La educación temprana como eje central del desarrollo humano Dra.
María Guadalupe Rodríguez Martínez |
Indudablemente que el siglo
XXI ofrece
mejores perspectivas al tema de la atención infantil.
Los esfuerzos realizados en el mundo particularmente en Latinoamérica
y en México representan importantes avances no sólo en el campo teórico-científico,
donde destacan los aportes de las neurociencias, sino también en el ámbito
político-económico, en un
contexto donde la pobreza afecta a la mayor parte de la población
mundial. Tomando en cuenta
este considerando, se debe urgir a los gobiernos a
una mayor inversión en este importante nivel educativo, así como
al establecimiento de políticas públicas que ponderen en el orden social el tema de la infancia temprana. La educación representa el
principal eje del desarrollo humano. Cuando esta inicia en las edades
tempranas, mayores son las
posibilidades de lograr un desarrollo más equitativo y pleno de los
infantes y de sus cualidades futuras. Las neurociencias resaltan que en
los primeros años de vida del ser humano ocurre el mayor desarrollo del
cerebro; son en estos años
en que se adquieren las habilidades para pensar, aprender y razonar.
Está científicamente comprobado que el mayor impacto sobre la
salud, el aprendizaje y el comportamiento futuro de una persona reposa
en los primeros años de vida.
No hay estrategias simples para esto, pero la emergente revolución en la comprensión sobre el desarrollo del cerebro y su efecto en el aprendizaje, la salud, y el comportamiento, a todo lo largo del ciclo biológico, nos han dado algunas pistas, en lo que se refiere a lo que puede hacerse y cómo pueden medirse los resultados. Hoy en día ha quedado demostrado que la competencia en el lenguaje y la capacidad para leer y escribir en el sistema escolar, están mayormente determinadas por la calidad del desarrollo del niño a edades tempranas y futuras. También se ha probado que los niños con un lenguaje escaso y capacidades pobres de alfabetización, al llegar a la adolescencia están en alto riesgo de tener un comportamiento violento. Hoy se entiende mejor la base biológica de estas relaciones. Ahora
está claro que la experiencia en los inicios de la vida (desde el útero
y hasta los seis años), tiene un importante efecto en la diferenciación
de las células del sistema nervioso (las neuronas) y en el esculpido y
conexión de los millones de neuronas del cerebro que determinan cómo
funcionan sus diferentes partes. Al
respecto Fraser Mustard, investigador canadiense señala que: “El
cerebro está compuesto por millones de neuronas que tienen la misma
codificación genética, pero a medida que el cerebro se desarrolla
a través de la experiencia, las neuronas adquieren funciones diferentes. Son estos estímulos,
a los cuales se hayan expuestas las neuronas desde el nacimiento, los que
determinan sus diferentes funciones. Las conexiones
neuronales sólo se desarrollan si existen condiciones para que los
procesos de sinapsis y mielinización se realicen, sobre la base de una
correcta alimentación y de estímulos tempranos, constantes y sistemáticos”
[1]
El Dr. Fraser Mustard destaca que los primeros años de vida, son el ciclo
de mayor plasticidad cerebral, donde las experiencias tempranas, influyen
sobre el desarrollo del cerebro, la salud, el comportamiento y el
alfabetismo, por lo cual podemos afirmar que la educación infantil
temprana redimensiona el desarrollo infantil. Hay que ponderar que el
desarrollo infantil determina el desarrollo cerebral y las consecuencias
futuras para las sociedades. De
acuerdo a lo anterior, la estimulación temprana, los ambientes
estimulantes, los
aprendizajes significativos, los cuidados de salud, nutrición y afecto,
serían los responsables de actividades neuronales que generan, a
su vez, acciones cognitivas, sensoriales y afectivas, base de otras
operaciones fundamentales para el sujeto,
como las intelectuales, las relaciones sociales y,
en general, de su desarrollo biopsicosocial. Científicamente se ha determinado que los primeros años de vida son determinantes en la vida del individuo. En este etapa las estructuras biofisiológicas y psicológicas del niño están en pleno proceso de formación y maduración, sentándose las bases fundamentales de la personalidad, que en las sucesivas etapas del desarrollo se consolidarán y perfeccionarán. De
esta forma podemos concluir que la educación temprana puede aportar la
posibilidad de modificación, estructuración y perfeccionamiento neuronal
y mental, que permitirán al sujeto utilizar niveles cada vez más
complejos para pensar, sentir y relacionarse con los demás. Diferentes científicos y economistas interesados en la infancia, consideran que la inversión en educación temprana, tendrá a futuro un impacto social favorable, al considerarla como una efectiva vía para revertir el círculo de reproducción de la pobreza y como detonante del desarrollo. Un país que invierte en la formación de un capital humano y social, es un país que le apuesta a un desarrollo sustentable, con igualdad y equidad. Atender la infancia integralmente, redimensionará las facultades del ser humano, garantizando ciudadanos capaces, productivos y exitosos en el ámbito educativo, laboral, social y afectivo. Importantes
pasos se han venido dando en este sentido, organismos internacionales
como el Banco Mundial (WB), Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia (UNICEF), Organización de Estados Americanos (OEA)
han venido promoviendo entre los gobiernos la atención infantil,
como generador del desarrollo de la equidad y de la igualdad. Un
importante antecedente lo tenemos en la Conferencia Mundial sobre Educación
para Todos (EPT) realizada en Jomtien,
Tailandia, donde se emitió como objetivo prioritario la “expansión de
la asistencia y de las actividades de desarrollo de la primera infancia”
(EPT, 1990), ratificado más recientemente
en el Foro Consultivo Internacional,
celebrado en Dakar, Senegal,
conocido como World Education Forum (WEF, 2000).
