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En la carretera que jamás habló |
Entre
los aires de otoño y pestilencia a lugar empobrecido, el bus se asomó
anunciando su llegada. Disimulé mis esperanzas de verla, acto digno de
cual amante que espera casi siglos. Uno por uno los pasajeros fueron
bajando: faldas largas, faldas cortas, sombreros y carteras, y la silueta
que recordaba de veinte años jamás apareció. Una lágrima quiso
asomarse entre mis ojos, pero el puño de mi camisa fue mucho más rápido
en exterminarla. Volví a casa queriendo imitar el caminar y el semblante
de todos los días, pero mi irritabilidad se hizo evidente, los niños no
se acercaron, los niños !o percibieron, ella no, ella sólo calló y
calentó mi plato, quizá por eso casi nunca la toqué, quizá por eso jamás
llegué amarla. Esa
noche no pude dormir, la decepción me carcomía por dentro, el techo se
me hizo infinito, y el maldito reloj apuró su misión, justo cuando por
fin mis pensamientos permanecían dormidos, justo cuando comenzaba a
cerrar los ojos, ya era la hora de ir al trabajo, la vida que me parecía
dormida, despertaba a un día más. No
quise llamarla, estaba enojado, humillado, tanto esperar, y ni siquiera
llamó, esperé el día entero y jamás llamó, tanto la amé, más la odié,
más la deseé, y jamás llamó, v yo la esperé. Un
día decidí hablarle, el frío me entorpecía los brazos, quise fingir
que era el frío y no mis ansias por escucharle, marqué su número con
cautela y precisión, cuando de repente, la pequeña Sofía se asomó en
el cuarto gritando contenta por su hallazgo. Traía un enorme gato en los
brazos, la reté fuertemente obligándola a salir de mi vista corriendo,
el gato abrió unos enormes ojos verdes y salió disparado por la ventana,
no sé si me asusté mucho menos que ese gato, pero sólo recuerdo que los
lloriqueos de la niña me molestaban tanto que cerré nerviosamente la
puerta. Nadie vino a recriminarme, nadie vino a decirme, por estos días
hacía y deshacía en mi propio reino. |
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Obras gráficas: Karen Rosentreter Villarroel- "Remolino" - Técnica mixta |
Con
el pasar de los años me sentía viejo y arisco, los niños no se
acercaban a mi cuarto, pero ya me había acostumbrado, no toleraba a nadie
más cerca que a mis propios pensamientos grises, y a la ilusión de su
hermosa silueta saludándome en la mañana. Sentado
en la orilla de la carretera, dejando que la brisa de los camiones me
diera en la cara, alguien tocó mi hombro con rudeza. Mi cara cayó y sus
colores se fueron con el rastro de humo de los camiones que parecía que
volaban. Quise tanto abrazarla, tocarla, le hubiese hecho el amor en ese
instante, olvidé el lugar, el tiempo, mi vida y mis hijos, sólo quise
tocarla, pero no pude, mis delirios juveniles se habían enfriado y mi
orgullo empobrecido se hizo grande e insostenible, ella acarreaba un bolso
viejo y maltraído, su cara estaba deslavada, una expresión mal agestada
me invitó a caminar. ¿Qué
fue lo que contó?, ¿qué fue lo que vivió?, si mis años habían pasado
como tic tac de reloj, y mi desmerecida vida se había hecho más dura e
insoportable en aquellos atardeceres infinitos esperándola. ¿Qué hizo
de su pelo negro azabache y sus manos terciopelo?, ¿y su eterno olor a
frutas frescas?, ¿dónde quedó mi doncella prohibida?, ¿qué hacía
esta mujer triste y sucia mirándome con desprecio y dolor en los ojos?,
¿por qué rociaba sobre mí su humo de cigarro barato cada vez que las
palabras no le salían? ¡Ay
de la vida!, me recriminó. ¡Jamás llegó la maldita carta!, grité, ¡jamás
sonó el maldito reloj! Fue la primera vez que vi en sus ojos la ternura
de aquella joven primaveral que tanto amé. Habló de cartas y llamadas,
de mala vida y extrañas venganzas; habló de ella con desprecio, la que
calló por tantos años; habló de todo menos de mí, yo había dejado de
preocuparle. Tiró la colilla del cigarro y levantando su falda comenzó a
mostrar las piernas a los autos, yo atónito no creía lo que veía, algo
conversó con el hombre que bajó la ventanilla, antes de subir al auto
tiró muchos boletos de autobús al suelo... algunos rozaron mi cara, y así
la vi desaparecer en el auto de aquel hombre, y así la vi desaparecer de
la carretera de mis pensamientos, sólo era una gran nube de humo que
dejaban los camiones, por un momento no pude respirar. Volví a casa más tranquilo que nunca, más sereno que nadie, pero a la vez, con el odio más grande que un hombre puede experimentar. Ella calló mientras me servía, lancé el plato de comida en las sábanas eternamente limpias de pasión, que recién colgaba; la quebrazón fue amenazante, y los niños salieron asustados a mirar, ella cayó al suelo y sus dedos se cortaron mientras recogía los restos de loza en el patio. Fue en ese entonces que decidí que la que fingí más activa que nunca en mí, había muerto para siempre, y la que vivía en silencio permanecería... muriéndose a mi lado. Nunca existió, por eso jamás habló. |
Karen Rosentreter Villarroel
De "Entre Arboles & Niebla" / Prosa & Poesía
Serie "Incunables". Un proyecto del Centro de Investigaciones Poéticas Grupo Casa Azul
Valparaíso, Chile, 2009
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