|
Señor, gracias
Por haberme permitido
La felicidad completa.
Gracias por su boca atada por las redes
Que aprisionan mariscos lujuriosos;
Por sus senos, ahí se bebe el agua que nutre el deseo,
Por su vientre, pradera africana,
-Corren antílopes desbocados por sus sendas,
con su trepidar inauguran el incendio.
Gracias por sus pies resueltos en diez arroyos
De lava enardecida,
por sus pies desde donde ascienden
columnas de luz y bravas olas
Hasta el despunte de la aurora de espumas,
Que funden en un solo horizonte el mar y el cielo.
Gracias por las levaduras de su humedad,
Por el estremecimiento de sus venas,
Por sus manos, resumideros de tactos y torrentes,
Por su cintura que se ajusta a mis brazos.
Gracias por el amanecer que se desnuda en su cadera
Por su piel, una sábana de caracolas desesperadas.
También gracias por sus besos de astro ardiente,
Por su tacto que recrea geografías,
Por su voz cuando me dice te quiero
Por su desnudez que es el resplandor de todos los elementos.
Y por el abismal torrente
Que se despeña profundamente
Con remolinos de ardientes fuegos fatuos,
Que me queman y me conducen hasta sus fondos.
Gracias por permitirnos remontarnos a las estrellas
Con el secreto embriagante que inauguraron Adán y Eva.
Gracias porque sin tu perfección infinita
No sería posible tanta maravilla.
Gracias por permitirnos el amor con todos sus éxtasis
Y por perdonarnos, si todo esto fuera -que absurdo- un pecado. |