Otro ejemplo es la IX Conferencia Iberoamericana de Educación (La Habana, 1999) en donde los ministros declararon: “Reforzaremos la educación inicial para favorecer un mejor desempeño de los niños en grados posteriores y como factor de compensación de desigualdades” y resaltaron: “En este sentido, mantendremos nuestro compromiso con la Convención sobre los Derechos del Niño y con los acuerdos asumidos en la Cumbre Mundial en Favor de la Infancia, reconociendo la importancia de las conclusiones de la IV Reunión Ministerial Americana sobre Infancia y Política Social” (Organización de Estados Iberoamericanos, OEI 1999). Peralta y Fujimoto consideran que existen otros elementos importantes respecto a la necesidad de ampliar la cobertura y la calidad en la educación temprana que tiene que ver con: “la reducción de la capacidad de la familia para cuidar y estimular a los niños por los diversos cambios del contexto en que opera”. “La mujer ve limitada su función tradicional de cuidar a sus hijos por la presión social para que tenga un trabajo remunerado, aunque se reduce el número de niños que engendra en su vida.”[2] La educación temprana
tiene un amplio sentido social, al apoyar a las madres trabajadoras para
que cuenten con espacios de cuidados y educación profesional para sus
hijos. Existen muchos otros elementos que presionan por una mayor y mejor educación y atención temprana. Basta mencionar algunos: revolución digital, globalización (y la necesidad de competir), educación de las minorías, transparencia, descentralización, crisis económica, movimientos ecológicos y pandemias como el SIDA (Myers, 2000 a,8).[3] En el mundo de hoy, el crecimiento permanente de la población y el crecimiento exponencial del conocimiento y las tecnologías, la migración de los individuos, han hecho de las condiciones para el desarrollo del niño en edades tempranas un factor progresivamente importante. Es difícil para las comunidades hacerse prósperas, pluralistas y democráticas, si no pueden establecer poblaciones altamente competentes, cuyo comportamiento avale un fuerte crecimiento de capital social y económico. “Basadas en las evidencias que hoy están disponibles, las sociedades que invierten menos en el desarrollo de los niños pequeños tienen mayor probabilidad de tener comunidades inestables y violentas y economías débiles y poblaciones lejos de ser competentes. Para alcanzar la competencia de la población, reducir la pobreza y la violencia en los países en vías de desarrollo, tendremos que diseñar estructuras institucionales que apoyen un desarrollo de calidad en los niños a edades tempranas” (F. Mustard 2005).[4]
Por
otra parte, sin llegar al extremo de considerar que el mero aumento de los
límites temporales inferiores de atención, antes del comienzo de la enseñanza
obligatoria, puede suponer la consecución de la igualdad de
oportunidades, sí está claro que puede ejercer un efecto compensatorio
según el conocimiento actual. De ahí que exista el convencimiento de que
la educación temprana puede ser un buen instrumento en la tarea de
compensar las desigualdades sociales y, por lo tanto, también en lo que
se refiere a la prevención del fracaso escolar y de la exclusión social.
No cabe duda de que una reducción del fracaso escolar se adentra, además,
en cuestiones económicas, al permitir aligerar la carga presupuestaria
que conlleva el abandono y la repetición escolares, consideración
decisiva a la hora de calcular presupuestos globales a mediano
y largo plazos. Podemos
considerar que la educación temprana
es el soporte de transición a la escuela primaria y a los demás
niveles educativos. Reflexionar sobre la frase de López Hurtado, “no
hay segunda oportunidad para la infancia”[5],
conduce a concluir que la atención infantil es futuro para el niño y
para la sociedad.
Existen
otras consideraciones económicas importantes, como es la relacionada con
la rentabilidad económica de la inversión en educación temprana, que
deberían ser retomadas para enfrentar el reto de brindar una atención
integral temprana desde el nacimiento e incluso desde el período
prenatal.
