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Apuntes sobre el socialismo latinoamericano[1] |
Una reflexión previa.
Los aires de renovación que viven algunos países de Latinoamérica, a propósito de los triunfos electorales que obtuvieran en el último período partidos y alianzas que se han definido como corrientes políticas e ideológicas de izquierda, ha provocado en la región, particularmente en Venezuela, Ecuador y Bolivia, la tesis referente a que en tales países se avanza hacia un nuevo modelo socialista, -llamado socialismo del siglo XXl-, distinto, en todo caso, a las características de los gobiernos que en Brasil, Chile y Uruguay se instauraron, con la activa participación de los partidos socialistas del cono sur de Latinoamérica.
Lo señalado, adicionalmente, nos aproxima a varias reflexiones centrales: primero, a precisar si efectivamente todos los gobiernos señalados en líneas precedentes, -o algunos de ellos-, corresponden a formas de pensamiento de la izquierda, particularmente socialista; en segundo término, a respondernos si los triunfos político-electorales alcanzados por las fuerzas políticas en mención son o no producto de las concesiones del stablishment para impedir que el modelo económico y social prevaleciente, -en el contexto de la globalización del neoliberalismo-, fuese arrasado estructuralmente toda vez que su hegemonía ha impuesto asimetrías económicas y sociales que han fomentado respuestas contrarias al orden; o si, en tercer lugar, somos testigos del desarrollo de un arquetipo político y económico de transición que desde posturas progresistas y nacionalistas responde ante la crisis del último período y a la creciente movilización social que frente a los excesos del sistema ha promovido el cambio.
En este contexto, también, es indispensable señalar que el andamiaje teórico en el que sustentan los procesos sociales de la renovación debe ser aprehendido con rigurosidad a fin de tener la certeza de que no se falsifican los componentes reales del pensamiento transformador de la época, toda vez que este puede ser convertido en un cliché al que se le pueden asignar contenidos distintos y antagónicos, neutralizándolo al final de cuentas o falsificándolo a partir de convertirlo tan solo en un discurso moral, pero no antisistema, fenómeno mediante la cual se pueden encubrir la crisis del orden establecido.
Empero, todas estas inquietudes no pueden ser respondidas si no rescatamos, desde la historia de las ideas, el desarrollo del socialismo latinoamericano, cuya esencia y vigencia histórica han constituido un factor innegable precisamente para que hoy en día en nuestras sociedades emerja el sentimiento de que es menester construir un nuevo orden, lejos de las injusticias, de toda forma de inequidad y de los vicios antidemocráticos; aprendizajes colectivos que, de otro lado, han significado la aproximación a las realidades de nuestras sociedades y la construcción de formulaciones contrarias al poder hegemónico, así como el enriquecimiento del pensamiento crítico contemporáneo.
Finalmente, todo este contexto, -cuyo desarrollo tiene un proceso histórico acumulado que suele ser pasado por alto-, corre el riesgo, además, de ser incomprendido si no conocemos y valoramos adecuadamente la entrega de la propia existencia de hombres y mujeres cuyo tránsito vital contribuyó a las dinamias de cambio y a la constatación de prácticas políticas supeditadas a la máxima martiana que asegura que “el verdadero hombre no mira de que lado se vive mejor, sino de que lado está el deber”. Aquel deber que supone edificar una sociedad justa y humana, profundamente solidaria y articulada a los requerimientos unionistas, pues para favorecer su dinamia en el complejo mundo que vivimos, debe lograr la integración de sus pueblos.
Aproximación a los factores de influencia para la articulación del pensamiento socialista latinoamericano.
No hubiese sido posible el que se comenzara a vertebrar el pensamiento socialista latinoamericano, sin que aquellos que favorecieron tal corriente no se hubieran abrevado, inicialmente, en la ideología radical de la Revolución Francesa y, luego, en los clásicos del socialismo científico.
Tampoco habría sido factible que la ideología socialista calara en la conciencia de importantes sectores latinoamericanos de finales del siglo XlX y, fundamentalmente, de inicios del siglo XX, si el incipiente capitalismo, y sus manifestaciones estructurales y supraestructurales, no habrían desarrollado, en el mismo periodo, las secuelas económicas y sociales que fueron estudiadas por Marx y Engels, cuando ellos abordaron el conocimiento del proceso industrial de Europa del siglo XlX y dieron cuenta de los componentes que traía consigo una sociedad en cuya estructura las diferencias económicas provocan no solamente contradicciones, sino conflictos de diversa índole y, de manera expresa, la presencia de asimetrías infranqueables en todos los órdenes, cuyas consecuencias se expresan en la confrontación social o lucha de clases.
Lo afirmado fue evidenciándose en sociedades como en la argentina en donde el desarrollo incipiente del capitalismo es históricamente necesario recordarlo, tanto más que debido a tal factor, que trajo consigo la presencia de un también incipiente movimiento obrero a principios del siglo XX, se constituyó uno de los primeros partidos socialistas del continente.
En todo caso es imperativo advertir que a la par de las influencias ideológicas referidas, las tendencias anarquistas, que forman parte de la historia del socialismo latinoamericano, constituyeron a finales del siglo XlX e inicios del XX ejes conceptuales de invalorable incidencia en el pensamiento crítico de Latinoamérica.
Aquello fue posible, como queda dicho, en Argentina y Uruguay así como en Brasil, y Chile, debido a la migración de europeos a estos territorios de América, quienes propalaron sus concepciones, -ligadas a los fenómenos de explotación obrera en la Europa de aquel período-, en los sectores en los cuales desenvolvían su trabajo e influencia y, en cuyo contexto, su voz de reclamo frente a las condiciones de vida a las que fueron sometidos caló profundamente entre sus compañeros, a la par que fue produciéndose la aprehensión de sus ideas en los círculos de intelectuales que, más que con curiosidad metropolitana, inquirieron sobre la variedad de reflexiones y análisis que les permitiera comprender y enfrentar la ascendente presencia de un modelo explotador, contra el cual se mostraron contrarios.
En efecto, el particular e importante desarrollo económico del sur del continente americano, favoreció la presencia, entre otros[3], de trabajadores europeos, entre cuya gama hubo un afluente de experiencias anarquistas (de primera generación[4]) y de socialistas, presencia que al mismo tiempo se constituyó en una de las iniciales vertientes históricas del pensamiento crítico en la región.
Tales anarquistas europeos fueron testigos privilegiados en su continente de origen de la confrontación provocada al interior de lo que se conoció como la Primera Internacional, cuya fundación ocurrió en 1864 y cuyo debate a su interior entre dos de sus más sobresalientes fundadores, Carlos Marx y Mijail Bakunín, derivó en el alejamiento de este último de la Internacional en el año de 1872 y en la conformación, bajo su liderazgo, de la corriente anarquista que luego se difundiría con mayor empeño en España, Francia, Suiza e Italia.
Para reafirmar lo señalado, es preciso, a manera de ejemplo, recordar la figura histórica del español Rafael Barrett, (emparentado con la casa de Alba) cuya presencia en el cono Sur, inicialmente en Argentina (1903), luego en Paraguay (1904) y posteriormente en Uruguay (1908) marcó toda una época alrededor del anarquismo, de lucha contra el poder omnímodo y de confrontación con una sociedad extremadamente hostil con los intereses de los sectores populares, más allá de que el propio Barrett desde su actividad periodística contribuyó no solo en la defensa de los desposeídos de la época y al cuestionamiento del sistema, sino a la configuración de un arquetipo literario comprometido con fundamentales causas sociales.
