Los nombres de las moscas |
Sus nombres ahora son: Roberto Micheleti, Romeo Vásquez Velásquez, Cardenal Rodríguez, Pastor Evelio, Todos ellos, con la constitución en una mano Y la Biblia en la otra, Hablando en nombre del pueblo, Reafirmando que aman a Honduras y a los humildes Mientras con los pies pisotean al pueblo Y envían a los soldados a reprimirlo, a desgarrar tu bandera, Patria amada, a desgranar la rosa de la juventud, a derramar la sangre de tus hijos a cortar de tajo el hilo de la esperanza. Con la constitución en una mano y la Biblia en la otra Rezan letanías a los santos de su devoción: San Ricardo Maduro, el panameño, patrón de los sin patria; San Carlos Flores, el fustigador, patrón de los intrigantes; San Rafael Pineda, nacido en otras tierras pero trasplantado para que cumpliera sus profecías en estos terruños; Santos Pepe y Elvin, aspirantes a presidentes a pesar de la constitución; San Oswaldo López, protector de los guardias civiles (en el cielo, por supuesto) Y tantos otros más, situados en los nichos de la sacrosanta catedral, Con los pies de sus estatuas pisando la ley magna. Antes eran las moscas Carías, dijo Neruda con su puño levantado, y a esos bichos asquerosos se unieron los Lozano Díaz, Los Oswaldo López Arellano y los Melgar Castro, Que no podrán ser olvidados Porque devoraron, como vampiros, la sangre del pueblo Con sus viles golpes de Estado y sobornos Y con los asesinatos que impulsaron, todavía impunes. Y porque, cobardes, fueron incapaces de defender a Honduras de los invasores. Luego vinieron los Álvarez Martínez y su compinche Ramos Soto, Con otros bichos de menor cuantía, Pero igualmente hienas rebosantes de odio Mancharon sus manos partiendo el pecho De los combatientes que se levantaron Contra el alquiler de la patria Que la convertían en Base militar Para destruir la esperanza de Sandino. El Presidente Reina les arrebató la bandera De ser los garantes de la soberanía y subordinó a los chacales a la orden de los civiles que pretendieron representar al pueblo. Pero no fueron domeñados totalmente. Se agazaparon escondiendo su talante de felonía y traición, Lamieron como gatos zalameros a los presidentes Y ofrecían falsa fidelidad a cambio de canonjías. Vino, entonces, un Presidente que dio la mano al pueblo Y que le invitó a comer con las uñas en la mansión presidencial. La canallesca empresarial y la elite verde olivo Se asqueó de ver a los chucos sentarse en los sillones del Salón Morazán y dejarlos malolientes, No concebían que los indios se limpiaran los mocos en los cortinajes De los ventanales de la Casa de Gobierno. Les dolió hasta el tuétano ver al Presidente cumplir la promesa de dotar de un burro A un cacique tolupán. Supieron, perfectamente, que Zelaya Rosales, estaba abriendo un nuevo camino Que estaba enseñando al pueblo que todavía es posible la esperanza que Morazán no había muerto y que su espíritu rondaba sediento de justicia, Que enarbolaba la bandera de las franjas y las estrellas Con las manos de los pobres y de los desamparados por la democracia, Un presidente que pedía todo para su pueblo. Se aterrorizaron. Las moscas de ayer se revolvieron en sus tumbas. Las moscas Vásquez, las moscas Micheleti o Gorileti (nombre de difícil ortografía), las moscas con tiara Y las moscas pastorales sintieron el llamado de sus antepasados Sufrieron de pronto la metamorfosis inversa Y se tornaron en gusanos de carroña Para cortar, de tajo, el porvenir de la Patria. Fueron, cobardes, Con armaduras descomunales, Al amparo de la noche y de oscuros nubarrones, A capturar, con gran despliegue de fuerza, Al presidente desarmado, al Presidente en Pijama Y lo enviaron al extranjero. Y luego pensaron: Ahora podremos dormir tranquilos. Y ahí estuvo su error: Un escalofrío recorrió la columna vertebral montañosa de Honduras Que estremeció todo el territorio, que enardeció todos los corazones Y se elevó cada voz como una centella de desprecio. Y quienes cumplían órdenes han comenzado a escuchar las campanas de las gargantas enardecidas del pueblo Y han visto como a la orden de “todos a una” Van abriendo los cerrojos del estado de sitio con que pretenden encarcelar al pueblo Y hombres, mujeres y niños, salen a las calles, Evaden a los fusiles en las montañas guiados por los quetzales, Enfrentan a los tanques con claveles rojos, Y se esconden del ronrón perseguidor en el abrigo que prestan los heroicos pinos enhiestos. La voz del pueblo se ha convertido, de repente, En el canto de turbulentos volcanes que suena al unísono por todos los rincones de la geografía: Golpistas: ¡Fuera¡ Y no es mucho pedir Porque el pueblo sabe Que para seguir existiendo y hacer suya la patria Solo el pueblo salva al pueblo Y después de la batalla en que nos levantaremos triunfantes, Las estrellas de la bandera serán los corazones de los caídos en combate, Con la herencia de nuestros héroes como estandarte de futuro, El mundo libre nos espera con los brazos abiertos. Entonces, volveremos a cantar. |
Víctor Manuel Ramos
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