Introducción
Escondidos entre las espesuras de la selva virgen, viven en la amazonía
peruana un grupo étnico llamados los cujareños. No es fácil contactar
con ellos debido a que viven escondidos en las profundidades de la
amazonía, al lenguaje nativo que usan, y al peligro y la amenaza que
representa el hombre blanco para ellos.
Los cujareños son una tribu que vive en condiciones muy primitivas, no
cuentan con defensas adecuadas en su sistema inmunológico para
contrarrestar enfermedades, hasta un resfriado común podría llevarlos a
la muerte. Además en el pasado, mientras el mundo celebraba el boom del
caucho, muchos de los pobladores de ésta y otras tribus fueron
cruelmente maltratadas por los explotadores del caucho, que los
obligaban a trabajar en condiciones infrahumanas.
Éstas y otras razones motivaron a los cujareños a alejarse de todo
contacto con la civilización, hoy en día algunos tratan de negar su
existencia para fines oscuros pero hay evidencias recientes de breves
apariciones de los integrantes de la tribu cerca del río “La Piedra” y
poblados aledaños a éste.
Deseo compartir con los lectores una historia basada en las vivencias de
este grupo para sensibilizar nuestra sociedad sobre la existencia de
etnias en la amazonía y el respeto a sus derechos como iguales ante la
ley peruana.
De días
de nacida fue abandonada en la entrada de la casona por su
madre, una cujareña que había sido abusada por un extranjero. El jefe de
la tribu al enterarse de lo ocurrido prohibió que la niña se criase
junto al grupo por ser mestiza pues corría por sus venas la sangre del
odiado enemigo. La niña fue bien recibida por doña Nelly y don Gregorio,
pareja de esposos que no habían podido tener hijos, quienes la adoptan y
crían como si fuese su hija de sangre. En honor a sus orígenes le
pusieron Dayuma, que significa algodón, por la ternura que les inspiraba
la pequeña criatura.
Dayuma es una niña tímida, esconde su mirada de las personas que recién
conoce. A pesar de ser introvertida con los forasteros procura ser
obediente y muy servicial en “La Casona del Río¨, un humilde restaurante
donde propios y extraños pueden degustar sabrosa comida del lugar y una
confortable hamaca para reposar del sueño.
Los padres adoptivos de Dayuma se esforzaron en brindarle estudios
primarios en la escuela unidocente que existe a cuatro horas de su
hogar. La niña terminó con éxito los estudios básicos pero no pudo
continuar la secundaria porque al culminar el sexto grado don Gregorio
falleció de una penosa enfermedad.
Doña Nelly conocedora de los orígenes de Dayuma le ha permitido tener
contacto con su madre y hermanos, a quienes encuentra de ocasionalmente
en las orillas del río Culepe aunque éstos siempre se muestran
desconfiados y muy huraños. Ellos han enseñado a Dayuma el idioma
cujareño y sus costumbres, ella procura abastecerle de plátanos y
pescados u otros alimentos cada vez que se presentan a orillas del río.
Los familiares de Dayuma no visitan la casona por temor a los hombres
que concurren allí.
Un hermanito nuevo en la familia; la madre de Dayuma á
dado a luz recientemente a su octavo hijo, es pequeñito y muy vivaz,
tiene los ojos llenos de chispeante curiosidad por conocer el mundo que
le rodea y una boca chiquita que contagia risas a quienes los escuchan
reír ante las gracias que le hace su media hermana para alegrarlo.
Los ojos de la madre se llenan de lágrimas, entre sollozos explica a su
hija que la tribu se marchará de la zona por la falta de alimentos
sumado a las amenazas de guerra que le ha hecho una tribu cercana. Los
cujareños habían perdido a sus guerreros a causa de enfermedades
tropicales y no contaban con fuerza humana para resistir un combate
armado, por lo que habían decidido trasladarse río abajo.
Madre e hija se fundieron en un eterno abrazo, llantos y sollozos por
saber que el futuro era incierto además de tener pocas esperanzas de
volverse a ver. Los hermanos de Dayuma apresuraron la despedida para
evitar que los líderes del clan se diesen cuenta de su prolongada
ausencia siendo que había órdenes de evitar el contacto con extraños.
Para la tribu cujareño Dayuma era una extraña.
Doña Nelly abrazó con ternura a su hija mientras observaban como la
familia se perdía en la espesura de la vegetación de la selva amazónica.
Han pasado cuatro años desde aquella vez cuando Dayuma vio
a su madre despedirse a orillas del río La Piedra. Ahora ya no es más
una niña. Hoy ha cumplido quince años y se ha convertido en toda una
mujer, doña Nelly cuida ahora de ellas más que antes, aunque ante la
ausencia de su difunto esposo ella necesita más ayuda en la cocina para
la preparación de alimentos y en la atención al público que concurre a
su humilde restaurante.
Muy a pesar de toda la situación de pobreza en la región, la situación
económica no les va mal. Los lugareños, turistas y caucheros aseguran el
ingreso de dinero suficiente para pagar los gastos de la casona así como
del personal que han contratado para las labores más rudas como: cargar
leña, acarrear agua, degollar animales, entre otras cosas que atienden
los hermanos Tuhanama; tres jóvenes vigorosos que también apoyan en el
restaurante cuando han culminado sus labores diarias. Jacinto, Pablo y
Segundo se han acostumbrado en la casona dejando las comodidades de
Puerto Maldonado para vivir en la comunidad nativa Monte Salvado
ayudando a ¨Mamá Nelly¨ en los quehaceres diarios.
Los hermanos siempre aprovechan un descuido de la doña para cortejar a
Dayuma, aunque ella con una cortesía huidiza los esquiva cada vez que
alguno trata de iniciar una plática. Usan bromas, ocurrencias y
anécdotas disparatadas para llamar la atención de la doncella pero
siempre obtienen el mismo resultado: una mirada tímida, una sonrisa
extremadamente efímera y una silueta de espaldas que se dirige en
dirección contraria.
Las risas en la casona no cesaban, Doña Nelly había
sorprendido a Jacinto lanzando un beso volado a Dayuma. Ella se
encontraba detrás de él presta a dictar un mandado al muchacho. Con
escoba en mano e indignada por tal hazaña daba de golpes al enamorador
que pretendía tomar sin permiso a la luz de sus ojos.
Los caseritos de la casona conocen bien a la doña, saben que es buena
gente pero no se gasta bromas ni anda con juegos cuando se trata de su
amada niña.
Muchos jóvenes sagaces han osado ingresar a la casona con fines de
romance aventurero y a la mayoría (algunos tuvieron la suerte de escapar
de la fiera) han sido despachados a la calle tras una lluvia de
utensilios de cocina, ajos y cebollas que condimentaban la despedida de
los intrépidos galanes.
La cosa no era para menos pues Dayuma expresaba en su cuerpo líneas de
belleza amazónica, encantando a propios y extraños con sus ojos negros
que procuraba esconder detrás del cerquillo de cabellos lacios que
recordaban las despejadas noches de verano. Su rostro fino con rasgos de
delicada belleza encandilaban a los muchachos que demoraban adrede los
sorbos de aguajina con tal de contemplar a hurtadillas a la princesita
nativa que ignorando sus miradas se refugiaba tras el mostrador del
restaurante.
Cotechi anuncia su visita; el hermano menor de Dayuma ha
dejado por la noche en la puerta de la casona un atadito de hierbas del
monte como señal y aviso de pronta reunión en las orillas del Culepe,
afluente del río La Piedra
Dayuma está emocionada, hacía 4 años que no veía a su familia, el atado
de hierbas medicinales era como campanas de boda en su corazón. Avisa
alegremente a su mamita Nelly quien de inmediato se lleva las manos al
rostro revelando alegría mientras que en el interior de su ser se teje
una gruesa maraña de miedos y preocupaciones.
No hay opción, doña Nelly deja sus preocupaciones de lado para ayudar a
Dayuma en la preparación de un paquete con alimentos diversos: carne
seca, plátanos, yucas, pescado salado y semillas comestibles. El
encuentro sería en horas de la noche para evitar diversos peligros, el
mayor de esos temores: los violentos capataces caucheros.
La noche ha llegado, tras recibir una y otra vez
indicaciones de su mamita, consejos de prevención y cuidado, Dayuma pone
a cuestas el paquete y se dirige al encuentro con su medio hermano.
El agua está muy serena en el río, tan quieta que parece una laguna, la
luna llenaba se refleja en ella. Las aves nocturnas emiten su canto
sombrío mientras los pasos de Dayuma se acercan hacía al punto de
encuentro.
Cotechi no ha venido solo, tras la maleza selvática se oculta su amigo y
fiel compañero de aventuras, Seroja: el joven hijo del jefe de la tribu
cujareño. La amistad entre los muchachos es fuerte al nivel que ambos se
habían puesto de acuerdo para romper las reglas del clan y visitar a la
mestiza repudiada.
Un abrazo eterno funde a los hermanos, que entre lágrimas y frases en
lengua nativa manifiestan sus afectos. ¿Dónde está mamá? ¿Qué ha sido de
mis hermanitos? ¿Dónde están viviendo ahora? ¿El jefe de la tribu aún
vive? ¿Aún me odia?
Cotechi trata de calmar a su hermana pasando sus dedos entre los
cabellos negros de Dayuma, pacientemente responde a las interrogantes
precipitadas de su hermana.
El resto de la familia y tribu estaban cerca del río, a dos horas de
camino. Mamá se encontraba bien y Moreka, el mayor de los hermanos,
había sido integrado al grupo de guerreros del clan. El jefe de la tribu
aún no la aceptaba y había mantenido la prohibición de contactar con
ella. Dayuma se deshacía en llanto mientras que Cotechi procuraba
consolarla mostrándole una pequeña ave multicolor que había capturado en
la mañana cuando los guerreros exploraban la zona.
Dayuma sostenía en brazos el elaborado paquete que había preparado con
tanto esmero para hacer llegar a través de Cotechi a su muy amada
familia.
Con la carga en brazos Cotechi se despide de su hermana haciéndole
promesas de volverla a ver en cuanto pudiese escaparse del control de
los guerreros y burlar la vigilancia de su hermano mayor.
Dayuma extiende sus brazos y se aferra con cariño del cuello de Cotechi
pidiéndole que haga presentes sus saludos a cada uno de sus familiares,
en especial a su madre, pidió que en cuanto le sea posible buscase la
oportunidad de reunirlas.
En la otra orilla unos ojos habían quedado presos en el
resplandor que la luna reflejaba en los ojos de Dayuma, la claridad
existente permitió que la belleza de la mestiza sea expuesta ante los
ojos de Seroja.
Algo raro le estaba pasando, no podía quitar los ojos de ella. La
observaba meticulosamente y a cada instante sentía una presión en el
pecho que era dolorosa y agradable a la vez. Estaba inquieto, deseoso de
salir de su escondite y mostrarse ante la mujer que lo había
deslumbrado.
La curiosidad había hecho dejar atrás los miedos y odios transmitidos
por la tribu. Él sólo desea seguir mirándola, ya no importaba la hora de
retorno, la guardia de los guerreros ni las represiones de su padre.
Seroja se había enamorado y ya no consideraba las consecuencias de la
tardanza.
Cotechi llegó pronto a la otra orilla del río sosteniendo
sobre su cabeza el paquete que su hermana le había entregado. Seroja
espero que adelantara el paso que Dayuma desapareciese en dirección a
las luces del pueblo, salió cautelosamente de su escondite y emocionado
se acercó a Cotechi dando brincos acompañados de una profunda ansiedad,
quería saber sobre Dayuma y las cosas que habían platicado.
Unos ojos pícaros buscaban con esmero los ojos de Seroja y con boca
risueña lanzó la pregunta: ¿Te ha gustado mi hermana? Los brinquitos se
extinguieron de inmediato y la ansiedad dio lugar a vergüenza mezclada
con temor, pensaba emitir una respuesta elaborada cuando oyeron los
sonidos de alarma que empleaba la tribu al percibir la amenaza enemiga.
Una incursión de los Mashco Piros había estado cerca de la tribu
reclamando territorio. Esta vez los nuevos guerreros habían hecho frente
a los invasores logrando expulsarlos de las cercanías de su
reconquistado terreno.
En el alboroto aún reinante llegaron los jóvenes al clan de modo que su
ausencia no fue percibida. Cotechi había escondido el paquete entre
arbustos y piedras, se acercó a su madre y le dijo con voz misteriosa:
hoy la pude ver. Los ojos de la madre se volvieron de cristal, las
lágrimas contenidas parecían rebasar sus orbitas. – Calla – dijo la
madre – los guerreros están cerca. Se puso en pie y al levantarse
presionó con fuerza el hombro de Cotechi haciéndole saber en el apretar
de sus dedos la alegría que experimentaba al tener noticias de su hija.
