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1898: tiempo de inflexión de nuevas formas de terrorismo de estado en el
contexto de la doctrina Monroe que pervive |
Por todas partes se vive una especie de cultura de las efemérides. Somos propensos a recordar diversos tipos de fechas y por ende multiplicamos fácilmente el calendario de los aniversarios. Esta tendencia, susceptible ha desarrollarse cuando se trata de la memoria histórica de países tan viejos como los de Europa, no se produce, en cambio, cuando evocamos la guerra Hispano-Cubana-Norteamericana de 1898 y sus inmediatas consecuencias que se produjeron a finales del siglo 19 y comienzos del 20. La importancia de recordar y analizar los acontecimientos ocurridos hace más de un siglo entre España, Los Estados Unidos, Cuba, Filipinas y las islas Guam tiene plena vigencia a unos cuantos años de haber comenzado el nuevo milenio, tanto más que nuevas formas de colonialismo, -que expresan fidedignamente comportamientos encubiertos de terrorismo de Estado-, dibujan el lacerante panorama de nuestra Latinoamérica y debido a que para llegar a una situación geopolítica determinada, los E.U. concibieron una estrategia al calor de la política del terrorismo de Estado, conforme lo veremos en los párrafos siguientes.
El Tratado de París de 1783, por el cual los colonos Norteamericanos lograron su independencia frente a los ingleses, abrió, paralelamente, un proceso de disputa con España respecto de vario territorios americanos. España previó esta realidad y trató que en París se fijase el límite occidental de los Estado Unidos en los Montes Apalaches. Al fracasar esta propuesta se abrió una frontera común con su temible vecino, al norte de la Florida y a todo lo largo del Mississipi que habría de provocar, con el tiempo, que España fuese arrojada de todas sus posiciones en Luisiana y Florida. Efectivamente, Luisiana pasó al poder de Estados Unidos en 1803, Florida Occidental en 1810, Florida Oriental en 1827, Texas en 1836, Nuevo México y California en 1848.
Todos estos asaltos territoriales se produjeron en momentos críticos para España. En efecto, perdió la Florida Occidental cuando la guerra Napoleónica, y la Florida Oriental en el ámbito de las vicisitudes generadas por la Santa Alianza cuyos principios invocó el Congreso de Verona para restaurar en el poder al Rey Fernando Vll a partir de la intervención de los “cien mil hijos de San Luis”.
Luego de los sucesos señalados, el expansionismo, -práctica que para su ejecución requiere de un conjunto de acciones promovidas desde el terrorismo de Estado-, estuvo presto para dirigirse al sur, en un rumbo previsto por el tercer Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Tomas Jefferson (1801-1809), quien en 1805 comunicó a Inglaterra que si Estyados Unidos entraba en guerra con España por la posesión de la Florida Occidental, invadirían Cuba porque esta Isla les era fundamental como defensa militar de Luisiana y de La Florida.
La idea de Jefferson de anexionar Cuba a los estados Unidos, comenzó desde entonces a tomar forma y contenido, de allí que tal gobierno encargó al General Wilkinson la tarea de promover en La Isla acciones recurrentes para que los cubanos, o mejor dicho aquellos que podían generar opinión e influencia, propiciaran la anexión. Wilkinson llegó a Cuba en abril de 1809 para cumplir el encargo de Jefferson y tan solo las protestas y los temores de Gran Bretaña impidieron la gestión del enviado del Presidente Norteamericano.
No obstante lo evidente fue que Estado Unidos había definido, entonces, el objetivo de apropiarse de Cuba y que para tal efecto acecharía el momento oportno y definiría una serie de estrategias que, a lo largo del siglo 19 las puso en marcha, hasta que encontró el momento más oportuno, cuando España se encontró en su peor momento histórico interno y cuando las fuerzas independentistas cubanas luchaban por sus objetivos. Fue allí cuando la maquinaria estatal de E.U. puso en marcha su estratagema y propició, mediante actos promovidos desde el estado, la consecución de sus objetivos, sin que para ello no deje de estar presente la categoría del terror, la guerra, el asesinato, la persecución y el sabotaje que califican a tal conducta dentro de la categoría del terrorismo de Estado.
Por todo lo afirmado, cuando el 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, por medio del cual España cedió sus últimas colonias a los Estados Unidos, se inició un proceso que lacera aún el presente y que tiene que ver con la política Monroista de "América para los americanos", que debido a las contingencias del momento también se ha globalizado no sólo como concepto, sino como conducta ideológica, geopolítica y militar, asunto este que plenamente se identifica, por ejemplo, en el Plan Puebla Panamá, el Plan Colombia, la Iniciativa Regional Andina, entre otros.
Entonces valga la oportunidad, en este punto, el hacer un recuento histórico brevísimo sobre los acontecimientos ocurridos alrededor de 1898, -año en el cual se consumó el afán Norteamericano de apropiarse de los territorios españoles en América y, particularmente, de Cuba-, que nos permitirán, luego, retomar el camino de las reflexiones que en este trabajo pretendo desarrollar:
El 14 de mayo de 1897, William McKinley asumió la Presidencia de Estados Unidos. Junto a él gobernaría el Partido republicano que en su programa electoral y respecto de Cuba, afirmaba que el Presidente “activamente hará uso de su influencia para restablecer la paz y la independencia a la isla”. McKinley, sin embargo, en sus primeros meses de gobierno, no alteró la política de los regímenes que le precedieron. Tampoco dio paso alguno a fin de reconocer la beligerancia de los revolucionarios cubanos por la independencia de la Isla, respecto de su metrópoli, España
Posteriormente, el mentado Presidente Norteamericano designó como su Ministro en Madrid al General Steward L. Woodford quien, en adelante, sería el portavoz en España sobre los temas referentes a Cuba. Woodford actuó de manera inmediata y luego de su acreditación como Embajador de los Estados Unidos, remitió, al efecto, una comunicación al gobierno español en la que le hacía una detallada exposición sobre la situación de Cuba, -evidentemente desde la óptica y de los intereses norteamericanos-, y en la cual le expresaba la convicción de que había llegado la hora para que España pusiera término a la lucha con los independentistas cubanos, a partir de fórmulas de arreglo honrosas para ella y justas para Cuba.