Posteriormente, en aquello que constituyen las paralelas de influencia en la construcción del pensamiento socialista latinoamericano, deben ser recuperadas las revoluciones mexicana (1910) y, especialmente, la soviética (1917) las que facilitaron, a inicios de aquel siglo, la comprensión del rol de los grupos contestatarios y emergentes en su lucha por el poder real, así como la importancia de los argumentos que podían movilizar a las masas para la consecución de sus aspiraciones, más allá de la constatación de las formas insurreccionales como instrumentos válidos para confrontar al poder constituido.
Es verdad, que la lucha del pueblo mexicano tuvo adhesiones importantes en América Latina, pero también es cierto que por sus propias características se advirtió que tal proceso estaba signado, fundamentalmente, por reformas nacionalistas y progresistas que entusiasmaron a sus seguidores, pero que la diferenciaron con las pretendidas modificaciones estructurales y revolucionarias que por aquel período ya constituían los paradigmas, particularmente, de sectores obreros de la región, no obstante las trascendentes luchas campesinas mexicanas por encontrar un proceso equitativo en la distribución y tenencia de la tierra, cuya realidad, en todo caso, fue valorado en su auténtica significación años más tarde.
De esta manera puedo afirmar que el proceso mexicano, que no cabe duda llamó la atención de variados sectores de la comunidad latinoamericana, si bien contribuyó al debate y a la reflexión, así como tuvo una influencia evidente en años posteriores en la radicalización del pensamiento crítico respecto de nuestras sociedades, empero no tuvo la aprehensión pertinente que tal acontecimiento debió lograr desde un inicio.
Lo afirmado tiene una explicación central: los países latinoamericanos, especialmente los del sur, vivieron un proceso de incipiente industrialización que a su vez permitió, -en unos casos más que en otros-, la formación de núcleos obreros que recibieron una inicial e importante influencia de los recién formados grupos radicales de izquierda, que, a su vez, prontamente denotaron, a contrapelo de sus posiciones, los limites y los dogmatismos de la izquierda que, a partir de los marcos conceptuales del socialismo europeo, -asimilados en más de una oportunidad de manera vertical debido a la inflexibilidad de muchos de los anarquistas y marxistas-, no dio cuenta exacta y oportuna de los valores revolucionarios que la rebelión mexicana entrañaba, asunto que, en lo posterior, fue reparado, por ejemplo, en la historiografía latinoamericana, a partir del conocimiento del formidable estudio “La lucha de clases a través de la Historia de México” (1932) que fuera escrita por el mexicano Rafael Ramos Pedrueza y difundida, luego, en el continente.
Tal circunstancia se explica, también, debido a que los países del sur del continente tuvieron una presencia étnica indígena menor, circunstancia distinta a la realidad de los pueblos andinos que, en su entorno étnico, evidenció siempre la presencia notable del movimiento indígena.
La izquierda latinoamericana si bien percibió el problema social que entrañaba las injusticias cometidas contra los sectores indígenas y no obstante que se esforzó por señalar esta realidad, -al punto que en el Ecuador el movimiento intelectual de los años de 1930[5], básicamente de izquierda, logró una producción notoria en este sentido-, la carencia de una formulación teórica que diera cuenta de la diversidad social en el proyecto de la construcción del estado nacional y la excesiva sujeción ideológica vanguardista respecto de la identificación de la fundamental clase revolucionaria, impidieron la suficiente comprensión respecto de la existencia de una amplia gama social y étnica que podía, desde entonces, constituirse en el eje de cualquier proceso de transformación social y político.
Empero, fue la revolución soviética (1917), conducida bajo los argumentos críticos del desarrollo del capitalismo europeo que formularan Carlos Marx y Federico Engels y debido a la impronta revolucionaria de Lenín, el factor determinante que contribuyó al influjo del socialismo en Latinoamérica, tanto más que tal proceso demostró que era posible que los obreros podían hacerse del poder y construir un régimen que atendiera sus particulares intereses que, significaban, los de la mayoría de su patria.
Tal proceso fue difundido en la región gracias a una amplia bibliografía que permitió la lectura de Marx, Engels, Lenín, kautsk, Bebel, Labriopla, Lafarge.
A más de los autores señalados fue evidente la influencia en Latinoamérica de la Primera Internacional Comunista, Comintern o Tercera Internacional, constituida en Rusia en 1919, cuyo desarrollo estuvo orientado a dirigir la revolución mundial que, conforme la percepción de la IC, tendría el apoyo fundamental de los trabajadores del mundo y, en el caso de América, del apoyo los campesinos, sector al que se lo consideró parte de un “todo” homogéneo en el entorno de una sociedad cuyas características estructurales estuvieron formuladas inadecuadamente desde la IC, la misma que al haber caracterizado a Latinoamérica como sociedad colonial tampoco puso, debido a esta caracterización, mucha atención a la realidad de nuestro continente[6], a pesar de los esfuerzos para que la circunstancia latinoamericana fuese comprendida desde otros parámetros como lo advirtiera el dirigente de izquierda ecuatoriano Ricardo Paredes quien en 1928, -entonces en representación del PSE[7]-, con oportunidad del Vl Congreso de la IC planteó la necesidad de que los países de Latinoamérica fuesen reconocidos como “países dependientes” en referencia a sus estructuras socio-económicas.
Tal percepción de la supuesta realidad latinoamericana se expresó, por ejemplo, en las determinación del sexto congreso de la IC que en 1928 estableció como consigna a sus partidos miembros de esta región para que ellos construyeran los soviets, a partir de la bolchevización de los partidos comunistas, tesis que, respecto de este asunto, enfrentó a dos importantes luchadores sociales de Centroamérica: al Salvadoreño Farabundo Martí con el revolucionario nicaragüense César Augusto Sandino.
En efecto, mientras Farabundo Martí puso en marcha las tesis de la IC, Sandino cuestionó las mismas bajo la argumentación de que la realidad latinoamericana transitaba por otras paralelas a las que avizoraban los dirigentes europeos de la Internacional Comunista.
Lo señalado por Sandino se convirtió en tesis de importantes sectores del pensamiento marxista latinoamericano, a tal punto que en la segunda conferencia de los partidos comunistas de América Latina, realizada en octubre de 1934, se definió que la revolución social en el subcontinente americano se hallaba precedida e íntimamente vinculada a la lucha de liberación nacional y solamente después de culminadas las transformaciones que esta etapa revolucionaria pondría en marcha, se podría pensar en un proceso de contenido socialista que encabezaría la clase obrera.
El concepto antes referido, que daba cuenta de una ruptura con el pensamiento inicial de la Internacional Comunista, fue aprobada por ella en su séptimo congreso reunido en Moscú en julio de 1935.
La circunstancia anotada da muestra de los esfuerzos realizados en nuestra región para comprender la realidad latinoamericana y evidencia las distorsiones de la IC respecto de las características del continente que le impidieron la caracterización adecuada de su realidad.
De esta manera, además, se evidencia los esfuerzos aún en las estructuras dependientes de la IC para transitar conforme la realidad latinoamericana lo cual fue, a su tiempo, advertido por los sectores comprometidos con el cambio que habían adherido a las tesis del socialismo pero que, al mismo tiempo, intentaron una independencia respecto de la Tercera Internacional, asunto que provocó rupturas orgánicas y políticas en las tendencia comunista y la propiamente llamada socialista, al extremo que el aparecimiento y diferenciación de los partidos socialistas y comunistas estuvo vinculada a la confrontación entre los que adhirieron a la IC y aquellos que no lo hicieron.