Hizo como si recogía algo del piso, seco sus lágrimas rápidamente y dijo
en voz baja: ya hablaremos cuando todos duerman. Luego simuló avivar las
brasas de un improvisado fogón.
Los caucheros han levantado un campamento a tres horas de
la casona. Doña Nelly está contenta porque habrá un aumento en los
ingresos por los nuevos clientes pero de pronto su sonrisa es
transformada en un gesto de preocupación. Los capataces del campamento
son hombres rudos y crueles que capturan a los nativos para explotarlos
en el trabajo de sacar látex, muchas veces la hacen trabajar hasta que
el alma se les salga del cuerpo o mueran contagiados de gripe u otra
enfermedad del hombre blanco. A las mujeres nativas las usan como
empleadas para lavar ropa, limpiar, cocinar o cualquier otra labor
doméstica. A las más jóvenes las toman por mujeres de ellos.
Doña Nelly toma sus precauciones, prohíbe a Dayuma salir sola por las
noches también aclara que la atención a los caucheros la harían los
Tuhanama. Desde ahora en adelante sólo le ayudaría en la cocina, de ese
modo ella estaría en todo momento bajo su cuidado y protección.
Han pasado cuatro días y Seroja no ha podido olvidar el
rostro de Dayuma, la ve en el agua de los manantiales, la dibuja entre
las nubes del cielo, la imagina en sus sueños despertando con ganas de
volverla a ver.
Seroja insiste a Cotechi para ir al río como pretexto para verla pero
Cotechi tiene mucho temor de los guerreros, sobre todo a Mareko que
desde la incursión de los Mascho Piros se ha tomado en serio la
vigilancia y no permite alejarse a nadie fuera de los límites
establecidos.
Los relatos del camino a la casona de los que le platicaba Cotechi de
niño vienen a su mente y decide escabullirse entre las mujeres que van
al río en busca de agua para ver a Dayuma una vez más.
Es muy temprano, aún los gallos no cantan y Seroja ha
logrado escabullirse en la casona. Espía sigilosamente por las ventanas
tratando de averiguar dónde duerme Dayuma. Pronto escucha voces
masculinas, asustado se esconde entre los árboles cercanos, sube hasta
la copa de uno de ellos y desde allí ve alejarse a unos jóvenes seguidos
por una mujer de cabellos blancos.
Dayuma acaba de salir del patio después de cambiarse la ropa de dormir,
se sienta sobre unos troncos y comienza a peinar su larga cabellera
negra. El peine recorre con facilidad sus dóciles mechones, las manos
comienzan a elaborar una obra primorosa en su cabeza. Al culminar adorna
las trenzas con espléndidos arreglos de pequeñas flores.
Seroja está embelesado ante el espectáculo de gracia, sencillez y
belleza; ha perdido la noción del tiempo. Pasando por alto que el sol
imponente manifiesta su presencia con luminosos rayos que atraviesan la
copa del árbol revelando su posición trata de acomodar una mejor
postura, de repente el árbol se remece y una rama truena. Ante el
peligro de ser descubierto huye rápidamente encontrando entre los
jardines un camuflaje oportuno.
Una orquídea preciosa es revelada ante los ojos de Dayuma,
el sonido que la atrajo hizo dirigir su atención hasta el árbol que
mostraba junto a sus raíces la flor preferida de la mestiza. Seroja la
había traído consigo, pensaba regalársela pero el temor al rechazo no
había le permitido siquiera acercarse.
Dayuma ignora cómo llegó la exótica flor hasta el jardín de la casona,
la recoge y se dirige a la cocina para depositarla en un jarrón con agua
que conserve por un tiempo la vida de la orquídea antes que ésta se
marchite.
Seroja pudo ver desde lejos como su regalo era tratado e imagino que
Dayuma había tomado en sus manos todo el amor que él sentía por ella.
Ahora corría a toda prisa, repentinamente había vuelto en sí recordando
que pronto las mujeres llegarían a la tribu con sus cuencos de agua
recogidas a orillas del río. No sería adecuado para sus planes ser
descubierto en su primera salida para ver a la que ama su corazón.
