Aventuras de Ratoncito Gris 
Víctor Manuel Ramos

1 

Se recordarán, sin duda, de Ratoncito gris y de su amigo Mario Fernando. 

Si, de Ratoncito gris, que tiene el hociquito gris, las patitas y la cola grises también, grises los bigotes y las orejas, los ojos saltones de un tono gris y el sombrerito gris; que es un ratón de campo que vino a vivir en la ciudad, en la biblioteca del poeta; que se comía los libros pero que aprendió a leer y se arrepintió de los destrozos que él causaba en la biblioteca y regresó al campo, llevando poesía para leer, y que volvió para devolver los libros prestados y tomar otros volúmenes y que hizo tremenda amistad con el poeta y su hijo, el niño Mario Fernando.

Ahora si se acuerdan, ¿verdad? ¿Y de Mario Fernando, hijo del poeta y amigo de Ratoncito gris? 

Pues bien, voy a contarles una interesante historia que sucedió en la realidad, así que lo que van a leer no es un cuento, como muchos de ustedes estarán creyendo, sino que la mera verdad. 

Resulta que el hombre que el hombre había hecho tales destrozos con el planeta tierra que este estaba convertido en un páramo, en donde la vida era muy precaria. 

Las plantas presentaban un aspecto paliducho y todas las hojas eran amarillas y con facilidad las desprendía cualquier leve viento que las hacía volar alocadamente para luego caer sobre el suelo que ya estaba lleno de hojas secas. Otros árboles parecían personas angustiadas, elevando sus ramas como brazos desnudos en busca de agua y ayuda. 

Los ríos solo dejaban el lecho de piedras como recuerdo por donde, en otro tiempo, discurría el agua fresca y cantarina y los animales no encontraban nada para comer y beber, ni tampoco una sombra para protegerse de la ferocidad con que el sol enviaba sus rayos de fuego. 

De vez en vez podía verse un pájaro de plumas descoloridas cruzar por el cielo todo lleno de bruma, con un aletear cansado y lento. 

Era el desastre ecológico provocado por el hombre con los incendios forestales, los escapes de gases de los automóviles, los desechos de las industrias, la contaminación de los ríos y los mares y muchas más barbaridades que para que les cuento. 

Ratoncito Gris decidió venir a la ciudad para pedir ayuda al poeta, pero sobre todo a Mario Fernando, pues aunque estaba seguro que ambos le prestarían atención, conocía de las ocupaciones del poeta y pensó que el niño Mario Fernando tendría más tiempo tendría más tiempo para escucharlo y para viajar a su lar en búsqueda de soluciones. 

Al llegar a la casa saludó al poeta y luego fue directamente a la habitación de Mario Fernando. Ahí estaba su amigo entretenido en resolver algunos problemas de matemática pues se preparaba para un examen en la escuela. 

Cuando Mario Fernando vio a Ratoncito Gris se puso muy contento i.e. acercó a él para saludarlo con mucho entusiasmo y para acariciarle la cabeza con sus manos en señal de cariño. 

-¡Pero qué áspero y seco tienes el pelo!- exclamó Mario Fernando y en seguida preguntó: -¿Qué te pasa? ¿te ha ocurrido algo? ¿estás enfermo? 

-Pues si, tenemos realmente una tragedia en el bosque y por lo que veo también la tienen aquí en la ciudad. 

-Y ¿en que consiste esa tragedia? ¿podrías explicármelo? 

-Pues que debido a los incendios forestales frecuentes provocados por el hombre, las fuentes se han secado, los árboles han perdido sus hojas y su verdor; ya no tenemos flores, los pájaros y los peces no tienen agua y están descoloridos, y todo está cubierto  por una inmensa nube gris de humo que impide el paso de los rayos solares. Loa animales están a punto de morir y si no hacemos algo la tragedia es inminente y de consecuencias catastróficas. 

Mario Fernando planteó a su padre el problema que traía entre manos Ratoncito Gris. Discutieron el asunto por un rato, los tres, en la biblioteca, y el poeta aceptó la propuesta de que Mario Fernando fuera al bosque en compañía de Ratoncito Gris para ver en el terreno que pasaba realmente y para proponer soluciones al problema. 

