Aventuras de Ratoncito Gris |
1 Se recordarán, sin duda, de Ratoncito gris y de su amigo Mario Fernando. Si, de Ratoncito gris, que tiene el hociquito gris, las patitas y la cola grises también, grises los bigotes y las orejas, los ojos saltones de un tono gris y el sombrerito gris; que es un ratón de campo que vino a vivir en la ciudad, en la biblioteca del poeta; que se comía los libros pero que aprendió a leer y se arrepintió de los destrozos que él causaba en la biblioteca y regresó al campo, llevando poesía para leer, y que volvió para devolver los libros prestados y tomar otros volúmenes y que hizo tremenda amistad con el poeta y su hijo, el niño Mario Fernando. Ahora si se acuerdan, ¿verdad? ¿Y de Mario Fernando, hijo del poeta y amigo de Ratoncito gris? Pues bien, voy a contarles una interesante historia que sucedió en la realidad, así que lo que van a leer no es un cuento, como muchos de ustedes estarán creyendo, sino que la mera verdad. Resulta que el hombre que el hombre había hecho tales destrozos con el planeta tierra que este estaba convertido en un páramo, en donde la vida era muy precaria. Las plantas presentaban un aspecto paliducho y todas las hojas eran amarillas y con facilidad las desprendía cualquier leve viento que las hacía volar alocadamente para luego caer sobre el suelo que ya estaba lleno de hojas secas. Otros árboles parecían personas angustiadas, elevando sus ramas como brazos desnudos en busca de agua y ayuda. Los ríos solo dejaban el lecho de piedras como recuerdo por donde, en otro tiempo, discurría el agua fresca y cantarina y los animales no encontraban nada para comer y beber, ni tampoco una sombra para protegerse de la ferocidad con que el sol enviaba sus rayos de fuego. De vez en vez podía verse un pájaro de plumas descoloridas cruzar por el cielo todo lleno de bruma, con un aletear cansado y lento. Era el desastre ecológico provocado por el hombre con los incendios forestales, los escapes de gases de los automóviles, los desechos de las industrias, la contaminación de los ríos y los mares y muchas más barbaridades que para que les cuento. Ratoncito Gris decidió venir a la ciudad para pedir ayuda al poeta, pero sobre todo a Mario Fernando, pues aunque estaba seguro que ambos le prestarían atención, conocía de las ocupaciones del poeta y pensó que el niño Mario Fernando tendría más tiempo tendría más tiempo para escucharlo y para viajar a su lar en búsqueda de soluciones. Al llegar a la casa saludó al poeta y luego fue directamente a la habitación de Mario Fernando. Ahí estaba su amigo entretenido en resolver algunos problemas de matemática pues se preparaba para un examen en la escuela. Cuando Mario Fernando vio a Ratoncito Gris se puso muy contento i.e. acercó a él para saludarlo con mucho entusiasmo y para acariciarle la cabeza con sus manos en señal de cariño. -¡Pero qué áspero y seco tienes el pelo!- exclamó Mario Fernando y en seguida preguntó: -¿Qué te pasa? ¿te ha ocurrido algo? ¿estás enfermo? -Pues si, tenemos realmente una tragedia en el bosque y por lo que veo también la tienen aquí en la ciudad. -Y ¿en que consiste esa tragedia? ¿podrías explicármelo? -Pues que debido a los incendios forestales frecuentes provocados por el hombre, las fuentes se han secado, los árboles han perdido sus hojas y su verdor; ya no tenemos flores, los pájaros y los peces no tienen agua y están descoloridos, y todo está cubierto por una inmensa nube gris de humo que impide el paso de los rayos solares. Loa animales están a punto de morir y si no hacemos algo la tragedia es inminente y de consecuencias catastróficas. Mario Fernando planteó a su padre el problema que traía entre manos Ratoncito Gris. Discutieron el asunto por un rato, los tres, en la biblioteca, y el poeta aceptó la propuesta de que Mario Fernando fuera al bosque en compañía de Ratoncito Gris para ver en el terreno que pasaba realmente y para proponer soluciones al problema. Al día siguiente, muy temprano por la mañana, Mario Fernando y Ratoncito Gris partieron rumbo al bosque. Mario Fernando preparó unos trozos de queso y unas nueces que tanto gustaban a Ratoncito Gris para que éste los llevara al campo y él cargó una mochila con sándwiches, frutas frescas y una cantimplora con agua limpia.
Llegaron al campo al medio día. Mario Fernando caminó un rato un rato pero la mayor parte del trayecto lo recorrió trotando. Lo primero que hizo Mario Fernando, al llegar, fue saludar a los padres de Ratoncito Gris, papá y mamá ratones: -Buenos días mamá ratona, buenos días papá ratón. -Buenos días, querido Mario Fernando. Es seguro que vienes a ayudarnos. ¡Es así o no? -Claro que si. Vengo para saber que pasa y luego veremos, con mi papá, que podemos hacer por ustedes. -Bueno, Mario Fernando, tú siempre serás bienvenido a nuestro bosque. -Gracias –respondió Mario Fernando. Ratoncito Gris y Mario Fernando se sentaron para descansar un rato. Ratoncito gris en la sombra de su cuevita y Mario Fernando en una roca. Mientras descansaba aprovechó para comerse un sándwiche y para tomar agua.