Los caucheros han vuelto trayendo consigo un trofeo de
guerra, Seroja ha sido capturado por ellos antes de que pudiese cruzar
el río y lo han traído consigo a la casona para encerrarlos mientras
ellos retornan al campamento para tomar sus armas e ir en búsqueda del
resto de la tribu. Capturarlos constituye la apropiación de mano de obra
gratuita.
Doña Nelly está perturbada, teme que los Cujareños puedan tomar venganza
por la captura de uno de los jóvenes de la tribu, pero no puede hacer
mucho pues los capataces de los caucheros son hombres sin escrúpulos que
no temen usar la violencia para conseguir sus objetivos.
Con gran resignación había tomado la decisión de ayudar a escapar al
joven cujareño y enviar con él a Dayuma para alertar al resto de la
tribu. Seroja estaba muy golpeado y era inútil pedirle que regresase
solo hasta el territorio de los nativos.
Una lluvia repentina cae sobre la zona revelando la
tristeza de Dayuma por los peligros latentes: la captura de la tribu, la
explotación de hombres y mujeres, el abuso de las más jóvenes, aún su
propia vida estaba en riesgo.
Ayudada por mamá Nelly y los Tuhanama, cruzó junto a Seroja el río. Al
aproximarse al territorio de los cujareños él le dio indicaciones a
Dayuma para que despidiese a Tuhanama que corrían peligro de ser
alanceados si eran sorprendidos por la vigilancia de los guerreros.
Apoyándose en Dayuma recorrieron el resto del camino, la lluvia no había
cesado y Seroja aumentaba en temperatura. Pronto llegarían a la tribu,
los terrores hacían mella en el coraje de la mestiza; su rostro
evidenciaba el miedo hacia lo que podía pasar al estar en medio de la
tribu, que nunca la había aceptado.
La vieja casona arde en llamas, los caucheros han tomado
represalias por la liberación de su cautivo. No encontraron a nadie para
reclamar pues doña Nelly cogió a toda prisa sus cosas de valor, el
dinero que había logrado ahorrar en sus años de trabajo y se fue junto a
los Tuhanama rumbo a Puerto Maldonado para luego huir de la capital
lejos de los caucheros y su violencia. Su cuerpo avanzaba como sin vida,
su corazón había quedado junto a la mujer que vio crecer desde niña, a
la que había criado como hija, a la que había renunciado a volver a ver
para salvarla del mal y protegerla entre los suyos.
Entre la prisa de la huida tropezó con unas ramas y cayó al piso, desde
ese lugar recordó de los misioneros que le habían predicado del amor de
Dios que es en Cristo Jesús. Con gran llanto, dolor y desconsuelo elevó
al Dios del cielo una breve oración pidiendo al Padre eterno que proteja
a su niña amada, que hiciese que la tribu la aceptara y que guardase a
los cujareños de las garras de los capataces que sin duda alguna irían
tras sus huellas.
Una conmoción no pequeña se hizo cuando ante la vista de
la tribu se presentaba la mestiza repudiada. Dayuma entregaba en los
brazos de los guerreros al golpeado Seroja, hizo una respiración
profunda y dirigiéndose al jefe de la tribu anunció el peligro
inminente, los capataces de los caucheros ingresarían a la selva en
busca de ellos.
Las ancianas del pueblo atendían a Seroja aplicándole molidos de hierbas
y emplastos sobre los moretones que traía en el cuerpo. El jefe de la
tribu hacía poco caso a la advertencia de Dayuma e increpaba a Seroja el
hecho que haya salido de los dominios de la tribu y, aún peor, haber
traído consigo a la mestiza que el detestaba. De inmediato ordenó a los
guerreros echar a Dayuma fuera de su presencia.
Unos pasos precipitados corrieron hacía los pies de Bashelo, el jefe de
la tribu, era la madre de Dayuma que suplicaba por la vida de su hija ya
que al hacerla volver al otro lado del río quedaba expuesta a ser presa
de los caucheros, estos a su vez la obligarían por fuerza a revelar la
ubicación de la tribu.
Bashelo recordó en instantes cuando era joven, los caucheros atraparon a
la madre de Dayuma, él la amaba y pretendía por esposa pero la aborreció
con todas sus fuerzas al saber que estaba embarazada de su peor enemigo,
el hombre blanco.