Al día siguiente, muy temprano por la mañana, Mario Fernando y Ratoncito Gris partieron rumbo al bosque. Mario Fernando preparó unos trozos de queso y unas nueces que tanto gustaban a Ratoncito Gris para que éste los llevara al campo y él cargó una mochila con sándwiches, frutas frescas y una cantimplora con agua limpia. 


 
 

Llegaron al campo al medio día. Mario Fernando caminó un rato un rato pero la mayor parte del trayecto lo recorrió trotando. Lo primero que hizo Mario Fernando, al llegar, fue saludar a los padres de Ratoncito Gris, papá y mamá ratones: 

-Buenos días mamá ratona, buenos días papá ratón. 

-Buenos días, querido Mario Fernando. Es seguro que vienes a ayudarnos. ¡Es así o no? 

-Claro que si. Vengo para saber que pasa y luego veremos, con mi papá, que podemos hacer por ustedes. 

-Bueno, Mario Fernando, tú siempre serás bienvenido a nuestro bosque. 

-Gracias –respondió Mario Fernando. 

Ratoncito Gris y Mario Fernando se sentaron para descansar un rato. Ratoncito gris en la sombra de su cuevita y Mario Fernando en una roca. Mientras descansaba aprovechó para comerse un sándwiche y para tomar agua. 

 

Después de un largo descanso, Ratoncito Gris y Mario Fernando fueron a hacer una inspección de los  daños que había en el bosque y que ponían en peligro la vida de los animales y las plantas. 

A la primera que encontraron fue a la zorra que se arrastraba en una situación lamentable. Tenía el pelambre descolorido y a su cola le faltaba brillo y vida. 

-Buenos días, Ratoncito Gris. Buenos días, Mario Fernando. 

-Buenos días amiga zorra- contestaron Mario Fernando y Ratoncito Gris al unísono. 

Te veo sumamente desmejorada, ¿Estás enferma?- preguntó Mario Fernando a la zorra.

-Claro que estoy enferma. Si observas, querido Mario Fernando, mi voz ya no es la misma. Tengo una terrible sed y mucha hambre. Estoy muy desnutrida como lo podrás constatar si observas mi pelo descolorido y seco. 

En ese momento apareció, con un paso más lento que de costumbre, la tortuga, con su carapacho también descolorido y su cabeza que usualmente era de color verde, completamente cenicienta; los ojos tristes, secos, hundidos, como los de un niño deshidratado. Sin brillo, ni viveza. 

-Pero tú también te ves enferma –dijo Mario ]Fernando, dirigiéndose a la tortuga-. Tan enferma como la zorra. ¿Qué les pasa? 

La tortuga iba a responder pero, así como son de lentas para caminar, las tortugas también lo son para hablar. Además, como la tortuga mostraba un aspecto enfermizo, era lógico que hablara todavía con más lentitud. De tal manera que tuvo animo ni tiempo para responder porque en ese ínterin aparecieron unos pájaros con sus plumajes grises. Mario Fernando, al verlos, quedó enormemente impresionado porque conocía a aquellas aves, las había visto además en las enciclopedias y sabía que el cardenal tenía un plumaje rojo, que las guacamayas ibas vestidas siempre con un traje de plumas rojas, verdes, azules y amarillas y que los canarios vestían con plumas amarillas unos, blancas, otros, y anaranjados otros más. 

Los pájaros tampoco tuvieron ánimo para hablar y Mario Fernando mucho menos para preguntarles cómo habían perdido el color de su plumaje, por que en ese instante, llegaron al lugar unas mariposas con sus alas todas grises y huérfanas de todo colorido. También acudieron unos venados, un gallo que ni siquiera tenía plumas, un conejo blanco al que le habían desaparecido los lunares negros de su piel y una iguana que no era verde sino negra y de aspecto mate. 

Por supuesto llegaron muchos animales más, que no cuento para no hacer esta historia interminable. Tampoco voy a contarles que también las plantas, los árboles y las malezas se quejaron de la situación insoportable en que sobrevivían.  

