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Entre árboles y niebla |
Esa
mañana desperté inquieta, me levanté de la cama apresurada, ansiosa,
mis manos parecían moverse como si tuvieran vida propia. Entre mis viajes
por toda la pieza por aquí, por allá, me detuve un instante a mirar por
la ventana, el cielo estaba gris y no había ni un rastro de color en la
ciudad, unas extrañas nubes blancas se aparecían de vez en cuando, no sé
si fue intuición o algo querías decirme. Me
vestí tan rápido como pude, hasta olvidé que este era un día mas sin
diligencias, sin compromisos, un día mas de sentarme a maldecir y odiar
mi falta de iniciativa, y mis días infinitos sin suerte, mis días
infinitos sin ti. Extrañamente
esta vez mi habitación estaba sin llave, así que salí del edificio y
tomé el primer bus con dirección a no sé dónde. La gente subía y
bajaba mal agestada, indiferente, sin derecho a tregua por un asiento, y
el conductor reflejaba en su rostro una amargura eterna, como si hubiese
nacido para vivir el martirio de su trabajo todos los días. En fin, todo
me parecía patético y desalentador, sin embargo me senté y comencé a
disfrutar del paisaje: las personas impacientes en los paraderos, los niños
con las narices frías. Y a vista y paciencia de los que se apresuran por
llegar a algún lugar a protegerse del frío, los perros... acicalados en
las esquinas, muchos de ellos jugando verdaderos roles secundarios en cada
escena de la ciudad; y las parejas... ahí están, con sus infinitos
intentos por separarse y despedirse de una vez, eso me conmovía, me hacia
pensar en lo distante que estabas, pensar en cómo eras, tus gestos, tus
risas, tus ojos bañados de melancolía y niñez, y por sobre todo, me hacía
pensar en tu sorpresiva e injusta manera de alejarte para siempre. La
angustia me tomó por sorpresa, por un instante me sentí ajena a todo, me
levanté abruptamente del asiento, insistí en bajarme, algo entre dientes
murmuré el conductor y por fin accedió a abrir la puerta. Qué frío hacía, y un viento tenebroso corría por mis pies, no sabía donde estaba, y ... comencé a caminar, las calles estaban vacías y oscuras, por un momento sentí pavor, mi cuerpo temblaba, y era como si todos los ruidos de la ciudad confabulaban en mi contra para derrotarme. |
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Obras gráficas: Karen Rosentreter Villarroel- Tapa: "Palabras" |
Ya
no bastó con caminar apresurada, y sin darme cuenta estaba corriendo, me
preguntaba cuándo aparecerían los árboles, dónde estaban esos árboles,
los árboles de¡ parque cerca de mi casa, esos que me protegían cuando
era niña. Fueron muchas las veces que se transformaron en mis inmensas
murallas de acero, donde los gritos y los platos rotos no llegaban hasta mí.
Dónde estaban para cuidarme esta vez. El
cuerpo no pudo más, dejé de correr, caí al suelo, estaba sucio,
repulsivo, lleno de grietas, quería levantarme, no deseaba estar lejos de
casa, cuando ... del cielo fueron millones de hojas que comenzaron a caer,
hojas cayendo en medio de la ciudad, creí que sólo yo podía verlas, y
peor aún, sentirlas; me rozaban la piel, se clavaban en mi, llegaban a mi
conciencia. Ahí estaba, cubierta por un millón de hojas fugaces cayendo
de lo más alto de la crueldad de mis propios recuerdos fantasmas, de lo más
alto de mis propios tiempos, de
mis propios días, estaba sola por fin, pero con esas gélidas y
transparentes hojas rozándome. Aún
permanecía en el suelo, comenzaba a convulsionar, mi pecho parecía vacío
y se secaba lentamente, esas malditas hojas se habían llevado mi aire, mi
aliento, tu recuerdo, mi llanto seco...mis ganas de buscarte en alguien más...
¿De dónde provienen estas infinitas hojas, si aquí no hay árboles?,
pregunté. Unos hombres me tomaron sin contestar; había una avasalladora
luz roja parpadeante por todo el lugar, no me dejaba abrir los ojos y era
como una gran dama vestida de rojo que venía a envolverme con su vestido. Y aquí estoy, en esta sala blanca y con extrañas ataduras y agujas clavadas a mi cuerpo, sólo puedo divisar a mi madre pasearse por el lugar a lo lejos, desesperada, enfurecida, rezando, llorando... Y a mí nada me conmueve, porque sé que habrá un próximo encuentro, porque sé que podré alcanzarte, y buscarte otra vez en un millón de hojas fugaces, porque esta vez, la dama vestida de rojo no me llevará, porque este sentimiento persiste, porque me ocultaré un tiempo más entre los árboles y la niebla, y cuando llegue el momento, acudiré hasta ti, y por fin, estas infinitas hojas dejarán de caer. |
Karen Rosentreter Villarroel
De "Entre Arboles & Niebla" / Prosa & Poesía
Serie "Incunables". Un proyecto del Centro de Investigaciones Poéticas Grupo Casa Azul
Valparaíso, Chile, 2009
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