Eran las 3 de la tarde de ese caluroso mes de mayo cuando divisé a Don Rito, nombre por el cual llamábamos a quien diariamente, durante los 365 días del año, nos llevaba el periódico a la tienda; yo le calculaba cerca de 60 años, sin embargo, Don Rito afirmaba que tenía 50. Siempre llegaba sonriente y dirigiéndose a mi papá le decía: -¿Qué pasó jefe?, aquí le traigo su periódico, entérese de los chismes y de los chistes, seguramente serán diferentes y mejores que los de ayer.- Esa era la frase diaria de Don Rito, y enseguida tomaba el dinero y seguía por la ruta esparciendo con alegría las buenas y malas noticias que portaba.
En varias ocasiones, al pasar por el repartidero, me tocó ver a Don Rito muy entretenido leyendo su periódico, algunos de sus compañeros expresaban con burla que estaba leyendo para luego pregonar los acontecimientos, y era verdad, porque si usted lo conoció, muchas veces lo escuchaba gritar por las calles los sucesos más impactantes a fin de vender sus periódicos.
Un buen día, Don Rito llegó más apresurado que de costumbre, eran como siempre, las tres de la tarde; sin embargo, algo le acontecía, yo lo veía impaciente y nervioso. Sin comentario alguno colocó el periódico sobre el mostrador y tomó el dinero. Mi papá que era también muy observador encontró un cambio en la actitud de Don Rito, se concretó a mirarlo y sólo a mí me comentó: -¿Has notado que Don Rito trae alguna preocupación?, posiblemente se está entreteniendo demasiado y no termina de vender el periódico.- Yo sólo me concreté a escucharlo y seguí acomodando las latas de pintura en los estantes de la tienda.
Nadie imaginaba la preocupación que traía Don Rito, era algo que para algunos parecía normal, sin embargo, para él era la vida misma, porque durante 30 años se dedicó a repartir “los chismes y los chistes de la ciudad” los que llegaba a conocer solo por oídas, pues ahora que conozco su realidad, me atrevo a decir que muchos años pasaron para que aquel repartidor de noticias pudiera leer por sí mismo lo que pregonaba y vendía.
Pasaron varias semanas, creo que fueron 13, hasta que un buen día, cuando coincidí con el horario de Don Rito, lo observé medio taciturno, ya no llegaba con la misma alegría de siempre a entregar su periódico, ahora caminaba menos aprisa y sin sonreír dejaba el periódico. Mi papá, que con nada se quedaba, decidió preguntarle: -Don Rito, dígame qué le está pasando, antes repartía “chismes y chistes” muy sonriente, ahora lo veo triste y melancólico ¿Qué acaso está enfermo?- Don Rito se acercó a mi papá y contestó:
-No Don Juan, no estoy enfermo, lo que pasa es que encontré a mi maestro, él me ha enseñado a leer y escribir, pero ahora necesito encontrar a otro maestro que me enseñe nuevamente a sonreír. - Y enseguida Don Rito tomó camino.
Mi papá, intrigado por la respuesta, se dirigió a mí y me preguntó: -¿Acaso has comprendido las palabras de Don Rito?- y en esta ocasión no pude quedarme en silencio y le expliqué a mi papá lo que yo ya sabía.
Durante más de 40 años, todos los días Don Rito se sentaba a imaginar que leía, sin embargo, solo veía los dibujos y gráficos del periódico, nunca había asistido a la escuela, hasta que su propio hijo, Andrés, quien cursaba la prepa, animado por la campaña “Ayudémonos a Crecer” solicitó una cartilla de alfabetización y casi todos los días dedicaba una hora a enseñar a leer y escribir a su papá, y lo logró. Don Rito “aprendió” y su hijo “cumplió”; sin embargo, día tras día antes de vender el periódico, Don Rito lo leía con avidez, y ahora si se enteraba de violencias, pobreza, guerra, destrucción y muy pocas veces lograba encontrar algo
significativo que lo estimulara a sonreír, a actuar con optimismo. Ahora se enteraba no solo de los chismes y de los chistes sino de todo aquello que aniquilaba al hombre.
Lo cierto es que Don Rito necesitaba un maestro que le enseñara nuevamente a reír, a soñar, para continuar con algarabía y confianza por la vida.
Quizás lo encuentre, quizás no, lo cierto es que alfabetizar no es sólo enseñar a descifrar signos, sino enseñar a descubrir la vida misma, analizando,
reflexionando, comparando, seleccionando de lo malo lo bueno y de lo bueno lo mejor, para que de ésta manera se logre continuar viviendo con dignidad y con emoción.
Ojalá que nuestros maestros activen el sentido analítico y la inteligencia de niños, jóvenes y adultos; pero además, les enseñen a reír y a mirar la vida con entusiasmo, con alegría y con una actitud esperanzadora hacia el futuro, pensando que un impostergable social es lograr que en los medios masivos de comunicación se pregone con mayor énfasis lo positivo que aún existe en este nuestro mundo, para que aquellos “Don Ritos” perciban no solo los embates y nubarrones de la sociedad, sino las azules y cristalinas aguas de la esperanza.
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