Mario Fernando decidió adelantarse para darles una explicación a los animales y a las plantas, pues todos llegaron con la intención de mostrar sus desgracias y de solicitar, a Mario Fernando y a Ratoncito Gris, alguna solución para aquella tragedia que se vivía en el bosque. 

-Todo esto –les explicó- se debe a que , con los incendios forestales, se has aniquilado el bosque. Esto hace que el agua de los manantiales se evapore y no tenga la oportunidad d descender fresca y cristalina por los arroyos. Como ven, el humo ha formado una nube que impide a los rayos solares penetrar hasta el suelo. Si no tenemos sol no hay plantas verdes, ni producción de oxígeno por parte de la clorofila de las hojas. Pero además, ¿sienten ustedes este tremendo calor?, eso se debe al efecto de invernadero. 
  
-Y ¿qué hacer? –preguntaron los animales y las plantas. 
  
-Yo iré a casa hoy y mañana regresaré con alguna solución. Lo prometo. 
  
Mario Fernando se despidió de Ratoncito Gris y de los demás animales y de las plantas. 
  
Tomó el camino rumbo a su casa cuando ya empezaba a atardecer. 

Al llegar a casa, Mario Fernando encontró su papá dormido. Él no quiso despertarlo y se durmió también, rápidamente por el cansancio. A la mañana siguiente se despertó de madrugada y echo en su mochila varios frascos con pintura de colores y algunos pinceles y brochas y emprendió el camino de nuevo hacia el bosque. 
  
En cuanto llegó se enteró de que los animales y las plantas seguían reunidos. Al ver a Mario Fernando se entusiasmaron y le brindaron una cálida bienvenida con un aplauso muy sonoro y con expresiones de gran alegría. 
  
Mario Fernando tomó los frascos de pintura y comenzó por pintar, con la ayuda de Ratoncito gris, las plumas de las aves. 
  
Al cardenal le pusieron pintura amarilla en las alas y le pintaron de rojo el penacho y las plumas del cuerpo. 
  
A las Guacamayas las convirtieron en aves multicolores, tal como eran antes. 
  
A los canarios les devolvieron, con unas cuantas pinceladas, el color original de sus plumas. 
  
Vistieron a cada periquito australiano con un plumaje de color diferente para cada uno, de tal manera que había periquitos azules, periquitos verdes, periquitos amarillos, periquitos lila y periquitos rosa. 
  
A la zorra le pasaron unos brochazos de pintura dorada y su pelaje adquirió un magnífico color similar al del oro. 
 
 
A las mariposas les pintaron puntos múltiples de muchos colores y sus alas eran caleidoscópicas. 
  
A la tortuga también le pusieron pinceladas de varios colores y su carapacho era, ahora, multicolor, como el arco iris. 
  
La pintura verde que sobró la lanzó sobre los árboles, los arbustos y la maleza, y de esa forma se pintaron de verde las hojas amarillas. 
  
Con la pintura roja colorearon las manzanas; con la amarilla, los bananos y con la café los sapotes o mameyes; las naranjas con pintura anaranjada y las uvas, con pintura violeta. 
  
Los animales y las plantas, al ver como habían recobrado sus colores se pusieron muy contentos y ya se disponían a regresar a sus nidos cuando Mario Fernando les advirtió: 
  
-Todavía no pueden volver a sus casas. Necesitamos hacer llover, para eso las aves me ayudarán a pintar el cielo con esta pintura azul; de paso pintarán muchas un es cargadas de lluvia con esta pintura gris, mejor con esta negra para que llueva más pronto. Los demás me ayudarán a soplar con estos molinillos de papel que hice en la escuela para abrir una brecha en la nube de polvo y humo y permitir al sol que vuelva a iluminar al bosque. 
  
Así lo hicieron pues cumplieron con las instrucciones de Mario Fernando con la ayuda y dirección de Ratoncito Gris. El cielo quedó pintado de un azul transparente lleno de vida. Los periquitos se encargaron de pintar las nubes en el cielo azul y hasta se divirtieron pues pintaban nubes con formas de caballos, perros y de muchos animales más y hacían competencia por hacer, cada quien, la nube más bonita y más parecida al animal que querían representar. Los árboles sostenían con sus ramas los recipientes con las pinturas. 
  
