Gonzalo Rojas. Contra la muerte. Santiago, Editorial Universitaria, 1964
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De este hermoso libro ya se ha dicho mucho. El tono elogioso ha sido unánime, pero, lamentablemente, las críticas están llenas de generalidades y en algunos casos son, incluso, superficiales. Esto no significa que todo lo escrito no vale la pena y que sólo nuestro análisis pondrá las cosas en su justo lugar. Todo ello está lejos ele nuestro ánimo. Comprendemos muy bien que las primeras críticas y respuestas a un libro tan complejo y rico como éste necesariamente deben apuntar a sus aspectos más generales porque todavía no existe la perspectiva necesaria para penetrar en las estructuras esenciales, en la verdad que guardan estos poemas, en el misterio inefable que siempre circunda lo poético. Huyendo de las afirmaciones sin fundamento que tanto nos repugnan hemos querido buscar esta poesía en la poesía misma, en el libre enfrentamiento con el texto. De entre los que nos parecen los mejores poemas del libro (opinión muy particular la nuestra y que ¡Dios nos libre! no pensamos imponer a nadie) : Oscuridad hermosa, Carbón, ¿Qué se ama * cuando se ama? y Victrola vieja, vamos a elegir Carbón para desplegar a través de su análisis los motivos peculiares de esta lírica. Lo primero que llama nuestra atención en el poema es la riqueza y variedad de los planos temporales. La primera estrofa nos habla de un tiempo ya pasado que se recuerda con tal intensidad que se llega a vivirlo del mismo modo que antes, a sentirse puesto de nuevo en ese mundo lejano de la infancia: Veo un rio veloz brillar como un cuchillo, partir mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho, lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento como una arteria más entre mis sienes y mi almohada. Aunque nos desviemos del módulo central que perseguimos no es posible pasar por alto el modo tan particular de arraigamiento que ofrece esta poesía. Gonzalo Rojas es un poeta que siente profundamente el peso de lo telúrico, es claro que no a la manera determinista, causalista del mundonovismo. La tierra para nuestro poeta tiene una dimensión mítica, ella va incorporada a nuestra sangre, es el todo en que nos confundimos con los árboles, las piedras y la nieve, somos en verdad seres terrestres, aunque el aire no es nuestro enemigo, los elegidos: el poeta, el recién nacido pueden vivir y penetrar en él. Este carácter terrestre posibilita la imagen con que finaliza la estrofa transcrita: Lo siento (al río) como una arteria más ... En general Contra la muerte ofrece esta simbiosis profunda entre la criatura humana y la tierra, el poeta siente su estructura vital sostenida por lo telúrico y no vacila en invocar los elementos terrestres para que ayuden a crecer al hijo: Para ti lo telúrico, lo enardecido. Todo lo que te haga crecer más lejos que el relámpago. Tierra para tu sangre. (Crecimiento de Rodrigo Tomas). Retomando el poema, la segunda estrofa nos muestra lo pasado como sucediendo en el presente. El poeta vuelve a ver el padre regresando al hogar: Es él. Está lloviendo. Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor a caballo mojado. Es Juan Antonio Rojas sobre un caballo atravesando un rio. No hay novedad. La noche torrencial se derrumba como mina inundada, y un rayo la estremece. Comienza en estos versos otro tema central de Contra la muerte, el tema del padre, o vale decir lo mismo el tema del hijo, ya que esta poesía se nos vuelve a adentrar en el mito en cuanto muestra confundidos esencialmente padre-hijo (Pero el hijo es el padre, dice el Coro Mortal). Estamos ante el mito del todo primigenio, de la unidad suprema, del cosmos indiviso. El mito no sólo se percibe en la dimensión que el padre es hijo y viceversa, sino también en la realidad amorosa, en la relación hembra-varón. ¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo, repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces de eternidad visible? (¿Qué se ama cuando se ama?) El poeta se plantea la posibilidad de la unión primordial. La percepción de la unidad se basa en un fundamento místico: la suma y cifra primitiva es la unidad divina. Es decir que el universo es un modo de manifestarse de la unidad que no se concentra en sí misma sino que se desarrolla, se expande, se reparte. El Dios aquí mentado no debe considerarse bajo un punto de vista cristiano, sino más bien panteísta, o más exactamente “panvitalista”. Bajo esta concepción se comprende que lo que posee de vitalidad el individuo lo toma de la vida universal y que la muerte propiamente dicha no exista: un individuo nace de otro; morir “es pasar a otra vida, no a la muerte” (Lorenz Oklenfuss). Se explica, además, que el hijo termine por ser el padre, y que por ello el único modo de anular la muerte, el antídoto contra la muerte sea en esta lírica Rodrigo Tomás, su gestación, su nacimiento y crecimiento. (Véase Crecimiento de Rodrigo Tomás y Oráculo). Pero el tema del padre es sentido con toda la belleza que peculiarizan estos poemas y mal puede reducirse a conceptualizaciones aunque sea para develar y hacer accesible el sector de la existencia que nos ilumina con verdad y altura esta lírica. Es por ello que la vivencia aquí plasmada: el regreso del padre en medio de la noche tempestuosa, sobrepasa con largueza toda posible traducción a un lenguaje que no miente por imágenes como es el lírico. Sólo cabe resaltar que aquí tendría perfecta aplicación el verso nerudiano: “Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando” ya que vuelve a fundarse en este punto el carácter arraigado de Contra la muerte. En efecto, es ésta una poesía plena de determinaciones concretas: Lebu, Juan Antonio Rojas, en Carbón, Concepción, el Bío-Bío, en Orompello, Atacama, Reloncaví, en Crecimiento de Rodrigo Tomás, lo que exige notable capacidad para lograr conferirle sentido poético