El planteamiento en referencia fue acompañado de un plazo, hasta el 31 de octubre de 1897, a fin de que el gobierno español formulara alguna proposición bajo la cual la oferta de buenos oficios de los Estados Unidos pudiera hacerse efectiva.
La situación española, en aquellos momentos, era ciertamente crítica, pues vivía una crisis de poder provenida del asesinato de Canovas del Castillo quien estuvo frente al Gobierno hasta agosto de 1897, circunstancia que determinó que, nuevamente, el político liberal Práxedes Mateo Sagasta se encargara del Gobierno Español. El encargado del Gobierno, empero, no tenía en aquellos días autoridad para resolver el tema sobre Cuba.
Unos meses después, el jefe de Gobierno, luego de las consultas internas necesarias, designo a Pio Gullón como Ministro de Ultramar, con la aparente intención de buscar una solución adecuada a la situación cubana y a la lucha que en ese territorio se libraba por la independencia frente a España. Tan es así que le 23 de octubre el diplomático norteamericano Woodford recibió de Gullón una respuesta oficial en la que le informo que se concedería plena y amplia autonomía a Cuba.
El 26 de noviembre de 1897 la Gaceta Oficia de Madrid publicó el texto de la Constitución Autonómica De Cuba y Puerto Rico. De esta manera las demandas de los Estados Unidos fueron atendidos por España.
La decisión de autonomía, en todo caso, no contó con el entusiasmo de los españoles ni de los propios autonomistas cubanos que esperaban muchísimas más ventajas que esta nueva realidad político-administrativa podía depararles; se opusieron así, de alguna manera, a la autonomía. En cambió los insurrectos cubanos, como era obvio, rechazaron la política española pues sabían que su triunfo estaba próximo.
El 6 de diciembre de 1897, en su mensaje anual al Congreso, el presidente Mckinley dijo: “El próximo futuro demostrara si las condiciones de una paz justa tanto para los cubanos como para España, equitativa también para nuestros intereses, tan íntimamente ligados al bienestar de Cuba, podrán llegar a alcanzarse. La exigencia de una posterior y distinta acción de parte de los Estados Unidos, quedará en pie y se hará efectiva en su oportunidad. Dicha acción en ese momento se determinará de acuerdo con deberes y derechos indiscutibles, y se llevara adelante, sin errores ni vacilaciones, a la luz de las obligaciones que este Gobierno tiene consigo mismo, con el pueblo que le ha confiado la protección de sus intereses y su honor y con la humanidad”.
A estas declaraciones que Woodford transcribió al Gobierno español, Gullón respondió en términos muy firmes señalando que Estados Unidos no poseía el derecho de señalar plazos para la pacificación. Es más, argumento Gullón, “Arrogarse la facultad de intrusión o ingerencia conduciría de modo inevitable a pretender intervenir en los asuntos internos de un país vecino, y semejante intervención habría de ser rechaza siempre por la fuerza, por toda nación que se respete a sí misma”.
La relaciones entre Estados Unidos y España no podían ser más tensas luego del antecedente que refiero en líneas precedentes, sin embargo en el entorno de impedir que el pueblo cubano lograra su independencia frente a España y toda vez que la metrópoli no estaba dispuesta a sucumbir ante las presiones norteamericanas, comenzó a fraguarse un acto de terrorismo de Estado, -quizá sin la gravedad que el hecho significó, luego, en cuanto a la pérdida de vidas-, y que la historia lo recoge como el hundimiento del acorazado norteamericano “Maine” nombre de dicho acorazado que, supuestamente fue enviado en una misión de amistad a Cuba y cuya sola presencia en aquellos momentos en Cuba constituyó un acto de provocación, -otra variante del terrorismo de Estado-, y cuya tragedia se constituyó en el gran pretexto para poner en marcha los objetivos norteamericanos.
Los sucesos entorno al Maine se produjeron de la manera siguiente: Sobre las nueve y treinta de la noche del martes 15 de febrero de 1898 un explosión hundió al acorazado norteamericano Maine fondeado en la bahía de la Habana. El navío destinado a la escuadra que cuidaba las aguas del norte de las Antillas, tenía una tripulación integrada por 26 oficiales y 328 marineros. En el siniestro padecieron las 3 cuartas partes de esa tripulación es decir, 226 hombres.
El Maine bajo el mando del capitán Charles D. Sigsbee, había llegado a la Habana el 25 de enero de 1898, aparentando “una visita amistosa” no obstante los momentos tensos que existían entre los Estados Unidos de Norteamérica y España.
Inmediatamente después del hundimiento del Maine, la prensa norteamericana responsabilizó a las autoridades de Madrid y de La Habana por lo ocurrido con el acorazado: “Esto significa la guerra” proclamó, por ejemplo John Radolph Hearst, propietario del Diario “Journal”.