Las plantas, con el movimiento de sus hojas y sus ramas y sus hojas agitaron los molinillos y se formó una corriente de viento ascendente que hizo un boquete en la capa de humo. Por ahí se filtraron los rayos solares que actuaron de inmediato sobre las hojas pintadas de verde de los árboles. Las hojas con su clorofila y con la luz solar comenzaron a producir oxígeno para mejorar aquella atmósfera enrarecida. 
  
Los periquitos estaban tan entusiasmados con el juego que hicieron tantas nubes que éstas, antes de lo que tenían pensado, produjeron truenos y rayos seguidos de una tormenta torrencial que empapó el suelo y llenó de aguas cantarinas los arroyos y los ríos, limpiando, a la vez, la atmósfera. 
 
  

Ahora los animales, las plantas, Ratoncito Gris y Mario Fernando podían ver al sol, a la luna y a las estrellas; después de la lluvia el cielo quedó despejado y comenzaron a retoñar las hierbas y a producir flores que Mario Fernando y Ratoncito Gris fueron retocando con sus pinceles y sus pinturas para darles un aspecto más alegre.

 

Al día siguiente los animales estaban empapados, pero contentos porque la lluvia y los colores habían devuelto la felicidad y la seguridad a sus vidas. Pero la alegría fue total cuando luego de que pasó la tormenta se dibujó, en la lejanía de bosque, un hermoso y fresco arco iris de muchísimos colores. 
  
Ratoncito gris se quedó en el bosque y Mario Fernando regresó a su casa, contento con una nueva aventura para contar a sus padres y a sus compañeros de escuela. La verdad es que nadie iba a creérsela, pero a él no le importaba porque en los cuentos todo es inverosímil y fantástico y todo tiene que salir bien, y éste se acaba aquí porque ya los personajes son felices. Confío en que ustedes si lo creerán.

 

 

Ratoncito Gris y Mario Fernando esperan a que pasara la lluvia para salir a jugar en el patio. Las gruesas gotas revientan en las baldosas y Mario Fernando y Ratoncito Gris las observan a través del cristal de la ventana. 
  
La mamá de Mario Fernando les ha prohibido salir por la lluvia, pues si se mojan podrían enfermarse de catarro. 
  
El agua cae a torrentes y en el borde de la acera se ha formado un pequeño arroyo de rauda corriente. 
 
  
Para esperar a que la lluvia pase, Mario ]Fernando va a la cocina y trae un melocotón para él y un trozo de queso para Ratoncito Gris. 
  
Mientras observa el agua de la lluvia correr, a Mario Fernando se le ocurre hacer barquitos de papel y va presuroso a la biblioteca para buscar papel y unas tijeras. 
  
La lluvia continúa pero parece que va a cesar porque ha disminuido su intensidad. Mario Fernando, ayudado de Ratoncito Gris, ya ha hecho varios barquitos de papel: unos pequeños, otros medianos y otros grandes; además, como ha utilizado papel de diferentes colores, tiene barquitos amarillo, rojos, verdes, azules, morados y de muchos colores más. 
  
La lluvia ha pasado y las nubes comienzan a moverse en el cielo para dejar ver un sol resplandeciente. 
  
-Mamá, la lluvia cesó, ¿podemos salir al patio a jugar? 
  
-Si, pero no se mojen que pueden enfermarse. 
  
Mario Fernando abrió la puerta y salió, junto con Ratoncito Gris, para jugar con los barquitos de papel. Pero en vez de ir al patio fueron a la calle. Ahí fueron poniendo, uno por uno, en la corriente, los barquitos de papel. Ambos se divertían viéndolos alejarse a gran velocidad. Algunos se desbarataban de inmediato pero otros resistían los embates de la corriente de agua y hacían un largo viaje hasta perderse en el extremo de la calle donde el arroyo se sumergía en el desaguadero. 

  

En eso estaban cuando observaron que las nubes se alejaban por completo y que, en el horizonte, hacia el Este, se había formado un hermoso arco iris. 
  
