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Cosmopolitismo y ‘Democracia de las Diferencias’
por Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com

 

“La mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original.”

Albert Einstein.

 

Introducción.

El ars poetica de Ernest Hemingway (1899-1961), conocida como la teoría del iceberg, se explica ampliamente a lo largo de su novela Death in the Afternoon (Ebook,  Scribner,  New York, 2002). En uno de los pasajes nos dice el autor:

“Si un escritor de prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede omitir cosas que sabe, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una impresión tan fuerte como si el escritor las hubiese expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de él aparece sobre el agua.” (“If a writer of prose knows enough about what he is writing about he may omit things that he knows and the reader, if the writer is writing truly enough, will have a feeling of those things as strongly as though the writer had stated them. The dignity of movement of an ice-berg is due to only one-eighth of it being above water”).

La prosa para Ernest Hemingway es arquitectura, nunca simple decoración; por ello, las siete partes sumergidas –ésas que sólo conoce quien escribe–, son las que sostienen y dan la fuerte sensación de verosimilitud a quien lee la octava y única parte visible. A continuación pretendo poner en práctica la teoría del iceberg, porque abordaré de la manera más superficial posible los dos conceptos que dan título a este collage. Mi intención no es hacer un artículo científico, de esos que están dirigido al mundo de la Academia; mientras redacto y transcribo las bellas citas que leerás  a continuación, pienso en vos y te imagino una persona llena de curiosidad por temas como el cosmopolitismo, la ‘democracia de las diferencias’ y otros que, ligeramente, saldrán a relucir. Lo haré así porque quiero creer que tu sana curiosidad no te permitirá aceptar sólo mi punto de vista y que, por eso mismo, vas a  profundizar siguiendo las referencias bibliográficas que, a su vez, te llevarán a otras obras cada vez más especializadas; de manera que podrás conocer las siete partes sumergidas en el agua y formar tu propio criterio.

Para animarte en este hermoso viaje de descubrimiento, te regalo estas otras palabras de Hemingway:

“Hay ciertas cosas que no se pueden aprender rápidamente, y para aprenderlas tenemos que pagarlas muy caras, con nuestro tiempo, que es todo lo que poseemos. Estas son las cosas más sencillas y, como hace falta toda una vida humana para conocerlas, el pequeño conocimiento nuevo que cada persona extrae de la vida le resulta muy costoso y es la única herencia que puede dejar y que estará disponible del escritor que le sigue. Pero el escritor que le sigue tiene que pagar siempre cierto porcentaje de su propia experiencia para poder entender y asimilar lo que le llega por derecho de nacimiento y lo que es, a su vez, su punto de partida.” (“There are some things which cannot be learned quickly and time, which is all we have, must be paid heavily for their acquiring. They are the very simplest things and because it takes a man’s life to know them them the little new that each man gets from life is very costly and the only heritage he has to leave. Every novel which is truly written contributes to the total of knowledge which is there at the disposal of the next writer who comes, but the next writer must pay, always, a certain nominal percentage in experience to be able to understand and assimilate what is available as his birth-right and what he must, in turn, take his departure from.”)

Dicho lo anterior, quiero creer que cuando te hablo, pongamos por ejemplo, del primer capítulo de esa bella e interesantísima serie de documentales que lleva por título Cosmos: A Spacetime Odyssey[1], (disponible en distintos sitios de Internet y con traducción a varios idiomas), no te contentarás con disfrutar únicamente del capítulo citado, sino que el entusiasmo te llevará a observar los trece capítulos que componen la totalidad de ese extraordinario programa de divulgación científica presentado por el astrofísico Neil deGrasse Tyson, quien te llevará a recordar la vida de Giordano Bruno (1548-1600), ese astrónomo, filósofo, matemático y poeta que, antes de que existieran los telescopios, cometió el atrevimiento de afirmar que el Universo, al igual que su Dios, era infinitamente más grandioso de lo que sostenían las ideas de la época. Bruno era un amante del conocimiento, quería descubrir todas las partes del iceberg, y eso lo llevó a leer los libros prohibidos por la Iglesia; entre ellos: Sobre la naturaleza de las cosas, escrito más de mil quinientos años antes por Tito Lucrecio Caro (99 – 55 a. C.), poeta y filósofo romano que hablaba de un Universo más grande e ilimitado.

En ese mismo episodio,  Neil Tyson nos cuenta que Giordano Bruno había tenido una visión que lo marcó para siempre: soñó que despertaba en un mundo encerrado dentro de un cuenco envolvente de estrellas –ése era el Cosmos de la época de Bruno– y, aunque experimentó un momento debilitante de terror, se armó de valor para correr el telón que ocultaba una realidad más grande y profunda. Giordano Bruno contó su experiencia con estas hermosas palabras:

“Abrí mis alas confiadas hacia el espacio y me elevé hacia el infinito; dejé detrás lo que otros se esforzaban por ver desde la distancia. Aquí no había arriba ni abajo, no había borde ni centro. Vi que el Sol era sólo una estrella más y las estrellas eran otros soles, todos escoltados por otras tierras como la nuestra. La revelación de esta inmensidad, fue como un enamoramiento.”

Si ya conocías esa historia, sabrás lo que sucedió después: Neil Tyson lo resume diciendo que Giordano Bruno se volvió un evangelista que predicó el evangelio del infinito a través de Europa, asumiendo que otros amantes de Dios aceptarían naturalmente esta visión más grandiosa y gloriosa de su creación, pero no fue así. Sus afirmaciones fueron consideradas una herejía: la Iglesia Católica lo excomulgó, los Calvinistas lo expulsaron de Suiza y los Luteranos de Alemania; en Inglaterra fue ridiculizado por sus pares de la Universidad de Oxford. Al final regresó a Italia, donde cayó en manos de la Inquisición. Después de ocho años de prisión, inclementes interrogatorios y torturas, el 17 de Febrero de 1600 fue condenado a morir en la hoguera. Prosigue Neil Tyson:

“Diez años después del martirio de Bruno, Galileo miró por un telescopio y supo que Bruno tuvo razón todo el tiempo. La Vía Láctea estaba compuesta por estrellas incontables invisibles a simple vista. Y algunas de esas luces en el cielo, de hecho, eran otros mundos. Bruno no era un científico. Su visión del Cosmos fue producto de la intuición afortunada, porque no tenía evidencia que la apoyara, como la mayoría de los supuestos, pudo haber resultado falso. Pero una vez la idea estuvo en el aire, les dio a otros un blanco en qué enfocarse, aunque fuera para desvirtuarla. Bruno vislumbró la vastedad del espacio, pero no tenía idea de la inmensidad impactante del tiempo…”

Comprender la inmensidad del tiempo también es fundamental para tener una mejor perspectiva de los conceptos de cosmopolitismo y democracia de las diferencias; por eso te propongo seguir un rato más con las didácticas explicaciones que se brindan en esa serie de documentales donde podemos observar, gracias a avanzadas técnicas audiovisuales, que si tuviéramos la capacidad de comprimir la Historia del Cosmos en los doce meses de un calendario, para representarlo dentro de lo que podríamos llamar “el Año Cósmico”, la Historia de la Humanidad iniciaría en el último minuto de la noche del 31 de Diciembre de ese año. Como explica Neil Tyson:

“Somos tan jóvenes, en  la escala del tiempo del Universo, que no empezamos a pintar nuestras primeras pinturas sino hasta los últimos sesenta segundos del Año Cósmico; hace apenas treinta mil años. Fue entonces donde se inventó la astronomía, de hecho todos descendemos de los astrónomos. Nuestra supervivencia dependía de saber cómo leer las estrellas para predecir la llegada del Invierno y la migración de las manadas silvestres. Y luego, alrededor de hace diez mil años, empezó una revolución de la forma en que vivíamos. Nuestros ancestros aprendieron a transformar su entorno, domesticaron plantas y animales, cultivaron la tierra y se sentaron. Esto cambió todo. Por primera vez en nuestra historia tuvimos más cosas de las que podíamos cargar. Necesitábamos una forma de llevar un registro de ellas. Alrededor de catorce segundos antes de la medianoche –o hace casi seis mil años–, inventamos la escritura y no tardamos mucho en empezar a registrar algo más que fanegas de grano.

La escritura nos permitió guardar nuestros pensamientos y enviarlos mucho más lejos en el espacio y el tiempo. Las marcas diminutas en tabletas de barro se convirtieron en un medio para derrotar la mortalidad: esto sacudió al Mundo.”

Para que tengamos una mejor idea de la relatividad del tiempo, Neil Tyson continúa ofreciéndonos parámetros de comparación en términos del Año Cósmico:

“Moisés nació hace siete segundos, Buda hace seis segundos, Jesús hace cinco segundos, Mahoma hace tres segundos. No fue sino hasta hace menos de dos segundos que, para bien o para mal, las dos mitades de la tierra se descubrieron entre sí y fue sólo en el último segundo del Calendario Cósmico que empezamos a usar la ciencia para revelar los secretos y las leyes de la naturaleza. El método científico es tan poderoso que en tan sólo cuatro siglos nos ha llevado desde el primer vistazo  de Galileo a otro mundo a través de un telescopio, hasta dejar nuestras huellas en la Luna. Nos permitió ver a través del espacio y del tiempo para descubrir cuándo y dónde estamos en el Cosmos.”

Esa larga transcripción de las palabras de Neil Tyson tal vez te parezca fuera de lugar, con respecto a los temas que dan título a este ensayo; sin embargo, en mi criterio, los temas de cosmopolitismo y ‘democracia de las diferencias’ se comprenden mucho mejor teniendo una amplísima perspectiva de la relatividad del tiempo y del espacio; o sea, recordando en todo momento que la Historia de la Humanidad inició hace sólo unos cuantos segundos cósmicos.

Tomando en cuenta esta escala de medición, si das un  vistazo hacia el pasado, podrás observar la transitoriedad de los diferentes tipos de organización política, social y religiosa que han existido hasta ahora. Por ejemplo: la llamada Edad Media convencionalmente se ubica entre el periodo de tiempo que va del año de la caída del Imperio de Occidente, en el 476 de nuestra era; hasta el descubrimiento de América, en 1492. Pero esos diez siglos son unos poquísimos segundos en el Calendario Cósmico; y a  la inmensa mayoría de personas  que vivieron en esa etapa de la Historia les resultaba imposible imaginar un Universo infinito como el soñado por Giordano Bruno, y pasaron la vida entera pensando que la tierra era plana, y les resultaba difícil imaginar otras formas distintas de organización política, social o religiosa que aquélla en la que estaban inmersas.

Observemos por un momento el tema de las transformaciones religiosas. Como expone el científico y pacifista Albert Einstein (1879-1955) en su libro: Así lo veo yo (Longseller, Buenos Aires, 2005), la evolución de las religiones del temor hacia las religiones de orden moral fue, sin duda, un gran paso para la Humanidad. Sin embargo, a continuación afirma lo siguiente:

“En toda sociedad puede encontrarse otro estadio de experiencia religiosa, si bien no en estado puro. Se denomina Religiosidad Cósmica y no puede comprenderse fácilmente porque no proviene del concepto antropomórfico de Dios… Los mayores genios religiosos fueron y son admirables, por no admitir dogmas ni dioses con similitudes humanas. Por eso, no puede existir una Iglesia que se defina como cósmica, y también serán los herejes de siempre quienes se acerquen más a lo cósmico.”

Independientemente de  que te considerés como una persona teísta, atea, agnóstica o panteísta; te invito a meditar sobre el planteamiento de Einstein quien, en ese mismo libro, se pregunta si los seres humanos de la Religión Cósmica pueden comunicarse entre ellos, a lo que responde:

“Mi explicación es que, para esa comunicación, están el arte y la ciencia. Ellos despiertan el sentimiento de quienes se encuentran dispuestos a recibirlo.”

Éstos y otros argumentos planteados por Einstein son desarrollados a profundidad por el filósofo del derecho Ronald Dworkin (1931-2013) en su libro Religión sin Dios (Ebook, Fondo de Cultura Económica, México, 2015), que tiene como base las Conferencias Einstein, impartidas por el mismo Dworkin en la Universidad de Berna, en Diciembre del 2011. Esta bella y esclarecedora obra –escrita por el jurista en su madurez– resulta de muy fácil lectura, pese a los ambiciosos temas abordados en los cuatro capítulos que se titulan: I. ¿Ateísmo religioso?; II El Universo; III La Libertad religiosa, y; IV Muerte e inmortalidad.

Particularmente interesantes me resultaron las secciones: ¿Cómo podría la belleza guiar la investigación?; ¿qué tipo de belleza sería?; La belleza de la inevitabilidad; y otras donde el autor reflexiona sobre la gran cantidad de puntos de encuentro que existen entre las personas ateas y teístas. Para Dworkin la religión es un concepto mucho más profundo que la idea de Dios; por eso, propone una interpretación más general del principio de libertad religiosa, consagrado por las Declaraciones de Derechos Humanos,   y estima que esa libertad debe interpretarse en la actualidad como un principio más abarcador, que él denomina: derecho a la autonomía ética, que incluye tanto a las personas ateas como teístas.

A lo largo de su libro, Ronald Dworkin hace referencia al pensamiento de Albert Einstein, indicando que, a pesar de que él se declaraba  ateo, también decía ser un hombre profundamente religioso; y al respecto, transcribe la siguiente cita de Einstein:

“El conocimiento de que realmente existe aquello que para nosotros es impenetrable, que se manifiesta en la sabiduría más elevada y en la belleza más refulgente que nuestras torpes facultades sólo pueden comprender en sus formas más primitivas; este conocimiento, esta sensación, se ubica en el centro de la verdadera religiosidad. En este sentido, y sólo en él, me cuento entre las filas de los hombres devotamente religiosos.”

Este científico pacifista y devotamente religioso, en los términos aquí explicados, también encontraba una estrecha relación entre los conceptos de cosmopolitismo y democracia.  En su libro: Así lo veo yo, nos dice lo siguiente:

“El demócrata genuino, como el hombre religioso, no adora a su nación, según la acepción corriente de la palabra adorar.”

Y en otro punto de la citada obra, agrega:

“La democracia es mi ideal político. Cada persona debe ser respetada como tal, y simultáneamente, nadie debería ser idolatrado.”

Muy en consecuencia con esta visión del cosmopolita democrático, que no adora naciones ni personas, Albert Einstein declaró ser un “militante pacifista”. Sobre ese bello oxímoron podrás encontrar un interesante análisis en ¿Por qué la guerra? (Minúscula, Barcelona, 2001), un precioso documento histórico que contiene el intercambio epistolar que sostuvieron Sigmund Freud y Albert Einstein en el año 1932, dialogando en torno al tema de la guerra y sus causas. En la profunda y didáctica introducción titulada: La enemistad, la humanidad, las guerras; nos dice el filósofo y jurista Eligio Resta:

“Ser ‘pacifista militante’, como es sabido, es un oxímoron en el que la metáfora bélica referida a lo militar, al hecho de armarse, al combate, viene aplicada a la paz: equivale a decir ‘hacer la guerra a la guerra’. Einstein usa de manera consciente este oxímoron, no tiene miedo de la ‘mímesis’ que está siempre al acecho y que atrae el código de la paz hacia el interior del código de la guerra: al contrario, tiene la conciencia, arriesgada, de que se puede reducir el código de la guerra a la lógica de la paz. ‘Querer luchar por la paz’ supone una opción decidida, propia de quien piensa que no hay otra forma de interrumpir el círculo vicioso de la violencia y su mimética reiteración.”

De mi parte, el oxímoron “militante pacifista” me lleva de inmediato a otro pacifista, propulsor del cosmopolitismo y la democracia, quien fuera encarcelado a los ochenta y nueve años, por participar en una manifestación antinuclear. Me refiero al  filósofo, matemático y escritor Bertrand Russell (1872-1970)[2]. Si ya tuviste el enorme placer de leer su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de 1950, recordarás varias de las inquietantes cuestiones que planteó a su auditorio; entre ellas, la siguiente pregunta:

“¿Si un hombre le ofrece democracia y otro le ofrece una bolsa de grano, ¿en qué fase del hambre prefiere Usted el grano?”

¡Todo un examen de conciencia!. Su disertación completa aparece publicada en la colección: Discursos Premios Nobel (Ebook, Tomo III, Fundación Común Presencia, Bogotá, 2003). De más está decir que su detenido y metódico razonamiento es digno de completa lectura y análisis. Sin embargo, una vez más, me limitaré a extraer sólo la punta del iceberg de ése agudísimo discurso, específicamente en lo que se relaciona con el temor y las limitaciones que nos impiden abrazar el cosmopolitismo. Al respecto Bertrand Russell se expresó de la siguiente manera:

“Es normal odiar a lo que tememos, y sucede frecuentemente, aunque no siempre, que temamos a lo que odiamos. Pienso que esto puede ser tomado como la norma entre hombres primitivos, que temen tanto como desprecian todo lo que les es desconocido. Ellos tienen su propio grupo, generalmente uno muy pequeño. Y dentro del grupo, todos son amigos, a menos que haya una razón especial para la enemistad. Otros grupos son adversarios potenciales o reales; un solo miembro de ellos que se extravía por accidente será ejecutado. Una comunidad extraña en su conjunto será evitada o combatida según sean las circunstancias. Es este mecanismo primitivo lo que aún controla nuestras reacciones instintivas frente a naciones extranjeras. La persona que nunca ha viajado verá a todos los  extranjeros como el salvaje ve a un hombre de otra tribu. Pero el hombre que ha viajado, o quien ha estudiado política internacional, habrá descubierto que para que su comunidad prospere, él debe, en algún grado, amalgamarse con otras comunidades.”

En ese intenso y hermoso discurso que lleva por título: ¿Qué deseos son políticamente importantes? Bertrand Russell nos ofrece paradigmas sumamente didácticos para comprender el tema del cosmopolitismo y sus obstáculos. Parafraseando sus palabras, él dice que muchas veces consideramos como enemigas a personas de otra región del mundo, hasta que tenemos que unirnos a ellas para luchar contra un enemigo común;  y que si en lugar de considerar como enemigos a los seres humanos alguien pudiera convencernos de que estamos en peligro a causa de los marcianos, seguro sería más sencillo formar un frente común. Claro que la idea de este pacifista no es hacernos creer en marcianos enemigos, lo que él pretende demostrar es que así funciona la rivalidad mimética. Para Bertrand Russell:

“Todo esto, sin embargo, es sólo verdadero en tanto estemos interesados únicamente en las actitudes hacia otros seres humanos. Usted podría considerar la tierra como su enemigo porque ella produce una subsistencia avara. Podría contemplar a la Madre Naturaleza en general como su enemigo, e imaginar la vida humana como una lucha para obtener los mejores recursos de ella. Si el hombre viera la vida de esta manera, la cooperación entre la raza humana será más fácil. Y los hombres podrían ser guiados a ver la vida así, si las escuelas o los  periódicos y los políticos se dedicaran a este propósito”.

El problema, según Russell, es que sucede exactamente lo contrario: lo que nos enseñan en las escuelas, se publica en los medios de comunicación, o se utiliza como discurso político, suele fomentar el patriotismo más nefasto y mezquino, capaz de exacerbar la envidia y la rivalidad mimética entre las personas y los Estados-nacionales.

Si quisieras profundizar en los temas planteados hasta ahora sería genial que buscaras los libros de René Girard (1923-2015), gran exponente de la teoría del deseo como rivalidad mimética  y otras cuestiones relacionadas, entre ellas: las escaladas de violencia que conlleva esa misma rivalidad mimética. Girard también fue un gran estudioso de los mecanismos que fomentan la envidia, el fenómeno del chivo expiatorio y la relación que existe entre la violencia y lo sagrado.

Pero, volviendo al cosmopolitismo y sin necesidad de que entremos en una definición, ya habrás intuido que los ideales cosmopolitas contrastan  con los del nacionalismo y el patriotismo. Por eso, en este punto, quiero introducir el libro Identidades comunitarias y democracia, (compilado por Héctor Silveira Gorski, Trotta, Madrid, 2000), del que citaré a varios de sus autores; iniciando  por el perspicaz argumento que nos ofrece el filósofo del derecho Pietro Barcellona (1936-2013) en su artículo: El vaciamiento del sujeto y la regresión del racismo. Aquí sus palabras:

“El estado moderno neutraliza las diferencias internas y los vínculos de pertenencia comunitaria y proyecta hacia el exterior la instancia de la exclusión del diferente. Basta recordar que la reductio ad uno,  que constituye a su vez un presupuesto del concepto moderno de estado, es expresión de una lógica de la identidad, de la homologación, que tiende a neutralizar las diferencias o, cuando menos, a convertirlas en contingentes y sin embargo igualmente reconducibles a una única medida cuantitativa. Hay algo más que un parecido de familia entre ciertas formas de totalitarismo históricamente experimentado en el Este y en el Oeste y la lógica de la identidad y de la exclusión del otro, del diferente, del extraño. No es casual que cuantos se han interrogado seriamente sobre la posibilidad de reconocer y salvaguardar el ‘ser otro del otro’ han combatido fuertemente la idea de totalidad que anida en las concepciones de la política y del estado modernos.”

La reflexión de Barcellona me parece clarísima y atinente para explicar por qué no resulta casual que grandes pacifistas democráticos de la talla de Albert Einstein y Bertrand Russell abogaron por el cosmopolitismo, frente a la concepción de los Estados-nacionales con su lógica de  separación,  indiferencia, exclusión y rechazo de las personas extrañas o diferentes.

Tampoco resulta casual que en 1992, juristas como Roberto Bergalli, Encarna Bodelón, Luigi Ferrajoli, Wolf Paul, Tamar Pitch, Amadeus Recasens, Eligio Resta, Stefano Rodotà, Alfonso Ruiz y Héctor Silveira, participaran en un taller de estudio celebrado en Oñati (Guipúzcoa), bajo el auspicio del Instituto Internacional de Sociología Jurídica y con la “meticulosa y gentil planeación” de Serena Barkham-Huxley.

En ese taller de estudio se discutieron los aspectos metodológicos y jurídico-políticos en torno al principio de  soberanía de los Estados-nacionales. De ese enriquecedor trabajo en equipo surgió el libro: Soberanía: Un principio que se derrumba (Compilado por Roberto Bergalli y Eligio Resta, Paidós, Barcelona, 1996), en el que convergen las diferentes reflexiones de las y los participantes, en torno al tema. En la introducción, Roberto Bergalli y Eligio Resta, nos dicen:

“…la ilusión de que la soberanía pudiese ser el alma de una civitas máxima, de una comunidad de ciudadanos y que pudiera representar el viejo sueño cosmopolita de la fraternité de la Revolución francesa, parece estar en su crepúsculo según se verifica desde muchos puntos de vista. A la comunidad internacional se le oponen problemas urgentes de auto-regulación que dentro de la jaula de las viejas soberanías no pueden ser resueltos […]  La soberanía se retira de los lugares centrales de la decisión y se transforma en instrumento de emancipación; deviene lugar de reivindicación de autonomías y de igualdades que permiten redescubrir lo que habría podido ser. La soberanía sobre las decisiones de pueblos enteros y, cosa más inquietante, la necesaria soberanía de cada uno sobre su propio cuerpo, ya colonizado con tecnologías impuestas por las necesidades cada vez más fuertes de protagonismo, marcan nuevos desafíos e imponen cambios de lenguaje.”

En el mismo orden de ideas a las que remite la cita anterior, tampoco te resultará casual que, precisamente en ése libro, Eligio Resta inicie su artículo: La violencia ‘soberana’, con las palabras de otro cosmopolita, democrático y pacifista, contemporáneo de Albert Einstein y Bertrand Russell. Me refiero al jurista Hans Kelsen (1881-1973), quien expresó estas categóricas palabras:

“El concepto de soberanía debe ser absolutamente superado. Éste es el gran cambio cultural que necesitamos.”

Luego, comenta Eligio Resta:

“Esta afirmación que H. Kelsen puso como conclusión de sus escritos dedicados a Das Problem der Souveränitädt (1920) es muy comprometida; no obstante, resulta ser central en el ámbito de una compleja reflexión sobre aquella civitas maxima que constituyó el nudo político del nuevo derecho internacional y también un presupuesto irrenunciable del pacifismo.

Sin la superación del dogma de la soberanía de los Estados no se podrá plantear seriamente el problema del pacifismo. Sólo por un cierto periodo de tiempo, más o menos largo, la humanidad, dice Kelsen, se dividió en Estados; pero no se ha dicho que así deba serlo por siempre. El Estado surge como un producto relativo de un tiempo histórico bien definido, el cual coincide con este tiempo convencionalmente denominado ‘modernidad’. Superar el dogma de la soberanía ha de ser en este momento la ‘tarea infinita’ que una cultura jurídico-política debe realizar esforzadamente.”

Aquí vale detenernos un instante para recordar lo expresado arriba, respecto a la joven historia de la Humanidad, en relación a la más antigua Historia del Cosmos, para no perder de vista que este tiempo que convencionalmente llamamos ‘Modernidad’ implica menos de dos segundos en la escala del Calendario Cósmico, y quienes hemos vivido bajo la organización político-social de los Estados-nación, al menos deberíamos evitar la miopía que impidió ver más allá de sus propias narices a las y los contemporáneos de Giordano Bruno. De esta manera no nos resultarán descabelladas las idea de juristas como Hans Kelsen y de las personas que, al igual que él,  estamos de acuerdo con su afirmación de que la Humanidad se ha dividido en Estados sólo por un periodo de tiempo que podrá durar más o menos, pero no para siempre; tal y como sucedió con la llamada ‘Edad Media’ y  con las ideas de que la Tierra, además de plana, era el centro del Universo.

¿Por qué me parece tan importante tener claro este asunto de la transitoriedad y el relativismo de las organizaciones sociales, políticas y hasta religiosas?  La mayoría de mis razones las expuse en aquel collage de citas que titulé: Mi Utopía; publicado en la Revista Cultura e Diritti (Pisa University Press, Año III, Número II, 2014); así que ahora, repito, me limitaré a exponer sólo la parte de ese iceberg que concilia al cosmopolitismo con la ‘democracia de las diferencias’; o sea, a los dos temas que abordaré en los siguientes apartados.

Cosmopolitismo:

En su artículo La conquista de América y la doctrina de la soberanía exterior de los Estados (también publicado en Soberanía: Un principio que se derrumba) y, muy especialmente, en ese otro titulado: De los derechos del ciudadano a los derechos de las personas (publicado en: Identidades comunitarias y democracia), el jurista Luigi Ferrajoli sostiene que los derechos de ciudadanía –el derecho de residencia y el derecho de circulación–, deben ser extendidos a todos y cada uno de los habitantes del planeta; de manera que dejen de ser derechos reservados a la ciudadanía y pasen a ser derechos de las personas, independientemente de su lugar de nacimiento. A lo anterior, añade:

“Tomar en serio estos derechos significa hoy tener el valor de desvincularlos de la ciudadanía como ‘pertenencia’ (a una comunidad estatal determinada) y de su carácter estatal. Y desvincularlos de la ciudadanía significa reconocer el carácter supra-estatal –en los dos sentidos de su doble garantía constitucional e internacional– y por tanto tutelarlos no sólo dentro sino también frente a los estados, poniendo fin a ese gran apartheid que excluye de su disfrute a la gran mayoría de género humano contradiciendo su proclamado universalismo.”