Después de un largo descanso, Ratoncito Gris y Mario Fernando fueron a hacer una inspección de los daños que había en el bosque y que ponían en peligro la vida de los animales y las plantas. A la primera que encontraron fue a la zorra que se arrastraba en una situación lamentable. Tenía el pelambre descolorido y a su cola le faltaba brillo y vida. -Buenos días, Ratoncito Gris. Buenos días, Mario Fernando. -Buenos días amiga zorra- contestaron Mario Fernando y Ratoncito Gris al unísono. Te veo sumamente desmejorada, ¿Estás enferma?- preguntó Mario Fernando a la zorra. -Claro que estoy enferma. Si observas, querido Mario Fernando, mi voz ya no es la misma. Tengo una terrible sed y mucha hambre. Estoy muy desnutrida como lo podrás constatar si observas mi pelo descolorido y seco. En ese momento apareció, con un paso más lento que de costumbre, la tortuga, con su carapacho también descolorido y su cabeza que usualmente era de color verde, completamente cenicienta; los ojos tristes, secos, hundidos, como los de un niño deshidratado. Sin brillo, ni viveza. -Pero tú también te ves enferma –dijo Mario ]Fernando, dirigiéndose a la tortuga-. Tan enferma como la zorra. ¿Qué les pasa? La tortuga iba a responder pero, así como son de lentas para caminar, las tortugas también lo son para hablar. Además, como la tortuga mostraba un aspecto enfermizo, era lógico que hablara todavía con más lentitud. De tal manera que tuvo animo ni tiempo para responder porque en ese ínterin aparecieron unos pájaros con sus plumajes grises. Mario Fernando, al verlos, quedó enormemente impresionado porque conocía a aquellas aves, las había visto además en las enciclopedias y sabía que el cardenal tenía un plumaje rojo, que las guacamayas ibas vestidas siempre con un traje de plumas rojas, verdes, azules y amarillas y que los canarios vestían con plumas amarillas unos, blancas, otros, y anaranjados otros más. Los pájaros tampoco tuvieron ánimo para hablar y Mario Fernando mucho menos para preguntarles cómo habían perdido el color de su plumaje, por que en ese instante, llegaron al lugar unas mariposas con sus alas todas grises y huérfanas de todo colorido. También acudieron unos venados, un gallo que ni siquiera tenía plumas, un conejo blanco al que le habían desaparecido los lunares negros de su piel y una iguana que no era verde sino negra y de aspecto mate. Por
supuesto llegaron muchos animales más, que no cuento para no hacer esta
historia interminable. Tampoco voy a contarles que también las plantas,
los árboles y las malezas se quejaron de la situación insoportable en
que sobrevivían. Mario Fernando decidió adelantarse para darles una explicación a los animales y a las plantas, pues todos llegaron con la intención de mostrar sus desgracias y de solicitar, a Mario Fernando y a Ratoncito Gris, alguna solución para aquella tragedia que se vivía en el bosque. -Todo esto –les explicó- se debe a que , con los incendios forestales, se has aniquilado el bosque. Esto hace que el agua de los manantiales se evapore y no tenga la oportunidad d descender fresca y cristalina por los arroyos. Como ven, el humo ha formado una nube que impide a los rayos solares penetrar hasta el suelo. Si no tenemos sol no hay plantas verdes, ni producción de oxígeno por parte de la clorofila de las hojas. Pero además, ¿sienten ustedes este tremendo calor?, eso se debe al efecto de invernadero. Al llegar a casa, Mario Fernando encontró su papá dormido. Él no quiso despertarlo y se durmió también, rápidamente por el cansancio. A la mañana siguiente se despertó de madrugada y echo en su mochila varios frascos con pintura de colores y algunos pinceles y brochas y emprendió el camino de nuevo hacia el bosque. Al día siguiente los animales estaban empapados, pero contentos porque la lluvia y los colores habían devuelto la felicidad y la seguridad a sus vidas. Pero la alegría fue total cuando luego de que pasó la tormenta se dibujó, en la lejanía de bosque, un hermoso y fresco arco iris de muchísimos colores. Ratoncito Gris y Mario Fernando esperan a que pasara la lluvia para salir a jugar en el patio. Las gruesas gotas revientan en las baldosas y Mario Fernando y Ratoncito Gris las observan a través del cristal de la ventana. En eso estaban cuando observaron que las nubes se alejaban por completo y que, en el horizonte, hacia el Este, se había formado un hermoso arco iris. Al día siguiente, muy temprano por la madrugada, Ratoncito Gris y Mario Fernando emprendieron su viaje hacia el arco iris. Llevaban una cesta llena de alimentos, sobre todo golosinas, pero también una brújula para orientarse, una capa para la lluvia, una linterna, una pequeña tienda de campaña, un diccionario y, por supuesto, herramientas para excavar.