a la realidad más inmediata y demuestra al mismo tiempo que la poesía para Gonzalo Rojas es capaz de vivir en lo cotidiano, acompañar cada paso del hombre, nutrir el aire que se respira. La tercera estrofa de Carbón acentúa el plano temporal elegido. Se sigue entregando lo cantado como si sucediera en el presente más inmediato: Madre, ya va a llegar: abramos el portón, dame esa luz, yo quiero recibirlo antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino para que se reponga, y me estreche en un beso, y me clave las púas de su barba. ¿Significa ello que se es capaz de recuperar lo pasado, volver a tener lo ido? Aunque aparentemente el sentido de los versos transcritos así lo indicara, no es posible hacerlo como queda demostrado al final del poema. Volver a recuperar lo pasado significa vencer el tiempo, cosa de por sí ilusoria, fantástica e imposible. Para el poeta no hay mayor tirano, no hay mejor aliado de la muerte que el tiempo. Y estamos enfrente de otro motivo básico de Contra la muerte: el tiempo. En Los días van tan rápidos hay una lúcida toma de conciencia de la imposibilidad de permanencia frente al imperio del tiempo: Uno está aquí y no sabe que ya no está. Que nadie puede vencer al tiempo queda puesto de manifiesto en los siguientes versos de Contra la muerte (poema que le da el nombre al libro) : si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir fuera del tiempo oscuro? Es decir, aunque el tiempo nos acerca inexorablemente a la muerte salir de él significa aniquilarse. Por otra parte nuestra misma calidad de seres terrestres nos precipita en el tiempo y la muerte; sería menester evadirse hacia el aire para encontrar la permanencia definitiva: . . . vivir como el sol en la gracia del aire, eternamente (Contra la muerte). La siguiente estrofa de Carbón nos indica que la recuperación del pasado ha sido una nostálgica ilusión: Ahí viene el hombre, ahí viene embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso contra la explotación, muerto de hambre, allí viene debajo de su poncho de Castilla. Estamos ante el eterno regreso del hombre al hogar. Así como regresó Juan Antonio Rojas regresan todos los hombres explotados, todos con la misma rabia, todos con el mismo frío. Y aún más, ¿no está ya prefigurado en la vuelta de Juan Antonio Rojas el regreso del hijo? Antes de continuar es necesario detenerse en el tipo de situaciones aquí poetizadas. Todas ellas nos trasladan a una realidad familiar, campesina y sobriamente nostálgica: el padre regresando a caballo en medio de la lluvia, la esposa que aguarda, el portón que se abre y el hijo que corre con una luz a esperar. Pero de pronto todo se desvanece en el aire. El que vuelve es el hombre fuera de toda determinación temporal o familiar, el que vuelve es el minero inmortal, que si es verdad que ya ha muerto (mira sin ver) sigue viviendo en el hijo y en la medida que éste lo recuerde ha de volver siempre en medio de la noche mojada del sur. Estamos en el vértice justo del motivo ya analizado por nosotros: el hijo termina por confundirse con el padre, el único modo que tenemos de sobrevivimos, de ir contra la muerte, es el hijo (es Rodrigo Tomás). Ah, minero inmortal, esta es tu casa de roble, que tú mismo construiste. Adelante: te he venido a esperar, yo soy el séptimo de tus hijos. No importa que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto, porque tú y ella estáis multiplicados. No importa que la noche nos haya sido negra por igual a los dos. —Pasa, no estés ahí mirándome, sin verme, debajo de la lluvia. Hemos pretendido poner en evidencia los motivos básicos de Contra la muerte. Podríamos, sin embargo, agregar dos de suma significación: la denuncia contra la falsedad y las convenciones establecidas (o el desenmascaramiento) poetizada en las personas son máscaras, y el motivo del amor. En lo que hemos llamado el desenmascaramiento el poeta penetra en un mundo regido por las apariencias y se encarga de poner a la luz la verdadera esencia en que descansa esta realidad y el ser oculto de las personas. Estamos frente a uno de los sentidos más propios de la poesía contemporánea: la denuncia de la falta de autenticidad del mundo. Para penetrar en la verdad del ser la poesía se siente obligada primeramente a destruir el orden establecido, a mostrar la falsedad de los principios en que se sustenta las formas prestigiosas al uso. Llega a ser así la poesía un cauterio rojo. El motivo del amor se despliega básicamente en los poemas que se agrupan bajo el epígrafe: esto que no se cura sino con la presencia y la figura. El amor se realiza aquí en la unión sexual más evidente. Ello no significa que se caiga en los dominios puramente animales. La idea básica que sustenta estos poemas amorosos es que el acto sexual es un acto supremo, es el único cielo que se conoce (Citara mia) y el solo modo de palpar la eternidad (Leo en la nebulosa). En verdad, lo que se pone de manifiesto aquí es que la unión sexual es idéntica al acto creador, y que el enigma del sexo es el enigma del universo. "El telurismo”, “el tema del padre”, “el mito de la unidad”, “la tiranía del tiempo”, "el desenmascaramiento” y “el enigma del sexo” consti tuyen a nuestro entender los motivos centrales de este extraordinario libro. Nuestra intención ha sido mostrar fundándonos en el texto mismo algunos caminos de acceso para los futuros análisis que tendrán que venir. ¿Qué más podemos decir si ya Gonzalo Rojas se tiene ganado un puesto de honor en la más alta poesía chilena? |
Publicado, originalmente, en: Anales de la Universidad de Chile Núm. 133 (1965): año 123, ene.-mar., serie 4
Anales de la Universidad de Chile es una publicación editada por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones - Universidad de Chile
Link del texto: https://anales.uchile.cl/index.php/ANUC/article/view/22299/23610
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