Luigi Ferrajoli tiene claro que la cuestión de la pobreza en los países subdesarrollados no se resuelve por el simple hecho de abrir las fronteras de los llamados países privilegiados, sino, más bien: “dando soluciones en aquellos mismos países a los problemas de su desarrollo.” Pese a ello, también considera que Occidente no enfrentará con seriedad esos problemas si no empieza a sentirlos como propios, lo que no sucederá hasta que sienta la presión demográfica de las poblaciones hambrientas que están presionando sus fronteras.

Como sostiene este autor, la experiencia ha demostrado que los derechos fundamentales no caen del Cielo, sino que se afirman cuando la presión de las personas excluidas se vuelve irresistible ante las puertas de las incluidas. Además, nos recuerda el nexo que existe entre los derechos fundamentales y la paz, según queda expresado en la Declaración Universal de 1948.  Para Luigi Ferrajoli:

“En la actualidad nuestra cultura ha olvidado los orígenes poco luminosos de la ilustración jurídica y de los derechos universales. Aquellos derechos –peregrinandi, migrandi, degendi–  fueron proclamados como iguales y universales en abstracto aún cuando eran concretamente desiguales y asimétricos en la práctica, por ser inimaginable la emigración de indios hacia Occidente, y servían para legitimar la ocupación colonial y la guerra de conquista de mundos nuevos por parte de nuestros jóvenes estados nacionales. Hoy la situación se ha invertido. La reciprocidad y la universalidad de aquellos derechos ha sido negada. Los derechos se han convertido en derechos de ciudadanía, exclusivos y privilegiados, a partir del momento en que se trató de tomarlos en serio y de pagar su coste…”

Más adelante, en el mismo artículo, escribe  estas alentadoras palabras que me animan, entre otras razones,  porque creo con Fernando Birri y Eduardo Galeano, que las utopías sirven para caminar. Dice Luigi Ferrajoli:

“No niego que semejante perspectiva de universalización tiene hoy el sabor de la utopía jurídica. Pero la historia del derecho es también una historia de utopías (mejor o peor) convertidas en realidad. Ésta, en todo caso, después de la caída de los muros y después del fin de los bloques, podría ser la exigencia más importante que proviene hoy de cualquier teoría de la democracia que sea consecuente con la doctrina de los derechos fundamentales: alcanzar –sobre la base de un constitucionalismo mundial ya formalmente instaurado a través de las convenciones internacionales mencionadas, pero de momento carente de garantías –un ordenamiento que rechace finalmente la ciudadanía: suprimiéndola como status privilegiado que conlleva derechos no reconocidos a los no ciudadanos, o, al contrario, instituyendo una ciudadanía universal; y por tanto, en ambos casos, superando la dicotomía “derechos del hombre/derechos del ciudadano’ y reconociendo  a todos los hombres y mujeres del mundo, exclusivamente en cuanto personas, idénticos derechos fundamentales.”

Una cita textual tan clara no amerita mayores comentarios. Lo que sí me parece importante indicar es  que no todos los juristas creen que la solución a la crisis de los Estados-nacionales se encuentra en un cosmopolitismo basado en el constitucionalismo mundial al que hace referencia Luigi Ferrajoli.

A pesar de que existen varias soluciones alternativas, en vista de que estoy aplicando la teoría del iceberg de Hemingway, me limitaré a  contarte que el cosmopolitismo que podríamos llamar ‘universalista’ ha recibido las críticas de quienes abogan por el ‘pluriversalismo’. Esto lo explica muy bien el jurista y filósofo Danilo Zolo, en su libro Cosmópolis perspectivas y riesgos de un gobierno mundial (Paidós, Barcelona, 2000) obra digna de lectura completa, al igual que todas las citadas; sin embargo, no será de ahí de donde extraeré los argumentos expuestos por Danilo Zolo, porque también existe una entrevista, posterior a la publicación del libro, donde el autor sintetiza muy bien sus puntos de vista con respecto al tema en cuestión (Entrevista a Danilo Zolo realizada por Pablo Rodenas Utray,  en Internet, bajo el título: Universalismo y ‘Pluriversalismo’ ante el nuevo orden mundial).

En esa interesante conversación, Pablo Rodenas le pregunta al entrevistado: “¿En dónde residirían en la actualidad los peligros de un ‘cosmopolitismo’ atemperado, policéntrico, deliberativo? ¿Cuáles son los principales argumentos de su crítica actual a un ‘globalismo’ político-jurídico de aspiraciones civilizadas, razonables y equitativas? ¿Por qué esa perspectiva constructivista habría de ser antirrealista?”  Y éste responde que existen dos filosofías sobre el orden internacional y mundial:

“Una que apunta a la unificación, a la homologación, a la simplificación de los universos simbólicos y de valores y que se ilusiona con que la unidad del mundo pueda, eo ipso, realizar la paz, la justicia, el progreso y la felicidad.”

Esa visión es considerada por Danilo Zolo como elemental, simplista, infantilmente teológica y monoteísta, en un sentido weberiano. Agrega que el ideal de los unificadores del planeta es el universalismo, y entre ellos cita a Kant, Kelsen, Habermas, Beck y, en general, a los llamados Western globalist para quienes la condición de la supervivencia de la humanidad sólo es posible a través de esta unificación ética y política del planeta.

Por otra parte, continúa Danilo Zolo:

“Existe otra visión del mundo que considera el pluralismo, la diferencia, la confrontación entre la diversidad, la complejidad, como un precioso patrimonio evolutivo de la experiencia humana.”

Danilo Zolo propone llamar ‘pluriversalismo’ al ideal de los defensores de la complejidad, quienes ven en el gobierno mundial el más grande peligro para las relaciones internacionales y, más adelante, agrega:

“Los partidarios de la complejidad se han opuesto al uso arbitrario de la fuerza por parte de las grandes potencias occidentales y se esfuerzan por lograr la interacción pacífica entre las diferentes civilizaciones y culturas, por defender la enseñanza del pluralismo y el relativismo de los valores, de su carácter histórico, dinámico y evolutivo, en nombre de un weberianismo ‘politeísta’ de los universos simbólicos […] Se trataría de pensar en una especie de policentrismo macroregional que reproduzca sobre el plano político y normativo la variedad de las civilizaciones y culturas continentales. Si se tiene en cuenta la parálisis de las Naciones Unidas y la actual ausencia de perspectivas de un derecho internacional que pretenda una directa eficacia ‘supranacional’, entonces es necesario abandonar toda ilusión universalista y cosmopolita y trabajar  por un orden mundial que se funde sobre la tutela de la diversidad y sobre la promoción de la interacción, también normativa, entre diversas culturas continentales.”

No tengo la posibilidad de pronosticar cual de las dos filosofías expuestas por Danilo Zolo será la que se afirme en los próximos segundos o minutos de eso que Neil Tyson llama el Calendario Cósmico. Sin embargo, desde mi punto de vista, los argumentos esgrimidos por quienes defienden el ‘plurivesalismo’, la complejidad, la diversidad, la interacción pacífica entre diferentes civilizaciones, el relativismo de los valores así como su carácter histórico, dinámico y evolutivo, ofrecen perspectivas dignas de ser consideradas por quienes defienden un cosmopolitismo político-jurídico  dialogante y deliberativo de aspiraciones civilizadas, equitativas, atemperadas y policéntricas.

En otras palabras, me parece que el diálogo entre ‘universalistas’ y ‘pluriversalistas’ no sólo es enriquecedor para ambas filosofías del mundo sino que, idealmente, podría ser abordado en términos parecidos a los que utilizó Ronald Dworkin en su libro Religión sin Dios, pues, en mi criterio, este autor logra demostrar que en realidad existen más puntos de convergencia que de divergencia entre ateos y teístas; partiendo, por supuesto, de una base de tolerancia y respeto hacia ambas perspectivas. Y me parece que los argumentos y la enriquecedora dialéctica entre pluriversalistas y universalistas, hará cada vez  más factible la comprensión y puesta en práctica de la llamada ‘Democracia de las diferencias’ como esa ‘nueva Politeia’ que, en mi criterio, permitiría la convivencia, si no ideal, al menos más pacífica, tolerante, respetuosa y cosmopolita.

Somos un medio para que el

Cosmos se conozca a sí mismo.”

Carl Sagan.

Democracia de las diferencias:

En conversación con Isabel Ducca Durán, socióloga y profesora de ciencias del lenguaje, me decía que para comprender mejor eso que llamamos Democracia habría que ponerle  apellido a cada una de las democracias a las que  estemos haciendo referencia; de manera que, por ejemplo, el nombre y apellido completos de la antigua democracia griega sería: Democracia Esclavista, puesto que, como sabemos,  se sustentaba en el trabajo de seres humanos esclavos y excluía tanto a  las mujeres griegas como a las personas extranjeras. Isabel Ducca considera que el  apellido de lo que actualmente llamamos Democracia es: Capitalista, y agrega que no es lo  mismo vivir en una democracia capitalista del primer mundo que en otra, con el mismo nombre y apellido, situada en un país neocolonial del tercer mundo.

Inspirada en esa idea pensé que tampoco es lo mismo vivir en una Democracia de la Identidad que en una Democracia de las Diferencias. Y como pretendo seguir utilizando la teoría del iceberg de Ernest Heminway, a la que hice alusión en la primera parte de este collage de citas, me limitaré a recordarte que la Democracia de la Identidad es la típica de los Estados-nacionales conformados a través de la separación, la exclusión, la indiferencia y el rechazo de todo ser humano que no cumpla con los requisitos de una identidad nacional; mientras que la Democracia de las Diferencias es el tipo de democracia que requerimos actualmente, en vista de los nuevos fenómenos migratorios que llevan a la convivencia de seres humanos provenientes de etnias y culturas distintas.