-¡Mira Ratoncito Gris, qué precioso arco iris! 
  
-Es cierto, a me gusta mucho mirar el arco iris. Ahora que todo ha vuelto a la normalidad en nuestro bosque, lo vemos con frecuencia, después de cada lluvia. 
  
-Sabes Ratoncito Gris, los libros dicen que el arco iris se forma cuando la luz del sol atraviesa las gotas de agua que quedan suspendidas en la atmósfera después de la lluvia. 
  
-Si, lo sé, porque lo leí en una de las enciclopedias de tu papá. También sé que la luz se descompone en tres colores primarios: amarillo, azul y rojo y que la combinación de estos tres colores forma los otros…. 
  
-¿Haz oído tú alguna vez que en el sitio en donde están sentadas las columnas del arco iris hay un tesoro? 
  
-Eso es solo una leyenda, mi querido Mario Fernando. 
  
-Pero como nadie ha ido hasta ahí, podría ser cierto, ¿no te parece? 
  
-Yo no lo creo, pero podría ser… 
  
-Bueno, nada perdemos con tratar de averiguarlo. Podemos intentar ir hasta ese lugar. ¿Tú me acompañarías Ratoncito Gris? 
  
-¡Claro que si! Será emocionante, pero no podrás ir sin el permiso de tu padre. 
  
-Lo conseguiré, no te preocupes. 
  
Y, por supuesto, lo consiguió. 

  

Al día siguiente, muy temprano por la madrugada, Ratoncito Gris y Mario Fernando emprendieron su viaje hacia el arco iris. Llevaban una cesta llena de alimentos, sobre todo golosinas, pero también una brújula para orientarse, una capa para la lluvia, una linterna, una pequeña tienda de campaña, un diccionario y, por supuesto, herramientas para excavar. 
            
Caminaron largo trecho hacia el Este, pues en esa dirección vieron e arco iris el día anterior, con una de sus columnas sobre una enorme y gigantesca araucaria que les servía de punto de referencia. 
            
A eso de las dos de la tarde comenzó a llover de nuevo y nuestros amigos apenas tuvieron tiempo para armar la tienda y refugiarse. La lluvia duró largo rato y las gruesas gotas se oían muy bien cuando caían sobre la lona de la tienda y cuando impactaban en las hojas de los árboles y en el suelo cubierto de hojas secas. 
            
Mientras pasaba la lluvia tuvieron tiempo para comer y conversar. De repente vieron entrar a una mariposa de luminosos colores que intentaba protegerse de la lluvia. ¡Cuál no sería su sorpresa al toparse con sus amigos Ratoncito gris y Mario Fernando! 
            
-¡Hola amigos!, ¿hacia donde caminan? 
            
-Vamos hacia donde está el arco iris, a la montaña en donde se encuentra la araucaria gigante, pues hemos oído decir que ahí hay un tesoro escondido. 
            
-Eso es una leyenda –dijo la mariposa- pero si ustedes lo aceptan yo les acompaño. 
            
-Nosotros estaremos encantados con tu compañía –contestaron Ratoncito Gris y Mario Fernando. 
            
Mario Fernando sirvió una cucharadita de miel a la mariposa en un tapón de una botella de refresco. 
            
La mariposa aceptó la miel, comenzó a libarla y se sumó a la conversación de sus amigos mientras esperaban a que la lluvia cesara. 
            
Al rato ha parado de llover, el sol vuelve a iluminar el bosque y en el horizonte, siempre al Este, aparece de nuevo, con sus impecables colores, un extraordinario arco iris, más nítido y más brillante que el del día anterior. 
            
-¡Miren! –exclamó la mariposa-. Allá está de nuevo el arco iris. Emprendamos la marcha pronto. 
                  
Mario Fernando, con la ayuda de Ratoncito Gris y de la mariposa, desmantelaron la tienda y comenzaron a caminar rumbo al Este, rumbo al arco iris.


La ruta pasaba por un parque ecológico y en el camino se toparon con Catalina, una compañera de Mario Fernando, que conocía perfectamente a Ratoncito Gris, pero no a la mariposa. Catalina estaba e excursión con sus padres. 
              