El dolor de los recuerdos debían ser enterrados en el pasado, ahora la
tribu dependía de su sabiduría para enfrentar los riesgos que se
avecinaban. Nada era sencillo, abandonar su territorio recientemente
recuperado o huir ante la amenaza del hombre blanco. La ansiedad
recorría su mente y no lograba claridad para dar una orden mientras los
jóvenes guerreros con mezcla de pánico y entusiasmo esperaban la voz de
mando.
Las lanzas de los guerreros comenzaban a golpear el suelo y sus voces se
elevaban hasta volverse gritos frenéticos de guerra.
La orden llegó, los guerreros debían prepararse para el
combate frenando el avance de los invasores, las mujeres, niños y
ancianos debían marchar río abajo sin detenerse. Mareko abrazó a Dayuma
dándole la bienvenida al clan y le pidió que cuidara de su madre y
hermanos. Probablemente sería la última vez que verían sus rostros.
Cotechi quiso unirse a los guerreros pero Mareko no se lo permitió, le
dijo que fuera junto a la caravana y resguardase su avance junto a los
otros jóvenes de su edad que quedaban para defender a la tribu como
sucesores de los guerreros principales.
La tribu comenzó a desplazarse, era una muchedumbre acompañada por la
tristeza de saber que no habría posibilidades de volver a ver a sus
seres queridos. El llanto y la desesperación marcaban cada paso en el
camino. Cotechi hizo que Seroja se apoyara en él y avanzaron río abajo
dejando a los guerreros a la espera de los invasores.
El ataque de lanzas logró disminuir el número de los
enemigos pero no pudieron contener su avance. Las escopetas conseguían
acabar con los guerreros nativos antes de que estos estuviesen a
distancia suficiente para poder atacar.
Bashelo y Mareko habían caído muertos tras la ráfaga de balas. Los
caucheros continuaron su progresión sabiendo que aún quedaban los más
jóvenes y las mujeres para usarlas en el trabajo.
En el camino hallaron un frente de resistencia liderado por Cotechi, los
ancianos y algunas mujeres armadas de palos emboscaron a los caucheros
pero la fuerza física no fue su mejor aliado frente al poder de las
armas de fuego que vencían fácilmente a los improvisados combatientes.
El paisaje era aterrador Seroja se arrancaba los cabellos y lloraba a
gritos al ver a su gente en tierra, los rostros de horror y sangre
estaban dispersos en el camino río arriba. No pudo encontrar a nadie con
vida, solo miraba espantado las decenas de cuerpos muertos, tanto de
propios como de extraños.
Los caucheros mermados y heridos por el combate habían desistido de
seguir a la disminuida tribu. Retornaron al campamento para curar sus
heridas, conseguir municiones y recobrar fuerzas para realizar una nueva
persecución.
Después de trabajar por casi tres días enterrando a los
cuerpos sin vida de los caídos en combate Seroja retornó río abajo
acompañado de los niños que habían subsistido al ataque.
Ahora es el nuevo líder, trae consigo la lanza de su padre como recuerdo
de la herencia y tradiciones que ha recibido. No había más guerreros ni
adultos en la tribu. Él, Dayuma y un grupo de niños eran los únicos
cujareños existentes. La vida se había esfumado ante sus ojos;
familiares y amigos habían dejado de existir. El miedo al hombre blanco
había crecido, el temor de ataque de otro grupo étnico no lo dejaba
tranquilo. Decidió internarse en lo más profundo de la selva para cuidar
a los que le quedaban, proteger a la tribu era la prioridad.
Hoy en día aún existen los cujareños, misioneros cristianos tratan de
contactar con ellos para evangelizarles.
La comunidad nativa de Monte Salvado se ha constituido como una base
desde donde los misioneros evangélicos hacen denodados esfuerzos por
contactar a los diversos grupos étnicos que viven en la zona. El
aprendizaje del dialecto Piro no es sencillo pero el esfuerzo vale la
pena. En los campamentos procuran ensayar frases como: hola, seamos
amigos; no quiero pelear, voy a regalarte comida; entre otras. Pero aún
no se ha logrado un avistamiento exitoso.
En ocasiones se ha visto a pequeños grupos cerca del río La Piedra,
probablemente sean los descendientes de Seroja y Dayuma. |