También te recuerdo algunas ideas que expuse ligeramente en aquel collage que titulé: El juego de las palabras, donde te adelanté que Héctor Silveira Gorski,  en su artículo: Desarraigo y democracia de las diferencias (publicado en: Soberanía un principio que se derrumba; op. cit.); expresa que los nuevos fenómenos migratorios, en la era global, son de los más importantes desafíos a la convivencia en el siglo XXI, y es por ello que el autor propone una nueva politeia, o sea, una forma de gobierno que esté fundamentada en las diferencias y no en una identidad específica. Para este filósofo, se trata de poner en práctica “…un nuevo marco sociopolítico en el que tengan cabida y se respeten las diferencias étnicas, culturales, sexuales, etcétera.” Así, la democracia de las diferencias sería lo opuesto a la llamada democracia de la identidad, teorizada en el marco de los Estados-nación que forman su voluntad política utilizando, como uno de sus presupuestos de hecho, la homogeneidad cultural. Continúa Silveira Gorski:

“El punto de partida para una sociedad multiétnica y multicultural pasa por el reconocimiento de que en la sociedad actual existen, además de prejuicios sociales muy profundos hacia los otros –el otro extranjero, la otra gitana, el otro homosexual, etc.–, unas limitaciones objetivo-estructurales concretas,  las cuales están determinadas por el tipo de relaciones sociales existentes en las sociedades capitalistas occidentales. […] El hecho de que las relaciones entre las personas en las sociedades occidentales capitalistas se establezcan principalmente a través del dinero (la economía dineraria) y del derecho (el universalismo jurídico) destruye toda articulación posible de la identidad y de la diferencia. Es muy difícil avanzar hacia una convivencia no violenta con los otros extranjeros en el marco de una sociedad regida por la lógica del beneficio, el egoísmo y el individualismo, en la cual los otros, más allá de nuestro entorno familiar-social más inmediato, no son más que unos extraños.”

El mismo autor nos informa que, para iniciar este encuentro con personas de etnias y culturas distintas, algunas feministas, entre ellas Seyla Benhabib, proponen una teoría de la moral universalista e interactiva, en contraste con las teorías morales universalistas, pero sustitucionalistas, de la tradición occidental;  y en ese artículo explica ambas teorías de la siguiente manera: “El universalismo sustitucionalista no contempla la identidad concreta del otro, sino una identidad abstracta construida a partir de la identificación de un grupo específico de sujetos (adultos, blancos, varones, propietarios o al menos profesionales) como el caso paradigmático de los humanos como tales. En cambio, el universalismo interactivo parte del otro concreto, y considera a todos y cada uno de ‘los seres racionales como un individuo con una historia, una identidad y una constitución afectivo-emocional concretas’.”

Aquí vale hacer un alto para retomar algunos temas importantes…¿recordás que en la primera parte de este collage te conté que existen dos filosofías sobre el orden internacional y mundial? Sí: el universalismo y el pluriversalismo. También te adelanté que, desde mi punto de vista, el diálogo entre universalistas y pluriversalistas es enriquecedor para ambas filosofías del mundo y que, idealmente, podría ser abordado en términos parecidos a los que utilizó Ronald Dworkin en su libro Religión sin Dios, porque, en mi criterio, ese jurista demostró que –partiendo de una base de tolerancia y respeto hacia ambas perspectivas–, en realidad existen más puntos de convergencia que de divergencia entre ateos y teístas.

También señalé que, para mi, la dialéctica entre pluriversalistas y universalistas haría más factible la comprensión y puesta en práctica de la llamada Democracia de las diferencias. Pues bien, creo que el esfuerzo que vienen desarrollando feministas como Seyla Benhabib, van encaminados en ese sentido…¿Por qué? Porque su propuesta de universalismo interactivo es la que encuentro más cercana y compatible con la visión del mundo que Danilo Zolo llama: pluriversalismo; la cual, como cito en la primera parte, considera al pluralismo, la diferencia, la confrontación entre la diversidad y la complejidad como un valioso patrimonio evolutivo de la experiencia humana.

Con Seyla Benhabib quiero detenerme especialmente en su libro: Las reivindicaciones de la cultura: Igualdad y diversidad en la era global (Ebook, Katz Editores, Buenos Aires, 2011), donde ella amplía ambos conceptos de universalismo, explicando que: “Las teorías morales sustitucionalistas consideran a los individuos como otros generalizados, no concretos…El universalismo interactivo, por el contrario, acepta que todos los seres morales capaces de sensibilidad, habla y acción son socios morales de conversación en potencia. […] De acuerdo con el universalismo interactivo, puedo aprender quién es (son) el (los) otro (s) sólo a través de sus relatos de autoidentificación. La norma de respeto universal me impone participar en la conversación en la medida en que uno es considerado como un otro generalizado, aunque puedo tomar conciencia de la otredad de los otros, de aquellos aspectos de su identidad que los convierte en otros para mí, sólo a través de sus propios relatos. Y debido a que los relatos culturales (que abarcan relatos lingüísticos, étnicos y religiosos, así como territoriales y regionales) son cruciales para la constitución narrativa de las autoidentidades individuales, dichos procesos de universalismo interactivo son también cruciales en las sociedades multiculturales…”

Coincido con Seyla Benhabib, entre otras razones, porque no está de acuerdo con las teorías de la inconmensurabilidad fuerte, según las cuales no habría manera de encontrar diálogo entre diferentes.  Para la autora, que es una de las principales voces en los actuales debates filosófico-políticos sobre la diferencia, el feminismo y el multiculturalismo:

“…La inconmensurabilidad radical y la intraductibilidad radical son nociones incoherentes, pues para ser capaces de identificar un patrón de pensamiento, un lenguaje –y, podría agregarse, una cultura– como los sistemas humanos de acción y significación complejos y coherentes que en verdad son, deberíamos al menos primero reconocer que los conceptos, las palabras, los rituales y los símbolos en estos otros sistemas poseen un sentido y una referencia pasibles de seleccionarse y describirse de manera inteligible para nosotros; es decir, por ejemplo, como conceptos en sí y no como meras exclamaciones. Si la intraducibilidad radical fuese válida, no podríamos ni siquiera reconocer el otro conjunto de enunciados como parte de un lenguaje, como una práctica que está más o menos regida por reglas y es compartida en formas bastante predecibles. Si las culturas fueran tan radicalmente divergentes, no podríamos aislar las actividades humanas complejas como totalidades inteligibles y coherentes, con sus mitos, rituales y símbolos, y describirlas como una ceremonia matrimonial, una celebración o una plegaria.”

Tener clara la posibilidad de comunicación entre personas de diferentes culturas, sexos, religiones, etcétera, es abrir nuestra mente a la idea de que la convivencia multicultural es posible; creer en la intraducibilidad y la inconmesurabilidad fuerte o radical, es negar esa posibilidad de raíz. Como explica Seyla Benhabib en el apartado de su libro que lleva por título La narratividad y el sí mismo: “Ser y convertirse en un sí mismo es insertarse en las redes de interlocución; es saber cómo responder cuando se es interpelado y saber cómo interpelar a los demás…En términos estrictos, jamás nos insertamos realmente, sino que nos vemos arrojados en estas redes de interlocución, en el sentido heideggeriano de ‘arrojamiento’ como Geworfenheit: nacemos en redes de interlocución o redes narrativas, desde relatos familiares y de género  hasta relatos lingüísticos y los grandes relatos de la identidad colectiva. Somos conscientes de quiénes somos aprendiendo a ser socios conversacionales en estos relatos. Aunque no escogemos estas redes en cuyas tramas nos vemos inicialmente atrapados, ni seleccionamos a aquellos con los que deseamos conversar, nuestra agencia consiste en la capacidad para tejer, a partir de aquellos relatos, nuestras historias individuales de vida”.

Su libro está colmado de ejemplos, reflexiones y extensas referencias bibliograficas al respecto de éste y otros temas vinculados a los retos que impone la convivencia pluricultural y, por supuesto, lo mejor que puedo hacer es recomendar su lectura completa; porque, ya lo sabés, este collage es sólo la punta del iceberg. Por eso, lo dejo hasta aquí, para continuar con la democracia de las diferencias y reiterar lo fundamental de la propuesta que nos hace Héctor Silveira, o sea: la idea de que podamos construir un marco tanto político como social con principios y valores que otorguen espacio a las diferencias, pero donde la diversidad no implique ninguna forma de exclusión ni discriminación. Para ello, el autor nos propone dos grandes temas de estudio:  a) Pensar la alteridad desde sus raíces; y, b) Eliminar el mal de la violencia racista en la sociedad. Dos aspectos sobre los que daré mis actuales puntos de vista, invitándote, como siempre, a cuestionarlo todo y formar tu propio criterio.

