Colabore para que Letras - Uruguay continúe siendo independiente

Tardes rojas
Karen Rosentreter Villarroel

Eran muchos los globos rojos por todo el lugar, nunca supe de dónde provenían, sólo puedo recordar unas extrañas manos blancas lanzándolos al vacío, y todos los niños del hogar corriendo a alcanzarlos; yo no corría, yo no sonreía, algo en todo esto me parecía mal, me daba susto, no sé si la extraña nariz roja de aquel desgreñado hombre o sus manos blancas en constantes movimientos, o esos globos cubriendo todo el cielo de rojo. Todos los niños se empapaban de felicidad, yo no; quizá me hubiese gustado que esos globos fuesen azules, amarillos, y entonces, alguna de las sonrisas que adornaban el parque hubiese sido la mía.

Una cálida tarde de otoño los niños esperaron como de costumbre, y las manos blancas con los infinitos globos rojos no aparecieron, hasta yo que los odiaba los extrañé. El hombre desgreñado no vino, los niños volvieron abatidos al hogar, en sus caritas deslavadas reinaba la tristeza y la decepción.

Yo me quedé a esperar, pero lejos de algunos poquitos niños, que aún no perdían las esperanzas en que el extraño hombre volvería. Sé que estaba en edad avanzada para esas cosas, pero la curiosidad que cargaba era mucho mayor, así que continué esperando, ya tenía la excusa perfecta: me había quedado cuidando a los niños menores.

No hubo caso, volvimos al hogar...el ambiente reflejaba los sueños rotos de niños con futuros de nada, con suertes que no buscaron, en sus cuerpos sólo habían rastros de injustas acciones de quienes no pensaron en cómo hacer bien las cosas. Esta vez nada podía ser peor, no hubo ni un hombro en quien llorar, esos globos ya no estaban, esos globos les permitían olvidar.

En la mañana muy temprano los niños se arrancaron al parque, seguían esperando los globos rojos, como si fuera la última posibilidad otorgada de libertad en sus desdichadas vidas, y los globos rojos no aparecieron. Comencé a odiar al hombre de las manos blancas, cómo podía jugar así con las ilusiones de esos niños. Me armé de valor y comencé a buscarlo por el barrio, por suerte, éste no era muy grande, busqué y busqué, y nada, y nadie conocía al tal hombre. Se mofaron de mí cuando les conté lo que él acostumbraba a hacer, ya estaba harto. Si ya todo me parecía curioso, las cosas ahora se estaban tornando mucho más complicadas, los niños estaban ansiosos, enfermos, mataban por un globo rojo que los hiciera volar, y ya nadie los vendía en el barrio.

Obras gráficas: Karen Rosentreter Villarroel- "Septiembre en abril"

Cansado de buscar me senté en las afueras de una casa que quedaba un tanto lejos del barrio, con mi rabia y de tanto patear piedras llegué hasta allí. De pronto llegó la policía, entraron tan rápido que ni me vieron, sacaron esposado al payaso de las manos blancas, yo me abalancé contra los policías, les dije, les hablé de los globos rojos, me miraron con lástima, sólo recuerdo que uno de ellos dijo: -pobre, a éste también le dio de la extraña sustancia roja-, ¿Qué sustancia?, grité... si los globos no son extraños... no son sustancias...de qué me hablan,... los hacía felices. Caí al suelo y no recuerdo bien qué pasó, sólo tengo en mente la gran cara de ese hombre desgreñado de manos blancas, que nunca me gustó, con su inmensa nariz roja sonriéndome burlonamente.

La policía me dejó en el hogar de menores, yo me sentía dopado, sin fuerzas, con un sueño espeluznante, pude divisar a los niños enfermos, en cama, y a las mujeres voluntarias correr desesperadas con paños húmedos para la frente, me sentí tan mal, y eso que sólo alcancé a ver los últimos globos rojos que volaron de su patio.

Karen Rosentreter Villarroel
De "Entre Arboles & Niebla" / Prosa & Poesía
Serie "Incunables". Un proyecto del Centro de Investigaciones Poéticas Grupo Casa Azul
Valparaíso, Chile, 2009

Ir a índice de América

Ir a índice de Rosentreter, Karen

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio