Romancero de mi pueblo, de Delfina Acosta

A manera de prólogo
Hugo Rodríguez-Alcalá

Este Romancero de mi pueblo podría titularse con estricta exactitud Romancero de Villeta porque Delfina Acosta, oriunda de Villeta es profundamente villetana y se contenta con aludir a Villeta, no al país ni a otras realidades connotadas por la palabra pueblo. Pero le suena bien el título de Romancero de mi pueblo y por eso lo ha elegido.

La casa, la antigua casa de los Acosta, es una casa blanca de largo corredor frontal de fornidos pilares, muy colonial, muy paraguaya, hoy en proceso de reparación. Esta casa evoca tiempos largamente abolidos, tiene un vasto solar poblado de árboles altísimos, entre los que descuellan añosos samuhús de troncos de grandes espinas, en un bosque de eucaliptos, de guayabos, de mangos y hasta de un tupido tacuaral. Tan densos son los follajes, que el sol apenas puede colarse entre ellos y llegar hasta la tierra con disminuido calor, aún en pleno verano.

Esta casa está situada en un barrio tan antiguo o más que ella, por cuya calle Delfina, desde muy niña, ha visto pasar gente inolvidable.

Por ejemplo, «La chismosa del pueblo»:

Asomada a su balcón
doña Lariel -quién diría-

más de cien años pasó
viendo el trajín de la villa.
La novia, blanca, venía
con su escotado vestido.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Jamás mujer tan hermosa
yendo a su boda yo he visto

O «Don Nicanor»:

Con sus magníficos trajes
de pana como de lino
paseaba por la placita
Don Nicanor los domingos.
Las mozas por él morían:
¡Aquel paladar postizo
de oro que le brillaba
del uno al otro carrillo,
lo hacía tan codiciado,
tan excelente partido!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Amado por tantas mozas
de renombrado apellido
él siete veces juraba
«¡soltero, jamás marido!».

Con tanta fantasía como caricatural ironía Delfina escribe sobre gente rara de Villeta; gente que inventa o retrata con la materia difusa de recuerdos infantiles. Por ejemplo:

«La mujer barbuda».
Sentada frente al espejo,
que tiene luz de bombillo,
ña Rosa se está afeitando
la barba con un cuchillo...

Hay otros muchos personajes de carne y hueso en los romances de Delfina, y otros fantasmales como un pora y el pombero. Y no falta uno dedicado a un marica, romance a que puso como epígrafe Delfina un par de versos de Nicanor Parra: / Si los maricones volaran / no se podría ver el sol./:

Francisquito se llamaba.
Y su apellido era Rivas.
Suspiraban las mozuelas
con verde melancolía
al verlo andar poseído
por una idea prohibida...

Este romancero y otros muchos romances han sido compuestos durante los meses de este año. Y durante meses, todas las mañanas un poco después de las 8, exceptuando los domingos, la prolífica Delfina me ha llamado por teléfono:

-¿Puedo leerte un nuevo romance?

-Claro que sí; encantado.

Y así me fue leyendo poema tras poema. Era grato conversar sobre dactílicos, trocaicos y mixtos, sobre el tecnicismo de la versificación -arte que hoy muchos sedicentes poetas desdeñan. Y claro está, sobre los temas que iba diariamente desarrollando. Mis opiniones críticas a menudo tuvieron por objeto sugerir a Delfina que fuera, digamos, menos «surrelista»; que su vuelo imaginativo no se perdiera entre nubes. Y solía recordarle lo que Amado Alonso llama «poetas clásicos de cualquier tiempo». Estos poetas de cualquier tiempo o escuela poética, son los que llevan «por igual el ideal de perfección a todos los aspectos del poema. Ellos ostentan la sazón de la forma en el sentimiento, en la intuición en la realidad representada, en el pensamiento racional, en la ordenación del poema, en la construcción sintáctica, en la significación y poder sugestivo de las palabras y en el gobierno del material sonoro... La forma típicamente clásica resulta del exacto equilibrio de todas las formas parciales».

Este equilibrio solía yo aconsejar a esta poetisa nacida no lejos de la época de los «desequilibrios» vanguardistas.

El lector apreciará en estos poemas «el sabio gobierno del material sonoro y esa sazón de la forma, en el sentimiento, en la intuición y lo que Amado Alonso llama ese «equilibrio» en las diversas formas que constituyen la totalidad de una composición poética.Las dotes de Delfina Acosta como poetisa ya tienen varios años de valioso ejercicio. Cuando hace exactamente diez años envié ejemplares de mi libro Poetas y prosistas paraguayos y otros breves ensayos a amigos residentes en España, en México, en Estados Unidos, más de un lector, (lector-poeta y avezado crítico), como por ejemplo Emilio Barón Palma, me escribió en estos o parecidos términos: «Me has dejado con ganas de conocer la obra de Delfina Acosta, cuyo último poemario comentas en tu libro». Y Delfina Acosta fue con Lucy Mendonca de Spinzi, las dos únicas autoras que entre una veintena de escritores paraguayos y algunos extranjeros inspiraron el nombrado libro; las únicas que despertaron la susodicha curiosidad. Quisiera dar fin a este breve prólogo agregándole un broche no de oro sino de otro metal no tan valioso. Y para ello transcribiré un «Perfil de Delfina Acosta de Pertile», trazado en 1987:

Delfina Acosta viene de Villeta,
hermoso pueblo a orillas de un gran río.
Toda erizada de algas la melena,
recién salida del azul fluente,

ella sigue fluyendo con su río
y es un río de música y reflejos.

No ha abandonado su celeste reino
y el agua está en sus ojos y en sus manos.

Antes había náyades, nereidas
y había ondinas y otras muchas diosas.

Delfina, que es mujer, no habita el río:
el río sí la habita y dondequiera

que ella se encuentre el río pasa suave
por ella y sobre ella y dice cosas

que le gusta decir a camalotes
y a los peces profundos y a las costas

donde dormitan plácidos caimanes
o duermen sueños de torpor de piedra.

Cuando Delfina duerme el río sale
de su pecho y suscita un remolino

para que esta mujer oiga secretos
y luego cante con su voz acuática

algún aria fluvial en cuyas notas
hay cielos reflejados, hay bandadas

de pájaros salvajes que los cruzan...
Delfina, Mujer -río, Mujer- canto,

es la patria de agua, la que corre
en pos de inmensidades al Atlántico

Hugo Rodríguez-Alcalá
Romancero de mi pueblo, de Delfina Acosta

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