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La narración como una de las bellas artes
por Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com

 

"Todas las artes contribuyen a la

más grande de todas las artes:

el arte de vivir."

Bertolt Brecht

 

Este collage de citas nace a partir de mi reflexión sobre las narraciones de la escritora y pintora Nuria Calvo Fajardo, publicadas en su libro: Cuentos Agridulces (B.B.B. Producciones, San José, 2015). El diseño de la portada e ilustraciones interiores del libro son obra de la misma autora.

Quienes han leído Una habitación propia (Seix Barral, Barcelona, 1997), recordarán que casi al final del ensayo, Virginia Woolf nos confiesa que en lugar de “la centésima quincuagésima vida de Napoleón o el septuagésimo estudio sobre Keats y su uso de la inversión miltoniana”, ella preferiría leer la historia verdadera de una muchacha que trabaja como vendedora en una tienda. En resumen, a lo largo de todo el ensayo, la autora nos estimula a escribir, a narrar historias que hasta ahora no han sido contadas, y agrega:

“Os he dicho... que Shakespeare tenía una hermana; pero no busquéis su nombre en la vida del poeta escrita por Sir Sydney Lee. Murió joven…y, ay, jamás escribió una palabra. Se halla enterrada en un lugar donde ahora paran los autobuses, frente al ‘Elephant and Castle’. Ahora bien, yo creo que esta poetisa que jamás escribió una palabra y se halla enterrada en esta encrucijada vive todavía. Vive en vosotras y en mí, y en muchas otras mujeres que no están aquí esta noche porque están lavando los platos y poniendo a los niños en la cama. Pero vive; porque los grandes poetas no mueren; son presencias continuas; sólo necesitan la oportunidad de andar entre nosotros hechos carne. Esta

oportunidad, creo yo, pronto tendréis el poder de ofrecérsela a esta poetisa. Porque yo creo que si vivimos aproximadamente otro siglo –me refiero a la vida común que es la vida verdadera, no a las pequeñas vidas separadas que vivimos como individuos– […] entonces, llegará la oportunidad y la poetisa muerta que fue la hermana de Shakespeare recobrará el cuerpo del que tan a menudo se ha despojado. Nacerá extrayendo su vida de las vidas de las desconocidas que fueron sus antepasadas como su hermano hizo antes que ella. En cuanto a que venga si nosotras no nos preparamos, no nos esforzamos, si no estamos decididas a que, cuando haya vuelto a nacer; pueda vivir y escribir su poesía, esto no lo podremos esperar, porque es imposible. Pero yo sostengo que vendrá si trabajamos por ella, y que hacer este trabajo, aun en la pobreza y la oscuridad, merece la pena.

Pues bien, yo creo que Nuria Calvo se tomó muy en serio las palabras de Virginia Woolf y por eso decidió escribir y publicar estos relatos que contienen algo valiosísimo: las historias y experiencias de seres anónimos. Ya en el prólogo nos enteramos de que “Cada relato está construido sobre un hecho real retocado con pinceladas de fantasía”; y que escuchó la mayoría de las historias agridulces durante el ejercicio de su profesión como trabajadora social. También nos dice que a partir de esas experiencias ha pensado mucho en el dolor y en cómo se puede enfrentar el sufrimiento de la vida.

Líneas abajo la cuentista nos recuerda el concepto de resiliencia: “Esa capacidad de los metales como el hierro para soportar presiones y golpes sin quebrarse, que también se aplica a los seres vivos cuando logran superar la adversidad”; y recapitula el término indicando que: “En el caso humano se refiere a quienes logran cicatrizar las heridas del alma y salir adelante conservando la nobleza del espíritu y la emoción de vivir.”

A partir de lo anterior yo también he decidido narrarles una historia que está basada en mis experiencias como lectora y espero, al final de mi relato, lograr que se comprendan las razones y pasiones que me llevan a relacionar los cuentos de Nuria Calvo con lo expresado por Walter Benjamín, a quien declaro: mi amante literario, como llama Ling Yutang a esos escritores por los que sentimos una profunda afinidad espiritual. 

Yutang dice que el amante literario “Es como el amor a primera vista. No se puede decir al lector que ame a éste o aquel autor: pero cuando ha encontrado el autor que ama, lo sabe por una especie de instinto.”La importancia de vivir (Sudamericana, Buenos Aires, 1941).Mucho de eso me sucedió con Walter Benjamin: “un escritor nato que tenía la gran ambición de producir una obra compuesta enteramente de citas” (…”he was a bornwriter, buthisgreatestambitionwasto produce a workconsistingentirely of quotations”), como nos relata su amiga Hannah Arendt en un bello ensayo, sobre la vida y obra de Benjamin, que se popularizó como:“El pescador de perlas”;publicado en el libro de Arendt que lleva por título Men in dark times (Ebook, Houghton Miflim Publishing, New York, 1995).

