Prólogo de Martín Raninqueo para Soldados de Gustavo Caso Rosendi

                                                                                                           “La poesía les habla a las heridas,

                                                                                                                 no a los torturadores.”

                                                                                                                                                                                               John Berger

Corría la década del ‘80. Luego de la dictadura, los jóvenes de la ciudad se dividían, a grandes rasgos, entre quienes asumieron una posición de compromiso político frente a la realidad, y quienes, escépticos, tomaron distancia de la militancia partidaria para intentar recuperar la alegría perdida. Los primeros escuchaban a Silvio Rodríguez, Chico Buarque, la música popular latinoamericana, y se acercaban a los textos de Vallejo, Neruda y González Tuñón, entre otros. El segundo grupo, que renegaba del viejo rock nacional por su actitud complaciente frente a la guerra de Malvinas, comenzaba a escuchar los ecos del post-punk, mientras la New Wave comenzaba a pasearse bajo los tilos con sus “raros peinados nuevos”. Estos jóvenes podían ser lectores de los escritores de la generación beat hasta llegar a Bukowski y las revistas de historietas. Noches de narices frías, cuando la cocaína era “cristalitos de color rosa”.

Eran pocos los que, por entonces, tenían algún conocimiento  sobre la poesía platense. Los nombres que comenzaban a escucharse eran los que luego se conocerían como los “Poetas Capitales”: Mux, Ballina, Castillo Preler y Oteriño, sumados a los de López Merino, Speroni, Lahitte y algunos otros. La música popular platense se agrupó en lo que fue la cooperativa M.U.S.A., por donde pasaron músicos como Néstor Gómez, Diego Rolón y Pablo Raninqueo, entre otros, mientras que al calor de los grupos como Virus comenzaban a nacer grupos como Sacarina, Las Canoplas, etc.

En el año 1986, alguien me habló de un poeta ex combatiente de Malvinas que escribía compulsivamente en el Bar El Parlamento, teniendo por compañeros su infaltable atado de cigarrillos y una botella de vino tinto. Recuerdo la primera vez que creí verlo tras una ventana empañada del bar. También guardo en mi memoria otra oportunidad en la que estuve en una mesa cercana a la suya. Quizás su halo de poeta maldito y mi timidez me impidieron acercarme a él. No sé cómo conseguí su teléfono, pero sí recuerdo claramente el día en que fui a su casa por primera vez a leer sus poemas prolijamente encarpetados y mecanografiados, así como nuestras conversaciones sobre los poetas franceses del Surrealismo, que ambos habíamos conocido a través de la ya mítica Antología de la Poesía Surrealista de Aldo Pellegrini. Éste fue el principio de una relación entrañable que se ha prolongado hasta el presente.

Malvinas no fue un tema que Gustavo abordara en sus comienzos como poeta. En “Bufón fúnebre”, su primer libro, sólo hace referencia a la guerra en el poema “Abril nos traería”, el cual ha sido muy difundido: “...sólo queríamos reír cantar bailar…”. Probablemente, el poeta ya intuía que no se escribe con el dolor, sino con el recuerdo del mismo. Ese dejar decantar el tema, esa distancia en el tiempo hasta llegar a Soldados, le permitió transformar un hecho doloroso en un hecho estético, para decirnos que, tal vez, se escriba porque se ha perdido una experiencia inefable, y al escribirla se realiza una experiencia del lenguaje.

El argumento de este libro es uno de los que más ha sido cantado por la poesía de todos los tiempos: la guerra. Pero Gustavo Caso Rosendi además comprende, a decir de Daniel Samoilovich en un artículo titulado “Poesía y Memoria”, que “El tema no es más que un color de la paleta, un instrumento de la orquesta.” En el mismo artículo, el autor sostiene que “Nunca, por el contrario, la sinceridad o la potencia garantizan el logro de una obra. La Memoria es la madre de las musas, pero como buena madre debe dejarlas partir después de parirlas y educarlas… A veces se tira de un hilito – una hilacha podría ser – y enormes pedazos de la propia historia empiezan a surgir diez, quince, veinte años después.”

Y a más de veinte años de la guerra de Malvinas, Gustavo comienza a tirar de la hilacha, si bien ya había participado en el libro “El viento también recuerda”, antología de escritores ex combatientes de Malvinas. Y de esta hilacha comienzan a descender poemas como estrellas desde el cielo oscuro de su memoria.