Aquellos que propugnaban la confrontación bélica con España, encontraron en esta circunstancia, -como era de esperarse-, el motivo de sus afanes belicistas que les permitiría adueñarse de Cuba. Theodore Roosvelt escribió el 16 de febrero “daría cualquier cosa por que el Presidente McKinley enviase mañana la flota a La Habana”.
La tragedia del Maine y sus futuras repercusiones, obligó a que las autoridades españolas iniciaran el proceso de investigación que correspondía, el cual, inicialmente, consistía en examinar los restos del navío e interrogar a los sobrevivientes. El capitán del Maine, Sigsbee, dilató el permiso de esta investigación con el argumento de que debía esperar la llegada de los buzos desde Estados Unidos.
El Gobierno de Washington, por su parte, designó una comisión investigadora encabezada por el capitán del navío William T. Sampson, comisión que partió a La Habana el 20 de febrero con al consigna de actuar con total independencia de los españoles, negando cualquier posibilidad de establecer una investigación mixta.
El 21 de marzo de 1898, el Gobierno de Washington recibió un resumen de la comisión investigadora sobre la catástrofe. El informe establecía que la explosión la había provocado una mina colocada bajo la cuaderna 18 del buque. Así la comisión determinaba que la causa de la explosión era “externa”. A este informe se contrapuso el que provenía de los investigadores españoles, cuya causa radicaba en “una explosión interna”.
Con los resultados finales de la “comisión Sampson” (que explicaba la destrucción del Maine como resultado de dos explosiones: una pequeña producida en el exterior que había desencadenado una enorme de carácter interno), el Presidente McKinley, en el mensaje a su Congreso señalo que la verdadera cuestión era que “España ni siquiera podía garantizar la seguridad de un buque norteamericano que visitaba la Habana en misión de paz y por ello pedía autorización para terminar la guerra en Cuba a la vez que solicitaba emplear, con aquel fin, a las fuerzas militares y navales Estadounidenses.
Cuando el capitán del Maine regresó a su país, la comisión investigadora le había exonerado de cualquier responsabilidad en el hundimiento de la nave y el presidente McKinley recibió a Sigsbee con entera simpatía y poco tiempo después le asignó el mando del crucero Saint Paul. Por otra parte Sampson, el responsable de la Comisión investigadora Norteamericana, a penas tres días después de que concluyera su actividad en La Habana, fue nombrado jefe de la escuadra del Atlántico Norte y, posteriormente, Contralmirante en funciones.
Con todos estos antecedentes, el 19 de abril de 1898, el Congreso Norteamericano aprobó una resolución conjunta, -de la Cámara y del senado-, en la cual instó el empleo de las fuerzas armadas para garantizar la pacificación de Cuba. De esta manera se autorizó el bloqueo naval sobre Cuba y el 10 de junio de 1898, cerca de Guantánamo, se produjo el primer desembarco de infantes de marina.
El primero de julio de 1898 se realizaron combates en las afueras de Santiago de Cuba que, mediante la tarea de auxilio y apoyo que cumplieron los “Mambises”, -esto es los insurrectos cubanos alzados en armas que lucharon por independizar a su país-, se logró el éxito de las tropas norteamericanas. En aquellas circunstancias la rendición de la escuadra española era inminente y por ende la aspiración del pueblo de la Isla Mayor de la Antillas estaba próximo en la consecución de su primera Independencia.
El 10 de julio se consumó el bombardeo sobre Santiago de Cuba por parte de los Norteamericanos, mientras los patriotas cubanos se apoderaban de El Cobre y llegaban hasta la Bahía.
El 13 de julio se entrevistaron los mandos de Estados Unidos y de España, a fín de concertar la rendición española cuyos documentos, -los atinentes a la rendición-, se firmaron el 16 de julio, sin la participación de quienes habían desarrollado la guerra de independencia de su Patria: los cubanos.
Mas aún, las tropas norteamericanas de ocupación no permitieron a los Mambises entrar en Santiago de Cuba a tal punto que el General Calixto García, uno de los importantes jefes de la lucha liberadora de su pueblo cubano, envió a los norteamericanos una carta de protesta por su comportamiento que denotaba que lo que les interesaba era la rendición española a espaldas de los cubanos.
El 10 de diciembre de 1898 fue firmado el Tratado de París, nombre asignado al acuerdo de Paz entre España y los Estados Unidos, -y que fuera firmado en la capital de Francia-, mediante el cual se daba por terminada la dominación colonial española en Cuba.
De esta manera los cubanos que se habían alzado contra el colonialismo español, -por entonces cercado por grupos tradicionalistas e inmovilistas que dominaban a España en medio de su crisis estructural de finales del siglo 19-, y cuando estaban a punto de lograr su independencia de la metrópoli, fueron testigos de la manipulación de los Estados Unidos quienes, por medio de una planificada estrategia, se involucraron en la referida confrontación, con la finalidad de surgir como la fuerza militar que derrotara a España y, en medio de la capitulación que exigiera a Madrid, obtener la posesión de Cuba y de las otras colonias, las últimas, que España tenía en el Caribe y en el Pacífico. El Tratado de marras permitió que los Estados Unidos se apoderaran, también, de Puerto Rico, compraran las Filipinas y se hicieran de las Islas Guam.
Dicha circunstancia histórica promovió, de manera perversa, que los cubanos, entonces, tan solo fuesen espectadores de una realidad lacerante que le condujo a volverse en nueva colonia de los Norteamericanos, mientras se hablaba de libertad y liberación gracias, todo ello, a una variante sutil en la aplicación del terrorismo de estado Norteamericano que había provocado la situación relatada en estas líneas.