Además, en El libro de los pasajes (Edición de Rolf Tiedemann, Akal, Madrid, 2004)la última e inconclusa obra de Benjamin, nos dice su Editor: “Ciertamente hay numerosas reflexiones teóricas e interpretativas, pero al final casi parecen querer desaparecer bajo el contingente de citas. El editor ha dudado en más de una ocasión si tendría sentido publicar esta masa de citas, si no haría mejor limitándose a editar los textos benjaminianos, que fácilmente podrían ordenarse en un conjunto legible…Pero, con ello, lo proyectado en El libro de los Pasajes, quedaría más allá de toda intuición. El propósito de Benjamin era unir el material y la teoría, la cita y la interpretación, en una nueva constelación, más allá de toda forma corriente de exposición, en la que todo el peso habría de recaer sobre los materiales y las citas, retirándose ascéticamente la teoría y la interpretación”.

Las personas que han leído mis collages de citas imaginarán la emoción que sentí al leer estos datos sobre Walter Benjamin, a quien citaré mucho en esta ocasión, porque leyendo los Cuentos Agridulces, descubrí que Nuria Calvo bien podría ser calificada por Benjamín como una narradora de las que están en peligro de extinción, pues, en palabras de mi amante literario, la gente capaz de relatar:

“Se ha convertido en una existencia remota que cada vez se nos aleja más […] Cada vez hay menos personas que narran correctamente; y al revés, cada vez más a menudo cunde la timidez en el ambiente si deseamos escuchar una historia. Pareciera que nos han quitado algo demasiado nuestro, la más segura de todas nuestras posesiones: la habilidad de intercambiar experiencias”; como leemos en El narrador: Reflexiones sobre la obra de Nikolai Leskov;ensayo publicado en el libro: La obra de arte en la época de su reproductividad técnica y otros textos; Ebook, Godot, Buenos Aires, 2012).

En 1935, fecha en que Benjamin escribió ese ensayo donde reflexiona sobre las características de la narrativa, él ya vislumbraba lo que empezaba a ocurrir: “la experiencia se ha desvalorizado y pareciera seguir haciéndolo”. Según su opinión ese proceso inició durante la Primera Guerra Mundial, cuando los soldados que regresaban del campo de batalla se volvían más y más silenciosos, porque no se habían enriquecido en experiencias comunicables, sino que les sucedía todo lo contrario.

Y es que, poner en palabras y saber narrar las experiencias traumáticas no es fácil; sin embargo, es un arte que vale la pena cultivar. Benjamin nos dice que “La experiencia transmisible de boca en boca es la fuente de la que todos los narradores se han abastecido. Y entre los que escribieron estas historias, están los grandes escritores cuyas versiones en papel son más fieles a los relatos de muchos narradores anónimos.” Y más adelante agrega: “El narrador toma lo que narra de la experiencia –la suya o la de otros– y lo transforma en experiencia de los que escuchan la historia”.

En el mismo ensayo nos dice: “Si el arte de narrar está en decadencia en mucho se debe a la diseminación de la información. Cada mañana nos enteramos de las noticias del mundo, pero somos pobres en noticias dignas de mención. Esto porque ya ningún hecho se nos aparece sin estar atravesado por la explicación. En otras palabras, en el estado actual de las cosas, prácticamente todo lo que sucede favorece a la información en contraposición a la narración. De hecho, el arte de narrar en mucho consiste en no recurrir a la explicación […] se deja a criterio del lector la interpretación de los hechos, y así la narrativa adquiere una amplitud que la información no posee.”

Por todo lo anterior, estimo de especial importancia la labor realizada por Nuria Calvo en esta obra que tejió con la delicada destreza de la trabajadora social; ella logra transmitirnos las experiencias de vida de personas anónimas que le abrieron su corazón para compartir todo su dolor, pero también las pequeñas cosas que endulzan sus vidas. Parafraseando a Benjamin, la autora de los Cuentos Agridulces nos relata las historias dejando a criterio de quienes leemos la interpretación de los hechos, lo que le da a su narrativa una amplitud más allá de la simple información.

No quiero comentar el contenido particular de cada cuento, porque no deseo romper la magia de lo inesperado. Sin embargo, citaré dos como parte de mi propia narración. Pienso ahora en ese relato titulado: En el infierno, cuya lectura nos permite conocer los motivos por los que una campesina intentó suicidarse. Tentativa que, afortunadamente, resultó fallida; lo que permitió a la potencial suicida entrar en contacto con la trabajadora social que nos narra su historia. Y evoco esa narración en particular porque al leerla no pude evitar recordar a otra mujer y a un hombre que también consideraron el suicidio como la solución a sus problemas y que, a diferencia de la campesina, no encontraron otra salida. 

La mujer a la que me refiero es Virginia Woolf, quien se suicidó en Marzo de 1941, en Sussex, Inglaterra, a la edad de cincuenta y nueve años, buscando escapar de la enfermedad mental que la atormentaba. Y el hombre del que hablo es Walter Benjamin, quien acabó con su vida en Setiembre de 1940, en Port Bou, un pueblo español fronterizo, donde él y otros refugiados judíos que buscaban escapar del nazismo, fueron interceptados por la policía de la dictadura franquista y amenazados con ser enviados a un campo de concentración.

Benjamin se suicidó a los cuarenta y ocho años, en la soledad de un cuarto de hotel, y fue enterrado en el anonimato. Se dice que las personas que viajaban con él lograron alquilar una tumba, pero sólo pudieron pagar el importe para que su cuerpo reposara ahí por unos años. Aún en la actualidad no se ha encontrado el lugar donde descansan sus restos. Cuando imagino las circunstancias de sus últimos días y el dolor con el que estas personas amantes de la vida, al igual que la campesina del cuento, llegaron a la desesperada decisión del suicidio, coincido con las siguientes palabras de Nuria Calvo:

“No por anónimos, no por vulnerables, ni por pobres, sencillos o excluidos de la sociedad los personajes de esta realidad dejan de impactarnos, ni su tragedia deja de tener algún efecto en el conjunto de la sociedad. Su huella imborrable marcará el sendero de las generaciones que vienen atrás, aunque no se registre en el acontecer de titulares y pantallas.”

Esto lo tenía clarísimo Benjamin. En sus Tesis sobre Filosofía de la Historia, publicadas en 1939, nos recuerda que los tesoros de la cultura: “Deben su existencia no sólo al esfuerzo de las grandes mentes y los talentos que los crearon sino también al trabajo arduo y anónimo de sus contemporáneos. No existe documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie”.

Algo de eso es lo que vemos reflejado en el cuento de Nuria Calvo titulado: El Ángel, donde conocemos la historia de Isidora, esa mujer de origen indígena, desplazada del entorno cultural que le resultaba familiar y obligada, por las circunstancias de su vida, a vivir en la Ciudad. Después de muchas desgracias, y pensando en ayudar a sus nietas con las tareas escolares, esa dulce mujer decide ingresar a la escuela nocturna. Al respecto de esta experiencia leemos que Isidora:

“Se sintió extraña aquel primer día al entrar al aula en calidad de estudiante y sentarse en un pupitre con un cuaderno y un lápiz en sus manos por primera vez a sus cuarenta años.

Ahora el mundo de las letras se le revelaba infinito, insospechado y omnipresente en cada calle, en cada papel, en cada artículo de consumo como si le hubieran levantado un hechizo que le impedía mirarlo. Desde el asiento de la ventana en el bus, no paraba de leer y leer cuanto rótulo aparecía ante sus ojos. Luego pasó a leer libros extasiándose con todo lo que le transmitían sus historias. Le parecía increíble que con tan pequeños y torcidos garabatos, se pudieran expresar tantas cosas. Datos, fechas y nombres, se le mezclaban en un revoltijo sin fin y algunas interpretaciones del mundo le resultaban incomprensibles.

Cuando escuchó a su maestra hablar sobre el descubrimiento de América preguntaba por qué los indios, viviendo ellos aquí no se habían adelantado a descubrirla antes que los españoles. Observando que la ropa procedente de los Estados Unidos se llamaba ‘americana’, preguntaba cómo se llamaba la ropa que venía de las otras partes de América, como la que producían los indios. Al principio le costaba identificar en el mapa cuál era el mar y cuál la tierra, así como se le confundían Cristóbal Colón con Abraham Lincoln y Rubén Darío con Simón Bolívar.

