un camión, en la esquina de la vecindad, un frío lunes de agosto, mes perreado. Estaba muy excitado, orgulloso con la cola y el papel de su papalote. Había pasado la tarde del domingo en un condenado ir y venir, entre varitas, papel de seda, vidrio molido, cola, cuchillo y carreteles de hilo. Cuando terminó, ya entrada la noche, intentó dormir enseguida, para que la mañana se anunciara más rápido. Sin embargo, las ansias de convertirse en dueño de los cielos de Villa Teresa, e incluso de los cielos de Cataguases no lo dejaron pegar un ojo antes de la madrugada. Vio a Bibica y a Jorgito irse a la cama, oyó a Dusanjos do Alemao llegar del culto, las hijas de doña Olga volvieron de la plaza, los pasos rápidos de Zunga, que llegaba de La Isla* a la madrugada. 
A Bibica le llevó días convencerse que nunca más vería a Marquito entrar corriendo precipitadamente en la casucha, siempre asustado, como si hubiera acabado de hacer una travesura más. Que nunca más oiría su vrum-vrum cuando subía y bajaba las escaleras de la vecindad, so pena de resbalar un día de esos,¡ay dios mío! y romperse un brazo, una pierna, ¡virgen santa! Zé Pinto se lo había dicho tantas veces! ¡Ese niño! Un día de éstos va a quedar aplastado en el piso! Marquito delgadito, obstinado como él solo. Marquito, ese mismo, ella no lo vería nunca más. Y lo que enfermaba a Bibica era que, por una razón que no entendía, no conseguía recordar los rasgos de Marquito. Reconocía su olor a pis en el colchón; jamás confundiría su vocesita chillona en medio de una pelea entre los escuincles de la vecindad. Sentía su presencia en los pequeños objetos de había dejado - una manija, una latita de engrudo, una cajita vacía de rapé, una bola de media, la bolsita de canicas - e incluso el calor de su cuerpo se conservaba en sus harapos. Pero ¿cómo eran los rasgos de su cara, la forma y color de sus ojos, la abertura de su boca, el dibujo de su nariz, el contorno del mentón, la forma de sus orejas? Todo eso se había esfumado. 
"Bibica, Zé Pinto me dijo que vine al mundo con la creciente. ¿No tengo padre, Bibica?" 
"Claro que tienes, niño. Zé Pinto estaba bromeando contigo". 
"¿ Y dónde está él? ¿Ónde está?" 
" Se fue a la guerra, Murió, Que Dios lo guarde..." 
"¿Guerra? ¿Murió en la guerra?" 
Marquito salía con precipitación. 
"Bibica ¿qué guerra?" 
¿Qué guerra?! 
"Los cuates se burlaron de mí, dicen que Brasil nunca estuvo en guerra...") 
Bibica estaba de bruces en el tanque lavando ropa cuando oyó una frenada brusca. Su cuerpo se erizó, se secó las manos en el delantal. Permaneció unos instantes paralizada, como fuera de sí. Aquella noche había tenido un sueño malo, dientes, dientes podridos, no recordaba con claridad qué era, parecía un aviso. Medio aturdida, subió en dirección a la calle. Al llegar, doña Zulmira la abrazó fuertemente, en medio de llantos. "¡Qué desgracia, Bibica, qué desgracia!" Ella se aflojó, fue andando, como zombi. Vio un trailer estacionado frente a la mercería de Antonio Portugués. Vio un camión parado, en dirección contraria. Arrastrando sus piernas de plomo se abrió paso entre la gente y vio un cuerpo caído con la cabeza aplastada bajo la rueda del camión, en un charco de sangre. Su vista se oscureció, se le movió el piso. 
Justo frente al negocio de Antonio, Antonio Portugués, qué ironía! Justo en frente, qué destino! El comienzo y el fin. Era una mujer desengañada, había abandonado la vida que llevaba en la Isla, lavaba ropa para afuera, poco dinero, pasaba aprietos para criar a sus dos hijos. Con gran dificultad, había arreglado esa casucha en la vecindad de Zé Pinto, sin electricidad, todos amontonados en el mismo cuarto, una friega! Sufría por su fama de perdida, quería borrar ese pasaje de su vida, pero parecía una enfermedad, una lepra, una mancha que no salía ni aunque se fregara el cuerpo con todo el jabón del mundo. De esa falla se aprovechó don Antonio, el portugués, viejo cabrón. 
La vecindad entera compraba fiado en su negocio, él anotaba en una libreta. Menos ella. Una mañana se encontró pensando: ¿cómo iba a hacer para hervir esa montaña de ropa si no tenía dinero ni para querosene? Encendió el cigarro y, mientras fumaba, tomó una resolución: iba a hablar con don Antonio. No era posible que no le fiara a ella. Si desconfiaba, que le preguntara a Zé Pinto si ella no pagaba la renta y el chorrito de agua enseguida, todos los fines de mes, cuenta sobre cuenta. Y si no pagaba a Homero para que le cortara leña cada quince días. Que preguntara a toda la gente de la vecindad si debía a alguien, si tenían alguna queja de ella, una mujer derecha, sí señor. 
Llegó al negocio, don Antonio estaba solo, entretenido arreglando el aparador. "Buen día, don Antonio"." ¡Oh! doña Bibica, buenos días. "¿Cómo está?" " Cómo Dios dispone". Después, estuvo dando vueltas, sin valor para entrar en la cuestión. " Puedo ayudar, doña Bibica?" "Bueno, don Antonio, es que...sería que.. ¿no le molestaría fiarme un litro de querosene? El viernes le pago...si dios quiere". "¿Fiado, doña Bibica? Fiado..." Se rascó la cabeza, sacó un lápiz del bolsillo de la camisa, garabateó cualquier cosa en el papel del pan. Ella se frotaba las manos. Con la vista en las chancletas sucias, preguntó: "Será que es porque estuve en la Isla, don Antonio? Usted desconfía...Si fuera eso"...Él carraspeó...Y encabezó una hoja de cuaderno con el nombre de ella. 
Lo que pasó a partir de entonces, Bibica nunca lo entendió. Cuando entraba en el negocio y había alguien jugando al billar o al futbolito o estaba con la barriga apoyada en el mostrador tomando una cachaza o un jugo de piña, don Antonio la trataba fríamente. Pero cuando estaba solo, era todo delicado. La tomaba de la mano, le hacía cortesías, bromeaba, le preguntaba si no precisaba algo. Ella se hacía la desentendida, pero se daba cuenta que en el fondo, don Antonio, vaya a saber por qué, estaba insinuándosele. Al principio, contrariada - sólo porque había sido prostituta, sólo por eso! - al final se envaneció. Hacía mucho tiempo que se sentía acabada, una mujer fea, vieja, incapaz de despertar el interés de un hombre. Y de repente... 
" Don Antonio..." "¡Oh, doña Bibica, qué bueno verla! Estaba precisando que viniera alguien para que me ayudara con el negocio aquí adentro. ¿Usted podría?". Abrió la puertita del mostrador , ella entró , lo acompañó a la despensa. Él la miró en los ojos. "Doña Bibica", susurró envolviéndola en sus brazos, los cuerpos comprimidos entre las cajas de cerveza, el gusto a Fernet se mezclaba a la fuerza con la grasa ordinaria. Asustada, quiso gritar, él aflojó el brazo, trató de recomponerse. "¡Dios mío!, ¿dónde tengo la cabeza?" Y regresó al mostrador, cabizbajo. Bibica, sin saber qué hacer, bromeó, arreglándose el vestido: Don Antonio, no sabía que usted apreciaba las majaderías"."¡Mucho respeto!", dijo él, grave. " Si supieras lo que he pasado. Filhinhia, la pobre, que está envejeciendo, no quiere saber nada de esas cosas...pero yo todavía soy hombre...tengo necesidades..." A Bibica le dio lástima. 