-¿A dónde van? –preguntó Catalina. 
              
Vamos hacia la araucaria gigante, pues ahí está sentado el arco iris y sabemos que en ese lugar hay un tesoro escondido. 
              
-Son puras pamplinas. Sin embargo debe ser muy interesante y emocionante ir con ustedes, si me lo permiten. 
              
-Si tus padres te dan permiso puedes venir con nosotros –contestó la mariposa. 
              
Catalina habló con sus padres y logró que le dieran el permiso, con la advertencia de que se abrigara bien, de que no ensuciara la ropa y que no enlodara los zapatos. Además, los padres de Catalina, sabiendo lo comilona que era su hija, volvieron a llenar el cesto con cosas ricas para comer. 


Catalina era una niña de cabellos negros y ojos negros; en la escuela se destacaba por su agilidad mental y porque era muy respetuosa y educada. 

Así que mientras caminaban rumbo a la araucaria gigante, Catalina iba cantando y bailando el poema El arco iris, al que ella misma puso música. 

«Hamaca de siete paños              
En que se mueve la brisa. 
Listón que han puesto las nubes              
Colgado en la lejanía. 
Alada cuerda de seda              
Donde los pájaros brincan. 
Alfabeto de color              
Con que se escriben los días. 
Cartelón de propaganda              
En que se anuncia la anilina 
¡Siete lazos con que Dios              
Ata las siete cabritas!» 
-¿Les gustó este poema –preguntó Catalina. 
              
-¡Claro! –exclamaron todos. 
              
-¿Quién es el autor? –preguntó la mariposita. 
              
-Álvaro Menéndez Leal, un poeta salvadoreño a quien le gustaba firmarse Menen Desleal –respondió Catalina. 
              
-Me gustan muchísimo las metáforas y las imágenes empleadas para referirse al arco iris –comentó Mario Fernando. 
              
-A mi me ha dado risa eso de que los colores del arco iris son siete lazos para atar a las siete cabritas –enfatizó Ratoncito Gris. 
              
-Y ¿qué son las siete cabritas? –preguntó la mariposa. 
              
-Son siete estrellitas pequeñas que están muy juntitas en el cielo, forman una constelación y pueden verse perfectamente en las noches despejadas –respondió Ratoncito Gris-. Hoy por la noche, si no hay nubes te las mostraré. 
              
-Yo he oído otros poemas –comentó la mariposa-. Los he escuchado a Ratoncito Gris cuando los lee en el bosque. Catalina, me gustan los poemas de García Lorca, de León Felipe, de Miguel Hernández, de Pablo Neruda, de Claudia Lars, de Juan Ramón Jiménez, de Óscar Acosta,… 
              
-A mi también me gusta la poesía –intervino Mario Fernando-; en casa tengo varias antologías de poesía para niños que ha recopilado mi papá. 
              
-Y también hay libros de poesía de todos los clásicos universales –remarcó Ratoncito Gris-. Sabes Mario Fernando, me gustan mucho los libros de la Editorial Aguilar, sobre todos los de la Colección Crisol porque además son pequeños y están muy bellamente encuadernados. 
              
-¡Claro!, ¿te acuerdas?, también hay un libro que nos gusta mucho a los dos, se trata de las poesías completas de Rubén Darío. 
              
-Si, por supuesto que sí. Ahí precisamente, en ese libro está el cuento que Darío escribió a la niña Margarita Debaile, sobre una princesa que fue al cielo a tomar una estrella para hacerse un prendedor. 
              
-Y también la «Sonatina» que es otro de los famosos poemas de Darío -dijo Mario Fernando-, ¿Te acuerdas del final? Se los voy a decir: 
«Calla, calla, princesa, -dice el hada madrina-; 
en caballo con alas, hacia acá se encamina, 
en el cinto la espada y en la mano el azor, 
el feliz caballero que te adora sin verte, 
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, 
a encenderte los labios con un beso de amor.»
-Bueno, esa es una versión del cuento La bella durmiente. A mi me gusta mucho la poesía –remarcó Ratoncito Gris-. Todos los niños deberían leer mucha poesía. Además hay muy linda poesía escrita para niños. 
     