Así, el Tratado de París, al que he aludido en este texto, dio cuenta de un proyecto y estrategia norteamericanos concebidos muchos años atrás, en tanto los protagonistas de las guerras de independencia que habían dado la sangre de sus mejores hijos a favor de la causa libertaria, como es el caso de los cubanos o los filipinos, quedaran al margen de toda negociación y, lo más grave, fuesen sometidos administrativa y políticamente, en el entorno de ésta circunstancia histórica, a los Estados Unidos de Norteamérica que asumió el control absoluto de los nuevos dominios en 1899, a partir de cuya fecha sus tropas se hicieron cargo del gobierno de éstas sus nuevas colonias, algunas de las cuales todavía luchan por su independencia y autodeterminación, intentando seguir el ejemplo que les legara Cuba cuando triunfó en éste mismo propósito en 1959.
En este punto es menester dos consideraciones fundamentales: 1.- A partir de la hipótesis de que la voladura del Maine no hubiese sido organizada por aquellos que, en Estados Unidos de Norteamérica, tenían la necesidad de impulsar la guerra con España a fin de no permitir que Cuba y otros territorios se independizaran sin su activa presencia y, por esta vía, apropiarse de los territorios de la Isla, las decisiones del régimen Norteamericano evidencian una conducta de terrorismo, porque sus acciones, previamente a los sucesos del Maine, estuvieron orientados a provocar la confrontación con España sin importarles ni siquiera la vida de sus propios soldados y las consecuencias nefastas que toda conflagración trae consigo.
Este comportamiento, el de buscar la confrontación a toda costa con España, no consideró en modo alguno los efectos nocivos que en diversos ámbitos se provocaría en el propio territorio Norteamericano, pues la idea central o el objetivo de la apropiación de los últimos territorios de España en América se constituyó en el eje sustantivo del accionar de los agresores en una evidente demostración de que los objetivos de aquel entonces estuvieron por encima de cualquier conducta de respeto a la vida y la autodeterminación y soberanía de los pueblos.
2.- Si al interior del círculo de aquellos que tomaron la decisión de enfrentar a España militarmente, de apropiarse de Cuba y Puerto Rico, de comprar las Islas Filipinas y de hacerse, también, de las islas Guam, hubiese habido un núcleo de hombres o mujeres (provenientes de Puerto Rico, de Filipinas o de cualquiera de los países que terminaron sometidos a la voluntad de los estado Unidos), que respondiera a los objetivos de respeto a la autodeterminación de los pueblos, por ende dispuestos a evidenciar que los objetivos de la agresión a España formaban parte de una estrategia para controlar territorios latinoamericanos, y si este hipotético núcleo hubiese develado los intereses geopolíticos reales de los norteamericanos, ciertamente las circunstancias históricas hubieren sido otras y, seguramente, quienes hubieren actuado en el marco de las circunstancias que infiero habrían pasado a la historia como patriotas al servicio de las causas de la paz, de la libre determinación de los pueblos y de abanderados de la lucha anticolonial, más allá de que los interesados en fomentar el conflicto de lo que se llamó la guerra hispano-cubano-norteamericana los habrían llamado, en el léxico del terrorismo de estado, como traidores, infiltrados o antipatriotas, calificativos despectivos con los cuales, en estos días, nombran a los cinco cubanos que con su accionar en las propias filas del monstruo han logrado desenmascarar e impedir los propósitos de violencia y terrorismo que intentaron, -una vez más-, lanzar en contra de Cuba.
Pero la realidad, o la aspiración que infiero en estas líneas, fue muy distinta, tanto que Cuba tuvo que esperar más de medio siglo para lograr su auténtica independencia, mientras otros países mantienen, todavía, una vigorosa lucha para alcanzar sus objetivos soberanos y cumplir, así, los intereses pospuestos en favor de sus pueblos.
Todos estos hechos ocurridos en aquel año de 1898 se sucedieron, además, articulados al proceso de expansión norteamericana como efecto de la crisis de acumulación de los capitales en el entonces naciente imperio, independientemente de que cada uno de los sucesos a los que me he referido en este texto por su envergadura y significación, bien podrían ser analizados de manera separada y en un entorno propio.
Pero si bien estos acontecimientos tienen una repercusión más próxima para los Ibero-Americanos, vale recordar que en ese mismo año de 1898 se produjeron diferentes hechos en otros escenarios cuyas implicaciones históricas no pueden subestimarse para la comprensión de un sistema que da cuenta de la consolidación de países y economías que, luego, habrán de interrelacionarse entre sí y que quedarán, más tarde, supeditadas a la hegemonía norteamericana. ( más allá de que a estas alturas han aparecido economías e intereses regionales que pretenden lograr equilibrios en un mundo amenazado por un poder unipolar).
Aquel 1898 es el año en el que culminó la tristemente célebre "rebatiña" por África y su repartición entre las potencias europeas, algunas de las cuales como es el caso de Gran Bretaña y Francia estuvieron a punto de enfrentarse entre sí en medio de sus agresivas pugnas de intereses, en tanto fueron liquidados los últimos focos de rebeldía por la independencia de los aborígenes africanos. En 1898, asimismo, las potencias europeas iniciaron una nueva fase de agresiones contra China reduciendo esa milenaria civilización a un estatus de semicolonialismo.
Las distancias geográficas de los sucesos enumerados tienen un contraste de coincidencia en el tiempo:1898. El rango de sus protagonistas, las grandes potencias, y sus víctimas, los hasta hace poco llamados países del tercer mundo, todo lo cual constituye el entorno en la consolidación de un proyecto económico histórico y social que prevalece más de cien años después y que de manera violenta en nuestra América se inauguró hacía finales del siglo 19 y comienzos del 20, con los acontecimientos de la guerra Hispano-Cubana-Norteamericana, cuya incidencia en nuestra región corroe, aún, al año 2.005
Por todo aquello, la reflexión que nos retrotrae la memoria hacia 1898 tiene el objeto de hacernos comparar las razones históricas de aquel entonces en que se precipitó la "primera guerra imperialista" (como así llamó Lenín a la confrontación de España con los Estados Unidos) con las razones históricas que en este momento están provocando la situación de crisis en nuestro continente, y en todo el mundo, en medio de cuyas circunstancias nuestros pueblos y naciones deben cumplir un papel protagónico a fin de favorecer la unidad (en medio de la diversidad) y poder así superar las causas que impiden la conquista de mejores días.
De esa impostergable comparación, de los elementos causa -efecto ocurridos en 1898, -y en los posteriores años-, y de los fenómenos similares constatados ciento siete años después, me ocuparé, brevemente, en las siguientes líneas, toda vez que para alcanzar los objetivos comentados se utilizaron mecanismos violentos fabricados desde los regímenes Norteamericanos que no pueden ser soslayados en todo estudio histórico.
En efecto, al terminar el siglo 18 y comenzar el 19, los Estados Unidos habían definido ya los ejes de su política expansionista respecto del resto de América, asunto que, necesariamente, debe ser comprendido como nuevas expresiones de terrorismo de Estado, -política a la que solemos llamarla como la doctrina Monrroe-, y que, en su oportunidad, se expresaron, -como queda dicho-, en la ocupación de los norteamericanos de territorios como Luisiana, de la Florida Occidental, de la Florida Oriental, de Texas, de Nuevo México y de California.
Esta política o mejor dicho, esta conducta fue instituida como doctrina a partir del gobierno del quinto presidente norteamericano, James Monroe, (1817-1825), todo ello bajo el argumento de "protección" a los países de América frente a las diversas potencias europeas que supuestamente intentaban conquistar los territorios que España iba perdiendo en medio de lo que constituyeron las luchas independentistas de sus colonias.
Los afanes Norteamericanos para prodigar la inadecuadamente llamada protección a las colonias españolas a fin de estas no fuesen devoradas por otros países europeos, devino al interior de E.U. en la determinación de un objetivo central: utilizar dichos territorios en su beneficio sea por la ocupación de los mismos, sea por el control económico en esos lugares o bien por la manipulación y control de sus supuestos gobiernos autonómicos. Para dicha tarea definieron, pues, instrumentos de penetración ideológica, política y económica, -a más de la militar si fuere del caso-. Más aún, prepararon la conciencia del común de los ciudadanos norteamericanos para que tal realidad, -la de la agresión a otros territorios por cualquiera de las vías que he señalado-, se constituyera en un asunto de su propia identidad y desarrollo, tanto más si dicha política, -si se cumplía a cabalidad-, traía consigo, supuestamente, mejores y prósperos días para el país.
Para que fuese posible este accionar de Estado, los regímenes norteamericanos diseñaron, pues, acciones y tareas específicas que les permitiese lograr sus objetivos -o sea configuraron la implementación de conductas desde la praxis del terrorismo de estado-, que debían comprenderse por parte de la colectividad como parte del “arte de gobernar” de los mandatarios norteamericanos y como el fiel cumplimiento de sus deberes, algo similar, como viene ocurriendo con la guerra anti-terrorista que en estos meses continúa en muchas partes del mundo a propósito de la guerra sin fin iniciada en los últimos años.
Volviendo al tema que nos compete, la "doctrina Monroe" fue impulsada con la finalidad práctica de ejercer cierta protección sobre las repúblicas del Sur de Río Grande, amparándolas contra posibles intentos de desmembración o conquista por potencias no americanas. En todo caso de lo que realmente se trató fue de impedir que las potencias europeas, mucho más fuertes que España y las repúblicas de origen Ibérico, cerraran el paso a la expansión norteamericana, para cuyo efecto no se impidió el cometimiento de cualquier acción que violente la soberanía y la dignidad de los pueblos, en una evidente demostración que para cumplir estos propósitos, la política del terrorismo de Estado se constituía en instrumento de ejercicio ideológico y militar permanente del ejército invasor.
A partir de la argumentación referida en el párrafo anterior, para los norteamericanos los resultados de su confrontación con España a lo largo del siglo 19 había sido favorable a sus intereses, pues "la doctrina Monroe” tuvo un éxito rotundo. Internamente, -como lo habían planificado-, lograron consolidar un pensamiento ideológico y político expansionista e intervencionista que se expresó en los diversos espacios de dirección y opinión de esa sociedad, lo cual garantizó el desarrollo de un modelo que propiciaba la adquisición de nuevos espacios geográficos donde invertir y reproducir el capital monopólico a fin de generar lo que entusiástamente ellos, los norteamericanos, denominaron el "desarrollo nacional".
Este proceso al que aludo tomó su propio camino a lo largo del siglo 20, y su complejo accionar se ha constituido en la vía de control de las Américas, con la finalidad estratégica no sólo de poseer zonas de influencia e inversión, sino también áreas supeditadas, en toda forma, a sus múltiples intereses y requerimientos estructurales y supraestructurales.