J.J Heckman[6], premio Nobel de Economía de la Universidad de Chicago ha hecho un análisis detallado en los Estados Unidos, acerca del rendimiento del capital invertido en las diferentes etapas de desarrollo sobre la competencia y la calidad de las poblaciones. Heckman ha concluido que el retorno de cada dólar invertido en la educación preescolar es mucho mayor (ocho a uno) que el del dólar invertido en los programas escolares de la educación media y superior (3 a 1). Y que entre más temprano inicie la educación del individuo, mayores serán los retornos de la inversión.
Sin
duda que contar con
resultados cuantificables, que
permitan medir el desarrollo en relación con la capacidad futura, será muy importante para convencer a los responsables de las
finanzas del Estado, de los
beneficios significativos de la inversión en educación temprana para la
sociedad. En este sentido el uso de instrumentos como el EDI (Early
Development Instrument)), utilizado en Canadá, permite mapear geográficamente
algunas características relacionadas con el desarrollo infantil de las
poblaciones y establecer relaciones con variables de tipo socioeconómico.
De
esta forma, si existe una comunidad con un desempeño pobre, pueden
iniciarse programas que pueden cambiar esos resultados,
en un período de cinco años, de acuerdo con las investigaciones
del Instituto de Investigación Avanzada de Canadá, con sede en Ontario. Existen,
además, razones de carácter político, ya que se considera que una
educación temprana, puede
contribuir a una mejor convivencia y cooperación entre grupos multiétnicos,
evitando así tensiones sociales. Las sociedades multiétnicas,
pluriculturales, constituyen una realidad a la que los sistemas educativos
deben no sólo adaptarse, sino también dar respuesta a los problemas que
representan.
En
la búsqueda de soluciones, resaltan los efectos positivos que la educación
temprana puede tener en el mejoramiento de la convivencia entre distintas
culturas. Esta función compensatoria queda claramente delineada en las
afirmaciones que se realizan en el Informe de la Comisión Internacional
sobre la Educación para el Siglo XXI (Delors et al., 1996)[7],
que subraya la importancia de la educación de la primera infancia,
a partir de la comprobación de que “una escolarización iniciada
tempranamente puede contribuir a la igualdad de oportunidades al ayudar a
superar los obstáculos iniciales de la pobreza o de un entorno social o
cultural desfavorecido, y puede facilitar considerablemente la integración
escolar de los niños procedentes de familias inmigrantes o de minorías
culturales o lingüísticas”.
Tales
comprobaciones han llevado a los gobiernos de algunos países, a empeñarse
en políticas educativas sobre la primera infancia, cada vez más decididas, algunas veces incorporadas a leyes
generales de educación que inician reformas educativas que
prometen ser de gran alcance. Si bien es innegable el importante
desarrollo de este nivel de educación en las últimas décadas, es
necesario establecer matices sobre ese crecimiento.
El
mismo informe recién citado, llama la atención acerca de este aspecto.
“Por desgracia -dice- la educación de la primera infancia está todavía
poco desarrollada en la mayoría de los países, y aunque casi todos los
niños cursan la enseñanza preescolar en los países muy
industrializados, también en ellos queda mucho por hacer.” Delors,
subraya la importancia de la educación en la primera infancia a
partir de la comprobación de que una educación iniciada tempranamente
puede contribuir a la igualdad de oportunidades al ayudar a superar los
obstáculos iniciales de la pobreza o de un entorno social o cultural
desfavorecido.[8]
La
organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO) considera que la educación preescolar (Temprana) es el
“pariente pobre de la enseñanza en la mayoría de las naciones en
desarrollo del mundo”, pese a que están perfectamente demostrados los
beneficios que aporta al desarrollo posterior del niño. “La mejora del
bienestar de la infancia en su más temprana edad debe ser componente
esencial y sistemático de las políticas de educación y reducción de la
pobreza y necesita un mayor
respaldo político” ha declarado su Director General, Koichiro
Matssuura, y agrega que sólo en África subsahariana se necesitarán
entre 2.4 y 4 millones de profesores para universalizar la enseñanza
preescolar y primaria.[9]
La
educación es una de las primeras formas de preparar a los niños para
llegar a ser miembros competentes e integrados de su sociedad, y esta
concepción aparece de una manera implícita
en el apartado (a) del artículo 29 de la Convención sobre los
Derechos de los Niños, aprobada por la Asamblea General de las Naciones
Unidas, el 20 de Noviembre de 1989, y dice: “Los
Estados Partes convienen en que la educación del niño debe estar
encaminada a: desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad
mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades.”[10] La educación temprana promueve el principio de la igualdad, sobre todo cuando ésta se pone al alcance de niños que viven en condición de pobreza, al ofrecerles posibilidades para un desarrollo físico, psíquico, social y emocional pleno. El reto, es lograr tener sociedades razonablemente prósperas, tanto en el mundo en vías de desarrollo como en el desarrollado, con pocas personas viviendo en la pobreza y bajos niveles de violencia que conduzcan a sociedades estables con un alto capital humano y social. Por lo tanto, el tema del desarrollo del niño a edades tempranas, en términos de la política pública, es de suma importancia para favorecer la equidad, promover el desarrollo social y humano en nuestra sociedad e impulsar la competitividad y progreso de los pueblos. También
la educación temprana, llega
a los inicios del Siglo XXI con nuevas concepciones con relación a las
instituciones que ya no se
ven sólo con funciones asistenciales, de guarda y custodia o de preparación
para la escolaridad obligatoria. Esto ha cambiado radicalmente. Hoy se
aspira a que la escuela sea un entorno de aprendizaje, socialización y
estimulación óptima de todas las capacidades. En
sentido general, se aprecia
una evolución en el concepto de considerar a la
institución o escuela infantil,
con una función meramente asistencial o sustitutiva del cuidado
familiar, a la consideración de
nivel preparatorio de etapas superiores, hasta llegar en la actualidad a
un concepto que considera la institución infantil como una importante
fase educativa y de gran importancia para la preparación del niño, en
las siguientes etapas de su vida. En
estas primeras fases de la
vida los niños desde
0 hasta los 6 años de edad establecen las bases para un desarrollo
saludable y armonioso. La realidad existente es que todo niño nace en una
familia cuya situación social, económica y cultural ejerce gran
influencia en su formación, y condiciona en gran medida su futuro
desarrollo físico, intelectual y afectivo. Hoy está claro para la
ciencia, que la educación
infantil deberá compensar y perfeccionar la repercusión que las características
de ese ambiente tienen en su
formación y desarrollo. Todos
los nuevos conocimientos, basados en las investigaciones sobre la
importancia de esos primeros años de la vida, dejan establecido que es
fundamental hacer todo
lo que sea posible por el bien de cada niño, su salud y nutrición, su
crecimiento y desarrollo, su aprendizaje, su felicidad. La
escuela requiere ocuparse con mayor fuerza y efectividad de la estimulación
del desarrollo intelectual del escolar y de la formación de valores,
asegurando el adecuado balance y vínculo instructivo
educativo-desarrollador, de manera que tenga jerárquicamente
cada uno el peso requerido. Es
bien conocida la preocupación a nivel mundial, por diseñar y adecuar los
currículos y los espacios formadores de docentes infantiles,
al cambio y dinamismo que experimentan los distintos enfoques teórico-científicos
en los campos de la pedagogía y psicología infantil,
la medicina y la neurociencias,
la nutrición, comunicación y tecnologías orientadas a potenciar
las posibilidades de desarrollo de niños y niñas. De
ahí que valga la pena desarrollar las concepciones que constituyen pautas
para el desarrollo de los procesos docente-educativos en la Educación
Temprana. Notas: [1]
Mustard, James Fraser, “El comportamiento, la alfabetización y el
desarrollo del niño a edades tempranas”. Conferencia Magistral, San
Nicolás de los Garza, Nuevo León, México,
2006. [2]
Peralta, María Victoria y Fujimoto Gómez, Gaby. “La atención
integral de la primera infancia en América Latina:
Ejes Centrales y desafíos para el Siglo XXI” p.p.41
y 56. OEA,
Santiago de Chile, 1999. [3]
Myers, Robert. “Effects of Stimulation and Psycho-social development
on health and nutritional status: a review” p.p.4 Collection: La
Educación 2000, OEA. [4]
Mustard, J Fraser, “El Comportamiento, la alfabetización y
el desarrollo del niño a edades tempranas “Conferencia Magistral
del 5º. Encuentro Internacional de Educación Inicial y Preescolar,
San Nicolás de los Garza, N.L,2005. [5]
López, Josefina. Op. cit. p.p.2. [6]
Heckman J.J. “ Política de Capital Humano” p.p.12 Buró Nacional
de Investigaciones Económicas. Informe de Trabajo 9495, 2003. Citado
por Mustard J.F. [7]
Delors, Jaques. “La educación encierra un tesoro” p.p.36. UNESCO,
París 1996. [8]
Fujimoto Gómez, Gaby. Las Políticas en desarrollo infantil Temprano:
Diagnostico, estudios recientes
y aportes de la no escolarización
p.p.5 OEA, Santiago de Chile, 2000. [9]
Boletín
Informativo No. 7.p.p.14 UNESCO, París, 2003, [10] Convención sobre los Derechos de los Niños. Aprobada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948. |
Dra.
María Guadalupe Rodríguez Martínez
cendi@prodigy.net.mx /
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