Creación Haiku muki, senryū, haiga, haibun: poesía del instante Ensayo de Cristina Rascón Compiladores: Alicia Cuevas, Cristina Rascón y Edgar Aguilar |
Un haiku, según el canon tradicional japonés, debe contener al menos tres elementos en su forma: 1) la palabra kigo (palabra clave de estación), 2) el kireji o corte gramatical, y 3) la métrica de 5-7-5 sílabas. Si el poema carece de la palabra kigo, el poema se llamará muki: mu (carencia) y ki (kigo, palabra de estación). El kireji es el corte o pausa gramatical: dos versos están conectados gramaticalmente y uno es independiente. Diecisiete sílabas, por sí solas, no constituyen un haiku. Existen otras formas, como el senryü, cercano al haiku, por su carácter de construcción de imagen, pero no tiene como objetivo hablar de la naturaleza ni de las cuatro estaciones. El senryü habla del ser humano en convivencia con otros. Se escribe con la métrica del 5-7-5, puede o no llevar cesura y no contiene kigo. A la mezcla de prosa con haiku se le llama haibun, y a la fusión de imagen (fotografía, artes visuales, grabado, grafiti, etc.) con haiku se le llama haiga. Cristina Rascón HAIKU Acintlalli Sunashi Vázquez Minor Las mariposas luego de la tormenta. Flores silvestres. Alejandro Flores Molina Frío Se hace presente en la agonía del año el despiadado.
Cactus Como al camello poca agua te sustenta, cuerpo espinado. Alejandro Sánchez Vigil Color de tordo entre los floripondios; luz de verano.
Caballo blanco entre cañas y milpa ¡cómo resalta! Alicia Cuevas El agua fría de este arroyuelo viejo duerme a la luna.
Bajo la luna, en voraces encuentros, luchan las olas.
Piedras de río, escandalosas juegan bajo el caudal.
Ronda el otoño. Bajo tus pies descalzos, las hojas secas. Ángela Aldama Sin luz, sin luna, el parque citadino se vuelve selva.
Magnolia blanca, virgen que se sonroja secretamente. Berenice Hernández Arreola Viento lejano el cielo de la noche aguarda otoños Carlos Sánchez Emir Ocaso El cielo sangra, un ave se estrelló en esta tarde.
De noche El perro bebe de charcos citadinos trozos de luna.
Faro Para los barcos en el frío crepúsculo solo una estrella Cristina Rascón abanico de luz una ardilla se esconde bajo su cola
paisaje espejo una orquídea se abre entre mis manos
me observo fijo en gota de rocío me desvanezco Cuca Serratos Chupa que chupa la miel de las campanas el colibrí.
canto triste del cardenal en jaula, eco de un llanto.
Gato de angora: tu suavidad excelsa nos acaricia. Eduard Tara brisa nocturna - el diente de león dispersa estrellas Elías Dávila Silva Canción de un mirlo En la charca del huerto destella el sol.
Lluvia de ocaso En la grieta del muro florea un jazmín. Elodia Corona en camino húmedo el sol muere a diario musgo en piedra Gilberta Mendoza Salazar Haikus nahuas El ahuehuete Se yergue junto al río, "Es desafiante".
Busco tu sombra Mezquite dónde estás, "Ven arrúllame".
Retiemble mi voz Escuchen mis ancestros, "la tierra muere".
Irma Camargo
Saltan los grillos al paso por las piedras. Luna de octubre.
Sobre el tejado resbalan verdes peras. Cruje la noche.
Ivonne Murillo
Tacto sutil. En la ardiente entrega vibra la rosa.
Jade Castellanos
Cerezo en flor tu boca y el licor sobre la mesa.
Como los cardos esta noche de espinas donde naufrago.
Jaime Lorente
El silencio- la primera nieve cae sobre la montaña
Jaspe Üriel Martínez González (Sakai)
La sombra efímera De una mariposa ¡Qué cielo azul!
Brisa otoñal Remontan las alondras Olas de trigo
Bajo el durazno Veo entre brotes de flor Surgir estrellas
Jesús Antonio González Galindo
Hierve el perfume de bayas de pirul sobre su sombra.