Así, -ya en el siglo 20-, en medio de ésta lógica, dividieron Colombia y fabricaron el aparecimiento de Panamá para construir sin dificultades el canal que uniría los dos océanos en el entorno de sus intereses económicos en expansión; actuaron sobre México para defender sus requerimientos de inversión; sometieron a la República Dominicana, en 1909, a fin de aplastar los movimientos de oposición que emergieron en contra de gobiernos títeres a sus intereses; impidieron que Haití soberanamente eligiera presidentes que podrían afectar los intereses norteamericanos, tal el caso, en 1915, de las maniobras abiertas para impedir que Rosalvo Bobo fuese designado Presidente a más de la ultrajante conducta que promovieron en 1913 a propósito de la reclamación sobre el Banco Nacional de Haití y el Puerto de Mole de Saint Nicholas, querella que fue acompañada de un desembarco de tropas Norteamericanas que se sustrajeron las reservas monetarias del Banco nacional de Puerto Prícipe para trasladarlas al national City Bank de Nueva York.
En esta misma línea de conducta los Norteamericanos aplastaron, en 1926, la rebelión liberal contra el gobierno de Adolfo Díaz, en Nicaragüa, -mediante el desembarco de tropas-, gobernante que les era sumiso a sus pretensiones hegemónicas; articularon todos los mecanismos para hacer fracasar la revolución cubana y auspiciaron la invasión de Bahía de Cochinos en contra de Fidel Castro; sostuvieron el régimen asesino de Somoza en Nicaragua y desestabilizaron la revolución Sandinista; invadieron Grenada; patrocinaron las dictaduras sangrientas de Chile y Argentina, y hoy, de manera abierta, favorecen la puesta en marcha del Plan Colombia para desestabilizar el régimen Venezolano y a propósito de combatir al narcotráfico, estimular la presencia de bases militares cuyos objetivos estratégicos están vinculados no solo a asfixiar la región en su perspectiva política, sino a contribuir con la sustentación del modelo de la globalización neoliberal etc. etc., todo ello entre otras tantas y tantas acciones que han hipotecado la vida de los pueblos americanos a los fines y expectativas de los Estados Unidos.
Ahora bien, para lograr los objetivos que acabo de enumerar, -entre tantos otros que se han articulado en nuestra región-, objetivos que, además, deben ser comprendidos como requerimientos de la política de Estado Norteamericano, se propiciaron todos los instrumentos y mecanismos que permitiesen los resultados apetecidos. En este contexto se trazaron acciones vinculadas al terrorismo de Estado como, por ejemplo, cuando se intentó invadir Cuba o cuando, en la perspectiva de desaparecer al régimen de Castro no han dejado de plantearse el uso de medios violentos para desaparecer físicamente al líder cubano o de estimular y encubrir acciones terroristas, -y proteger a sus autores-, asunto este último demostrado luego de la explosión que ocurriera con un avión cubano que retornaba a su Patria y que fue dinamitado en Barbados, cuyo autor material e intelectual desde entonces ha mantenido la protección oficial de los regímenes norteamericanos. En forma similar, -amparados en la doctrina del terrorismo de Estado-, han procedido cuando armaron militarmente a la denominada “contra nicaragüense” en contra del gobierno legítimo Sandinista, realidad factible gracias a los negocios que dejaba el tráfico de estupefacientes generado desde Bolivia y para cuyo entonces dicha abominable tarea no les fue a los órganos del poder norteamericano tan aborrecible, como lo predican ahora para justificar sus acciones encubiertas en muchos países de nuestra región. De esta manera, los recursos económicos que generó el tráfico de drogas fueron utilizados en las actividades del terrorismo de Estado en contra del régimen de la Patria de Rubén Darío.
En este orden de referencias históricas y de análisis, los sucesos de 1898 y de sus años inmediatos, deben ser entendidos como el punto de partida para poner en marcha efectiva la susodicha doctrina monroista a fin de lograr en la práctica la expansión de los capitales e intereses económicos norteamericanos al resto de América, sin importar que para el efecto se produjeran los acontecimientos violentos que nos recuerda la historia en el intento, pocas veces fallido, de controlar los regímenes latinoamericanos mediante la restricción de las democracias o el sometimiento de ellas a la vorágine expansionista norteamericana.
Empero, y concomitantemente a las circunstancias referidas, en Latinoamérica fueron desarrollándose formas contestatarias a la política agresora del imperio. Los nacionalismos surgieron en medio de la necesidad de confrontar la agresión del capital transnacional. Aparecieron, asimismo, los partidos y movimientos sociales constituidos, inicialmente, al calor del impacto de la revolución de octubre de 1917 y consolidados a lo largo del siglo 20 debido a la influencia de luchas sociales y populares, como la "revolución" mexicana, gracias a procesos de renovación de la Iglesia así como a causa de la formidable presencia de la revolución cubana y, luego, de la Sandinista, entre otros factores.
Esta realidad a la que aludo, además, fue posible a propósito de la presencia en la historia de las ideas de importantes patriotas que desde la perspectiva de la reflexión han posibilitado la aprehensión de la realidad concreta y el desarrollo de una ideología contestataria que nutre hasta hoy el accionar de algunos grupos políticos y sociales emergentes. En este accionar los nombres de José Martí, Antonio Mella, Eloy Alfaro, Vargas Vila, José Carlos Mariátegui, Aníbal Ponce, José Enrique Rodó, no pueden ser olvidados, pues su lucha no solamente expresó una voluntad de confrontación con el Imperio, sino una determinación por facilitar la construcción del Estado –Nación en los diversos rincones de nuestra región, asunto que, -al calor de los ideales de los patriotas enumerados-, sigue siendo una aspiración colectiva de “este pequeño género humano” como nos calificara a los Latinoamericanos el Libertador S.imón Bolívar.
