La explosión del Maine y sus inmediatas consecuencias |
Sobre
las nueve y treinta de la noche del martes 15 de febrero de 1898 una
explosión hundió al acorazado norteamericano Maine fondeado en la Bahía
de La Habana. El navío
destinado a la escuadra que cuidaba las aguas del norte de las Antillas,
tenía una tripulación integrada por 26 oficiales y 328 marineros.
En el siniestro perecieron las tres cuartas partes de esa tripulación,
es decir, 226 hombres. El
Maine, bajo el mando del capitán Charles D. Sigsbee, había llegado a la
Habana el 25 de enero de 1898, en el entorno de una llamada visita
amistosa la misma que se produjo no obstante los momentos tensos que, por
un lado, existían entre los
Estados Unidos de Norteamérica y España y, de otra parte, debido a la
confrontación independentista que los cubanos sostenían. -con éxito-,
en contra de los ibéricos. Inmediatamente
después del hundimiento del Maine, la prensa norteamericana responsabilizó
a las autoridades de Madrid y de La Habana por lo ocurrido con el
acorazado. Así, aquellos que
propugnaban la acción bélica
en contra de España, encontraron en esta circunstancia el motivo de sus
afanes guerreristas que les permitiría apropiarse de Cuba, desalojando,
para el efecto, a los españoles de la isla mayor de las Antillas. Frente
a los acontecimientos políticos que podían devenir a consecuencia de la
explosión del Maine, las autoridades españolas iniciaron el proceso de
investigación correspondiente. El
gobierno de Washington hizo lo propio y designó una comisión indagadora
para idéntica averiguación, con la consigna que su trabajo debía ser la
de actuar con absoluta independencia negando, así, cualquier posibilidad
de establecer una investigación mixta que aclarara las circunstancias del
estallido del navío norteamericano. El
21 de marzo de 1898, el gobierno norteamericano recibió un resumen de su
comisión. El informe establecía que la explosión del Maine la había
provocado una mina colocada bajo la cuaderna 18 del buque. Así la comisión determinó que la causa de la explosión
"fue externa", es decir debido a un sabotaje.
A este informe se contrapuso, inmediatamente, el que provenía de
los investigadores españoles, quienes radicaban la causa de la explosión
en una "causa interna", por lo tanto insinuaban que la voladura
del Maine fue fortuita o por alguna irresponsabilidad de la tripulación. El
Presidente norteamericano McKinley, en base de los resultados de la comisión
designada por él, acudió al congreso y dijo: "España ni siquiera
puede garantizar la seguridad de un buque norteamericano que amistosamente
y en misión de paz visitaba La Habana".
Con esta argumentación el referido Presidente solicitó, entonces,
permiso del congreso para terminar la guerra en Cuba, -aquella que sostenían
las fuerzas independentistas cubanas en contra de las tropas españolas-,
para cuyo efecto advirtió que sería indispensable movilizar las fuerzas
militares y navales de los E.U. El
19 de abril de 1898 el congreso norteamericano aprobó una resolución
donde se instó el empleo de sus fuerzas armadas para garantizar la
pacificación de Cuba, toda vez que la guerra independentista
"afectaba la vida de ciudadanos norteamericanos, cuyas vidas había
que precautelar". Bajo
el argumento antes referido se efectuó el bloqueo naval de Cuba y el 10
de junio de 1898, cerca de Guantánamo, se produjo el primer desembarco de
infantes de marina norteamericanos en momentos en los cuales los españoles
se hallaban casi derrotados por las tropas cubanas que buscaban su
independencia. La presencia
de las tropas de E.U. configuró un entorno de inminente derrota de los
españoles. Por ello el 13 de
julio se entrevistaron los mandos de E.U. y de España a fin de concertar
la rendición de los ibéricos. Dicha
concertación, en todo caso, excluyó a los cubanos en medio de las
protestas de estos y toda vez que se vislumbraba un panorama nada
halagador para los "mambises" que a costa de su esfuerzo y
sacrificio intentaban construir una república libre y soberana. El
10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, -nombre designado
al acuerdo de paz entre España y los Estados Unidos y que fuera firmado
en Francia-, por medio del cual se daba por terminada la dominación
colonial española en Cuba. De este tratado fueron, increíblemente, excluidos los
cubanos. El tratado, además,
determinaba que Cuba y Puerto Rico, situados en el Mar Caribe, así como
las Filipinas y las Islas Guam, ubicadas en el océano Pacífico, pasaban
a dominio Norteamericano. Se
consumó así la pérdida de las últimas colonias españolas en medio de
una seudo-guerra, pues los ejércitos españoles no opusieron resistencia
alguna a las tropas norteamericanas debido a su inferior condición
militar como consecuencia, entre otros factores, de la crisis política y
económica que entonces afectaba a España.
Tanto es así, que la cesión de las Filipinas, -previsto en el
tratado de París-, se consumó, además, gracias al pago de veinte millones de dólares
que E.U. entregó a los españoles. En
la historia de la humanidad se han provocado sucesos similares a los del
Maine, es decir se han originado acontecimientos históricos, -a veces
juzgados como de irrelevantes-, que luego desencadenaron procesos de
enorme importancia y significación.
Para comprender la realidad que vivimos siempre será menester
revisar el enmarañado contexto de los acontecimientos, cuyas raíces
muchos intentan desaparecerlas en medio de la distorsión de la verdad. Una
lectura adecuada de aquellos "pretextos" que convulsionaron, en
más de una oportunidad, la historia de los pueblos es indispensable si se
anhela juzgar, en rigor, los hechos de la humanidad.
Y también es imprescindible, a partir de las complejas
experiencias que han existido en el orbe, el que actuemos de tal manera
que no nos constituyamos, -como sujetos individuales o colectivos-, en
actores de minúsculas parodias políticas o sociales que pueden estimular
el desenfreno del paroxismo de quienes están a la expectativa de una
provocación para acrecentar su poder o para lograr los objetivos que
suelen trazarse en la búsqueda de consolidar intereses que no representan
al anhelo de la inmensa mayoría del género humano. En suma, la reflexión sobre la explosión del Maine y sus inmediatas consecuencias, nos pone, también, frente al tan debatido argumento de si "el fin justifica o no los medios", aparente dilema que no solo debe formularse entre los límites de la ética, sino que al manifestarse en otras variantes de la vida de nuestros pueblos, nos exige que ya no seamos mudos testigos o convidados de piedra del desfile de una pequeña legión que marcha atropelladamente hacia la ignominia, agazapada en medio del pretexto de mantener el orden establecido y promoviendo, a contrapelo, la vorágine que ignora todos los derechos de la inmensa mayoría de hombres y mujeres que habitamos sobre este planeta. |
Germán
Rodas Chaves
Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador
Autorizado
por el autor
La Hora
Ir a índice de América |
Ir a índice de Rodas Chaves, Germán |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |