El ratón y el gato |
En una tienda de abarrotes, un ratón bigotudo andaba buscando queso. Abrió la alacena, no encontró nada, miró los rincones nada, se puso de dos patitas husmeó y, no encontró nada. Se quedó sorprendido y se preguntó: ¿Por qué? no hay mi comida favorita. ¡Ahora! ¿Qué voy a comer? Después de unos instantes saltando y corriendo, llegó al otro extremo del mostrador. Ahí en la esquina comenzó a bailotear moviendo la cola así, así, así, así. Levantó los brazos, dio un salto para subir sobre la alacena. ¡Plash! Cayó al barril de vino. ¡Pobre ratón! hizo mil esfuerzos para flotar. ¡Por favor sáquenme de aquí! Tengan piedad de mí. ¡Créanme! que no bajé a beber el vino. Gritó y gritó el ratón. El gato después de haber comido un opíparo almuerzo, estaba recostado sobre el esponjoso cojín de una silla. La bulla le despertó y le llamó la atención. Se levantó medio soñoliento, pero, para desperezarse se estiró de largo a largo, levantó la cola al ristre y comenzó a caminar de puntillas, cual caballero que no quiere causar molestia a las flores, ni a los demás. Se acercó al barril y vio al ratón. ¿Qué haces ahí? Señor gato, me caí por casualidad. ¿Podrías sacarme de aquí? ¡Sí…íí! Te sacó sin problemas; pero a cambio ¿Qué me das? No tengo nada para ofrecerte. Entonces ahógate, porque no tienes con qué pagar. Por piedad sácame, Señor Gato. El gato indolente, sentado en la esquina del mostrador se alisaba los bigotes. Muy disimulado veía y sonreiría al ver sufrir al ratón. Señor Gato, usted también podrías estar como yo. ¿Por qué no hace un pequeño esfuerzo? Y, me saca. Ya te dije. ¿qué das a cambio? Ya sé. Prométeme que será mi sirviente. Estarás atento a mi llamado y harás lo que te pido. Señor Gato. ¡Prefiero morir! antes de vivir humillado. Si el gato me saca me comerá, si no puedo salir de este barril, moriré ahogado. Total estoy condenado a morir. Esto me pasa por no saber controlar mis emociones, ni saber medir las consecuencias. Voy a intentar salir con mi propio esfuerzo. Así no debo a nadie. Si muero, moriré con honor y dignidad. Después de haber reflexionado contó: Una dos y tres ¡arriba! Saltó intentado salir, mas no pudo. Descansó un momento apoyado a un costado del barril. Otra vez saltó con mayor fuerza y, alcanzó el borde del barril, se sujetó con los dientes, se paró bien y gritó: ¡Viva la vida! Luchando se vence los obstáculos. El gato avergonzado por su actitud, se relamió la boca y le dijo: Discúlpame Ratón. A veces pensamos que todos los favores deben ser pagados. Hoy aprendí una lección analizando tus palabras y viendo tu valor. No puedo pedirte que seas mi amigo. Siento vergüenza. ¡Adiós Ratón! Un momento, Señor Gato. Te tiendo la mano como un hermano. ¡No! No tengo corazón para decirte hermano. – Dijo el gato. El ratón se acercó cuidadosamente y le extendió la mano. El gato totalmente avergonzado solo atinó a extender la mano, sin decir nada. |
Bertha Rojas López
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