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Porque veo el pequeño sol
de la concisión en tu rostro,
ya que tu nombre es el apócope de Alexandra,
el tránsito de la eternidad a los años
vividos con alegría,
a las meditaciones poco sesudas
de los historiadores del pensamiento.
Porque veo un camaleón
con todos sus colores en tus ojos,
he decidido amarte.
La soledad hermanada
no tiene asidero
en el corazón podrido de los muertos.
Quiero vivir
para ser una nebulosa de neón
en los charcos amarillos de la tristeza.
Tu nombre comienza con cualquier letra del alfabeto.
Termina con todos los trazos de los ideogramas conocidos.
Lao Tsé y Descartes son mis contemporáneos,
pero pasan de largo con sus palabras cargadas de rocío.
Vos estás aquí
en una madrugada de domingo.
Los libros que no has leído
son la bibliografía melancólica de este poema.
Déjame ser el arcabuz de tus sueños.
Concertar el frío, el viento y la lluvia
para dibujar el contorno de la escultura de tus labios.
Déjame ser la arena donde
la espuma se acerca y vuela.
El malecón donde una luciérnaga
persiste en alumbrar el destino de todas las galaxias. |