La lógica eurocentrista comentada explica, también, el origen del aparecimiento de movimientos como el APRA en el Perú o de la Acción Democrática de Venezuela, -cuyos derroteros siguientes no tuvieron relación alguna con la izquierda debido a los vericuetos políticos por los cuales decurrieron en lo posterior-, pero que históricamente permiten, por ejemplo, la afirmación que el peruano Haya de la Torre[8], haya emergido para dar una respuesta propia a la situación de su país, y aún de Latinoamérica, desde posturas nacionalistas y reformistas, que bien pudieron ser catalogadas, en aquel entonces, como de izquierda, pero que explican la ausencia, en aquel momento, de análisis y composturas “casa adentro” que buscaran el cambio estructural de sus sociedades y que dieran cuenta, sobre todo, de la diversidad social existentes en nuestra región y la necesidad de convocarlas y unirlas en la perspectiva de la lucha antiimperialista.
Algunos constructores del socialismo latinoamericano[9].
En el ámbito referido, esto es, en la búsqueda de comprender las características de la sociedad latinoamericana, de impulsar el cambio estructural, -aquel que lo habían logrado los marxistas en otras latitudes hemisféricas-, y de favorecer una confrontación con los intereses económicos en expansión, particularmente el norteamericano, aparecieron pensadores que comprendieron la necesidad de recrear el marxismo conforme la realidad de nuestras regiones y que en esa perspectiva no se produjera, además, la intromisión de las metrópolis que habían alcanzado transformaciones sociales y económicas.
Aquellos esfuerzos estuvieron en la visión de construir el socialismo indoamericano que se expresó, sustantivamente, con la fundación del socialismo uruguayo en 1912, en cuya tarea Emilio Frugoni[10] cumplió una labor destacada, (tanto más cuando dicha organización partidaria optó por constituirse en partido comunista lo cual obligó a Frugoni a refundar el partido socialista) y en los afanes unionistas de tal corriente, que se expresó, en 1919, cuando en Buenos Aires se reunieron los socialistas de Chile, (partido fundado en 1906), de Argentina y de Uruguay en el camino de la solidaridad latinoamericana.
Como queda anotado, la cita reunió a los socialistas del cono sur precisamente en la geografía en donde se fundó uno de los más antiguos partidos socialistas de Latinoamérica, el argentino, hecho que ocurrió en 1896 bajo la dirección de Juan B. Justo[11].
En todo caso lo que se constata en aquel período es la intensa actividad ideológica y política en los países del sur del continente a propósito de organizar la corriente socialista, acción que denota las características estructurales de tales latitudes y las oportunidades históricas de estas regiones para aplicar los conceptos fundamentales del marxismo que con los aportes de sus propias realidades pudieron fructificar en los primeros años del siglo XX y en cuya tarea el pensamiento de Manuel Ugarte[12] y Alfredo Lorenzo Palacios[13] en Argentina y Carlos Quijano[14] en Uruguay, tuvieron una trascendencia vivificante con sus contribuciones teóricas que buscaron latinoamericanizar las enseñanzas fundamentales del socialismo científico, reflexiones que a su vez se expandieron por varios países de Latinoamérica y que forman parte de la construcción del socialismo en la región.
No obstante, en la historia de las ideas y de la configuración del socialismo merecen ser señalados, además, tres forjadores de dichas ideas tanto más que dos de ellos, desde el mundo alto-andino contribuyeron a fortalecer la construcción del socialismo conforme a la realidad de nuestras latitudes.
Me refiero a tres formidables pensadores y militantes activos de sus ideas, cuya contribución a la reflexión del marxismo abrió las puertas de la construcción del socialismo latinoamericano: José Carlos Mariátegui[15], Anibal Ponce[16] y Manuel Agustín Aguirre[17], sin que por ello deje de señalar el invalorable aporte del cubano Julio Antonio Mella, quien habiendo optado por su filiación comunista, que lo llevó a fundar el PC en Cuba y desde allí a enfrentar al dictador Gerardo Machado, tuvo serias discrepancias con la IC que, entonces, se oponía a los focos rebeldes en Latinoamérica bajo la consideración de que tales focos constituían un peligro para la consolidación de la Unión Soviética y un desafío a los intereses norteamericanos que debido a tales circunstancias podían considerar a Moscú como una amenaza, debido a lo cual, en esta fase histórica, los comunistas latinoamericanos debían impedir sublevaciones armadas en sus respectivas áreas de influencia.
Tales tesis que defendían al mismo tiempo la colaboración entre las clases, impulsadas conforme la visión de Stalin y Bujarín, no las compartió Mella[18] cuando estuvo en México, pues fue defensor del principio de oposición de izquierda a los regímenes antipopulares, lo cual denota su percepción de que en cada país era necesario articular una política de izquierda conforme los requerimientos de cada realidad y lejos de cualquier determinación estratégica de conveniencia para otras latitudes.
Volviendo a los otros latinoamericanos constructores del socialismo, he de afirmar que sus figuras descollantes como iniciadores de tal corriente ideológica en Latinoamérica han tenido la impronta de orientar el camino para la comprensión de las causas estructurales que han determinado la realidad de nuestros pueblos y, en tal escenario, propiciar la aprehensión del cambio emergente a propósito de reconocer las páginas de nuestra historia, las particularidades de nuestros pueblos y la posibilidad cierta de transformar la realidad bajo las paralelas del socialismo científico que sin constituirse en dogma, pudiera alumbrar el camino de las modificaciones de fondo para construir sociedades que respondan a las condiciones de sus propias circunstancias.
Otros determinantes en la construcción del socialismo latinoamericano.
En el curso de la segunda mitad del siglo XX, cuando ya se vivía la estructuración del mundo bipolar luego de la segunda guerra mundial, en Latinoamérica tuvo gran significación el triunfo de la revolución cubana (1959), cuyas características influenciaron notablemente sobre los partidos socialistas de la región, al punto que muchos de ellos optaron, en la determinación de sus perspectivas estratégicas, por la lucha armada como un mecanismo de consecución del poder.
Empero, las corrientes socialistas de tal periodo, que se definieron como revolucionarias, no lograron asimilar oportunamente las circunstancias particulares que en el caso de Cuba se habían producido para que en tal lugar pudiese favorecerse la lucha insurreccional como mecanismo válido para construir el proyecto político emanado alrededor de las convicciones socialistas de sus actores, asunto que reverdeció, aún en las concepciones ideológicas y doctrinarias, cuando se consolidó el triunfo de la revolución nicaragüense(1.979), a contrapelo de lo que ya había sido el triunfo, por la vía del sistema democrático-electoral, del primer Presidente Socialista en Chile (1970), asuntos todos estos que abrieron un importante debate en la región respecto de las formas tácticas para la construcción del socialismo en Latinoamérica, más allá de que estas realidades históricas configuraron la perspectiva de que en cada país se podía construir, conforme a sus propias características, formas particulares de arquetipos socialistas, asimismo, particulares.
De esta manera la corriente socialista latinoamericana fue marcando claras distinciones respecto de otras que provenían, igualmente, de las fuentes del marxismo europeo, y a la par que tales paralelas fueron construyéndose, el socialismo de la región se preocupó de manera importante por sus propias definiciones y requerimientos específicos.
Tanto la revolución cubana, como el triunfo de la Unidad Popular en Chile, así como el éxito del Sandinismo en Nicaragua expresaron la recuperación de figuras propias de su entorno histórico, la definición de propuestas para atender los problemas de sus países y la elaboración de un plan de gobierno que dio cuenta de sus territorios.
Dichos empeños, que tuvieron resultados distintos en el ejercicio de sus gobiernos, -y que obviamente estuvieron marcados por la impronta de los acontecimientos globales y las contradicciones del mundo bipolar-, asumieron posturas nacionalistas de enorme significación que favorecieron, de otro lado, la puesta en marcha de alianzas políticas que, a su vez, denotaron la recreación del pensamiento socialista y las nuevas visiones en la configuración de proyectos de poder alternativo.
Sus resultados finales, -absolutamente diversos en cada caso-, y que no son motivo de análisis en este texto, respondieron, para decirlo de manera general, a los condicionamientos externos y particularmente a las disputas que el poder real propició para que algunos de tales procesos tuviesen tropiezos e interrupciones en cuanto al tiempo de su duración.
Su mención, en todo caso, es válida para afirmar el criterio referente a que las innovaciones teóricas en el pensamiento socialista del subcontinente permitieron procesos distintos en muchos lugares de la región, alejados de las fórmulas y del vademécum que se había pretendido instaurar desde las metrópolis que se autodefinieron como socialistas y comunistas y cuya confrontación[19], -particularmente en la década de los años sesenta del siglo anterior-, también contribuyó a la ruptura entre los partidos comunistas y a la ratificación de la autodeterminación en los partidos de clara convicción socialista.
El fin del denominado socialismo de Europa Oriental y de la URSS, la situación del socialismo latinoamericano y sus procesos unionistas.
La Revolución de Octubre de 1917 es uno de los acontecimientos más importantes en la historia. Aquí por vez primera, -con la exclusión necesaria del episodio glorioso pero breve de la Comuna de París-, las masas lograron derrocar al viejo régimen de esclavitud e iniciar la transformación socialista de la sociedad.
La transformación de la Unión Soviética desde un país notoriamente atrasado hasta constituirse en la segunda potencia del mundo, después de los Estados Unidos, es uno de los fenómenos más extraordinarios. En las dos décadas posteriores al triunfo de la Revolución la URSS construyó una base industrial fuerte que le permitió un florecimiento de la enseñanza, la ciencia, la tecnología. Los logros de este país en los campos de la salud y la medicina fueron innegables. La segunda guerra mundial demostró la enorme fortaleza de la Unión Soviética en el terreno militar.
Empero, el ascenso de la burocracia estalinista fue la consecuencia del aislamiento de la revolución en condiciones de atraso. La derrota del ala leninista del partido bolchevique y el triunfo de la fracción burocrática, encabezada por Stalin, fue un reflejo del cambio en la correlación de fuerzas de clase en Rusia, lo cual dio como resultado el aislamiento que determinó que la burocracia hegemonizara a la clase obrera y reclamara una serie de privilegios que rompieron con las tradiciones igualitarias y democráticas de Octubre de 1917.
De esta manera, el socialismo soviético posterior a Lenín, dejó de ser una alternativa válida, articulada y viable frente al sistema predecesor, que si bien no devino en una estructura capitalista, tampoco articuló el paradigma del socialismo sino una forma estatista y burocratizada, opuesta a la naturaleza emancipatoria del socialismo que buscó, además, expandirse hacia Europa Oriental, en más de una oportunidad, por la vía de la fuerza, en la perspectiva de consolidar un espacio territorial que hiciese contrapeso a las economías del resto del mundo[20].
Pero las deformaciones de aquel mal llamado sistema socialista, -también inadecuadamente denominado socialismo real-, no ha significado el fin de la historia ni ha invalidado los lineamientos teóricos del marxismo y sus recreaciones a propósito de la construcción ideológica del arquetipo socialista, conforme las cambiantes realidades del mundo y de la región.
Los sucesos de la década de los años ochenta del siglo anterior dieron cuenta, eso sí, de la fractura total de un modelo que, como he referido en líneas precedentes, respondió a una deformación estructural frente a cuya circunstancia el colapso de ese modelo fue inminente en tanto, a contrapelo, las desigualdades, injusticias e inequidades del sistema hegemónico que prevaleció demandan, cada vez con mayor intensidad, la necesidad de construir un camino alternativo a la situación prevaleciente, asunto que exige, asimismo, la recuperación teórica adecuada de los instrumentos filosóficos e ideológicos que favorecieron el aparecimiento del socialismo y que, irremediablemente, han de nutrirse con las nuevas circunstancias económicas y sociales contemporáneas.
Conjuntamente con el modelo social, económico y político del campo socialista que literalmente se desplomó, se evidenció la crisis de los partidos de corte comunista existentes en el planeta y desde luego en Latinoamérica, que por su dependencia con la metrópolis quedaron aislados de la praxis.
A diferencia de la realidad expresada, los partidos socialistas de la región, con profunda vocación latinoamericanista, no obstante que tuvieron que soportar la oleada ideológica interesada en estigmatizar al pensamiento socialista a propósito de su fracaso en Europa Oriental y en la URSS, tuvieron el temple necesario para demostrar que su pensamiento, si bien se había nutrido de los clásicos del marxismo, no habían hipotecado la conducta de aprehensión de la realidad inmediata que les circundaba, ni habían dejado de estudiar el habitat político, social y económico concreto de su entorno, para modificarlo, conforme las características y particularidades que tal contexto demandaba.
Esta característica general ha permitido que en muchos países de la región el socialismo se convierta en alternativa frente a la globalización del neoliberalismo cuyos límites y aberraciones lo han puesto en la orilla de la crisis y frente a cuya circunstancia la reactividad de los socialismos ha sido modificada, en algunos casos, con menos prisa que el mundo cambiante demanda.
En efecto, la izquierda socialista, -como las demás izquierdas-, fue testigo de la confrontación del mundo bipolar, circunstancia que dislocó severamente la situación económica imperial, que provocó constantes crisis de acumulación a su interior y que determinó la búsqueda de mecanismos para controlar a favor de sus objetivos las economías dependientes, en este caso, de Latinoamérica.
Ante un panorama de esta naturaleza, la izquierda socialista optó, como era obvio, por impulsar mejores condiciones de vida para la población y de manera particular para los trabajadores y los sectores populares.
No obstante, al finalizar la guerra fría, se abrió un nuevo panorama propuesto desde los sectores hegemónicos. La situación de crisis estructural logró un reacomodo debido a que los recursos económicos para la confrontación fueron destinados a otros proyectos de interés del poder real contextualizados en la reproducción del sistema y en la perspectiva de calmar el conflicto de contradicciones sociales.
De otro lado, en la compleja estructuración del remozado modelo económico y social, -que fue afianzado por la ideología-, emergió el objetivo central de mundializar los iconos del neoliberalismo y sus paradigmas, que al final de cuentas tienen que ver con el desarrollo de un proceso favorable al capital financiero transnacional, para cuyo efecto, las restricciones del Estado Nacional fueron evidentes, como importantes fueron los intentos por desaparecer cualquier diversidad social, cultural y aún políticas, entre otras, conforme la necesidad de obtener la transición del capitalismo monopolista de estado en capitalismo monopolista transnacional.
A todo lo afirmado, o mejor dicho, en un mundo contextualizado de la forma señalada, en el cual los referentes doctrinarios fueron acosados a pretexto del fin de las ideologías, muchos de los sujetos que habían militado en las filas de la izquierda, -sin consistencias conceptuales-, optaron por el camino del onegeismo y de la estructuración interesada de la sociedad civil cuya funcionalidad estuvo concertada a mejorar el orden establecido y a suplir la presencia de las asimetrías, muchas de ellas socialistas, contrarias al establishment.
El socialismo de la región, por su parte, en este contexto, a partir de algunas experiencias anteriores de convergencia en la región, a propósito de consolidar la unidad de la corriente frente a realidades estructurales similares y a objetivos comunes, fortaleció la convicción de que era menester auspiciar mecanismos de integración entre los socialistas latinoamericanos, entre otras cosas para articular una respuesta colectivamente reflexionada frente a los cambios de la situación económica del subcontinente, tarea que debe ser revitalizada una vez que muchos partidos de la corriente forman parte de los gobiernos con prácticas y resultados distintos.
En efecto, en esta importante tarea unionista del socialismo debe recordarse que las juventudes socialistas de algunos países latinoamericanos, particularmente de la región sur, a finales de los años cuarenta del siglo anterior intentaron ya construir un espacio orgánico común que se tradujo como tal en los años cincuenta y que favoreció la cofundación del secretariado latinoamericano de la internacional socialista con sede en Montevideo. Al desaparecer este espacio político, se vivió un proceso de aislamiento que dejó de ser tal luego del triunfo de Salvador Allende en Chile, cuyo compromiso por desarrollar un ámbito de unidad socialista fue castrado con el golpe militar de 1973.
Sin embargo, los socialistas chilenos en el exilio, así como dirigentes de esta misma orientación de otros países latinoamericanos que coincidían en eventos internacionales, encontraron la oportunidad para ir estableciendo la necesidad de fortalecer un espacio común que los agrupara para discutir los problemas fundamentales del periodo.
En esta voluntad política, que como queda demostrado ha formado parte, desde hace mucho tiempo, de las expectativas del socialismo latinoamericano, a finales de 1980 se encomendó al Partido Socialista del Uruguay el que preparara un proyecto de seminario político de confrontación doctrinaria, seminario que finalmente se llevó a efecto en la ciudad de Lima y que recogió cuatro tesis fundamentales de análisis: socialismo y nación, socialismo y democracia, bloque social alternativo y unidad latinoamericana.
Luego de este encuentro, se resolvió avanzar en una Conferencia Política más ambiciosa, tanto más que coincidió con el retorno a la democracia en el Uruguay y con la restitución legal del partido socialista en dicho país, debido a lo cual los socialistas uruguayos asumieron el encargo referido.
El PS Uruguayo promovió la organización de dos encuentros de trabajo para organizar el debate en base a las opiniones asumidas en la reunión de Lima. A partir de estas circunstancias convocó, en enero de 1986, la Primera Conferencia Política del Socialismo Latinoamericano, que se reunió en Montevideo, entre los días 11 y 13 de abril de 1984, estructurándose, así, LA COORDINACION SOCIALISTA LATINOAMERICANA, cuyo primer Presidente fue el Socialista uruguayo José Díaz.
A la primera Conferencia asistieron como ponentes el Partido Socialista del Uruguay, el Partido Socialista de Chile, el Partido Socialista Revolucionario del Perú, el Movimiento Electoral del Pueblo, (MEP), de Venezuela y el Partido Socialista Popular de Argentina.
El encuentro rindió homenaje a los socialistas latinoamericanos Salvador Allende[21], Vivian Trias[22] y Marcelo Quiroga Santa Cruz[23]. Constituyó, además, una Presidencia de honor integrada por socialistas de fecunda militancia: José Cardoso, de Uruguay; Alicia M. De Justo, de Argentina; Raúl Ampuero Díaz, de Chile; Manuel Agustín Aguirre, de Ecuador y Gerardo Molina de Colombia.
La segunda Conferencia de la CSL se reunió en México entre el 15 y el 17 de Mayo de 1987, luego de dos reuniones previas del Secretariado de la CSL que se produjeron en Lima en junio y noviembre de 1986. En la segunda Conferencia, bajo el patrocinio del naciente Partido Socialista Mexicano, participaron dos nuevos miembros, el Movimiento Socialista Firmes de Colombia y el Partido Socialista Ecuatoriano, a quien se le asignó una de las Vicepresidencias.
La tercera Conferencia de la CSL se reunió en Lima del 28 al 30 de octubre de 1988. En tal encuentro se crearon las regionales del sur, del centro y del norte de Latinoamérica.
La cuarta Conferencia se reunió en Santiago de Chile entre el 26 y 28 de abril de 1980. La quinta Conferencia ocurrió en Montevideo el 24 y 25 de mayo de 1995 mientras la sexta Conferencia se desarrolló en Quito los días 22, 23 y 24 de mayo de 1997, en tal reunión fue designado Presidente Marco Aurelio García del PT del Brasil y Secretario General Hernán Rivadeneira del PSE, quien al ser designado como Ministro del Tribunal Constitucional renunció a tal Secretaría asumiendo dicha función Germán Rodas, cuya función fue ratificada por la CSL, reunida en el entorno del Foro de Sao Paulo en Managua en Febrero del 2.000, responsabilidades que fueron nuevamente reafirmadas con oportunidad de la reunión del X Foro de Sao Paulo en cuyo entorno se reunió, además, la CSL.
Posteriormente la CSL, a través de la Secretaria General, mantuvo algunas reuniones de trabajo, en Brasilia, Quito y en Montevideo, favoreciendo la articulación de un espacio de análisis de la situación regional. En marzo del 2010, se reunió en Brasilia la séptima Conferencia de la CS la misma que luego de modificar sus estatutos constituyó un Secretariado como único organismo de coordinación de las actividades de esta importante instancia socialista latinoamericana. Fueron designados Roberto Amaral del PS del Brasil como Secretario General y Estela Molero y Germán Rodas, de Argentina y Ecuador, como Secretarios adjuntos.
La trascendencia de la CSL, en todo caso, hace relación al denominado periodo de crisis del Socialismo, en las décadas de los años ochenta y de los noventa, en cuyo marco la importancia de la Coordinación Socialista Latinoamericana estuvo enmarcada en la formulación de sus tesis latinoamericanistas, en la reflexión ideológica y doctrinaria conforme los postulados del socialismo científico y de su recreación en el ámbito de la región, asuntos que recobran inusitada oportunidad a propósito de los afanes de esclarecer las determinantes referenciales que deben posibilitar la construcción del denominado socialismo del siglo XXl, cuyos instrumentos de análisis continúan en construcción luego de los importantes triunfos electorales de algunas fuerzas vinculadas, en unos casos a la CSL y, en otros, a corrientes progresistas del continente.
Luego de esta reseña histórica de la CSL, vale destacar que otras organizaciones políticas de Latinoamérica promovieron, también un proceso de agrupación y reflexión de enorme expectativa, en el cual jugó un rol importante el espacio de intercambio de experiencias y opiniones que se ha denominado Foro de Sao Paulo, que fuera fundado por el Partido de los Trabajadores de Brasil en Sao Paulo en 1990 y cuya dinámica inicial estuvo vinculada alrededor del debate respecto del escenario internacional después de la caída del Muro de Berlín y las consecuencias del neoliberalismo en los países de Latinoamérica y el Caribe.
Los encuentros del Foro, desde entonces, han ocurrido en Ciudad de México (1991), Managua(1992), La Habana (1993), Montevideo (1995), San Salvador (1996), Porto Alegre (1997), Ciudad de México (1998), Managua (2000), La Habana (2.001), Ciudad de Guatemala (2.002), San Pablo (2005). San Salvador (2007), Montevideo (2009) y Buenos Aires (2010)
Los ejes del debate, de manera especial en la CSL, han demostrado el afán de recuperar como categoría del marxismo latinoamericano, -aquella de la que ya dieron cuenta Mella, Mariátegui, Ponce, entre otros-, la referente a la existencia de la diversidad en la estructuración de nuestras sociedades, lo cual a su vez determinó la ruptura con los vanguardismos, que se nutrieron de toda forma de sectarismo.
Este salto cualitativo es de enorme trascendencia en la corriente socialista latinoamericana, lo cual a su vez no debe ser comprendido como un intento para posponer otras categorías del socialismo científico, sino como una aplicación creadora de tal doctrina para entender el contexto particular de la región.
A manera de conclusión.
Latinoamérica ha vivido, en el último período, un proceso de crisis estructural que ha dejado al descubierto la ineficacia del modelo económico y social denominado como neoliberalismo, cuya propuesta de vaciamiento del estado nacional en beneficio de reducidos grupos de la economía transnacional propició el desarrollo de toda forma de inequidad, que se expresan en el incremento de la marginalidad y en la carencia de formas elementales de supervivencia de los ciudadanos.
