En las paredes había cuadros sin
concluir llenos de colores, algunos papeles arrugados con dibujos
rodaban por el piso del taller; unas esculturas a medio comenzar y
otras cubiertas por unas sabanas blancas. Toda la estancia tenía
vida propia, emergente de cada rincón, de los ojos de los personajes
a medio acabar de esas pinturas, de los colores mismos y su infinita
combinación. Un espejo rectangular dejaba ver una dimensión distinta
de esa habitación colmada de magia y leyenda.
El hombre que sujetaba la paleta y el pincel, miraba poseso las
líneas que emergían de su lienzo, cada nueva pincelada dejaba ver la
figura de un prisionero acostado en un viejo catre. Su seño
pensativo estaba acompañado por una mirada cargada de tristeza, su
camisa remangada no ocultaba esa enigmática elegancia que lograba
trasmutar todo cuanto tocaba, desdibujando ese calabozo para
transformarlo en un altar. Cada arruga de su faz le daba una vida
que saltaba de la tela a esta realidad. Su mano apoyaba su mentón
con aire reflexivo; y los claro oscuros daban la sensación de
soledad, mucha soledad.
Posteriormente de la larga tarea, el pintor abandona su empresa algo
pensativo; la mirada del Generalísimo, quedo grabada de una manera
inquietante, tenía una gran curiosidad por los sentimientos de ese
hombre en el catre, que pensaría en esas póstumas noches el héroe de
Valmy. ¿Será que pensaba en Catalina, En aguas haitianas, a bordo
del Leander, en el tricolor de la Bandera, en las noches frías de
Rusia, o en los mares lejanos que atravesó muchas veces en busca de
un sueño, el las glorias de Pensacola o simplemente en el universo
de ideas de su masónica visión de la vida?
Cada mirada del pintor a su obra desataba nuevas interrogantes de
ese hombre majestuoso, intrépido como las leyendas de su niñez y a
la vez presente en todas las cosas, absolutamente verdadero, como la
lejana luna que rodea Urano o el mismo sol.
Así pasaron las horas con su movimiento interminable, sumergiendo al
artista en un sueño largo y profundo, mientras contemplaba al viejo
general, sus ojos se cerraban hasta que un ruido lo hace saltar de
la silla; mira en todas las direcciones instintivamente hasta que
frente a el se presenta la figura de un hombre vestido con prendas
militares y una espada al cinto, sus chatarreras resplandecían con
la tenue luz de las velas, los botones de su guerrera simulaban el
brillo de las estrellas lejanas; su mirada proyectaba una sensación
de paz e inteligencia. Levanto su mano y dijo al atónito testigo de
su presencia:
-Salud hermano, siento que tengo muchas cosas que responder a tus
muchas que preguntar.
El joven pintor, mira el cuadro y al misterioso visitante perplejo
sin saber que decir, era la misma persona presente ante el, cargada
de vida, su estampa gallarda lo impresionó al mismo tiempo que
pregunto:
-¿Es usted quien creo que es o eres el espejismo producto de mi sed
de conocimiento?
-Soy lo que tu corazón quiere que sea, soy los colores de la
bandera, sus estrellas, soy la brisa marinera que empuja las velas
de los barcos en las costas; soy las piedras del cuartel libertador
de puerto Cabello, soy las cadenas y cada uno de los eslabones que
me unen a la historia; estoy presente en cada color de tu paleta y
en la ausencia del negro de la noche; mi alma esta esparcida por
cada rincón de esta tierra de gracia, desde la Vela de Coro hasta
los Llanos, desde las montañas Andinas hasta las costas cumanesas,
en el Cerro el Ávila o en las empedradas calles de Caracas, soy la
esencia misma de Venezuela.
Este ser cargado de vida, levanta la claridad de sus ojos hacia las
ventanas y girando sobre sus botas dice en baja voz:
-Sentí el calor de la traición y el veneno de la decepción, no
adopte ninguna patria ya que me sentía universal; eso me empujo por
el mundo tratando de cultivar la emancipación, mire las estrellas y
me formule muchas preguntas sobre los misterios de la vida y por
ello fui juzgado. Los seres humanos son temerosos de lo que
desconocen y es por ello, que un ser como yo siempre fue un
incomprendido. Caminé por tierras lejanas y mi piel se erizo ante el
retumbar de los cañones. Te mentiría si te digo que no experimente
miedo; pero algo superior siempre marcaba mis pasos en cada batalla.
Cuando estaba el Leander, miraba en la cubierta el horizonte
abismado con la belleza del mar caribe, el sol era diferente al que
iluminaba en Europa, su calidez llegaba hasta lo más profundo de mi
alma aventurera, cargándome de energías para las luchas que se
aproximaban a mi vida; pero no temas por las cadenas que me ataron
en la Carraca soy inmortal y traspaso los velos del tiempo nada
podrá jamás detener mi alma, soy el fuego patrio, soy Francisco de
Miranda.
El pintor se sobresalta en plena madrugada, observa a su alrededor y
todo esta inalterable, la figura en el lienzo lo seguía mirando pero
esta vez el ya entendía lo que transmitían esos ojos, llenos de
fuego y calma aparente. Sintiendo la sensación maravillosa de este
sueño patrio, el artista sujeta su paleta y se dispone a terminar de
impregnar de los colores a la figura del viejo guerrero, esta vez la
inspiración daría paso al final de su obra pictórica, quedando
grabada para siempre en el colectivo; la figura del mas grande de
los guerreros de mundo, el genio del gran Francisco de Miranda
Rodríguez. |