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«Hamaca de siete paños En que se mueve la brisa. Listón que han puesto las nubes Colgado en la lejanía. Alada cuerda de seda Donde los pájaros brincan. Alfabeto de color Con que se escriben los días. Cartelón de propaganda En que se anuncia la anilina ¡Siete lazos con que Dios Ata las siete cabritas!» |
-¿Les gustó este poema –preguntó Catalina. -¡Claro! –exclamaron todos. -¿Quién es el autor? –preguntó la mariposita. -Álvaro Menéndez Leal, un poeta salvadoreño a quien le gustaba firmarse Menen Desleal –respondió Catalina. -Me gustan muchísimo las metáforas y las imágenes empleadas para referirse al arco iris –comentó Mario Fernando. -A mi me ha dado risa eso de que los colores del arco iris son siete lazos para atar a las siete cabritas –enfatizó Ratoncito Gris. -Y ¿qué son las siete cabritas? –preguntó la mariposa. -Son siete estrellitas pequeñas que están muy juntitas en el cielo, forman una constelación y pueden verse perfectamente en las noches despejadas –respondió Ratoncito Gris-. Hoy por la noche, si no hay nubes te las mostraré. -Yo he oído otros poemas –comentó la mariposa-. Los he escuchado a Ratoncito Gris cuando los lee en el bosque. Catalina, me gustan los poemas de García Lorca, de León Felipe, de Miguel Hernández, de Pablo Neruda, de Claudia Lars, de Juan Ramón Jiménez, de Óscar Acosta,… -A mi también me gusta la poesía –intervino Mario Fernando-; en casa tengo varias antologías de poesía para niños que ha recopilado mi papá. -Y también hay libros de poesía de todos los clásicos universales –remarcó Ratoncito Gris-. Sabes Mario Fernando, me gustan mucho los libros de la Editorial Aguilar, sobre todos los de la Colección Crisol porque además son pequeños y están muy bellamente encuadernados. -¡Claro!, ¿te acuerdas?, también hay un libro que nos gusta mucho a los dos, se trata de las poesías completas de Rubén Darío. -Si, por supuesto que sí. Ahí precisamente, en ese libro está el cuento que Darío escribió a la niña Margarita Debaile, sobre una princesa que fue al cielo a tomar una estrella para hacerse un prendedor. -Y también la «Sonatina» que es otro de los famosos poemas de Darío -dijo Mario Fernando-, ¿Te acuerdas del final? Se los voy a decir: |
«Calla, calla, princesa, -dice el hada madrina-; en caballo con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor.» |
-Bueno, esa es una versión del cuento
La bella durmiente. A mi me gusta mucho la poesía –remarcó Ratoncito Gris-. Todos los niños deberían leer mucha poesía. Además hay muy linda poesía escrita para niños. -Yo pienso lo mismo –intervino Catalina-. También me gustan las poesías y las canciones de cuna de tu papá. -Es verdad, son muy bonitas -dijo Mario Fernando-. Claro que a mi me gustas también, y muchísimo. -Yo también las conozco porque Ratoncito Gris nos las lee en el campo –apuntó la mariposa. Mario Fernando, ¿quisieras decir una? -Lo intentaré –respondió Mario Fernando-. Veré si me acuerdo de La boda de sapo y ranita. |
«Ranita si me querés, Te compraré un caballo blanco Y una pollera de seda. Ranita si me querés. Sapito de mis amores, Contigo me caso ya. Sin caballo y sin pollera Simplemente por tu amor. Que dicha ranita mía. Repiquen las campanitas, Adórnese el charco con flores. ¿De veras me quieres ranita? Sapito guapo y galán, Todo vestido de verde Canta ahora tu glo glo Para ponerme a bailar. La ranita sueña en el agua Con su vestido de novia Y con la luna ensaya Para aprender a bailar. Se casaron sapo y ranita La luna que alegre está De alegres siempre cantan Glo glo, glo glo.» |
A todo esto, cada vez se acercaban más a la araucaria gigante. Por el camino salieron varios amigos del bosque a saludarlos. La tortuga les deseo un buen viaje y les obsequió con unas zarzamoras muy maduras; La ardilla se desprendió de sus nueces y las donó a los excursionistas. Un enjambre de abejas permitió a los viajeros llenar un frasco de rica miel. Todos saludaron a los viajeros y les desearon mucha suerte. Ahora los árboles del bosque no permiten visualizar la montaña, ni la araucaria gigante, ni el arco iris. Ratoncito Gris pidió a Mario Fernando que sacara la brújula para orientarse y localizar el Este, que era el rumbo hacia donde se dirigían. Aprovecharon para descansar un poco porque el camino que seguía era muy empinado y escarpado y la marcha se hacía más trabajosa. Comieron nueces, zarzamoras y miel. La mariposa, como no tiene dientes, sólo comió miel. Todos tomaron agua. Atrás quedó la araucaria gigante, que en el año siguiente se puso más verde y hermosa porque le removieron la tierra, y el arco iris que en sus adentros también mostraba una sonrisa de satisfacción por la alegría de Ratoncito Gris, de Mario Fernando, de Catalina y de la mariposa. Sólo que la sonrisa del arco iris era de siete colores. |
Víctor Manuel Ramos
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