Enterarse de la conquista de América le produjo una mayor identificación con su raza. Ahora pasa recolectando historias y tradiciones orales de su pueblo para dejar su constancia en un cuaderno…”

Estas pequeñas y anónimas historias son algunos ejemplos de las narraciones que Virginia Woolf y Walter Benjamin nos estimulan a rescatar, como lo hizo un gran amigo de Benjamin. Me refiero al poeta, dramaturgo y creador del teatro dialéctico: Bertolt Brecht, de quien recuerdo ahora su libro Más de cien poemas (Hiperión, Madrid, 1998), donde encontré excelentes ilustraciones del tema, por ejemplo, su poema: Preguntas de un obrero lector, que comparto de inmediato. Dice Brecht:

“¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?

En los libros figuran los nombres de reyes.

¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedras?

Y la varias veces destruida Babilonia,

¿quién la construyó otras tantas?

En qué casas de la Lima que resplandecía de oro vivían los obreros de la construcción?

¿A dónde fueron, la noche en que se acabó la muralla china, los albañiles?

La gran Roma está llena de arcos del triunfo.

¿Quién los erigió?

¿Sobre quién triunfaron los césares?

¿Tenía Bizancio, tan cantada, sólo palacios para sus habitantes?

Incluso en la fabulosa Atlántida clamaban en la noche en que se la tragó el mar los que se ahogarían llamando a sus esclavos.

 

El joven Alejandro conquistó la India.

¿Él sólo?

César venció a los galos.

¿No llevaba con él un cocinero al menos?

El español Felipe lloró cuando su flota se hundió.

¿Sólo él lloraba?

Federico II venció en la Guerra de los siete años.

¿Quién venció además de él?

 

Cada página una victoria.

¿Quién cocinaba el banquete de la victoria?

Cada diez años un gran hombre.

¿Quién pagó sus gastos?

 

Tantos relatos,

tantas preguntas"

Por cierto que este inquietante poema de Brecht, bien podría tener como epílogo la agudísima reflexión que nos regala Benjamin en su Tesis VII sobre Filosofía de la Historia, donde nos recuerda que los botines culturales tienen un origen que el materialista histórico no puede mirar más que con horror porque –repito la cita–, esos tesoros culturales: “Deben su existencia no sólo al esfuerzo de las grandes mentes y los talentos que los crearon sino también al trabajo arduo y anónimo de sus contemporáneos. No existe documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie”.

Precisamente porque tenía muy claro lo anterior, Benjamin nos propone tomar como propia la tarea de “peinar la historia a contrapelo”, rescatando las experiencias de los seres que fueron vencidos en el proceso de la historia vencedora.

Narrar la historia desde el punto de vista de los vencidos es, en el fondo, “salvar las posibilidades excluidas, pero no eliminadas” (para ponerlo en palabras del sociólogo, jurista y filósofo: Eligio Resta, en cuyos libros –de los que tanto he aprendido y citado en otros collages–, leí por primera vez sobre la obra de Walter Benjamin); porque esas posibilidades que no fueron vencedoras vivirán en la medida en que logremos recuperarlas del olvido y, para ello, contamos con la narración que, aunada a las demás bellas artes, nos permite vislumbrar otros mundos posibles y revalorizar otras experiencias. Esta labor de rescate de historias anónimas y de las "posibilidades excluidas, pero no eliminadas" es la que, a su manera, hace Nuria Calvo, quien lo anuncia en el mencionado prólogo cuando afirma:

“Atender a quienes necesitan ser escuchados narrando episodios difíciles, es confirmar la necesidad de una nueva conciencia que abra paso a la comprensión, la cooperación y la solidaridad con todo lo que nace y vive sobre el planeta, porque cada ser encierra las partes del todo y está hecho del mismo polvo de estrellas que conforma el universo […] Ellos nos recuerdan que tanto en los trillos polvorientos de los precarios con sus ranchos de cartón y lata, como en las adoquinadas calles privadas de las mansiones ostentosas, la vida humana se debate entre los mismos misterios y temores, llora igual las ausencias, vibra de la misma manera con el amor y le hacen sonreír las mismas cosas. Una y otra vez es necesario recordar y remachar que al final compartiremos la misma transmutación para la que fuimos creados e integraremos sin distingos la misma energía que transforma y origina el entorno que nuestros sentidos ven y perciben y quizás también la que no ven ni perciben”.

Gracias, Nuria Calvo, por tus agridulces relatos y por las bellas ilustraciones que acompañan esta cuidada edición. Gracias, en fin, por transmitirnos la experiencia de vida de los seres anónimos que te confiaron su historia. Desde ya, espero tus nuevas narraciones…

 

Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com
 

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