Precisamente debido a estos elementos de respuesta al "establishment" y luego, fundamentalmente a causa del nuevo orden político y mundial provocados a raíz de la caída del "socialismo real", -que determinó la conformación de un mundo unipolar en medio de las disputas por la hegemonía entre los países ricos-, se han ido redefiniendo los nuevos instrumentos de sometimiento a los intereses norteamericanos.
Así hemos llegado a la globalización del neoliberalismo y de sus secuelas: la miseria, el hambre, el analfabetismo, las enfermedades, etc. Pero también somos testigos de formas de globalización que impiden, o al menos pretenden imposibilitar, la construcción de la identidad de nuestros pueblos cuando, por ejemplo, a una determinada cultura se pretende globalizarla desconociendo a las etnias del continente e ignorando lo plurinacional y lo pluricultural de nuestras regiones.
La agresión de 1898, que tenía por finalidad iniciar el camino de sojuzgamiento sobre nuestro continente y el de abrir puertas de control en el Asia, se repite. Entonces la guerra y la liquidación de las naciones-estado en formación constituyeron un mecanismo válido; hoy se toma el atajo de someternos a una economía que igualmente destruye las naciones en medio de los apetitos de un poder unipolar que niega toda diversidad y que propicia los mecanismos necesarios para liquidar a quienes se le oponen en su pretensión.
Precisamente lo afirmado se constituye en el referente conceptual de lo que hoy es el terrorismo de estado, al mismo tiempo que se convierte en el instrumento sutil para desarrollar las acciones necesarias para el cumplimiento de sus propósitos. Lo afirmado se cumple en medio de un estricto control ideológico que me conduce sin dilación alguna a firmar que desde 1898, momento culminante del “monroismo político”, hemos pasado, -gracias a una inflexión histórica, al “monroismo económico, ideológico y militar”, con el agregado sustantivo que desde hace más de cien años los efectos de tal doctrina impregnaba su influencia en las Américas, en tanto hoy, -en un mundo unipolar-, lacera a la humanidad en su conjunto, propiciando la explotación global.
Si, explotación, aún cuando muchos hablan de desigualdad. Explotación, además, fomentada desde el Estado global lo cual lo convierte en un instrumento para la esclavitud de los pueblos y por ello, -además que para sus fines recurre a toda forma de acción-, se constituye en arquetipo de violencia y terrorismo institucionales.
La enorme diferencia entre explotación y desigualdad, dos conceptos que suelen pasar generalmente inadvertidos es importante precisamente para desagregar los modelos de terrorismo de Estado. La desigualdad ayuda a ocultar la explotación. Permite actitudes humanitarias a las que difícilmente se oponen las mentes más conservadoras y que hoy a los llamados "posmodernistas radicales " los lleva a declarar "somos partidarios de las diferencias, no de las desigualdades". Frente a las desventajas de la explotación, la desigualdad aparece precisamente como un fenómeno natural y social, cultural y religioso que puede legitimar el mundo existente, cuando en realidad la explotación es el único concepto válido para mostrar lo que ocurre en la humanidad cien años después que los grupos hegemónicos del poder político y económico Norteamericano, decidieran colonizar a paso acelerado el resto de América.
Un siglo después de la guerra Hispano-Cubana-Norteamericana el problema de la explotación de unos hombres por otros a nivel global tiene un significado nuevo: nos permite plantear no sólo el problema de los explotados sino, en general, el de los seres humanos, pues vivimos un mundo en que una parte muy pequeña de los habitantes se enriquece a costa de la inmensa mayoría y que, con tal propósito, organiza todo tipo de depredaciones y de subsistemas parasitarios.
En medio de ésta tragedia, la lucha contra la explotación sigue siendo una lucha de los trabajadores, pero de los trabajadores unidos a los pueblos y a su rica diversidad social y cultural. Tiene que ser una lucha por la democracia de "todos" y por el respeto a sus culturas, frente a la imposición de un modelo que anula perversamente toda diferencia. Una confrontación, en suma, que se transforma en causa antimperialista, similar a la que promovieron aquellos pueblos sojuzgados con el Tratado de París de 1898, que vieron por sus calles, -luego del mentado tratado-, recorrer las fuerzas norteamericanas de ocupación, y que, después, fueron testigos de la configuración de un modelo político, social, militar y económico dirigido a mantener, con falsas democracias y con leyes ad-hoc, los intereses de quienes las invadieron.
Pero a la par de lo afirmado, la lucha antiimperialista, además, -y por todo lo referido-, se ha de convertir, -como de hecho se está convirtiendo-, en una tarea para combatir las políticas y los objetivos que sustentan al terrorismo de Estado, esta sagaz conducta a la que los corifeos del sistema, los analistas, los medios de comunicación y el orden establecido lo encuentran como necesario para que no se produzca cambio alguno y para que en nombre de la civilización se arremeta contra todo elemento ideológico contrario a sus determinaciones.
Ayer como hoy, pues, es imperativa la tarea por una auténtica democracia. Una democracia que no se limite a escoger entre dos o más partidos sino que sea capaz de lograr una mejor repartición del producto y de los sistemas de producción de bienes y servicios. Que respete la diversidad, que combata la explotación, que aniquile la miseria, que enfrente la corrupción en los negocios que se fabrican bajo el supuesto de la modernización del Estado. Una democracia que impida que nos den pensando y que no guarde silencio cómplice ante la agresión (agresión de los mismos que hace más de cien años la promovieron en contra de Cuba, Puerto Rico, Filipinas e Islas Guan), que afecta a quienes en el orbe disienten con el orden establecido o que no se someten fácilmente a sus designios.
