La generación de 1930 y su vigencia histórica |
En
1930 apareció en Guayaquil un libro de cuentos titulado "Los que se
van", cuyos autores fueron tres adolescentes que se llamaron Joaquín
Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert, jóvenes
talentosos que introdujeron nuevas formas al relato y que, además,
mediante esta vía literaria incorporaron el conocimiento sobre
temas locales de apasionante realidad.
Aún más, Gallegos Lara escribió después uno de los libros más
conmovedores, -cuya trama dio cuenta de la masacre acaecida en la ciudad
de Guayaquil el 15 de noviembre de 1922-, y al que lo tituló "Las
Cruces sobre el agua". Este
grupo de creadores de una narrativa innovadora y realista se nutrió,
luego, de otros selectos intelectuales como José de la Cuadra, Alfredo
Pareja Diezcanseco, Adalberto Ortiz, Pedro Jorge Vera, Jorge Icaza y Ángel
Felicísimo Rojas, los que fueron conocidos como el "grupo de
Guayaquil" y quienes desde 1931 produjeron una bibliografía
abundante que marcó un hito en las Letras ecuatorianas, no solo por la
calidad del estilo literario, sino por el tratamiento de una temática,
soslayada hasta entonces, que dio cuenta de las condiciones de vida
injustas de la sociedad ecuatoriana, de la prevalencia de la inequidad,
asuntos que de una u otra forma se mantienen aún vigentes como parte de
la vida cotidiana y que por ello hasta hoy taladran nuestras conciencias.
Dichos intelectuales fueron conocidos, desde entonces, como los de
la "generación de 1930" No
obstante, cuando se habla de la generación de 1930 se corre el riesgo de
omitir otros nombres de intelectuales ecuatorianos que hacia finales de
los años de 1920 y comienzos de 1940 trabajaron alrededor de temas
sociales provocando una importante influencia en el conjunto de la
sociedad, tanto más que contribuyeron, descarnadamente, a desnudar la
realidad social del País.
A este grupo de intelectuales pertenece, por ejemplo, Fernando Chávez
quien publicó, en 1927, la primera novela ecuatoriana indigenista
intitulada "Plata y Bronce". Más
aún, es menester recordar que pocos años después de haber comenzado la
década de 1940 la producción literaria de Alejandro Carrión, de
Humberto Mata, de Gerardo Gallegos, de Pablo Palacio, de Humberto
Salvador, entre otros, tuvo tanto peso en la vida nacional como la que
produjeron los escritores de los años de 1930, con quienes mantuvieron
lazos de amistad, de coincidencia ideológica y de entrega a una causa
superior.
Conformaron un solo ramillete que se fue abriendo para clavar en la
sociedad la imperiosa tarea de crear otra realidad. Todos
los mentados pensadores trabajaron su producción intelectual a partir de
la postura de denunciar la existencia de una estructura societal llena de
limitaciones y saturada de injusticias en cuyo entorno, entre otros
asuntos, el abuso y la marginación que se hacía del indígena despertó
la mayor atención al punto que se constituyó en un tema recurrente de la
pluma de los de la generación de 1930.
No de otra manera puede interpretarse la formidable novela
"Tierra de lobos" del insigne Sergio Núñez y, luego,
Huasipungo de Jorge Icaza, obra que recorrió el mundo desnudando una
realidad compartida en muchos lugares del continente Americano. En
el ambiente referido incursionaron, también, dos formidables nombres de
la plástica, cuya inicial obra permitió que pintaran (acusaran) respecto
de la tragedia de nuestro pueblo y de su sociedad y, además, que
convocaran al país para articular los mecanismos idóneos que permitieran
la transformación del Ecuador, convocatoria que, al igual que su obra, se
mantiene aún en plena vigencia.
Fueron ellos Eduardo Kigman y Oswaldo Guayasamín. Los
nombres que he consignado en este artículo, constituyeron la
"generación de 1930", cuya virtud estuvo, también, en la
confrontación con los cenáculos autodefinidos como de intelectuales, los
mismos que no fueron sino legitimadores del "establishment" y
que al poseer el control de los instrumentos para impedir la difusión del
nuevo pensamiento intelectual ecuatoriano, en más de una oportunidad
pretendieron soslayar su trascendencia, interferir con su divulgación y
distorsionar su rol histórico. Empero,
la extraordinaria calidad del ensayo, del relato, de la novela, de la
prosa, de la poesía y de la plástica que la "generación de
1930" puso de manifiesto, se constituyó en el factor determinante
para que el conjunto de la sociedad ecuatoriana, -y luego la de
latinoamericana-, abriera paso a una generación de auténticos patriotas
cuya capacidad de producción literaria y artística no solamente que
estuvo del brazo con la excelencia, sino que fue lo suficientemente
generosa para identificarse con los problemas fundamentales de la sociedad
de aquel entonces, a la cual la sirvieron desde el tráfago de la
militancia renovadora, hasta la inclaudicable entereza de expresar la
realidad de un país que, hasta entonces, había escondido su tragedia
estructural, desnaturalizando, de esta manera, toda expresión de verdad y
de transparencia, desarticulando, por ende, la comprensión de la realidad
y castrando, de este modo, los afanes de cualquier transformación. Cuando la Patria ha sido inundada por los trápalas. Cuando la farándula de la retórica intenta imponerse sobre las ideas y cuando todo tipo de dificultades aqueja a nuestro pueblo, se vuelve menester seguir la huella de los de la "generación del 30", actualizando su mensaje y reverdeciendo sus anhelos, asunto que, sin a lugar a dudas, es posible toda vez que la inmensa mayoría de los hombres y de las mujeres que trabajan en y por la cultura nacional, han comprendido que su gestión está profundamente ligada a la vida misma del país y que su tarea debe ser paralela a la innovadora estética que demanda el mundo de hoy: libertad, igualdad y justicia. Si, estética y responsabilidad social que, -luego de las enseñanzas de los intelectuales de 1930-, no pueden distanciarse debido a que son factores de una misma ecuación. |
Germán
Rodas Chaves
Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador
Autorizado
por el autor
La Hora
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