Pasó días evitando pasar por la tienda. Tenía miedo de la reacción de don Antonio. Pero las cosas empezaron a faltar en la casa: querosene, jabón, cerillas, café, fubá, fideos. Cuando nuevamente pisó el negocio, don Antonio se llenó de satisfacción. Ansioso, entonó un discurso: ¡ Ay, dona Bibica, no sé lo que me pasó aquel día...si usted está enojada, tiene todo el derecho..no debía haber hecho eso, ya lo sé...pero es que cuando la veo a usted. pierdo el control... "¡Ay, Jesús! ¿Qué será de mi?" Y se deshizo en lamentaciones. Que Filhinha era un tormento en su vida, que ella no lo dejaba hacer nada, ni lo acompañaba para jugar al Operario, que le gustaba tanto. Que ahora que los hijos estaban encaminados, creyó que podría tener un poco de sosiego, pero ella se enfermó de los nervios, aumentó su mal genio. "Ay, dona Bibica, soy un desgraciado". Prometió cielo y tierra a Bibica. Que iba a dejar su casa para estar con ella en cuanto Filhinha se mejorara un poquito - " Ahora, vea usted los médicos quieren internar a la pobrecita en Juiz de Fora" - él largaba todo, "Todo, doña Bibica", para quedarse con ella. Y pasó a colmar de regalos a Bibica: polvo de arroz, perfume, agua de rosas, lápiz de labios, espejo, esmalte, cadenita bañada en oro. "¿Qué voy a hacer con todas esas cosas, don Antonio?" Se resistía al asedio porque, por experiencia, sabía que todo aquello era mentira, una locura, insensatez. Pero,¿ hasta cuándo tendría fuerzas? (Dios mío, protégeme en este momento difícil líbrame de las tentaciones será que le gusto de verdad tonterías él quiere aprovecharse de una mujer de la vida los hombres son todos iguales chupan la naranja y escupen la pulpa ya conozco eso dios mío cuántos hombres se acostaron en mi cama me dijeron tonteras si yo fuera a creer estaba perdida perdida y mal pagada se levantaban de la cama se ponían la ropa y salían por la puerta con la misma cara lambida si fuera a creer en promesas de hombres si don Antonio estuviera incluso gustando de mí no no es posible está casado establecido es un hombre de bien no va a largar a su familia por una válgame dios condenados zancudos esta noche va a ser de aquellas no no tengo se me acabó preciso comprar encender de noche para espantar ave maría llena de gracia el señor está contigo voy a misa de siete desde hace ya tanto tiempo el padre dice esas cosas bonitas orapronobis orapronobis en la primera fila veo la cintas de hija de maría detrás del cuello levantado pobre remendado el rico rico está más cerca del altar el pobre está atrás hay gente tan sin aseo mejor quedarme sola creer que don Antonio gusta de mí por qué no de repente un milagro esas cosas pasan catia no se casó con aquel hombre dueño de una tiendita allí en leopoldina no no nací con estrella dios ayuda vaya uno a saber no no voy a volver allí nunca más soy experta me convertí zancudos insoportable qué calor mi dios la misa orapronibis creo en dios padre todo poderoso creador del cielo y de la tierra capilla llena voy a levantar tempranito la lata de agua para lavarme la cara calor don Antonio habla habla la misa la comunión de los santos el perdón de los pecados la vida perdurable) 


Bibica se levantó temprano para oír misa de siete en la capilla de la Casa de Salud. Cuando pasó frente a la tienda, sus piernas se detuvieron. La puerta estaba cerrada, oyó la radio encendida, don Antonio estaba allí, sabía, quería irse, su cuerpo no obedeció, situación difícil,¡Dios mío, qué locura!, golpeó una, dos, tres veces, él apareció, "Hola doña Bibica, entre", la voz penetró en sus oídos, se quedó zumbando, dejándola zonza, embobada, vio la dentadura bonita de don Antonio detrás del inmenso bigote negro, negro como sus ojos y sus cabellos emplastados de brillantina. Bibica se dejó cautivar por el azul de la mañana, por el sol que atravesaba las botellas de bebida de los estantes, por los pajaritos que cantaban en el almendro, por el acento de don Antonio. Sólo puede ser cosa del demonio. Y la puerta se cerró a sus espaldas. 
Roció el resto de perfume en el cuello , se acicaló toda y fue al negocio a comunicarle la buena noticia. Cuando entró, Zé Bundihna tomaba una cerveza con unas botanas. Sin vueltas, preguntó si don Antonio tenía...y dijo cualquier cosa. Zé Bundihna comentó, en voz alta, " Bibica, adónde va así toda emperifollada? " " A ningún lado, don Zé". Y salió. Permaneció afuera escondida . Cuando vio a don Antonio solo, volvió. 
" ¿A dónde fue usted, doña Bibica?" 
" A ningún lado, don Antonio" 
" ¿Y por qué está así, tan chula?" 
