América Latina luego de la “Guerra Fría” |
El
fin de la Guerra Fría significó un cambio en el marco universal de la
bipolaridad existente entre los bloques capitalista y comunista, pues en
el orden internacional, para los países que estuvieron fuera del campo
del “socialismo real”, la
importancia del bloque soviético residió en la calidad del contrapeso
que este bloque generó contra el poder de los EE.UU. al cual, entonces,
se le opuso una alternativa de comercio, de inversiones, de créditos y de
armamentismo. La asimetría
frente a los Estados Unidos de Norte América fue, en este panorama, un
espacio de alianza autónomo respecto al mercado capitalista
internacional. Después
de la posguerra han surgido escenarios distintos tanto más que somos
testigos de los límites a los que ha llegado el combate por la
independencia nacional, asunto que fue un factor constitutivo importante
del periodo anterior. Este
hecho sustantivo exige pensar nuevas bases de las relaciones entre las
luchas sociales en los países capitalistas avanzados y los países con
economía capitalista dependiente. En
efecto, el nuevo telón de fondo inicialmente propuso el reino de los Estados
Unidos como única superpotencia en el mundo. Pero la realidad es más compleja pues
cuando se analiza el conjunto de factores que configuran el “poder
real” de Estados Unidos para modelar el sistema internacional, se
constata que aunque “quisieran” ya no disponen del conjunto de
capacidades necesarias para retomar su papel hegemónico mundial. Se
supone que una potencia para ser hegemónica debe tener la capacidad de
integrar al conjunto del mercado mundial. Esto requiere que sus empresas
sean mejores, más eficientes y competitivas en el plano de la producción,
el comercio y las finanzas. Sin embargo, en el nivel económico (comercio
internacional, sistema financiero, sistema monetario), Estados Unidos
requiere cada vez más el alcanzar acuerdos con los otros miembros de la
tríada metropolitana, esto es con la Unión Europea y el Japón. En
el plano político, aunque es evidente que EE.UU. es el único actor con
un juego político global, éste, para ser efectivo, demanda de la
colaboración de otras potencias y de países de peso regional para el
procesamiento de conflictos internacionales.
Es entonces la abrumadora superioridad militar estadounidense la
que le permite frenar su pérdida de peso político en el sistema
internacional. Por ello más
que hablar de "hegemonía" se debe hablar de "dominación"
estadounidense, entendiendo por ésta la capacidad de aplicar la fuerza,
asunto que desencadena, -como en efecto ha ocurrido-,
una situación internacional crecientemente inestable y
potencialmente explosiva. Precisamente
por lo expuesto, es decir a pesar del ritmo conservador impuesto en el
plano mundial, en América Latina y el Caribe (ALC) nos encontramos en una
nueva fase política. Si bien ALC es la única área del mundo con una
historia continua de transformaciones y luchas políticas radicales desde
hace un siglo, es ahora cuando se presenta una gran oportunidad de
transformación.
En
efecto, es en este escenario, - el de la América Latina-, donde se
observan, con notoriedad plena, los efectos nocivos por la aplicación de
las políticas neoliberales y, a contrapelo, se constata el lugar de
respuesta político-social más avanzado. Movilizaciones de resistencia
han acompañado todo el ciclo, organizaciones populares se han fortalecido
en esa lucha y partidos de izquierda han avanzado en un proceso de
acumulación de fuerzas que incluso les ha permitido canalizar esa energía
social en los primeros intentos de conducción estatal alternativa. A más
de aquello tenemos en la región irrupciones de protesta de gran
envergadura y las redes internacionales más importantes del momento. La
movilización social referida se inscribe en el objetivo de la construcción
y profundización de la democracia política, asociada a una verdadera
democracia económica y social, que, al mismo tiempo, constituya nuevos
espacios para revitalizar la democracia republicana clásica, pues de las
experiencias populares mundiales debemos recuperar el hecho de que no se
produce el cambio democrático sin la inclusión de las estructuras
formales del Estado. Por todo lo afirmado es hora de dotar de cuerpo al gran sueño de la Patria Grande. Y esto comienza, a lo inmediato, con la creación/consolidación de una institucionalidad latinoamericana y la conformación de un actor político continental. Por ello es necesario impulsar, rediseñar y articular los incipientes procesos de integración subregionales, dotándoles de un mayor sentido social, político y económico integral y propiciando entre ellos un esquema de interrelación permanente. Al
calor de estas expectativas, entre otras cosas, veo con esperanza, dado el
peso de Brasil y las características del PT, la apuesta del gobierno de
Lula por la integración regional, la misma que generó en Sudamérica un
bloque geopolítico, de importante peso, -aunque heterogéneo y de cohesión-consolidación
inciertas-, y con una agenda propia y una dinámica que busca todo tipo de
independencia, lo cual puede abrirle a la región un margen de maniobra
internacional importante.
En este sentido, ahora más que nunca, el proyecto político y económico de nuestra región, -América Latina-, juega su futuro en la integración regional. La reestructuración de los estados-nación, en medio de su debilitamiento por la políticas neoliberales, requiere de respuestas políticas que apuesten por integraciones regionales que, a su vez, permitan una reinserción soberana para una mayor libertad de movimientos respecto de las grandes unidades económicas existentes en el planeta. El reto está planteado y nuestro País ya no puede mantenerse distante a toda estas circunstancias. |
Germán
Rodas Chaves
Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador
Autorizado
por el autor
La Hora
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