Soldados 

El libro comienza con un poema que tiene un acápite de Apollinaire, el poeta conocido por sus caligramas y sus poemas de guerra. Gustavo Caso Rosendi construye un poema devastador, que bien podría ser una de las escenas del film “Los Sueños de Akira Kurosawa” del mismo artista: aquélla en la cual los soldados ya sin vida reclaman volver a sus hogares, y su General, quien es el único que ha sobrevivido a la masacre, se ve obligado a devolverlos a la muerte, de la que vienen y de la que creen poder huir: “Se asoman cada noche / uniformados de musgo / desde la tierra parturienta / Miran las luces del muelle / y todavía sueñan / con regresar algún día / Oler de nuevo el barrio…”.

En el segundo poema también recurre al recuerdo de otro poeta que pasó por la experiencia de la guerra: el italiano Giuseppe Ungaretti. Al conocido poema del italiano “Soldados”: “Se está como / en otoño / las hojas / en los árboles”, Gustavo contrapone dos versos contundentes, obtusos y delicados: “Hojas perennes en la rama / Florcitas de ceibo incendiadas con la tarde”.

Algunos lectores le harán un gesto de complicidad al autor luego de leer el poema “Momento”, en el cual recuerda una tarde en las islas bebiendo “unas scotch ale” junto al soldado Villanueva y escuchando “Let it be”, mientras en el continente, tras el fervor chauvinista del dos de abril, las radios comenzaban a difundir rabiosamente el rock nacional.

Los poetas argentinos de las dos últimas décadas, sostiene el escritor e investigador Jorge Monteleone, lidiaron con una situación extrema: reconstruir el idioma social contaminado por el discurso punitivo de la dictadura militar. “No hay crisis, no hay creencia que la poesía no pueda nombrar.”

¿Pero acaso nosotros
no veníamos del país de
las picanas sobre panzas 
embarazadas? 
¿Quién le tenía que tener 
miedo a quién?

Entre las esquirlas del libro, se suceden escenas conmovedoras. Cara y cruz de una moneda, la comedia y la tragedia, que son la vida  misma: “Era terriblemente bello / mirar en pleno bombardeo / la suavidad con que caían / los copos de la nieve.” El poeta también es capaz de recurrir al humor en el campo de batalla. Su casco, que baila un “fox trot” sobre su cabeza, en alguna ocasión sirvió como olla (“Una receta para el Gato Dumas”).

Algunos truenos y una tímida lluvia en las sierras cordobesas me acompañan en la lectura de estos poemas y la escritura de su prólogo. Un humeante té de hierbas del monte acompasa la escena. De repente, sin embargo, un relámpago ilumina los versos y la calma se eriza porque “Aguardaba Caronte/ en su bote inmundo / Mientras la Libertad rostro tiznado / gorro frigio ensangrentado / besaba a un soldado moribundo.” Otro relámpago y su trueno le ponen oscura melodía al poema dedicado al soldado Martínez, que hace referencia a la canción Cantata  de Luis Spinetta: “Pasa la esquirla / y al soldado Martínez / le salen puentes / amarillos de la mediaoreja”. Ahora, los truenos braman como morterazos en la imagen stokeriana de “...esas dos islas rojas / como mordida de vampiro”. Poemas viscerales, un tanto alejados de aquellos de sus comienzos, cuando al autor lo desvelaba el estudio de la mitología griega al punto de construir un árbol genealógico que relacionaba el amplio mundo de los seres mitológicos. Poemas pertenecientes a una de las voces más significativas de la poesía de los últimos veinte años en la ciudad de La Plata.

Por último, muchos ex combatientes repiten la idea de regresar alguna vez a las islas argumentando que “algo profundo va a terminar de cerrar”. Gustavo finaliza su libro diciendo:

En sus diferentes alcances, la palabra remate significa coronar, consumar, darle un final acabado a alguna realización. El remate en un poema debe ser iluminador. En este sentido, he aquí uno de los poemas más representativos del libro: el del soldado Aguilera que trae el sol “bajo la rama verde de su brazo”. El sol, que en un final típicamente “casorosendiano”, se revela como una lata de dulce de batata.
los que todavía soñamos
con regresar algún día

Si ese día llegara, sería mi deseo poder volver con el autor de este libro para interrogar al viento (si es que aún recuerda). Para recordar a nuestros compañeros con el silencio que nos debemos cada 14 de junio, fecha de la derrota y la recuperación de nuestra incómoda realidad, a decir de Carlos Gamerro. Para comprobar ante los fantasmas de la turba que jamás podremos huir del drama de la vida o del “agrio sabor de la existencia” que alguna vez bebimos en una cantimplora. Para confirmar, quizás, que nada queda de nosotros en las islas, sino lo que las islas guardaron para sí.

Martín Raninqueo
La Cumbrecita, enero de 2006

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