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Niña mía,
pequeña como una paloma torcaz en mi pecho,
hoy he percibido tu mensaje
a través del centelleo de los astros de una constelación remota.
Niña lejana, amor mío,
agrandada mujer:
los kilómetros que nos separan
no impiden que estés a mi lado.
Si extiendes la mano
lograrás tocarme
y puedo hacer llegar mi voz hasta tus oídos
y besar toda la alegría de tu cuerpo.
Niña mía, pequeña amada,
quiero recorrerte, volar hacia ti,
diluirte en mí, volver a tus brazos.
¡Nunca debí alejarme de ti,
mi pequeña flor de besos ardorosos!
Pero cada vez me acerco más a tus ocultos torrentes,
tras recorrer la meseta llena de pintorescos pueblos en feria,
bordear cráteres volcánicos y lagos milenarios,
mirar las artesanías
y cruzar fronteras.
Cada minuto está más pronto el reencuentro
y ardo en deseos porque me entregues la furia contenida de tus formas,
tu torso desnudo para rodearlo con mis brazos de aves rumorosas,
tu tibio pecho que enciende despiertas espumas,
y el suave musgo de libérrimos peces entre tus blancos muslos de donde nacen
aguas transparentes, pájaros cristalinos, futuras constelaciones, la música del deseo.
Pienso en ti, mi pequeña,
y estoy pleno de emoción
porque tus pasos,
los pasos de tus pies alados, sutiles como espuma de mar,
porque tus besos, tus manos, tú –plena y total-
marchan también, al unísono, al encuentro y pronto,
amada mía, podrás, nuevamente, acunarte en mi enamorado pecho. |