Los patitos y el gavilán |
Cierta mañana sin sol, sin blancas nubes,
sin ruido, sin canto de jilgueros, sin risa del yana manuku, todo era un
silencio, todo era olor a muerte. Así estaba la mañana cuando dos
patitos negros salieron de entre los amarillentos totorales y las aguas frías
de la laguna. Los patitos caminaron unos cuantos pasos,
movieron la cabeza llenos de espanto, levantaron sus alitas, miraron el
cielo, abrieron el pico para graznar en voz baja, cual monjitas que rezan
el rosario, clamando ayuda al Señor. - ¡Tonto…oos! Una voz rompió el
silencio. Era el iracundo gavilán que venía divisando todo desde lo
alto. - ¡Buenos días tío!, ¡Buenos días tío!
- Contestaron los patitos. - ¿Qué hacen ahí, por qué no se van a
otras lagunas? Acaso rezando, llorando y maldiciendo se solucionan los
problemas de vida o muerte. Sobrinos tienen que saber que los hombres y
las mujeres sin ser químicos convierten las aguas cristalinas en aguas
negras, nauseabundas y venenosas. - Tío, ¡todos están muertos! mira como
flotan los sapos, las ranas, los peces, las blancas gaviotas, las palomas
plomas, patos tornasolados y los pajaritos. ¡Todos están muertos! No sé
como nos libramos, por eso estamos agradeciendo a Dios. Argumentó uno de
los patitos. ¡Jajajajaja…!
Soltó una carcajada el gavilán. Bajó mostrando su poderío y bailoteó
sobre una piedra, aleteó con fuerza, cantó con voz ronca confiando en la
vivacidad de sus ojos y la agilidad de sus alas. - ¡Pan, pan, pan!- Los patitos se
escondieron debajo del totoral y se desaparecieron en el barro negro. Después de un rato los patitos asomaron la
cabeza para buscarlo con la mirada al gavilán, al no verlo salieron muy
despacito, con las plumas erizadas, temblando de miedo, sin hacer ruido.
Encontraron al gavilán, tirado con la mirada perdida en el infinito,
temblado de dolor, sin saber que hacer. - ¡Tenían razón! – Dijo el gavilán -
Los
patitos admirados entre ellos en voz baja comentaron - Si a éste poderoso
le hicieron así, a nosotros ¿qué nos harán? - ¡Jesús María y José!- Murmuró uno de
los patitos. ¡Levaaantate tío! Gritó presa de nervios
uno de los patitos. El gavilán
con dificultad alzó la cabeza y nuevamente dejo caer al suelo. -
¡Tío! No puedes dejarnos aquí – Exclamó uno de los patitos. No se pongan así. ¡Soy fuerte! Ya verán
como salgo de esta desgracia. Estos cristianos son peor que salvajes, así
dicen ser civilizados. Qué mal les hice yo, para que atenten contra mi
vida. - Comentó el gavilán con voz dolida, con el corazón sangrante y
el alma herido. Ante la mirada de los dos patitos. El gavilán levantó la cabeza, lentamente se puso de pie. La sangre fluía del cuerpo herido, hirviendo cual lava volcánica para correr como las aguas de río, surcando la árida tierra, pintando de rojo la cara de las piedras dormidas. |
Cuidemos las aves en extinción. |
Bertha Rojas López
Ir a índice de América |
Ir a índice de Rojas López, Bertha |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |