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Tardes rojas |
Eran
muchos los globos rojos por todo el lugar, nunca supe de dónde provenían,
sólo puedo recordar unas extrañas manos blancas lanzándolos al vacío, y
todos los niños del hogar corriendo a alcanzarlos; yo no corría, yo no
sonreía, algo en todo esto me parecía mal, me daba susto, no sé si la
extraña nariz roja de aquel desgreñado hombre o sus manos blancas en
constantes movimientos, o esos globos cubriendo todo el cielo de rojo. Todos
los niños se empapaban de felicidad, yo no; quizá me hubiese gustado que
esos globos fuesen azules, amarillos, y entonces, alguna de las sonrisas que
adornaban el parque hubiese sido la mía. Una
cálida tarde de otoño los niños esperaron como de costumbre, y las manos
blancas con los infinitos globos rojos no aparecieron, hasta yo que los
odiaba los extrañé. El hombre desgreñado no vino, los niños
volvieron abatidos al hogar, en sus caritas deslavadas reinaba la tristeza y
la decepción. Yo
me quedé a esperar, pero lejos de algunos poquitos niños, que aún no perdían
las esperanzas en que el extraño hombre volvería. Sé que estaba en edad
avanzada para esas cosas, pero la curiosidad que cargaba era mucho mayor, así
que continué esperando, ya tenía la excusa perfecta: me había quedado
cuidando a los niños menores. No hubo caso, volvimos al hogar...el ambiente reflejaba los sueños rotos de niños con futuros de nada, con suertes que no buscaron, en sus cuerpos sólo habían rastros de injustas acciones de quienes no pensaron en cómo hacer bien las cosas. Esta vez nada podía ser peor, no hubo ni un hombro en quien llorar, esos globos ya no estaban, esos globos les permitían olvidar. En la mañana muy temprano los niños se arrancaron al parque, seguían esperando los globos rojos, como si fuera la última posibilidad otorgada de libertad en sus desdichadas vidas, y los globos rojos no aparecieron. Comencé a odiar al hombre de las manos blancas, cómo podía jugar así con las ilusiones de esos niños. Me armé de valor y comencé a buscarlo por el barrio, por suerte, éste no era muy grande, busqué y busqué, y nada, y nadie conocía al tal hombre. Se mofaron de mí cuando les conté lo que él acostumbraba a hacer, ya estaba harto. Si ya todo me parecía curioso, las cosas ahora se estaban tornando mucho más complicadas, los niños estaban ansiosos, enfermos, mataban por un globo rojo que los hiciera volar, y ya nadie los vendía en el barrio. |
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Obras gráficas: Karen Rosentreter Villarroel- "Septiembre en abril" |
Cansado
de buscar me senté en las afueras de una casa que quedaba un tanto lejos
del barrio, con mi rabia y de tanto patear piedras llegué hasta allí. De
pronto llegó la policía, entraron tan rápido que ni me vieron, sacaron
esposado al payaso de las manos blancas, yo me abalancé contra los policías,
les dije, les hablé de los globos rojos, me miraron con lástima, sólo
recuerdo que uno de ellos dijo: -pobre, a éste también le dio de la
extraña sustancia roja-, ¿Qué sustancia?, grité... si los globos no
son extraños... no son sustancias...de qué me hablan,... los hacía
felices. Caí al suelo y no recuerdo bien qué pasó, sólo tengo en mente
la gran cara de ese hombre desgreñado de manos blancas, que nunca me gustó,
con su inmensa nariz roja sonriéndome burlonamente. La policía me dejó en el hogar de menores, yo me sentía dopado, sin fuerzas, con un sueño espeluznante, pude divisar a los niños enfermos, en cama, y a las mujeres voluntarias correr desesperadas con paños húmedos para la frente, me sentí tan mal, y eso que sólo alcancé a ver los últimos globos rojos que volaron de su patio. |
Karen Rosentreter Villarroel
De "Entre Arboles & Niebla" / Prosa & Poesía
Serie "Incunables". Un proyecto del Centro de Investigaciones Poéticas Grupo Casa Azul
Valparaíso, Chile, 2009
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