-Yo pienso lo mismo –intervino Catalina-. También me gustan las poesías y las canciones de cuna de tu papá. 
     
-Es verdad, son muy bonitas -dijo Mario Fernando-. Claro que a mi me gustas también, y muchísimo. 
     
-Yo también las conozco porque Ratoncito Gris nos las lee en el campo –apuntó la mariposa. Mario Fernando, ¿quisieras decir una? 
     
-Lo intentaré –respondió Mario Fernando-. Veré si me acuerdo de La boda de sapo y ranita
«Ranita si me querés,     
Te compraré un caballo blanco     
Y una pollera de seda.     
Ranita si me querés. 
     
Sapito de mis amores,     
Contigo me caso ya.     
Sin caballo y sin pollera     
Simplemente por tu amor. 
     
Que dicha ranita mía.     
Repiquen las campanitas,     
Adórnese el charco con flores.     
¿De veras me quieres ranita? 
     
Sapito guapo y galán,     
Todo vestido de verde     
Canta ahora tu glo glo     
Para ponerme a bailar. 
     
La ranita sueña en el agua     
Con su vestido de novia     
Y con la luna ensaya     
Para aprender a bailar. 
     
Se casaron sapo y ranita     
La luna que alegre está     
De alegres siempre cantan     
Glo glo, glo glo.» 

A todo esto, cada vez se acercaban más a la araucaria gigante. Por el camino salieron varios amigos del bosque a saludarlos. La tortuga les deseo un buen viaje y les obsequió con unas zarzamoras muy maduras; La ardilla se desprendió de sus nueces y las donó a los excursionistas. Un enjambre de abejas permitió a los viajeros llenar un frasco de rica miel. Todos saludaron a los viajeros y les desearon mucha suerte. 

    

Ahora los árboles del bosque no permiten visualizar la montaña, ni la araucaria gigante, ni el arco iris. Ratoncito Gris pidió a Mario Fernando que sacara la brújula para orientarse y localizar el Este, que era el rumbo hacia donde se dirigían. Aprovecharon para descansar un poco porque el camino que seguía era muy empinado y escarpado y la marcha se hacía más trabajosa. Comieron nueces, zarzamoras y miel. La mariposa, como no tiene dientes, sólo comió miel. Todos tomaron agua. 
  
Con Más bríos emprendieron el camino de nuevo y llegaron a un pequeño valle lleno de flores silvestres de gran variedad de colores y muy perfumadas. La mariposa se entretuvo libando algunas flores. Catalina cortó algunas e hizo un mazo que colocó en la cesta. Las quería para agradar a su mamá. La cesta estaba casi vacía porque se habían comido todo. Sólo les quedaba agua y miel. 
  
En el valle vuelven a ver la montaña, la araucaria gigante y el arco iris con mayor nitidez. Están muy cerca. Todos se maravillan del paisaje y del arco iris que parecía situado al alcance de la mano. 
  
-Apresuremos el paso –sugirió Ratoncito Gris- para que podamos regresar antes de que anochezca. 
  
-Si –respondieron los demás-. Apuremos el paso que ya nos falta poco para llegar. 
 
 
La vereda descendió y llegó a un arroyo de aguas transparentes y llenas de peces de colores. Ratoncito Gris aprovechó para darse un chapuzón en aquellas frescas aguas y Catalina se quitó los zapatos y metió los pies en la corriente. Mario Fernando, por su parte, se lavó las manos y la cara. Todos estaban muy frescos. La mariposa se limitó a pasar volando a la otra rivera del arroyo. Al cruzar el arroyo, el camino ascendía casi vertical, pro al final estaba la araucaria gigante con su arco iris. Al llegar nuestros amigos tuvieron la desilusión de no encontrar al arco iris, pues este, en efecto, se miraba, pero más lejano, eso si, con todos sus siete colores. 
        
-¡Hemos llegado! –gritó emocionado Ratoncito Gris. 
        
-¡Hemos llegado! –respondieron todos los demás. 
        
