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Carta incriminatoria al Apóstata
Germán Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec 

“¿Has soñado tú alguna vez con la gloria de los apóstatas?”. Así terminaba la carta mediante la cual se le recriminó a quien había sufrido una metamorfosis, sin explicación alguna, de opinión y de compromiso con las libertades, traicionando los principios a los cuáles había adherido, tiempo atrás, en el marco de un proceso de aprendizaje y reflexión sobre la realidad de su país y de la región.

El comportamiento del apóstata fue similar a aquel que lo practican los tránsfugas del pensamiento y que lo ejercitan sin pudor, tanto en su vida individual o social,  y que se expresa, en algunas oportunidades, en los contextos de nuestras llamadas democracias.

En efecto, la apostasía es, entre otras definiciones, la vertiginosa e inexplicable transfiguración de las ideas o la mutación política que, en ambos casos, no va acompañada de sustitución alguna de la estructura ideológica del pensamiento, sino que evidencia oportunismo, ubicuidad de coyuntura –cuando no claudicación en el submundo de la corrupción intelectual- para lograr fines personales y mezquindades de grupo. Fue a esta realidad que enfrentó, en esa oportunidad, José Martí Pérez.

Martí confrontó dicha aberración con verticalidad, sin temor y diciendo las cosas con absoluta entereza mediante aquella carta que dirigiera a Carlos Castro, cuando este último resolvió alejarse, abruptamente, de las filas del pensamiento libertario cubano y ponerse al servicio de los españoles.  Corría entonces el año de 1869. Martí apenas tenía 16 años de edad.

El contenido de la carta a la que hago alusión constituyó la causa para la prisión del José Martí. Tal prisión duró 14 meses. Luego le advino el destierro a España, suceso acaecido en los primeros días del mes de enero de 1870.

Este joven, nacido en la calle de Paula, en La Habana, en 1863 escribió así una página extraordinaria en su vida y marcó una profunda huella en un grupo, también de jóvenes, que cien años después del nacimiento de Martí se proclamaron como los de “la generación del centenario”, y que frente a la presencia de un régimen despótico, tirano y antidemocrático, el del sargento Fulgencio Batista, provocó en ellos el intento de la toma del cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, y el inicio de una serie de acciones para liberarse del régimen opresor.

La carta en contra del apostata y las posteriores repercusiones que esa circunstancia provocó en los colonizadores y sus allegados, fue el punto de partida para que en la vida del ilustre cubano Martí se multiplicaran los compromisos por los ideales libertarios, aquellos mismos objetivos que, paulatinamente, los fue demarcando en las diversas etapas de su vida: bajo el crisol de su estancia en España y de sus posterior permanencia en varios países del continente Americano; así como en su compromiso intelectual y en su abundante producción bibliográfica; hasta cuando retornó a Cuba, en 1895, para iniciar la guerra independentista frente a España, en cuya tarea encontró prematuramente la muerte.

Nunca habrá imaginado el apóstata que su violenta pirueta de compromiso con el coloniaje constituiría, a contrapelo, la causa para que José Julián Martí Pérez abrazara definitivamente su propia idea que afirma que “ el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber” y que su servicio a aquel deber, la libertad de Cuba, fuese el referente, en julio de 1953, para la lucha de aquellos que soñaban con un país diferente.

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