" Para venir a conversar con usted" 
" ¿Sobre qué asunto?" 
"¿Recuerda, don Antonio, cuando usted habló de vivir conmigo, que dejaría su casa?" 
"¿Vivir con usted, dejar la casa?" 
"Sí. Ahora..ahora es el momento propicio, sabe..." 
" ¿Qué quiere decir, doña Bibica? Dígalo ya, criatura!" 
" Estoy esperando un hijo" 
" ¿Qué?" 
Agarró a Bibica del brazo, la arrastró hasta el baño que olía a acaroina. 
" ¿Estás loca? ¿Quieres destruir mi casamiento? ¿Deshonrar mi nombre en la región? ¿Quieres que me avergüence ante mis hijos . ¡Usted está loca, dona Bibica!" 
Fue hasta la calle, miró para un lado y para el otro, poseído. 
"¡Entonces vienes a mi negocio para decirme semejante cosa! ¡No puedo creerlo! ¡No tengo nada que ver con eso! ¡Nada! usted me buscó, entró aquí moviendo la cola, seduciéndome. Mi Filinha está en Juiz de Fora internada, enferma de los nervios, sólo preocupaciones, y me vienes con un disparate semejante! Soy un hombre establecido, doña Bibica, ¿y de dónde vienes? ¡Del lodo! ¡Una prostituta! ¿Quién me garantiza que ese hijo es mío? ¡Oiga, hágame el favor! Salga inmediatamente! ¡Ya! Bibica, blanca de susto, sólo atinaba a balbucear: "Disculpe, don Antonio, disculpe, no lo hice de mala fe, disculpe, no sabía que usted estaba tan nervioso, disculpe" Y huyó del negocio, llorando. 
Al principio, Bibica se amargó mucho, después tomó dos lavados más de ropa "para ayudar a distraerse, a no pensar en tonterías" . De la mañana a la noche en la lucha: lavaba, fregaba, enjuagaba, retorcía, extendía, secaba, recogía, planchaba, entregaba. Por la noche, sueño de plomo. Día a día la barriga iba creciendo, temblores inciertos en sus entrañas. Cuando no estaba entretenida de bruces en el tanque, tenía miedos. ¡Dios mío¡¿ el niño ( tenía la certeza de que sería un varón ) va a madurar?¿ Será todo perfecto? ¿Va a dar mucho trabajo? ¿Va a ser alguien en la vida? Hizo incluso una promesa.: si todo iba bien, lo llevaría a Aparecida del Norte para consagrarlo, un doce de octubre. 
Don Antonio viajó con su mujer a Portugal, un viejo sueño. Volvió a ver la aldea tramontana de la cual había salido cuando tenía quince años y aprovechó para resolver unos pendientes, cuestiones de herencia, unas casa viejas de poco valor. Regresó dos meses después, puso , debajo del negocio, el bar Nuestra Señora de Fátima y levantó la amplia y moderna Mercería Brasil. 
Marquito nació sietemesino, creció flaquito, siempre enfermizo, un problemita de salud hoy, otro mañana. Y pendenciero. Bibica lo regañaba, lo castigaba, pero no conseguía nada. " Lo que ese niño precisa es una buena paliza con el cinturón. Si usted no lo corrige, Bibica, el mundo lo va a corregir", aconsejaba Zé Pinto, cansado de encontrarlo robando frutas en la quinta que estaba detrás de la vecindad. Pero Bibica no tenía coraje para pegarle. Ya tiene tantos problemas, el pobre. E iba contando las diabluras. 
"A Marquito lo encontraron robando fruta en la huerta, Bibica. Amancio le dio unos coscorrones". 
" Marquito le levantó la falda a la Tonita de doña Olga, Bibica. Ella viene para aquí para hablar con usted". 
"Marquito entró en una asociación, rompió los saquitos de leche , la desparramó en las aulas y también cagó en la mesa de la directora, Bibica. La policía no lo lleva preso porque es menor de edad". 
" Marquito se fue a la zona roja, Bibica. Murrudo casi le arranca una oreja. Se quedó allí llorando". 
"Marquito se metió en una discusión y se agarró con el hijo de doña Marta, Bibica. Le salió sangre, pero se lo merecía, sabe. ¡ El escuincle entrometido!" 