Jesús Campos Salgado
fresca es la noche desvelado medito el mundo gira
ajolotito sólo vengo a verte a ti y tú te escondes
Luis Koga
Cetáceo Colmado de luz Océanos de vida Ballena azul
Entretiempo Cerámica celeste Cielo de otoño Horno viviente
Luis Tizcareño
Un jade azul de hermosa luz andante entre tus piernas.
Como las hojas ya deshojadas, llueve tu transparencia.
Manolo Mugica
Haikuerpos
Siembro mis dientes en tu piel y cosecho flores-heridas.
Guarda la flor, en su capullo lúbrico, la lluvia entera.
Pat Sánchez Ponti
Música de grillos aire de fiesta el brillo en tus ojos.
Los truenos sonando relámpagos blancos y esta espera.
Paula Büsseniers
Frota sus patas la perezosa mosca. ¡Zas! ¡La maté!
Rosa Maqueda
Lengua hñáhñu
En flor de mayo Ha ra mayodoni parpadea la tarde, ya bí tsoho ra ndeé tejiendo sueños. bí pe ya taha
Entra la hierba Ha ra ndapo ¡Milpas jiloteando! ¡Ya huahi bí daxi! Insectos zumban. Ya tengodo, xá hñuxni.
En garambullos Ha ya 'basta se anidan cenzontles bí ja ya te'ñha todo reposa. maxoge bí ntsaya
Roxana Dávila
de árbol en árbol entre ardientes asuntos seis periquitos
entre las nubes y el árbol de eucalipto la luna llena
¿son las cigarras? escándalo estival que espanta el sueño
apenas veo la luz de una luciérnaga ¡qué claridad! MUKI Acintlalli Sunashi Vázquez Minor Vapor de noche. La gota sobre el vidrio al fin se aquieta. Berenice Hernández Arreola Me siento solo debajo de aquel árbol y me dibujo César López Suena el aullido; ni de comer siquiera al perro herido.
Entre sus garras, feliz, regala el gato monedas pardas.
Perro con suerte; cuando el hermano llega: paseo y juguete. Diana Lucinda González de Cosío En la rendija De tus negros ojos ¡Destello de luz! Gilberta Mendoza Salazar Sagradas rocas Recuerden mis vivencias, "Aviven mi voz"
Ivonne Murillo
Manos videntes en ciega auscultación: Fugaz delirio.
Eres la sombra que precede a la luz: iridiscencia. Jade Castellanos Húmedo goce a tus pies resplandezco ámbar de lluvia. Jaime Lorente Aún el sol en el horizonte-tender la ropa vieja. Jaspe Üriel Martínez González (Sakai) La ropa al sol Pinta las azoteas De media ciudad Luis Koga Cosmos Unidad múltiple Espuma de sentidos Árbol celeste
Esperanza Entre árboles Pálida luz que baña A nuestras almas María Carreño El sol (se) ha puesto La bóveda carmín Punto y aparte
Opaco malva Colorea el ocaso Rara ocasión Oscar Hernández Romero Nubes bajaron, cubrieron a mi madre del regazo a la sien. Paula Busseniers Nubes y sol. Llueven mis ojos y llegas tú.
Linda muchacha asoma al malecón: un pleamar.
¿Quién más se agita en toda la cocina? La licuadora. Roberto Herrero Lozano Agua de viento es la tierra mojada; sopla su aliento. Gilberta Mendoza Salazar En tu existir Transmite tus saberes, "no hay límites". Senryū Luis Tizcareño Abre los ojos, habla, cierra las piernas, y parpadea.
Manolo Mugica Haikuerpos
Soplo su pubis, pido antes mi deseo, rubio vilano. Marco Antonio Miramón Vilchis Chirriar de fierros: Los columpios se mecen Risas y gritos
Entre las varas La pelota se poncha: Irrumpe el llanto Víctor Bahena En la estación una joven aguarda. Los trenes pasan.
Copa de vino. El rubor aparece en su tez blanca. |
HAIGA Berta Carou
Luis Koga
Traducción: Luis Koga HAIBUN Martha Obregón Lavin Cruzamiento Al regreso de una agotadora jornada de juglaría, por la que sólo les habían pagado con dos hogazas de pan, un chorizo y cuatro cebollas, María y Fernán atravesaban el oscuro y polvoriento camino en su añosa carreta jalada por un caballo. A su derredor sólo se abría el páramo nocturno donde la noche anterior habían experimentado una extraña desazón. De pronto, se estremecieron al percibir un trepidar lejano. El caballo paró en seco, desorbitada la mirada y con las crines erizadas porque algo descomunal se acercaba con un rumor extraño. La trepidación iba en aumento como si las montañas se desmoronaran. Entonces vieron el engendro de brillantes ojos acercándose a ellos con una velocidad desconocida. Paralizados de pavor creyeron que se les venía encima estrepitosamente. -Son los diablos del pecado. Acórrenos, Señor -musitó María. -Quiera Dios facer mengua dellos e desviar esa rapiña para non rastrarnos al su caudal -exclamó Fernán. -Salve, Sancto Señor -gimió María. -Salve, Sancta Madre de Dios -imploraron los dos. El monstruo pasó de largo aullando sordamente, y sólo alcanzaron a ver, a través de sus extensas entrañas iluminadas, a algunos desdichados cuyos rostros expresaban un gran vacío, mientras el viento hacía volar detritos como negras mariposas. Túnel del tiempo: oscuro cruzamiento de incertidumbres. Algunos pasajeros, cuyos rostros expresaban un gran vacío, se trasladaban en el último viaje nocturno del Metro. Elena, la conductora del convoy, bajó los párpados por un momento vencida por el cansancio, mientras el tren se iba acercando al cruce de vías donde la noche anterior había experimentado una extraña desazón. Abrió los ojos sobresaltada al sentir la sacudida de los rieles y vio algo inconcebible a un lado del túnel: desorbitada la mirada y con las crines erizadas se hallaba paralizado un caballo que jalaba una añosa carreta. Sobre ella alcanzó a distinguir una pareja con vestimenta muy antigua, azorada, moviendo los labios como en un rezo. En segundos, la imagen se perdió en la oscuridad, mientras el viento que producía la velocidad del convoy hacía volar detritos como negras mariposas. Él creía Como tenía todo el tiempo para meditar, imaginaba que los pájaros eran la extensión de su cuerpo, porque cuando miraba en lontananza, donde las colinas eran azules, los gorriones que competían con sus trinos sobre él, alzaban el vuelo precisamente hacia aquella lejanía, o cuando se sentía embargado por un sentimiento de protección paternal, las pequeñas crías de sus nidos comenzaban a picotear levantando las implumes cabecitas. Siempre que percibía la humedad de una inminente tormenta, no hacía más que pensar en recoger los dedos aves de sus aladas manos y, de inmediato, llegaban las criaturas volátiles. En fin, en todos los aconteceres cotidianos desde su incipiente crecimiento hasta ahora, en que su gran cuerpo había alcanzado una elástica dureza que mecía al vaivén de todos los vientos, experimentaba una capacidad con la cual podía sobrepasar esa quietud que los hombres atribuían a su naturaleza. Pero la tarde en que una espesa nube oscurecida lanzó un fuego ensordecedor quemando todo su cuerpo, ya no pudo recuperar a sus pequeñas extremidades. Estaba cercenado, amputado y su invalidez lo había sumido en una fuerte depresión que duró cerca de un año. Sólo crujía rumiando su desventura por no poder llorar. Hasta que una mañana vio venir a unos seres menuditos que se acercaban, no sabía si rodando o saltando, entre la llanura. No eran pájaros, aunque gritaban muy parecido a ellos; lo sabía porque no llegaron del aire y por ningún lado se les veían plumas ni alas ni pico. De pronto, lo invadió de nuevo la alegría de saberse completo: los niños se subieron a él y colgaron del único brazo que le quedaba un columpio. Entonces experimentó la felicidad que ya no esperaba, entonces supo que los pájaros no eran parte de su cuerpo y entendió cabalmente su esencia protectora de la vida de los seres inocentes. Muertas sus frondas, la vida floreciente lo mece ahora. |
Ensayo de Cristina Rascón mayo de 2015
Publicado, originalmente, en: Tema y Variaciones de Literatura, núm. Núm. 53 Semestre Julio . Diciembre de 2019, pp. 77-110 ISSN 1405 - 9909
Tema y Variaciones de Literatura es una revista-libro de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco
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