-Pero el arco iris está aún lejos –dijo Catalina. 
        
-Desde mi casa lo mirábamos, justo aquí, en la araucaria –dijo Mario Fernando. 
        
Es que nunca llegaremos al arco iris –aclaró Ratoncito Gris-, porque para poder verlo es preciso tener frente a nosotros, en la lejanía, las gotas de lluvia suspendidas en el aire que descomponen la luz. 
     
-Pero debe ser aquí donde está el tesoro –afirmó Mario Fernando-. Así que los buscaremos. 
        
-Yo escarbaré primero –propuso Catalina y tomo la pala para ponerse e cavar al pie de la araucaria. 
        
Ratoncito Gris con sus patitas también removió la tierra. Cuando Catalina se cansó, Mario Fernando la ayudó. Solo la mariposa no escarbaba porque, como comprenderán, no tiene la capacidad para hacer esas tareas. Ella solamente les hacía compañía, y qué agradable compañía. 
        
La verdad es que no encontraron nada y estaban desilusionados porque Mario Fernando les había propuesto ocupar el tesoro para contratar guardabosques que cuidaran el bienestar de los animales y de las plantas. 
        
-No hay ningún tesoro –dijo Catalina, quien había reanudado la excavación. Pero mientras enterraba por última vez la pala sintió que había topado en algo, así que volvió a meter la pala y extrajo un pequeño trozo de cristal en forma de prisma triangular que limpió con las mangas de su suéter. Ya se imaginarán como las dejó llenas de lodo. 
        
-¡Miren lo que he encontrado! –gritó Catalina-. Un prisma. 
        
Todos se acercaron para ver el descubrimiento de Catalina, pero al mismo tiempo se desilusionaron al comprobar que sólo se trataba de un pedazo de cristal. Mas la sorpresa que se llevaron todos fue descomunal, porque cuando Catalina les mostraba el prisma un rayo de sol lo atravesó e hizo salir, del otro lado, un bellísimo arco irisa que casi, podría decirse, emergía de sus manos. 
        
Mario Fernando, ayudado de Ratoncito Gris y con las miradas atentas de la mariposa y de Catalina, buscó en el diccionario la letra P y la palabra prisma
     
-Aquí está –dijo Ratoncito Gris, mientras señalaba con una de sus patitas delanteras la palabra en la página y leyó: 
                
Prisma. (Del latín prisma y este del griego πρίδμα). Cuerpo limitado por dos polígonos planos, paralelos e iguales que se llaman bases, y por tantos paralelogramos cuantos lados tenga cada base. Si estas son triangulares el prisma se llama triangular. 
        
-Eso es –dijo Catalina-. Eso es un prisma. El objeto que, según el profesor, descompone la luz en colores para formar el arco iris. 
     
-Por supuesto –dijo la mariposa-. Y el arco iris que buscamos se forma en el cielo porque la luz pasa a través de las gotas de agua que actúan como pequeños prismas. 
     
-Bien. NO llegamos hasta el arco iris y no encontramos ningún tesoro, pro con el prisma podemos llevar el arco iris a nuestras casas y verlo cuando querramos –dijo Mario Fernando. 
     
-Lo mismo decimos nosotros –contestaron Ratoncito Gris y la mariposa. 
     
-Debemos regresar porque pronto va a oscurecer – dijo Ratoncito Gris. 
     
-Te da miedo la noche -dijo Catalina-. Crees en aparecidos. 
     
-No tengo miedo –respondió Ratoncito gris-, ni creo en brujas ni aparecidos. Todos esos personajes son ficticios, son el producto de la imaginación popular. 
     
No discutieron más el asunto y procedieron a regresar, felices porque llevaban en la cesta, el prisma para hacer cuantos arco iris se les antojara. 

Atrás quedó la araucaria gigante, que en el año siguiente se puso más verde y hermosa porque le removieron la tierra, y el arco iris que en sus adentros también mostraba una sonrisa de satisfacción por la alegría de Ratoncito Gris, de Mario Fernando, de Catalina y de la mariposa. Sólo que la sonrisa del arco iris era de siete colores. 

Víctor Manuel Ramos

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