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El poeta que escribió con sangre sus versos y que combatió a los coroneles
Germán Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec 

Su lucha contra el régimen de los coroneles que se había instaurado en Grecia entre 1967 y 1974, fue tenaz y sin concesiones, tanto así que en 1968 intentó asesinar al dictador Georgios Papadopoulos, debido a cuya circunstancia fue encarcelado y torturado, no obstante que su inicial sentencia fue la pena de muerte, la misma que le fuera conmutada por una prisión llena de suplicios de toda naturaleza, que concluyó gracias a una amnistía general que el mentado régimen militar concediera a todos los presos políticos en 1973. Estos son los antecedentes fundamentales de este hombre llamado Alexandros Panagoulis, cuyo asesinato ocurrió en mayo de 1976.

Panagoulis mientras soportó la prisión brutal de la que fue objeto por sus ideas democráticas, y en la medida de lo posible, escribió renglones cortos en las paredes de su celda y en pequeños trozos de papel, usando a menudo su propia sangre a manera de tinta. Muchos de sus poemas lograron llegar a sus amigos. Otros los aprendió de memoria para reescribirlos luego bajo el título de “Os escribo desde una prisión en Grecia”.

Su vida en los últimos días de prisión, y luego cuando se restaurara la democracia, fue plenamente vivida por la talentosa periodista italiana Oriana Fallaci con quien selló una amistad inseparable, una relación sentimental infranqueable a los entornos y perdurable hasta el asesinato de Panagoulis.

Ella, la talentosa reportera, que se consagrara en el tiempo por su proximidad biográfica a numerosos personajes de la historia, conoció a Alexandros en 1973, cuando el joven poeta, el demócrata y revolucionario contaba con 34 años de edad y ella con 43 años de vida.

Sus asimétricas existencias se unieron en el propósito de recorrer la vida juntos, a partir de encontrar en cada día no solamente un nuevo amanecer, sino la experiencia de comprobar que podían mantenerse vivos, más allá de sus convicciones confrontadas, de sus mutuos aprendizajes, de sus disímiles elaboraciones de la vida, de sus percepciones diferentes respecto de la política, del poder y de la vida.

No obstante las referidas aparentes disimilitudes, -que no eran sino la expresión de una pasión redimensionada en los vértices de todas las formas geométricas-, vivieron un proceso de catarsis que les permitió construir una serie de utopías comunes a partir de elaborar tesis y antítesis que les confrontó en su inicial configuración conceptual, que los distanció y que, finalmente, los aproximó a la hora de las cavilaciones individuales…

Tal encuentro, tal drama y paradoja lo escribió Fallaci en su extraordinario libro “Un Hombre”, cuyas páginas, -releídas en doble carril en estos días-, nos llevan al encuentro de un luchador que dio su vida por sus ideas, que soportó todo oprobio por sus principios y que hoy transita por la historia a partir de redescubrirnos lo imperioso de sustentar las convicciones, sin medir los peligros, sin dejarse acorralar por los trápalas o por la muerte.

Por ello Oriana lo llamó hombre, por tal circunstancia su versos son diamantes que nos cortan el alma y su lucha hoy es plenamente comprendida.

Hace 33 años murió Panagoulis. Hace 3 años se extinguió la vida de la Fallaci.  Seguramente su reencuentro habrá servido para hacer los minutos menos tediosos y más lumínicos…tanto o más cuando juntos nos entregaron la aprehensión de nuevas formas de comprender y vivir las horas, aquellas que cuando las deshojamos al calor de objetivos superiores no se van entre los dedos, sino que florecen en nuevas y distintas auroras.

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