"Marquito casi se ahoga en el río Pomba, Bibica. Menos mal que Baiano estaba allí y lo sacó". 
"Bibica, Marquito agarró la honda y le dio al vidrio de un auto que estaba parado en frente de la mercería. ¡Cayeron pedazos por todos lados! ¡Pero nadie sabe dónde está él!" 
"Bibica, creo que Marquito se llevó una buena paliza. Está en el campito tendido en el suelo. ¡Tiene mucha sangre, no es broma! ¡Me parece que se va a morir!" 
Internaron urgentemente a Marquito con perforación de la vejiga; estuvo una semana que se muere que no se muere en la Casa de Salud. Bibica pasó siete días en la puerta del hospital. Lloraba, se agarraba de los pelos, se culpaba. Ya debía haber cumplido la promesa de ir a Aparecida del Norte, pero ¿qué voy a hacer, dios mío? no tenía dinero, el viaje era largo y trabajaba tanto, estaba siempre tan cansada. Dios debía comprender. Una mañana, la enfermera la llamó y le dijo que Marquito había mejorado, que incluso estaba bien y que tal vez saliera al día siguiente. Volvió a la casa, pero no controlaba más la orina. 
Y allí estaba, frente a ella, el resultado de todo su sufrimiento: el ataúd rojo de la Prefectura deja a la vista el cuerpo magro de Marquito, con la cabeza envuelta en gasas. ¡Un desastre tan estúpido, dios mío, tan estúpido!¿Cómo puede pasar una cosa así? ¡Qué desgracia! No bastaban todas las dificultades, y tuvo que acabar así, de manera tan, tan. Había pasado toda la tarde bajo efecto de calmantes. Ahora, casi a media noche, estaba despierta, con la cabeza pesada, la luz del foco brilla débilmente, sombras que bailan en el cuarto, Jorjito duerme en alguna casa vecina, Zunga, ese, debe estar en la Isla, doña Zulmira, la pobre, tan buena, sentada en la única silla de la casucha, cabeceando, ya no se hablan, ya no tienen qué decirse, mañana salimos temprano a trabajar, cinco y media, a la seis la fábrica toca el pito,¿ nadie va al entierro? Doña Zulmira se levanta. "Bibica, voy a echar una mirada a los niños, en seguida vuelvo, voy a prepararnos un café, trate de descansar un poquito". Bibica, con el cuerpo molido, intenta levantarse, se queda como tonta, el techo da vueltas, el tejado, las telas de araña colgando de las vigas, tengo que pasar la escoba , sacar las telas de araña, pobre Marquito, pobrecito, dios mío , oye pasos afuera, ¿doña Zulmira? Se queda mirando la puerta, y se asusta al ver, no, no puede ser, don Antonio pasa, viste traje y corbata azul oscuro, se recuesta en la puerta, como si cargase un costal de arroz en la espalda, está bebido, toma aliento, respira con dificultad, finge no verla o no la ve, mira el cajón, se desmorona en la silla, se lleva las manos a la cara y trata de reprimir aquel dolor que sube reventando todo. Sofocado por el olor de las velas encendidas, se levanta. "¡Dios mío, cuánta miseria! ¡Cuánta miseria!" deja la casucha rápidamente, la oscuridad lo devora. Bibica, con prisa, arrastra las piernas hinchadas hasta la puerta, ni señal de él, nada, una visión , se embriaga con el olor suave de las damas de la noche. Doña Zulmira trae café caliente en un jarro machucado azul y blanco esmaltado. "Doña Zulmira,¿vio? " " ¿Vi qué, Bibica?" "¿No vio nada?" "No Bibica, no vi nada. Está cansada. Descanse, trate de descansar un poquito". Ay, Marquito, él nunca hubiera venido aquí, nunca." 
Los dos cajeros de la Mercería Brasil intentaron, durante varios días, limpiar la sangre que enchastró las piedras de la calle. Hasta soda cáustica usaron, pero la mancha no salió. Después, cuando nadie más se acordaba de Marquito, desapareció. 

Nota: 
*El prostíbulo de la ciudad funcionaba en una isla en medio del río Pombo, de ahí que Isla pasara a ser sinónimo

Luiz Ruffato 
Versión en español de Inés Van Messen

Ir a índice de América

Ir a índice de A. Ruffato, Luiz

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio