Teresa o de nuestras vidas para siempre |
Estaba buena, mediana estatura, empilchaba. Urso celoso el marido, ella nos lo contaba a nosotros, sus compañeros en la empresa. Teresa (pagos), linda piel, bocucha. Yo andaba con mi alianza que me la dejo, que me la saco. Me entero por Anahí (secretaria técnica) que el vulgar espécimen apellidado Ormaechea (facturación), un muchacho, rebosaba tras haberse acostado con Teresa. ¿Ormaechea con Teresa? ¡¿Ése?!... Ella también lucía contenta. Vino a mi escritorio, me preguntó por mi curso de cesación de fumar, hizo así con los labios, sus manos depositaron planillas cuyos datos yo volcaría en libros rubricados. Esa noche dormí pésimo. Horas después, a mediamañana, compartiendo el mate cocido, le insinúo a Teresa que irnos a bailar por Ramos Mejía podría no ser una propuesta a ser desestimada. Asimila e inquiere sobre la ocasión. Al día siguiente, a los ochenta minutos de levantarla (a un par de cuadras de la oficina) en mi Citroen, éramos la ardiente única pareja en ese night club consternado por el dramatismo de Olga Guillot. Y la llevé a su casa (por San Cristóbal). Convinimos que transcurrido el inminente fin de semana, nos lanzaríamos a un hotel. Por poco todo se va a la mierda: el lunes, apenas subiendo Teresa al Citroen, me avisa que ese 404 que nos sigue está siendo conducido por su esposo. Una maniobra espectacular, después de varias denodadas pero insuficientes, me permite despistar al chofer de ese más potente rodado. Con lo cual a los siete minutos penetramos ufanos a una playa de estacionamiento cubierta, oscureli y colorinche de la avenida Segurola, y enseguida a una habitación del primer piso. Jamás había estado tan verborrágico como en esa briosa encamada. La vicisitud persecutoria nos había estimulado. No me habló de Ormaechea ni de otros. No le hablé de otras ni de mi mujer. Teresa, sabíamos, la ligaría al llegar. Quedé confuso, preocupado. Ella no se presentó el martes ni el miércoles. Y el jueves retornó al yugo con los machuques empolvados. Con Teresa no volví a salir, eso es muy cierto. El cadete de la empresa fue su último affaire antes de irse de nuestras vidas para siempre. |
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Rolando Revagliatti
de "Historietas del Amor"
revadans@yahoo.com.ar
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