Esta conducta inaplazable que señalo, hoy responde a un proyecto ineludible de ética, porque recupera la dignidad de los pueblos, y porque favorece la construcción de una libertad sin excluidos.
Si bien la Guerra Hispano-Cubana-Norteamericana fue el embrión de un proceso de ocupación sobre nuestro continente, se constituyó, de alguna manera, en el aviso de la tragedia que se nos cernía encima a los Latino-americanos. Nos descubrió en toda su fatalidad las raíces de una agresión constante.
Más de cien años después, ese momento histórico se repite con versiones innovadoras, pero no es menos verdad que en el tiempo se han acerado hombres y mujeres dispuestos a defender los derechos de un continente que guarda celosamente el ejemplo de luchadores infatigables como Bolívar, Manuela Saénz , Martí, Sandino, Ernesto Guevara... para proyectar un futuro distinto, propio y soberano, aquel que miramos que es posible levantarlo cuando recorremos el continente y presenciamos que luego del Triunfo de Fidel otros triunfos han sido posibles, -no solamente al vencer el bloqueo y el hostigamiento sobre la Patria del líder cubano-, sino al constatar la movilización de los pueblos y la intención de dotarse de proyectos políticos propios confiando en hombres como Lula, Tabaré Vazquez, Michele Bachelet, Hugo Chávez, quienes tienen compromisos históricos ineludibles con las causas de la autodeterminación, a favor de la paz y la vida y, por ende, en contra de toda forma de terrorismo estatal.
Cien años después de la guerra hispano-cubana-norteamericana, podemos diferenciar la realidad de la subjetividad humana y debemos plantearnos, con plena convicción, que sólo mediante el sacrificio de nuevas gestas libertarias, que han madurado más de un siglo, será posible construir la auténtica América, que hoy germina en la responsabilidad histórica de precautelar la autodeterminación y soberanía nacionales, como instrumentos únicos que desechen cualquier forma de colonialismo, y que construyan nuestra identidad, camino previo a recobrar la libertad.
Cien años después debemos comprender que la hegemonía neoliberal sobre la globalización es la nueva naturaleza del capitalismo. Es un sistema mediante el cual las Naciones-Estado sirven a los intereses del capital transnacional y por ello es distinto a la época previa del capitalismo cuando el capital servía a los intereses de Naciones-Estado. Es la época de la tiranía de una élite corporativa y política anónima que excluye a muchos pueblos y regiones de las más mínimas posibilidades para un desarrollo socio-económico y que provoca no solamente una crisis social y económica sino que, por la depredación irracional sobre el planeta, también conduce a una crisis ambiental como producto de la explotación comercial de la tecnología y de los recursos naturales de la Tierra.
Todo ello nos está conduciendo a un patrón de desarrollo basado en la opulencia de unos pocos y a la creciente pobreza y necesidades de enormes segmentos de la población ubicados en los países en desarrollo y, además, en los mismos países desarrollados.
El deterioro económico, social y ambiental no es por lo tanto una consecuencia inevitable del "progreso humano", sino que caracteriza y le es consustancial a un modelo económico, -que engendra al mismo tiempo un universo social, político, militar, ideológico, cultural determinados-, que es intrínsicamente insostenible, desigual, inmoral e injusto
Debemos entender, además, que se ha "unificado" el pensamiento y las ideas ligándolos íntimamente a la globalización de la cultura y de los medios de comunicación de masas, vaciando así de contenido su rol democrático y reproduciendo, de esta forma, las decisiones de singular incidencia en la vida cotidiana conforme los requerimientos del FMI, del BM, de la OMC, de las calificadoras de riesgo...
Y como la esencia de la integración en los procesos de la globalización es la cesión de cualquier forma de soberanía y autodeterminación, las bases militares intervencionistas, -como las que nos hiere a los ecuatorianos en el caso de la de Manta -, aparecen, de la mano de los vendepatrias, a fin de afianzar el proceso ideológico y político prevaleciente.
Por todo lo señalado es indispensable articular alternativas urgentes. Alternativas que requieren también ser globales, que necesitan "ser pensadas globalmente, para actuar localmente" y que deben emerger a propósito de los renovados paradigmas de la integración regional, de la unidad de los explotados, de la defensa de la soberanía y de la autodeterminación de los pueblos, de la lucha por una democracia real, de respeto a los migrantes y a las culturas de las naciones, de defensa de los recursos naturales, en suma de la esperanza de que es posible construir una sociedad mejor a la actual. La "globalización" de estas tareas y el internacionalismo en esta perspectiva son necesidades sin precedentes en la historia para enfrentar un porvenir aún marcado por profundas incertidumbres y corroído por las nuevas formas de terrorismo de Estado a las cuales debemos enfrentar si aún creemos en el género humano. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADAAGUADO PEDRO y ALCAZAR CAYETANO: Manual de Historia de España, Editorial Luz, Madrid 1974.
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RODAS GERMAN: Reflexiones, Editorial Abya-Yala, Quito, 2.004
TRUSLOW JAMES: La Epopeya de América, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1942
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Germán
Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec /
grodasch@yahoo.com
Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. (UASB)
Coordinador Académico del Taller de Historia de la Salud en el Ecuador de la
UASB
Responsable de las Mesas de Dialogo Salud-Colectividad.
www.uasb.edu.ec
Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador
Autorizado
por el autor
La Hora
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