Tal modelo, aupado mediante sistemas anacrónicos de la democracia, ha entrado en crisis y por ello es importante reconocer los correctivos estructurales frente a la edificación de modelos de transición; precisamente por aquello decía al inicio de este texto que no se puede correr el riesgo de caricaturizar, cuando no de ignorar, el momento histórico por el cual atraviesan muchos de nuestros países latinoamericanos, cuando se habla de ellos en medio de generalizaciones ideológicas o cuando se les endilga, sin diferenciaciones, la aprehensión de comportamientos políticos determinados.
Frente a esta realidad, (a la cual debe sumarse la circunstancia cierta de que muchos partidos de la tendencia socialista y de larga tradición histórica se hallan en pleno ejercicio del gobierno, como son en los casos de Brasil y del Uruguay y que otras organizaciones que presumen de igual identidad, como en Venezuela, Ecuador y Bolivia, también forman parte de regímenes en actual vigencia), es menester redescubrir la identidad ideológica y política del socialismo latinoamericano, sin falsificar asimetrías regionales, sin desconocer los flujos del movimiento social y sin relativizar los contenidos del socialismo científico, así como sin dejar de comprender la existencia de una izquierda política que ha sido capaz de favorecer los ejes del cambio societal, a propósito de su accionar histórico y de sus luchas acumuladas.
En este orden de apreciaciones, la primera iniciativa del socialismo latinoamericano, pasa por redescubrir sus identidades, aquellas que fueron inherentes a su desarrollo y motivo de reflexión constante y que, en la década de los años ochenta y noventa del siglo anterior, se expresó, luego de la “caída del muro”, en su voluntad inequívoca de articular proyectos de poder aprehendiendo la realidad regional y asumiendo la convicción de transformarla conforme los requerimientos de la colectividad, aquella a la cual, desde los umbrales del siglo XX la reconocemos como diversa y plural.
Por lo afirmado, los socialistas nos constituimos no solo en una identidad frente a la inequidad, la injusticia y la carencia de democracia, sino en un instrumento para propiciar la unidad en la diversidad de las fuerzas políticas, económicas, sociales y culturales que anhelan una nueva estructura en la región.
En este entorno la revalorización de la ética socialista se vuelve consustancial al desarrollo de la tendencia, asunto que ya no puede entenderse, tan solo, como expresión de los intereses de clase, -lo cual a su vez se vuelve una alienación, pues supone que en el interés de la clase funciona como una autoridad externa a la cual los individuos deben someterse-, sino como expresión de la articulación del mundo de lo ético ligada a la marcha histórica progresiva, aquel valor que ha de permitir el desarrollo de las capacidades humanas para atender los requerimientos de la conciencia que, en los socialistas, deviene del compromiso social, favoreciendo la articulación de sociedades sin exclusión alguna y mediante operaciones transparentes que dan cuenta de la táctica y la estrategia.
A los estadios dichos, debe agregarse la importancia de la ruptura con los determinismos[24], reinvindicando a la política como espacio de creación de proyectos colectivos, en cuyo contexto la democracia radical y plena, -democracia que se extiende de la política a la economía y hacia la sociedad-, constituye el espacio donde los hombres construyen su futuro en base a sus propias decisiones.
De esta manera, el socialismo latinoamericano, si bien tiene un largo trayecto histórico, posee, también la impronta de las utopías. Si, las utopías que plantean la construcción de una sociedad en la que deben superarse las desigualdades junto al desarrollo de los valores de la libertad, de la solidaridad y del desarrollo de la individualidad humana.
Dicho todo lo anterior, hay que reconocer que no hay un modelo de socialismo acabado no obstante lo cual es posible, hoy por hoy, plantear un modelo de gestión para la sociedad donde prime la lógica de promover, en todos los órdenes, al ser humano.
En toda esta perspectiva los retos del socialismo latinoamericano se engarzan, además, con los conceptos de la integración local y regional, -lo cual también explica la necesidad de las alianzas políticas y sociales-, en la perspectiva de garantizar los objetivos nacionales de la producción, garantizando la educación, la salud y las políticas fiscales.
En circunstancias en que muchas fuerzas políticas vinculadas al socialismo latinoamericano ocupan responsabilidades en el ejercicio de gobiernos locales y nacionales, es indispensable hablar del ejercicio del poder real, como es imprescindible compartir las experiencias de tales responsabilidades a fin de asumir colectivamente los procesos de eficacia que exige dicha realidad y que se deben traducir en un proceso de construcción de las bases del cambio que, al final de cuentas, no permitan la recomposición del capitalismo o el intento de anular al socialismo como una opción real.
Con la misma creatividad de Mariátegui, para citar un nombre, debemos construir las nuevas sociedades, enraizados en el pensamiento crítico que nos legara el marxismo y con la determinación que para lograr este objetivo es necesario reconocer la compleja heterogeneidad que el sistema capitalista ha estructurado. De esta manera el socialismo no solo podrá actuar en la perspectiva de las transiciones, sino en la organización de un nuevo orden en todos los campos de la estructura y de las superestructuras sociales, económicas, políticas y culturales.
BIBLIOGRAFIA:
Aguirre, Manuel Agustín, 1984 “Breves Memorias sobre la Revolución del 28 de mayo de 1944” en El 28 de Mayo de 1944, testimonio, Guayaquil, Imprenta de la Universidad de Guayaquil.
Cueva, Agustín, 1990 “El Ecuador de 1925 a 1960” en Epoca Republicana IV, Nueva Historia de Ecuador, vol. 10, Quito, Corporación Editora Nacional.
Coordinación Socialista Latinoamericana, 1991 Documentos Básicos, Quito, s/e.
Etcheverri, Catriel, 2007 Rafael Barret, Buenos Aires, Capital Intelectual.
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Naranjo, Plutarco, 1977 La l Internacional en Latinoamérica, Quito, Editorial Universitaria de la Universidad Central.
Páez, Alexei, 2001 Los Orígenes de la Izquierda Ecuatoriana, Quito, Abya-Yala.
Rangel, Domingo Alberto, 2002 Un Socialismo para el siglo Veintiuno, Caracas, Gráficas Tao.
Rodas, Germán, 2006 Partido Socialista (Casa Adentro), Quito, Ediciones La Tierra. Notas:
[1] Este texto, en su versión original, formó parte de un conjunto de ensayos trabajados por un núcleo de académicos Latinoamericanos y que fueron publicados en “Volver al Futuro. La búsqueda de un Socialismo Latinoamericano” (Quito, Ediciones La Tierra, 2008). [2] Escritor e historiador ecuatoriano.Miembro de la Academia Nacional de Historia y de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC). Docente Universitario. Autor de publicaciones sobre la realidad ecuatoriana y latinoamericana. Magíster en Estudios Latinoamericanos (Universidad de la Habana) y doctorando en Historia y Filosofía (Universidad de La Habana). Miembro del Secretariado de la Coordinación Socialista Latinoamericana, de la que fue su Secretario General. [3] La migración europea no estuvo conformada únicamente de sectores obreros, muchos de ellos provenían de sectores sociales económicamente altos y su inserción en las sociedades latinoamericanas estuvo ligada al engranaje del orden establecido local, y en más de una oportunidad al poder del asentamiento territorial por el cual optaron. [4] Los anarquistas de segunda generación constituyeron aquellos latinoamericanos, y algunos españoles y norteamericanos, -fundamentalmente marinos-, que luego de su contacto ocupacional con los trabajadores migrantes europeos afincados en el cono sur, aprendieron de ellos sus percepciones políticas, las mismas que se originaban en el importante nivel de desarrollo que en Europa tenían para entonces las tesis del materialismo histórico, y quienes luego recalaban en los puertos del resto del continente (como ocurrió en el Ecuador) difundiendo tales nuevas concepciones de tendencia socialista-libertaria. [5] Al grupo de intelectuales al que hago referencia se lo conoce como la “Generación del 30”. En todo caso bien vale señalar que antes de la década mentada, ya aparecieron algunos escritores que, bajo la influencia del pensamiento renovador de ese entonces, habían producido literatura de “denuncia”. Tal fue el caso de Fernando Chávez quien publicó la primera novela indigenista, Plata y Bronce (1927), más allá de que la novela de mayor difusión, denominada “Huasipungo” de Jorge Icaza hubiera aparecido posteriormente (1934). A la producción comentada hay que añadir los nombres de Demetrio Aguilera, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos, José de la Cuadra, Alfredo Pareja Diezcanseco, Adalberto Ortiz, Pedro Jorge Vera, entre otros, cuya tarea literaria forma parte de la historia del país y demuestra su preocupación por los conflictos sociales del Ecuador. Junto a ellos no pueden dejar de ser citados dos nombres formidables en la plática como fueron Eduardo Kigman y Oswaldo Guayasamín, los cuales dieron cuenta del drama social del periodo. [6] El Comitern puso particular atención, en el continente americano, a los sucesos económicos provenientes de la industrialización que entonces ocurría en los Estados Unidos de Norte América, en donde la base obrera fue extensa e importante, al punto que la IC consideró que la vanguardia revolucionaria en el hemisferio occidental debía estar dirigida por la clase obrera norteamericana. [7] Ricardo Paredes fue fundador, en 1926, del Partido Socialista Ecuatoriano, empero en 1931 fundaría el partido Comunista del Ecuador, provocando una escisión en el PSE, asunto que denotó una confrontación ideológica de fondo en la izquierda nacional y que estuvo configurada por la circunstancia de pertenecer o no a la tercera Internacional Comunista, adhesión que configuró la estructura del entonces constituido Partido Comunista del Ecuador. [8] Víctor Raúl Haya de la Torre nació en Trujillo (Perú) en un hogar de sectores medios. Estudió junto a César Vallejo el curso de literatura y posteriormente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima. En 1919 fue elegido Presidente de la Federación de Estudiantes del Perú. Desde tal dignidad emprendió una serie de de protestas en contra del Presidente Augusto B. Leguía, quien en 1923 lo envió al exilio a México. En 1924 fundó la Alianza Popular Revolucionaria Americana a nivel continental y el Partido Aprista a nivel peruano. En sus orígenes, Haya de la Torre intentó construir su movimiento, con algunas orientaciones socialistas, para que este pudiera representar a los trabajadores manuales e intelectuales, a los obreros, campesinos, estudiantes, profesionales y empresarios con visión nacionalista, a quienes agrupó en el frente único de clases explotadas que fue el embrión del Partido Aprista, asunto que le significó una confrontación intensa con los sectores comunistas que abogaban, en el subcontinente y en su Patria por la constitución de un partido de clase única. Murió el 2 de agosto de 1979 luego de una dilatada carrera política, en la que demostró integridad personal a toda prueba, más allá de las innumeras vicisitudes políticas que transformaron sus iniciales convicciones ideológicas hacia límites de lo que podría denominar formas de populismo. [9] Ha propósito de este acápite el autor viene trabajando en un Índice de Los Fundadores del Socialismo Latinoamericano, en cuyo estudio se incorporará la importante, pero a veces desconocida, historia del desarrollo del pensamiento alternativo en el Brasil, tanto más que su influencia gravita hoy en día en la región de manera trascendente. [10] Emilio Frugoni Queirolo nació en Montevideo en 1860. Fue abogado, escritor, poeta, Decano de la Facultad de Derecho y el primer diputado Socialista uruguayo. En 1904 Frugoni realizó su “Profesión de fe socialista” en el local del Teatro Stella dºItalia, la cual fue publicada en el diario El Día. Fue organizador de la corriente socialista hasta la fundación del partido Socialista Uruguayo en 1910, partido del cual fue su primer Secretario General. Discrepancias ideológicas con su partido lo alejaron de la militancia activa en 1963, no obstante su intención de fundar el Movimiento Socialista, movimiento que dirigió hasta su muerte en 1966. [11] Juan B. Justo nació en Buenos Aires 1876. Fue médico cirujano que consagró su vida a la organización del Partido Socialista al cual lo fundó y dirigió hasta su muerte ocurrida en 1928. Sus ideas políticas fueron propaladas mediante el periódico que fundara y que se denominó “La Vanguardia”. Con entusiasmo difundió el pensamiento marxista al punto que dedicó sus esfuerzos a la traducción de la primera parte de “El Capital” a más de tratar asuntos inherentes a la situación de su país. [12] Manuel Ugarte nació en 1875 en Buenos Aires. Tuvo una profunda vocación literaria que le condujo a vivir unos años en París y desde allí se constituyó en un crítico respecto de la denominada guerra Hispano-Cubana-Norteamericana, gracias a la cual Estados Unidos de Norteamérica obtuvo la capitulación de España respecto de sus últimas colonias en América, impidiendo la libertad de Cuba, a más de la compra que hiciera de Las Filipinas y de la anexión de Puerto Rico a sus intereses, sin contar con la apropiación de las Islas Guam. Vivió en E.U. (Nueva York) en donde desarrolló un pensamiento antiimperialista y la visión de la unidad latinoamericana desde una perspectiva nacionalista, asuntos que lo levaron a la militancia socialista en Argentina a su retorno en 1904. En as filas de su partido mantuvo posiciones vinculadas con las tradiciones democráticas y revolucionarias del continente, tesis que no solamente las esgrimió en su suelo natal, sino, y de manera sistemática e intensa, en diversos países del continente. Sus posiciones contrariaron los esquemas del socialismo argentino del que se alejó para fundar, en 1914, la Asociación Latinoamericana cuya activa participación estuvo orientada en contra del intervencionismo militar de E. U. Que afectó a México. Permaneció algunos años fuera de su país y retornó a ella en 1946 con el triunfo del peronismo. Falleció en 1952 dejando una huella intelectual fecunda alrededor de la tesis de la unidad latinoamericana y de la construcción de una corriente socialista que de cuenta de la región. [13] Alfredo Lorenzo Palacios nació en Buenos Aires en 1880. Conocedor profundo del pensamiento de Marx y de Engels pregonó la importancia de tales ideas aplicándolas a la realidad argentina y latinoamericana. Militó en el socialismo argentino desde 1903 y fue diputado nacional por su partido, diputación que ha sido reconocida como la primera de un socialista en América. Fue autor de una gran parte de la legislación laboral de Argentina. Falleció en 1965. [14] Carlos Quijano nació en marzo de 1900. Fue un periodista y ensayista de fuste que desde el semanario “Marcha”, que lo fundara y dirigiera, contribuyó al desarrollo del pensamiento socialista en su país. Se graduó de abogado y tuvo una larga estancia en París. Tuvo, allí, una activa participación en la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos junto a Haya de la Torre, al cubano Mella, al guatemalteco Miguel Angel Asturias, entre otros, con quienes reflexionó sobre la trascendencia del pensamiento crítico latinoamericano. Desarrolló una importante lucha antimperialista, la misma que se tradujo en su libro “Nicaragua, un ensayo sobre el imperialismo de los Estados Unidos”. Falleció en México en 1984. [15] José Carlos Mariátegui nació el 14 de junio de 1894 en el Perú. Fue periodista, literato, político, pensador y ensayista cuya obra más conocida “Siete Ensayos de Interpretación de la realidad Peruana” se convirtió en el camino para la interpretación de la realidad de su Patria, a partir de la búsqueda del autor en la construcción de un socialismo auténticamente peruano que no fuese “calco ni copia (del socialismo Europeo), sino construcción heroica”. En 1902 sufrió un accidente en la escuela que marcará el principio de su enfermedad en la pierna izquierda, -que finalmente le será amputada en 1924-. Apenas pudo cursar los estudios primarios. Viajó por Europa, particularmente residió en Italia. Colaboró con Raúl Haya de la Torre, de quien se distanció políticamente en 1928 año en el cual fundó el Partido Socialista Peruano, del cual fue su primer Secretario General. En 1929 fundó la Confederación General de Trabajadores del Perú. Desde 1926 dirigió la Revista Amauta, que a partir de 1928 se convirtió en la publicación del pensamiento socialista del Perú. Falleció el 16 de abril de 1930, dejando una huella imperecedera como uno de los cientistas sociales más lúcidos de su tiempo. [16] Aníbal Ponce nació el 6 de junio de 898 en Argentina. Fue un autodidacta de la sicología, -no obstante sus estudios de medicina que fueron interrumpidos abruptamente debido a la persecución que sufriera por un profesor universitario-, docente y político. En 1918 junto a José ingenieros dirigió la revista de Filosofía. En 1930 fundó el Colegio Libre de Estudios Superiores, en donde mantuvo abundantes conferencias que permitieron la publicación de “Educación y Lucha de Clases”. Fue perseguido y debió exilarse en México donde, a raíz de un accidente de transito, falleció en 1938. [17] Manuel Agustín Aguirre nació en el Ecuador el 12 de julio de 1903. Formó parte, en 1925, de una de las primeras células socialistas del país, organizada en su ciudad natal, Loja, la que se denominó Vanguardia. Se graduó como abogado en Quito. Luego retornó a Loja e inició su producción intelectual escribiendo renglones cortos. Posteriormente retornó a la capital ecuatoriana donde ejerció la cátedra secundaria y universitaria, (en estas circunstancias fundó la Facultad de Economía en 1942) así como ejerció una activa militancia socialista que lo llevó a dirigir su Partido en varias oportunidades, a la par que escribió sobre la teoría marxista, siendo el más importante teórico de tal corriente en el siglo 20. Su nombre está ligado a uno de los momentos más importantes del país que se conoce como la “Revolución de Mayo” de 1944, momento histórico que se configuró luego de una tenaz oposición al Presidente Liberal Carlos Alberto Arroyo del Río, quien persiguió políticamente a Aguirre durante su Presidencia Fue senador de la República y Vicepresidente de la Asamblea Constituyente de 1945. Combatió, en los años siguientes, lo que el denominó claudicaciones del socialismo debido a sus colaboracionismos con regímenes liberales, lo cual lo llevó a fundar el Socialismo Revolucionario en la década de los años sesenta. Su actividad militante la cumplió el resto de sus años y su extensa producción bibliográfica está concebida en el contexto de construir un pensamiento propio, asunto que determinó que la Primera Conferencia del Socialismo latinoamericano, reunida en Montevideo en 1986, lo designara como uno de sus Presidentes Honoríficos. Falleció el 15 de septiembre de 1992. [18] Julio Antonio Mella nació en Cuba en 1903. Fundó la Federación Estudiantil Universitaria. Su actividad política lo llevó a fundar, además, la Liga Anticlerical. En 1925 creó la sección cubana de la Liga Antimperialista de las Américas y fue uno de los fundadores del primer partido Marxista Leninista de Cuba junto a Carlos Baliño y José Miguel Pérez, el Partido Comunista Cubano. Debido a su activismo político en contra de Machado fue expulsado de la universidad y posteriormente se exilió en México. Allí mantuvo opiniones contrarias a las que provenían del Komintern y que dieron cuenta de su interés por recrear la lucha revolucionaria en Latinoamérica. Tal postura, dicha en México, en donde la confrontación Stalinista y Trotskista tuvo mayor eco, lo pusieron en una situación difícil, pues sus observaciones a las determinaciones de Stalín lo ubicaron, en algún momento y de manera artificial, junto a Ttrotsky, involucrándole artificialmente entre las concepciones de la revolución de un solo país y la revolución permanente, cuando sus motivaciones ideológicas orillaban en la necesidad de fomentar la oposición de izquierda en países que como en Cuba, vivían el azote de una dictadura . Mella murió asesinado por orden de machado el 10 de enero de 1929 en la ciudad de México. [19] Me refiero a la disputa entre la entonces Unión Soviética y la República Popular China, cuyas concepciones sobre el carácter del partido y el carácter de la revolución provocaron una escisión en el mundo comunista internacional. [20] Todas estas conductas promovieron, entre otras cosas, por ejemplo el advenimiento de lo que originalmente fue, en Alemania, la escuela de Frankfurt, -una variante en el enfoque de las ciencias sociales-, que mediante la Teoría Crítica (impulsada por Theodor Adorno y Herbert Marcuse) cuestionaron, desde la ideología, lo que ellos denominaron el totalitarismo soviético, a contrapelo de la promoción de una visión que apoyada en la valoración cultural, espiritual y subjetiva de las manifestaciones de la vida humana, intentaba apuntalar las transformaciones de las sociedades alejadas de los dogmas, en el entorno de lo que se definió, para entonces, el marxismo occidental. [21] Salvador Allende nació el 26 de junio de 1908 en Valparaíso (Chile). Fue un destacado dirigente estudiantil. Se graduó de médico y posteriormente, en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda ocupó la Cartera de Salubridad. Fue Senador, desde 1945 hasta 1970, en representación del socialismo chileno, partido en el que militó toda su vida. Ejerció la Presidencia de la Cámara del Congreso entre 1966 y 1969. Fue candidato a la Presidencia de la República en cuatro oportunidades: en 1952, en 1958, en 1964 y finalmente en 1970 cuando obtuvo una mayoría relativa que le permitió que el Congreso Nacional lo eligiera como Presidente de Chile. Gobernó hasta el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, fecha en la cual falleció defendiendo la Presidencia de la República frente las hordas fascistas que encabezadas por Augusto Pinochet se tomaron el gobierno, dando al traste con el ejercicio del poder del primer presidente marxista que en la región accedió al gobierno mediante el sistema electoral. [22] Político e historiador uruguayo, nacido en Canelones en mayo del año de 1922. Fue profesor de filosofía y de historia en la enseñanza secundaria. Militó en las filas del partido socialista, del que fue su Secretario General desde 1958 hasta 1963. Fue, asimismo, diputado de la República en varias oportunidades. Lideró, al interior de su partido una corriente antiimperialista de profundo contenido socialista y latinoamericanista constituyéndose en un referente ideológico en las filas del socialismo uruguayo. Fue uno de los fundadores, en 1971, del Frente Amplio (que hoy cogobierna con el Socialista Tabaré Vasquez) frente político constituido para enfrentar a la dictadura militar de aquel entonces. Falleció en noviembre de 1980. [23] Intelectual y escritor boliviano de enorme valía nacido en 1931. Estudio abogacía y ejerció la cátedra. Fue artífice de la nacionalización de los hidrocarburos en la Presidencia de Alfredo Obando Candia. Fue representante ante el Congreso Nacional por Cochabamba. Fundó el partido socialista del cual fue su candidato presidencial en 1980, año en el cual se produjo el golpe de estado propiciado por Luís García Meza, circunstancia en la cual fue apresado y asesinado cuando defendía la sede de la Central Obrera Boliviana (COB). Tal circunstancia acaeció el 17 de julio de 1980. [24] Tanto el determinismo del socialismo real como aquel que exalta las leyes del mercado no dejan espacio para la libertad y para la creación colectiva de los seres humanos.
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Germán
Rodas Chaves
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