A) Pensar la alteridad desde sus raíces:

Silveira Gorski nos recuerda que la persona extranjera es la que no forma parte del grupo familiar, étnico, tribal, territorial o cultural; por eso puede terminar siendo confundida con la persona enemiga y la hereje. Además, según como sea catalogada por el grupo social del que no forma parte, puede ser aceptada o rechazada. El mismo autor agrega que el rechazo de este tipo de personas aumenta en periodos de crisis económicas y sociales, en los que se les convierte en chivos expiatorios, aunque no sean la causa directa de los problemas, y hace referencia a la obra: Sociología, de Anthony Giddens, para recordarnos que el fenómeno del chivo expiatorio se da cuando transferimos nuestros sentimientos de hostilidad, cólera y agresión, sobre otras personas que no son las causantes directas de nuestras ansiedades.

En este punto deseo agregar que una de las cosas que más ha llamado mi atención es el hecho de que, en democracia de la identidad típica de los Estados-nacionales, las personas extranjeras y las mujeres, todas las mujeres sin importar su etnia–, tienen mucho en común. Al respecto encontré amplias investigaciones y referencias bibliografícas en la mayoría de las obras que componen ambas partes de este collage; sin embargo, una vez más, me limitaré a exponer la octava parte que sobresale a la superficie del agua, con el deseo de que esta pequeña fracción te lleve a  profundizar en las obras citadas para descubrir, por tus propios medios, las  siete partes sumergidas; y que, en mi concepto, permiten comprender mucho mejor por qué es importante estudiar a migrantes y mujeres como dos de los principales grupos que ponen en cuestión el asunto de pensar la alteridad desde sus raíces.

Sirva lo anterior para introducir una de las obras más esclarecedoras  al respecto. Me refiero al libro Contro il decoro: L’uso político della pubblica decenza (Ebook Laterza, Bari, 2013), [Contra el decoro: el uso político de la decencia pública];  donde la filósofa y socióloga Tamar Pitch escribe: “El miedo a los inmigrantes tiene en común con el miedo a las mujeres esto: que se dirige a sus cuerpos. Migrantes y mujeres tienen cuerpos ‘pesados’, cuerpos de los que no es fácil liberarse, que no se pueden meter entre paréntesis. Cuerpos que a través de los colores, los olores, los gestos, los vestidos, contienen las huellas evidentes del entretejido entre biología e historia, naturaleza y cultura”. (“La paura dei migranti ha in comune con la paura delle donne questo: che si indirizza sui loro corpi. Migranti e donne hanno corpi ‘pesanti’, corpi di cui non è facile liberarsi, che non si possono mettere tra parentesi. Corpi che atraverso i colori, gli odori, i gesti, i vestiti, portano le tracce evidente dell’intreccio tra biología e storia, natura e cultura”).

Me parece que el mejor desarrollo y comentario al párrafo anterior lo realiza Seyla Benhabib en el mencionado libro Las reivindicaciones de la cultura: Igualdad y diversidad en la era global; específicamente en el capítulo que lleva por título El multiculturalismo y la ciudadanía de género; y como éste es un collage de citas no te sorprenderá que pase directamente a trascribir las palabras de Benhabib para quien:

“Las mujeres y sus cuerpos son sitios simbólico-culturales sobre los que las sociedades humanas inscriben su orden moral. En virtud de su capacidad de reproducción sexual, las mujeres median entre la naturaleza y la cultura, entre la especie animal a la que todos pertenecemos y el orden simbólico que nos convierte en seres culturales.” Como explica la autora, desde que Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo, la teoría feminista ha analizado las razones  por las que esta función de mediadoras entre la naturaleza y la cultura “las convierte a su vez en objeto de añoranza y temor, deseo y huida.”

Seyla Benhabib nos recuerda además que tanto la pérdida como el desarraigo y la mezcla de culturas, frecuentemente se presentan en términos sexualizados; por ejemplo, las personas fundamentalistas  afirman que su propia cultura ha sido ‘violada’, cuando sienten que se les ha impuesto nuevas costumbres y hábitos. Además, la intermixtura cultural frecuentemente se describe como mestizaje; y  agrega: “El uso de estas metáforas no es casual: los movimientos fundamentalistas conocen muy bien los profundos resquicios de la vulnerabilidad psíquica que están pulsando al usarlas…”.

Lo que no quieren decir esos movimientos fundamentalistas es que también, en un sentido positivo y afirmador de la vida, los mestizajes son vitales para la Humanidad en su conjunto. Al respecto estoy más que de acuerdo con lo expresado por el filósofo Fernando Savater, en su libro El valor de Educar (Ariel, Barcelona, 2004), donde nos dice que nuestras raíces implican “Lo que ningún grupo, cultura o individuo puede reclamar como exclusiva ni excluyentemente   propio, lo que tenemos en común”   porque, como explica el autor de ése libro que tanto me gusta: nuestras raíces más propias son las que nos distinguen de otros animales. Por ejemplo: el uso del lenguaje y los símbolos, la disposición a ser racionales, recordar el pasado y preveer el futuro, tener conciencia de la muerte, nuestro sentido del humor y otras que nos hacen semejantes y que, al mezclarse, enriquecen las diferentes culturas.

Recapitulando: ¿qué tiene qué ver todo éste asunto de pensar la alteridad desde las raíces con el tema del Estado-nación y el hecho de que éste sea una forma político-social que, tarde o temprano, tendrá que dar paso a otras formas de organización más respetuosas de la diferencia, o sea, más cosmopolitas? Te lo respondo de inmediato introduciendo el valioso artículo de Tamar Pitch que lleva por título ¿Soberanos/as o ciudadanos/as? (en: Soberanía un principio que se derrumba; op cit.), donde la autora nos dice que la teoría de los derechos especiales y del tratamiento paternalista que el Estado-nación ofrece a las mujeres, migrantes y minorías étnicas tienen el problema de reproducir las diferencias culturales y sociales como inferioridades. Además, esta filósofa concuerda con  quienes  afirman que para el Estado-nación: “El abstracto individuo autónomo es construido sobre las experiencias e intereses de individuos masculinos, adultos, y (blancos) propietarios.”

Visto así, la ‘democracia de la identidad’ recuerda mucho a la ‘democracia esclavista’ de la antigua Grecia, a la que hizo referencia Isabel Ducca. Precisamente por ello, o sea, por el hecho de que migrantes, minorías étnicas, mujeres y otras personas ‘diferentes’   viven dinámicas de exclusión similares en los Estados-nación contemporáneos, y porque  considero importante su punto de vista sobre la alteridad y la forma de asumirla a nivel de la reivindicación de derechos de esos grupos; retomo lo escrito por Eligio Resta en  su artículo: La comunidad inconfesable y el derecho fraterno (en Identidades comunitarias y democracia, op.cit), donde expresa que, desde el punto de vista de los derechos reivindicativos, la historia nos muestra dos fases claras de la política de la igualdad:

“La primera, que se cierra en los años setenta, puede ser definida como la ‘fase del entusiasmo’ por la igualdad… La segunda, en cambio, más reciente, es una fase que en otras ocasiones he definido como ‘melancólica’, en la que los derechos, cuanto más son invocados, más pierden el objeto de su amor. Se encierran en una reflexividad un poco vacía”.

En esta segunda fase, sigue explicando el autor, se reafirman derechos de manera más bien declamatoria bajo la forma de ‘carta de los derechos’ (del ciudadano, del niño y la niña, de las personas tóxico-dependientes, de los pueblos, etcétera), lo que nos hace caer en una redundancia de comunicación sobre los derechos que, en su mayoría, ya habían sido previstos por el sistema constitucional. A dichas etapas agrega una tercera, más reciente, que define como de reciprocidad positiva en contraposición al modelo de la reciprocidad negativa. Dice Eligio Resta:

“Por reciprocidad positiva entiendo la ausencia de modelos ‘propietarios’, egoístas, de los derechos, lejos de los esquemas contractualistas del intercambio y, por tanto, no basados en una concepción negativa de la alteridad, con alta ‘inclusividad, ausencia de ‘envidia’ y de resentiment. Por ejemplo, dentro del movimiento feminista me parece que, tras la vieja idea, resentida y mimética, de las cuotas a distribuir proporcionalmente en las cantidades de poder masculino y de poder femenino, idea justa pero tan poco universalista como su contraria, se está abriendo paso la idea menos particularista de la igualdad de oportunidades, de la misma forma que, dentro también del movimiento feminista, se ha planteado una discusión muy significativa a propósito de la ley sobre la violencia sexual, sobre qué se debe entender como la tutela más adecuada. La actitud resentida pide una tutela ‘reforzada’, la perseguibilidad de oficio, tomando como motivo la debilidad de la posición social de la mujer. Una actitud más articulada, en nombre de un código femenino distinto, pone en discusión la debilidad misma y pide no tutelas diferenciadas sino tutelas iguales.”

Parte de esa reflexión concuerda con lo expresado por Tamar Pitch en el citado libro Contro il decoro: L’uso político della pubblica decenza; especialmente cuando hace referencia al hecho de que las legislaciones de tutela reforzada hacia las mujeres son, en el fondo, un dispositivo de control más a favor de ese nefasto decoro que las reduce a los papeles de “madres, mujeres y víctimas (de quienes los hombres pueden erigirse en ‘protectores’)”. [“madri, moglie e vittime (di cui gli uomini possono ergersi a ‘protettori’)”…”].

La autora nos dice que muchas de las políticas dictadas en nombre del decoro van dirigidas especialmente a las mujeres, porque “El control y la disciplina de las mujeres está en el corazón de la búsqueda e invención de la identidad colectiva ‘sangre y suelo’ (nación, comunidad, localismos varios: todo aquello que Bauman llama ‘comunidad de cómplices’)…” [ “Il controllo e la disciplina delle done sono al cuore della ricerca e dell’ invenzione di identità collettive ‘sangue e suolo’ (nazione, comunità, localismi vari: tutto ciò che Bauman chiama ‘comunità di complici’)…”] y, más adelante, agrega:

“Sin embargo, es significativo que aquello que parece (y en parte es) una victoria de las mujeres, tenga que ver con su estatus de ‘víctima’, un estatus que reafirma el rol subalterno y reconoce la voz sólo cuando se reduce a eso”. (“È  tuttavia significativo che ciò che sembra (e in parte è) una vittoria delle donne abbia a che vedere con il loro statuto di ‘vittima’, uno statuto che ne ribadisce il ruolo subalterno e ne riconosce la voce solo quando si riduce ad esso”).

Por cierto que este tema de la mujer víctima y cómplice viene siendo estudiado desde hace más de treinta años, a lo largo de su valiosa producción ensayística, por la escritora Yadira Calvo. Iniciando con el libro que, precisamente, lleva por título: La mujer víctima y cómplice (Editorial Costa Rica, San José, 2011), donde leemos algunas reflexiones pertinentes que, en mi opinión, aunque van dirigidas a las mujeres, valen para las personas migrantes, minorías étnicas y ‘diferentes’ que buscan reconocimiento y reivindicación de sus derechos en las sociedades multiculturales. Como bien lo asevera Yadira Calvo:

“Mientras que no se altere la imagen femenina totalmente plana, sin dimensiones, que ha creado la civilización y cultivado secularmente la sociedad, en la cual la mujer misma se ha vuelto cómplice, no se puede aspirar a ningún tipo de liberación, porque ésta no consiste en anotar en un código que las personas son iguales, sino en un cambio de actitud ante el destino personal, el cual no se puede esperar que venga de los varones, porque tendrá que originarse en las mujeres mismas…Esta lucha exige el destierro de las ideas preconcebidas y mitos denigrantes sobre la inteligencia y capacidad de la mujer, lo cual implica la demostración patente en el desempeño de cualquier trabajo a cualquier nivel  […] Si se persiste en la conformidad con la modestia, la humildad y la subordinación, no perderán vigencia los males que provienen de la hostilidad entre los sexos. La única manera de obtener grandes logros es poseyendo grandes ambiciones.”

Tomar en serio el importante papel que las mujeres en general, así como las personas migrantes y minorías étnicas en particular, están llamadas a jugar en las nuevas sociedades multiculturales, implica, desde mi punto de vista, reflexionar a fondo sobre los  planteamientos de las autoras y autores que he citado hasta ahora. Por ello, quiero terminar este apartado sobre pensar la alteridad desde las raíces, trayendo a colación algunos de los cuestionamientos a la democracia de la identidad y al Estado-nación realizados por el filósofo del derecho Pietro Barcellona en su artículo: El vaciamiento del sujeto y la regresión del racismo (en: Identidades comunitarias y democracia, op. cit.) sobre el que, como recordarás, hice alusión en la primera parte de este collage.

Pregunta Barcellona: “¿Sabrá el derecho de la igualdad dar cuenta de las diferencias étnicas, religiosas, culturales y económicas, y reconocer ciudadanía plena a los migrantes de color? ¿O bien el miedo a ‘mezclarse’  hará que surjan nuevos límites  y obstáculos a su lógica aparentemente incluyente? ¿No será quizá la ‘neutralidad’ del Estado y del derecho occidentales, fundado en la lógica del parecido/idéntico, la que tiende a rechazar las diferencias no domesticables y a rechazar cualquier posible mezcla de lo diferente?”

Me encantaría conocer tus respuestas. En mi opinión, y creo haberlo dejado más que claro: reconocer la alterirdad desde sus raíces implica, entre otras cosas, aceptar que el Estado-nación y su lógica basada en la exclusión y el rechazo de la mujer, de las personas migrantes, de las minorías étnicas, etcetera; tendrá que evolucionar hacia esa nueva politeia que ponga en práctica la democracia de las diferencias. Lo que nos remite al otro tema que plantea Héctor Silveira y que paso a analizar de inmediato.

B) Eliminar el mal de la violencia racista en la sociedad:

En su artículo sobre el desarraigo y democracia de las diferencias, Silveira Gorski es enfático con respecto a la necesidad de eliminar el mal de la violencia racista; para ello propone, entre otras cosas, el cultivo de la amistad (la philia de la que habla  Aristóteles en su Etica a Nicómaco) y de  la responsabilidad. Agrega: “Para avanzar en esa relación de amistad lo más importante es comprender que como seres humanos todos nosotros somos responsables de los otros, sin distinción de nacionalidades, sexos, etnias y religiones. Como subraya E. Levinas, el lazo con el otro no se anuda más que como responsabilidad para con el otro, y lo de menos es que ésta sea aceptada o rechazada, o que se sepa o no cómo asumirla…”

De ahí en adelante el autor continúa ofreciendo excelentes razones por las que estima que debemos eliminar el mal de la violencia racista; sin embargo, lo dejo hasta aquí y, en lugar de resumirlo, paso a ofrecer otros puntos de vista que, lejos de pretender eliminar la violencia racista, o de cualquier otro tipo, proponen, más bien, aprender a ‘metabolizarla’.

Así, por ejemplo, Danilo Zolo, a lo largo de su mencionada obra Cosmópolis: perspectivas y riesgos de un gobierno mundial, y particularmente en el capítulo: Hacia un ‘pacifismo débil’, ofrece aportes dignos de consideración  a la hora de analizar los conflictos bélicos entre los Estados-nación contemporáneos, a lo interno de una comunidad, entre dos personas y –¿por qué no?– también a lo interno de nuestra propia psiquis.

Especialmente esclarecedor me resulta este pasaje en que Danilo Zolo afirma:

“Finalmente, las dialécticas de agresión-reconciliación expresadas en los rituales pacificadores observados entre los primates parecen indicar una estrategia general de establecimiento de la paz absolutamente diferente a la practicada por las instituciones internacionales durante los dos últimos siglos. No sólo la agresividad y el conflicto deben ser vistos como componentes igualmente naturales e ‘instintivos’ de la conducta humana, sino también la reconciliación y la paz. Ha llegado la hora de abandonar la idea de que hay que erradicar la agresividad y el conflicto para establecer una paz estable entre las naciones. Porque eliminar la agresividad no sólo es imposible, sino que si en realidad fuese factible, la especie estaría condenada a sufrir un grave empobrecimiento emocional y cultural. Como sostiene Konrad Lorenz, parece que en las relaciones entre seres humanos puede existir agresividad sin amor pero no amor sin agresividad y la agresividad está estrechamente vinculada a la emulación, a la capacidad de explorar y a la creatividad. El conflicto es, en otras palabras, la fuerza que impulsa la innovación política y social.”

Coincido con lo expresado en la cita anterior, así como con todas aquellas personas que consideran que en lugar de eliminar la violencia lo mejor es, repito: aprender a metabolizarla. Al respecto no puedo dejar pasar, una vez más, la oportunidad de referirme al libro: ¿Por qué la guerra?… ¿Por qué? porque en su introducción Eligio Resta nos recuerda que existen dos grandes modelos de ‘pacifismo débil’, muy distantes y distintos entre ellos; que han nacido en contextos histórico-culturales profundamente diferentes, pero a su vez unidos por una idea ‘debil’ y arquetípica de rechazo a la violencia. El primero de esos pacifismos es el ‘gandhiano’;  el otro es el que se practica en los parlamentos contemporáneos.

Con respecto al pacifismo llevado a la práctica por Mahatma Gandhi, me interesa resaltar algunas de las pertinentes críticas que le hace Danilo Zolo, para quien: “Desde el punto de vista teórico, el defecto del gandhismo fue creer que la violencia humana podía ser evitada no a través de un largo, arduo y en gran parte todavía inexplorado proceso de transformación cultural, económica e institucional (en que la autonomía política probablemente sea una de las condiciones previas remotas), sino a través del contagio inmediato de un testimonio de heroísmo moral. Parece evidente que una distorción de este tipo depende no sólo de la presunción carismática de un líder religioso con su concepto providencialista de la historia, sino también de una idea de la agresividad como una limitación moral, como egoísmo y como pecado. Lo que escapa inevitablemente al espiritualismo de Gandhi es, por una parte, el enraizamiento biológico de la agresividad –su dimensión evolutiva, que se remonta a los orígenes de los tiempos– y, por otra parte, su valor funcional en el interior de cualquier sistema político.”

Para este autor, quien se declara cercano a la tradición ‘hobbesiana- maquiaveliana’ la no-violencia profesada por Gandhi, que se manifestó bajo la forma de ‘resistencia-activa’ tiene méritos y resultados positivos, pero únicamente bajo ciertas condiciones y en contextos muy concretos, específicamente, en sociedades informales o arcáicas; pero no en sociedades complejas o diferenciadas. Comparto las apreciaciones de Danilo Zolo y, en vista de que aquí estamos hablando de la democracia de las diferencias en sociedades multiculturales, esto es: en sociedades complejas o diferenciadas, paso a contarte que el segundo modelo de pacifismo débil me parece mucho más adecuado al momento histórico en el que nos encontramos. Como te decía, ese otro modelo consiste, básicamente, en el engaño a la violencia. Al respecto, dice Eligio Resta:

“El segundo es el modelo descrito en las refinadas páginas de Elias Canetti, quien en Masa y poder  reconstruye el singular mecanismo de ‘engaño’ de la violencia que se efectúa en los parlamentos modernos. Se trata, en efecto, de dos bandos, mayoría y minoría, que ‘luchan’, tienen ‘escaramuzas’ con frecuencia se excitan mediante provocaciones, llevan a la práctica estrategias para la victoria y, de esta forma, practican la guerra sin hacer la guerra. Ganan y pierden como los ejércitos, pero gracias a esto ‘engañan’ a la muerte sustituyendo las armas por las palabras. Este es un juego que engaña a la violencia con la condición de que no nos engañemos sobre la violencia, se aleja la guerra hasta que se ‘toma en serio’ el engaño, es decir, se sustituyen las armas por las palabras y el voto. Pero cuando se usan las palabras y los votos fraudulentamente, sin creer en ellos hasta el final, sin respetar las reglas y torciéndolas, la muerte, dice Canetti, vuelve. Y esto ocurre tanto en los regímenes totalitarios como en aquellas falsas democracias que se limitan a declarar que respetan las reglas y el juego de mayoría y minoría, pero no lo hacen realmente. Es necesario creer, paradójicamente, en la capacidad de sortear la violencia engañándola.”

Desde mi punto de vista, la práctica de la democracia parlamentaria, en los términos planteados en la cita anterior, ofrece un excelente espacio para las redes de interlocución narrativas, a las que hace referencia Seyla Benhabib. Creo que sustituir las armas por las palabras y el voto abre una incalculable oportunidad de diálogo entre universalistas y pluriversalistas; pero también entre hombres y mujeres; comunidades multiculturales, etcétera. Pero, volviendo al libro ¿Por qué la guerra? te recuerdo que, en sus páginas, Sigmund Freud nos habla del cultivo de los vínculos afectivos y las solidaridades significativas como estupendos medios para alejar o engañar la violencia entre diferentes; y resulta que esa afirmación del padre del Psicoanálisis ha sido confirmada una y otra vez por las más recientes investigaciones en los distintos campos del comportamiento humano.

Mucho de lo anterior es lo que nos viene informando el historiador y periodista Malcolm Gladwell en varios de sus más que entretenidos libros de divulgación científica y, especialmente, en ése que fue traducido al español bajo el título: Inteligencia Intuitiva ¿Por qué sabemos la verdad en dos segundos? (Ebook, Perguin Random Hause Grupo Editorial, Barcelona, 2015), cuyo nombre original me resulta aún más sugestivo: Blink. The power of thinking whitout thinking [Parpadeo. El poder de pensar sin pensar].

De ese libro me interesa resaltar los estudios que se han realizado para mostrar cómo la cognición rápida, eso que llamamos ‘intuición’, puede funcionar a la hora de tomar decisiones importantes; pero también cómo esas primeras impresiones, pueden ser un obstáculo y un fiasco a la hora de cultivar relaciones multiétnicas y multiculturales. Lo anterior, debido a milenios de prejuicios que ya forman parte de eso que Carl Jung llamó: el inconsciente colectivo, y que nos puede llevar por el camino equivocado a la hora de valorar a otro ser humano. Para ilustrar lo anterior me parecen fascinantes las secciones que Malcolm Gladwell tituló: El lado oscuro de la selección de datos significativos; Inteligencia intuitiva en blanco y negro; Cazar al primo; y, muy especialmente: Recordemos a Martin Luther King. En esos apartados, pero también en muchos otros a lo largo de su interesantísimo libro, se analiza la discriminación inconsciente y las truculentas maneras de cómo funciona esa discriminación hasta en la mente de las personas más deseosas y decididas a eliminar la violencia racista en la sociedad. De Malcolm Gladwell tomo prestado el siguiente párrafo:

“Las primeras impresiones las originan nuestras experiencias y nuestro entorno, lo que significa que podemos cambiarlas –es decir, podemos alterar el modo en que seleccionamos los datos significativos– cambiando experiencias que componen esas impresiones. Si es usted un blanco a quien le gustaría tratar a las personas negras como iguales en todos los aspectos, a quien le gustaría tener una serie de asociaciones con los negros tan positivas como las que le inspiran los blancos, no basta con un simple compromiso con la igualdad. Es necesario que cambie su vida de modo que se relacione con las minorías a menudo, que se sienta cómodo al estar con ellos, que conozca lo mejor de su cultura;  así, cuando desee conocer, contratar, quedar o hablar con un miembro de una minoría, no le traicionarán sus titubeos ni su incomodidad. Tomar en serio la cognición rápida, es decir, reconocer el increíble poder que tienen en nuestra vida, para bien o para mal, las primeras impresiones, exige que tomemos las medidas oportunas para gestionarlas y controlarlas.”

Y digo que tomo prestado ese párrafo porque a continuación voy a parafrasearlo haciendo referencia otro grupo de personas que ponen en cuestión el asunto de pensar la alteridad desde sus raíces: las mujeres. Asi que, si es Usted un hombre adulto, blanco, propietario, o al menos profesional, a quien le gustaría tratar a las mujeres como iguales en todos los aspectos, a quien le gustaría tener una serie de asociaciones con las mujeres tan positivas como las que le inspiran los otros hombres adultos, blancos, propietarios o profesionales, no basta con un simple compromiso con la igualdad. Es necesario que cambie su vida de modo que se relacione a menudo con las mujeres, de cualquier raza o etnia, que se sienta cómodo al estar con ellas, que conozca lo mejor de su cultura; así, cuando desee conocer, contratar, quedar o hablar con una mujer, no le traicionarán sus titubeos ni su incomodidad.

Podría seguir evocando el valioso pensamiento de las y los autores citados así como de tantas otras personas que se han ocupado de reflexionar sobre el cosmopolitismo y la democracia de las diferencias. Sin embargo, me parece que Harold L. Nieburg ofrece un buen resumen cuando afirma: “Lo contrario de la guerra no es la paz, lo contario al amor no es el odio, lo contrario a la colaboración no es la agresividad. Cada uno de estos pares de opuestos se halla en el mismo extremo de la escala del compromiso y el interés recíproco. En el lado opuesto de la escala se hallan la separación, la indiferencia, la exclusión y el rechazo.”

Para ir terminando te propongo evocar la primera parte de este collage de citas, específicamente, cuando hice referencia al Calendario Cósmico del que nos habla Neil deGrasse Tyson en Cosmos: a Spacetime Odyssey.  Dentro de la escala del tiempo del Universo, te propongo utilizar la imaginación para ubicarnos en el Año Cósmico …¿recordás que en esa escala los seres humanos aparecimos a partir del último minuto de la última noche del año? Como si todo eso fuera poco, te propongo observar la fotografía de la Tierra tomada desde el espacio exterior por la nave  Vogayer Uno y reflexionar en las siguientes palabras del astrofísico Carl Sagan:

“Eso es aquí, ese es nuestro hogar, eso somos nosotros. En él, todos a quienes amamos, todos a quienes conocemos, todos sobre quienes alguna vez escucharon. Todos los seres humanos que alguna vez existieron, vivieron sus vidas. La suma de nuestra alegría y nuestros sufrimiento. Miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas confiadas […] Nuestra auto-importancia imaginada. La ilusión de que tenemos  una posición privilegiada en el Universo, se ven confrontadas por este punto de luz tenue. Nuestro planeta es un punto solitario en la oscuridad vasta y envolvente del Cosmos. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay indicios de que recibiremos ayuda de otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La tierra es el único mundo conocido  que alberga vida, hasta ahora. No hay otro lugar, al menos, no en el futuro cercano, hacia donde nuestra especie pudiera migrar. ¿Visitar? Sí, pero asentarse, aún no. Nos guste o no, por el momento, la Tierra es donde debemos defendernos. Se ha dicho que la Astronomía es una experiencia que enseña humildad y forja el carácter. Quizá no haya mayor muestra de la insensatez de la arrogancia humana que esta imagen distante. Para mi, enfatiza nuestra responsabilidad para tratarnos más amablemente unos a otros y para preservar y amar el pálido punto azul. El único hogar que jamás conocimos“.

Con el bello y reconciliador mensaje de Carl Sagan sonrío mirando hacia el futuro de la Humanidad y decido concluir parafraseando a Karl Marx: ¡Mujeres y hombres cosmopolitas, forjadores de la democracia de las diferencias, uníos! ¡No tenéis nada que perder excepto las cadenas de vuestros nacionalismos excluyentes!


Cosmos 2014 capitulo 1 por cristian-eiver [1]

Grandes Filósofos - Bertrand Russell - Canal a [2]

 

Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com

 

Publicado, originalmente, en "El País (Costa Rica):  http://www.elpais.cr/

 

Links: http://www.elpais.cr/2016/06/02/cosmopolitismo-y-democracia-de-las-diferencias-primera-parte/ /
http://www.elpais.cr/2016/09/10/cosmopolitismo-y-democracia-de-las-diferencias-ii-parte/

 

Se agregaron dos videos y ocho imágenes por parte del editor de Letras Uruguay: https://twitter.com/echinope / email: echinope@gmail.com

 

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